SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, VIUDA

Martirologio Romano: Memoria de santa Isabel de Hungría, que siendo casi niña se casó con Luis, landgrave de Turingia, a quien dio tres hijos, y al quedar viuda, después de sufrir muchas calamidades y siempre inclinada a la meditación de las cosas celestiales, se retiró a Marburgo, en la actual Alemania, en un hospital que ella misma había fundado, donde, abrazándose a la pobreza, se dedicó al cuidado de los enfermos y de los pobres hasta el último suspiro de su vida, que fue a los veinticinco años de edad († 1231).

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA, VIUDA

Mucho se engañan los que piensan que las leyes de la verdadera nobleza son contrarias á las leyes de Cristo, y que no se pueden juntar en una humildad y grandeza, porque la ley de Cristo no es contraria á la ilustre sangre, ni á la alteza del estado y señorío que él da á quien es servido, sino á los vicios y malos usos que los hombres introducen en sus estados, pensando que la grandeza de ellos consiste en desechar todas las leyes de Dios, y vivir á su apetito y libertad como un caballo desbocado y sin freno. Véase esta verdad en los ejemplos innumerables que tenemos de señores y señoras, de príncipes y princesas, de reyes y reinas, que no solamente ajustaron sus vidas con la voluntad de nuestro Señor; pero vivieron con tan raro ejemplo y tal menosprecio del mundo, que merecieron ser tenidos y venerados en toda la Iglesia católica por santos, y por un vivo retrato de toda perfección y virtud. Entre estos príncipes fué una santa Isabel, hija de Andrés y de Gertrudis, reyes de Hungría: la cual envió Dios al mundo, para que siendo doncella fuese ejemplo de castidad y devoción; siendo casada de modestia y caridad, y siendo viuda, de paciencia y menosprecio de toda vanidad. Desde niña era tan inclinada al servicio de nuestro Señor, que no teniendo más de cinco años gustaba mucho de ir á la iglesia, en donde se ponía a rezar con tanta atención y afecto, que apenas la podían apartar de la oración. Entrábase en un oratorio que había en casa de su padre muy á menudo, y allí oraba con las rodillas desnudas. Era devotísima de la sacratísima Virgen María Nuestra Señora, y de San Juan Evangelista, por haberla caído en suerte este sagrado apóstol, echando los santos; y encomendábale mucho su castidad, y hacia de buena gana todo lo que le pedían por su amor. Los dineros que podía haber, dábalos á mujeres pobres, encargándolas que dijesen la oración del Ave María: era enemiga de galas y de vestidos ricos y curiosos, y en sus palabras muy compuesta, procurando que fuesen pocas y muy miradas, y que no dañasen á nadie y siempre fuesen de provecho: trabajaba mucho en quebrantar su voluntad, y en mortificarse en las cosas que la daban gusto: crecía en edad y juntamente en virtud, de manera que sus padres tenian puestos los ojos en ella, no solo por ser su hija, sino por ser tan agradable y tan adornada de virtudes. Casáronla con un gran señor, llamado Luis landgravio y duque de Turingia, digno marido de tal esposa: y aunque deseó mucho conservar su pureza virginal, y no tener otro esposo sino á Jesucristo, todavía vencida de la autoridad ó importunidad de sus padres, sujetó la cerviz al yugo del matrimonio, y vivió en él con raro ejemplo de santidad, amando y sirviendo á su marido, como á su cabeza y señor, y criando á tres hijos que tuvo, como madre temerosa de Dios, que sabía que los había recibido de su mano y los criaba para el cielo. Humilde para consigo, devota para con Dios, benigna y caritativa para con los pobres: levantábase de noche á hacer oración, y acompañábala con muchas lágrimas: ocupábase de buena gana en cosas bajas y viles: en las procesiones públicas, como letanías, iba descalza y muy modesta: cuando salía á Misa después del parto, iba con un vestido llano, y llevaba á su hijo en los brazos, y ofrecíale á Dios, y con él alguna ofrenda al sacerdote; y daba á los pobres el vestido de aquel día, y lo mismo hacia de su comida, repartiendo con los pobres su parte: vestía á los niños recien bautizados: proveía de mortajas á los difuntos: hilaba con sus doncellas para dar limosna á los pobres de su trabajo; y cuando le faltaba que dar, vendía sus joyas: tenia junto á su palacio un aposento en que recibía á los peregrinos: curaba á los enfermos; y criaba los niños huérfanos ó de padres pobres, y daba cada día de comer á novecientos pobres, sin los otros que sustentaba por todo su estado, los cuales la llamaban madre y remediadora de todas sus necesidades, y se iban tras ella: y con razón; porque no solamente los remediaba con su hacienda, sino también quitándose las tocas de su cabeza, para cubrir las de las pobres, y sirviéndolas con sus propias manos.

Una vez juntó consigo la cabeza de un enfermo que olía muy mal y no había quien le pudiese sufrir; y ella le quitó el cabello y le lavó la cabeza, como si fuera su hijo.

Padeció muchas contradicciones y murmuraciones por estas buenas obras que hacia; porque el mundo loco las tenía por indignas de su persona y estado; mas ella deseaba agradar á Dios y no á los hombres, y regular sus acciones más con la regla verdadera de la justicia y bondad, que con la falsa y engañosa del mundo; y con su oración y perseverancia ganó tanto al duque, su marido, que no se dejó llevar de algunos malos consejeros y criados suyos, que le hablaban mal de lo que hacía santa Isabel: antes la amaba como á su mujer y la respetaba como á hija de tan gran rey, y la honraba y reverenciaba como á santa: y porque él andaba ocupado en los negocios del emperador y no podía hacer semejantes obras, holgábase que ella las hiciese, y que diese de sí tan buen olor con su santa vida y ejemplo; aunque no vivió muchos años: porque haciendo en aquel tiempo guerra los cristianos á los sarracenos para librar de su poder á la tierra santa, el duque fué á aquella santa conquista: y habiendo llegado á Sicilia el emperador Federico, murió de su enfermedad, como buen caballero, en el camino. Cuando lo supo santa Isabel, aunque lo sintió como era razón; pero entendiendo que aquella había sido la voluntad del Señor, se volvió á él, y con lagrimas del corazón le dijo: Vos sabéis, Señor, lo que yo amaba al duque; porque él os amaba y porque vos me lo disteis por marido: pero ahora que habéis sido servido de llevármelo para vos, también sabéis que yo no le volverla á la vida mortal contra vuestra voluntad, aunque lo pudiese hacer con un solo cabello. Os suplico que deis eterno descanso á su alma y á la mía gracia para serviros. Determinó, pues, aprovecharse de la ocasión para abrazarse más estrechamente con Cristo nuestro Señor, y servirle con mas ahínco y fervor en el estado de viuda: y así comenzó á darse más á la oración, ayunar y velar mas, y afligir su cuerpo con mayores asperezas y penitencias, y en el trato de su persona ser más humilde, y dar á los pobres todo cuanto tenia. Fué esto de manera, que los deudos de su marido y sus vasallos le quitaron la administración de la hacienda como á desperdiciadora de ella, y la echaron de su casa y la apretaron tanto, que vino á tanta necesidad, que se recogió á un establillo de un mesón, y aun allí no la consintieron estar mucho. Mudóse a una casa de un hombre mal acondicionado; y él la hizo tan mal tratamiento á ella y á sus hijos, y á algunas doncellas que por su devoción la acompañaban, que también de allí se hubo de salir y buscar otra posada. Llegó su menosprecio á tanto, que yendo un día por una calle estrecha y de mucho lodo, y encontrándose en un mal paso con una viejezuela á quien la santa había hecho mucho bien, la vieja no la tuvo respeto ni la hizo lugar para que pasase, antes desviándola de sí con furia, la hizo caer en el lodo. Entendió santa Isabel que aquella era tentación del enemigo y prueba de su paciencia, y levantóse con mucha alegría, riéndose, y limpió su vestido, porque, por mucho que padecía, deseaba padecer mas y ser mas despreciada, ultrajada y abatida; y pidió á nuestro Señor con grandes ansias que la descarnase de todas las cosas que no fuesen él, para poderse mas unir con su divina Majestad, por el menosprecio y abatimiento del mundo. Andaba á casa prestada: súpolo el rey, su padre, y dio orden para que sus hijos se criasen en casas de parientes honradamente, y que á ella se diese parte de su dote con que sustentarse. Pues ¿quién podrá referir los otros trabajos, malos tratamientos, escarnios y persecuciones que esta santa princesa padeció, y la paciencia, constancia y alegría con que los sufrió, viéndose de rica, pobre; de honrada, abatida; de servida y acompañada, sola y desamparada; y esto de sus propios vasallos, de los deudos de su marido, y de aquellos á quienes tanto bien había hecho, y que por tantos títulos estaban obligados á ampararla y albergarla en sus propias casas, y tenerla escrita en sus corazones? No se turbó la santa; porque Dios la esforzaba y regalaba y entretenía, é imprimía en su alma, que él solo era suficiente para hacerla bienaventurada, y que teniéndole á él lo tenía todo, y sin él, todo lo que antes tenía y había perdido era un poco de basura: y así un día de cuaresma, habiendo oído misa, le apareció Cristo nuestro Redentor consolándola y alentándola, y prometiéndole que estaría siempre con ella.

De la parte de su dote que le dieron para su sustento, hizo un hospital, en donde se recogió, y recogía pobres enfermos y los curaba, y servía por sí misma en las cosas más menudas, bajas y viles, sin que sus criadas la ayudasen: y porque algunos la decían que aquella no era vida de hija de rey; ella con mucha gravedad y mesura les respondía, que si hallara otra vida de mayor menosprecio, la tomara para imitar mas á su dulcísimo esposo y maestro Jesucristo. Tenía en la oración don singular de lágrimas, y derramábalas copiosas y suaves, y con el rostro siempre muy sereno y alegre, y decía que los que en la oración lloran haciendo visajes, parece que quieren espantar al Señor. Hacia su oración con tan singular atención y afecto, que parecía que estaba muerta para las demás cosas: y la aconteció una vez, estando orando, caer una brasa de fuego sobre sus faldas, y quemarle sus vestidos y no sentir nada; porque su alma estaba trasportada en el cielo: hasta que una criada echó de ver que la santa se quemaba, y mató el fuego. Era muy visitada y regalada con revelaciones y gustos interiores, y por medio de sus oraciones alcanzaba para sí y para otros, del Señor, grandes dones y misericordias. Una vez vio un mozo en su compostura y traje distraído: díjoselo, y que si quería que hiciese oración por él. Respondió el mozo que sí, y que le rogaba mucho que así lo hiciese. Ella se puso en oración, y mandó al mancebo que hiciese otro tanto: el cual, perseverando la santa en oración, comenzó á decir: Cesad, señora, cesad: y como ella no cesase, antes con mayor fervor continuase su oración, tornó el mozo con mayor ansia á clamar: Cesad, señora, que me abraso: y levantaba los brazos y hacia visajes como loco. Llegaron á ella; y hallaron que tenia los vestidos tan calientes del fuego que salía de su cuerpo, que apenas los podían tocar con las manos. Con esto mudó el mozo su vida, y de distraído que antes había sido, se trocó en otro hombre por la oración de santa Isabel. Otra vez, habiendo entrado á su casa una moza lozana, que traía sus cabellos descubiertos, como hebras de oro; movida la santa de Dios, se los cortó como por fuerza, defendiéndose la moza cuanto pudo; pero cuando los vio cortados, caída aquella como corona y gloria de su cabeza, dijo á santa Isabel: Señora, Dios os ha inspirado que me cortases estos cabellos; porque sabed que si no fuera por esta vanidad, ya hubiera entrado en algún monasterio: y la santa, alabando á nuestro Señor, la recogió consigo en aquel hospital, donde le sirvió muchos años.

Admirable fué la vida de esta santa princesa en todas las virtudes, y especialmente en la humildad, y amor de la pobreza, y menosprecio de sí, y en la compasión y caridad que usó con los pobres y enfermos asquerosos, dándoles todo cuanto tema, sirviéndoles con tanto cuidado y entrañable afecto, como si cada uno de ellos fuera el mismo Cristo nuestro Salvador; y esto con una perseverancia tan extraña, que nunca quiso volver á casarse, porque había hecho voto de castidad, si alcanzaba de días á su marido, ni tornar á la casa de sus padres, ni á la grandeza y esplendor de su alto estado (aunque se lo rogaron), por no dejar el humilde que había tomado, y aquellas de servir á los pobres, que tenia entre las manos. No se puede decir con pocas palabras el menosprecio que santa Isabel usó consigo, ni la misericordia y caridad para con los pobres; porque no había género de pobreza tan abatido, en el comer, vestir, y dormir, y trato de su persona, que no le abrazase y no desease otro mayor; ni obra de piedad y compasión, tan vil y asquerosa, que no la ejercitase con los pobres enfermos que tenían de ella necesidad. Con los tiñosos, con los leprosos, con los que se comían de piojos y con los que tenían enfermedades contagiosas, era madre piadosa y enfermera amorosa, y con sus mismas manos los curaba. Pero á la medida de su piedad y devoción eran los regalos y favores de Dios para con ella, y las mercedes que continuamente la hacía, apareciéndosela algunas veces, visitándola por los ángeles, teniéndola arrobada y transportada en la oración, obrando muchos milagros por su intercesión, y finalmente manifestando, que era esposa suya dulcísima y escogida para ejemplo de las viudas, y luz de los buenos y confusión de los malos.

Estando, pues, ya llena de merecimientos, Cristo nuestro Señor se le apareció, y la avisó, que era ya llegado el tiempo en que quería darle el premio de sus trabajos y coronarla de gloria: y ella se regocijó por extremo; porque como un ciervo acosado y sediento, deseaba beber y hartarse de aquella fuente de vida, é hizo gracias a su dulce esposo por aquellas buenas nuevas que la daba. Vínola una recia calentura; armóse con los sacramentos de la Iglesia; y exhortó á todos los que con ella estaban á amar y servir á nuestro Señor, y hacer bien á los pobres: y estando para espirar, vio al enemigo del linaje humano en horrible figura; y ella con grande y constante ánimo alzó la voz, y dijo: Vete de aquí, desventurado: huye de aquí, maldito; y encomendándose afectuosamente al Señor, á quien tanto había amado y servido, dio su bendita alma en sus manos, á los 19 de noviembre del año del Señor de 1231. Oyéronse en su dichoso tránsito cantos dulcísimos de avecitas, que se asentaron sobre el aposento donde había muerto y estaba su cuerpo: el cual quedó tan hermoso, blando y tratable, como cuando estaba vivo, y despedía de sí un olor suavísimo, que recreaba á todos los presentes. Tuviéronle cuatro días sin enterrar, por el gran número de gente que de toda aquella comarca concurrió á ver y reverenciar al santo cuerpo, y tomar cualquiera cosa que pudiesen de sus reliquias. Sepultáronle en un pueblo de Alemania llamado Masburg; y luego comenzó nuestro Señor á manifestar la gloria de esta santa, haciendo muchos y grandes milagros por su invocación, alumbrando á ciegos, dando oídos á sordos, habla á los mudos, pies á los cojos, salud á los leprosos y enfermos de varias y graves dolencias, y vida á los muertos; porque por sus oraciones diez y seis muertos resucitaron: y por estos milagros, y por su santísima vida el sumo pontífice Gregorio IX, estando en Perusa, cuatro años después que murió, la canonizó y puso en el número de los santos. Entre las otras maravillas que nuestro Señor obró para honrar á santa Isabel, fué una el manar de su cuerpo un licor, á manera de óleo santísimo, que daba salud á todos los que con él se ungían.

Pues ¿quién no ve en la vida de esta gloriosa santa la fuerza y eficacia de la mano poderosa del Señor, y cómo esfuerza el corazón flaco y el sexo frágil de una mujer? ¿Cómo trueca los gustos, y muda los deleites de la carne en regalos espirituales y divinos? ¿Qué mujer hubo jamás tan vana y tan amiga de atavíos y galas, como santa Isabel lo fué del vestido roto y despreciado? ¿Qué señora tan delicada y llena de ámbares, perfumes y aguas olorosas, como esta del mal olor del hospital, y de la podre y materia de las llagas? ¡Qué menosprecio de sí misma tan fino en una hija del rey! ¡Qué alegría en sus injurias en una señora tan grande! ¡Qué amor de la pobreza en una princesa tan rica! ¡Qué paciencia en los trabajos y adversidades! ¡Qué oración tan ardiente y tan continua en tantas ocupaciones: qué rendimiento á la voluntad de Dios; y cómo él la honró después de haberla probado, y la hizo gloriosa en el cielo y en la tierra! La vida de esta gloriosa santa escribió primeramente Teodorico de Turingia, de la orden de Santo Domingo, recogiéndola de los papeles del maestro Conrado, que había sido su confesor: después la escribió Jacobo Montano; y lo trae Surio en el sexto tomo. También escriben de ella Vincencio Belovacense; san Anlonino, arzobispo de Florencia; el Martirologio romano; el cardenal Baronio, en sus anotaciones; el doctor Juan Molano, en las Adiciones, que hizo al Martirologio de Usuardo; y mas largamente la Crónica de los Menores, compuesta por Fray Marcos de Lisboa, que afirma haber tomado santa Isabel el hábito de la penitencia de la tercera orden de su padre san Francisco; y lo mismo dicen las otras historias de su orden.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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