Un día como hoy, hace 450 años… Recordando Lepanto

Comenzó Don Juan sus preparativos (para la Batalla de Lepanto) de marcha visitando todas las fuerzas y barcos surtos en el puerto, que subían a doscientas galeras, cincuenta y siete naos, seis formidables galeazas y más de ochenta mil soldados de desembarco entre mercenarios y aventureros. Encontró Don Juan toda la flota muy bien surtida y aprestada, menos las galeras venecianas, que andaban muy escasas de hombres de guerra, a lo cual proveyó el generalísimo repartiendo entre ellas cuatro tercios españoles, dos de soldados viejos y dos de bisoños, cosa ésta que hirió el amor propio de los venecianos y fue causa de los trastornos y peligros que veremos más adelante.

En la galera Marquesa, de la flota pontificia, cruzóse Don Juan con un oscuro soldado en que no paró la atención y cuya gloria había de competir, sin embargo, con la suya en los siglos venideros: era Miguel de Cervantes Saavedra. Tal sucede a veces en la vida, que pasan rozándose sin conocerse dos genios diversos a que reserva la Providencia análogos destinos.

Distribuyó Don Juan los religiosos enviados por el Papa a bordo de todas las galeras, destinando los capuchinos a las pontificias, los franciscanos a las de Génova, Venecia y Saboya, y los jesuitas a las españolas; iban a bordo de la real el franciscano fray Miguel Serviá, confesor de Don Juan de Austria, y otros dos jesuitas, el Hermano Briones y el Padre Cristóbal Rodríguez, varón de gran saber y virtudes, que había sido cautivo del Turco. Estimaba mucho el santo Pío V a este Padre Cristóbal Rodríguez, y dióle para Don Juan de Austria el encargo de repetirle muy en privado y con la mayor insistencia lo que ya le había hecho saber por diversos conductos: que no titubease en
dar la batalla, porque en nombre de Dios le aseguraba la victoria. Llevábale también de parte del Papa un lignum crucis de una pulgada de largo y media de ancho, en un relicario tosco de plata con dos ángeles a los lados; era deseo del Pontífice que lo llevase el señor Don Juan sobre el pecho en el momento de la batalla[*].

Mientras tanto, promulgaba monseñor Odescalchi un jubileo plenísimo que concedió el Santo Padre a todo el que fuese en la armada confesado y comulgado y rogase a Dios por la victoria contra los turcos. Ayunó todo el ejército durante tres días para prepararse a ganar aquellas gracias espirituales, y no quedó soldado, marinero ni galeote que no confesase y comulgase y recibiese de manos del nuncio un agnus dei de cera, bendito por el Papa, dando el primero y principal ejemplo el generalísimo Don Juan de Austria con todos los jefes y oficiales. Organizóse luego una solemne procesión de rogativa y revestido el nuncio de pontifical, concedió desde el altar mayor a todos los que habían de combatir las mismas gracias que concedía la Iglesia a los conquistadores del Santo Sepulcro.

El 16 de septiembre salió al fin la flota de Mesina con rumbo a Corfú, y el nuncio, colocado a la boca del puerto en un bergantín, iba bendiciendo una a una todas las galeras conforme pasaban.

* Consérvase esta sagrada reliquia en la Iglesia de Villagarcía de Campos: regalóla don Juan de Austria después de la batalla, a su muy amada doña Magdalena de Ulloa; colocóla ésta en un magnífico pie de plata cincelada y lególa al morir a los jesuitas de Villagarcía, que la pusieron en el relicario de su iglesia de San Luis, donde al presente existe. El famoso Padre Isla, que vivió muchos años en Villagarcía, dice en su traducción del Año cristiano, de Croisset, día 3 de mayo, fiesta de la santa Cruz: “En el Colegio y noviciado de Villagarcía de Campos se venera un lignum crucis como de una pulgada de largo y media de grueso, con que el santo Pío V regaló al señor don Juan de Austria después de la famosa batalla de Lepanto; y su alteza se lo presentó a la excelentísima señora doña Magdalena de Ulloa, insigne fundadora de aquel colegio, que había criado al señor don Juan en aquella villa”. Yerra, sin embargo, el Padre Isla al decir que el relicario fue enviado a don Juan después de la batalla. Enviólo don Juan, en efecto, a doña Magdalena después de la batalla; pero envióselo a él San Pío V antes de ella para que lo llevase al cuello en aquellos supremos momentos.  

Batalla de Lepanto, por Juan de Toledo y Mateo Gilarte.
Batalla de Lepanto, por Juan de Toledo y Mateo Gilarte.

Fuente: Jeromín o Don Juan de Autria de Luis Coloma

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