Santa Matildis, Emperatriz, Reina y Matrona

Por muchos títulos merece santa Matildis los de emperatriz, reina, y matrona: sea el primero el de su nobilísima sangre; pues desciende de la augusta casa de Sajonia, y sus príncipes, por la línea paterna, siendo hija de Teodorico, conde de Ringelheym; y de la real casa de Germania por materna línea, siendo hija de Reynilde, ó Reynhilde: los cuales la criaron en poder de santas religiosas, entregándosela luego que fué destetada, á su abuela, y madre de su padre, Matildis, también como ella, abadesa del monasterio hereverdiense, de donde, aprovechada en todas virtudes, salió, y casó con Enrique, emperador, primero de este nombre, llamado, el Cazador, por ser muy dado á la caza: ejercicio honesto, decente, y debido á un príncipe, en que le hallaron, cuando le llevaron la nueva de la elección, que en él se había hecho del sacro imperio, á que ascendió de duque de Sajonia; príncipe tan religioso, y católico, que sin duda fue inspirado de Dios el emperador Conrado, que le nombró, y eligió por sucesor suyo, cuando hizo tan buena elección: al fin, no se puede ponderar, ni decir más de su virtud, y méritos, que decir, tuvo por consorte, y dignísima esposa á la gloriosísima santa Matildis; y sea este título de esposa de un emperador el segundo, por donde Matildis se merece los referidos. Sea el tercero el ser madre de emperadores, y reyes; pues Otón, primero de este nombre, duodécimo del imperio de Roma, y trigésimo séptimo del reino, ó imperio de Alemania, fué el primero hijo, que tuvo de Enrique, su esposo: tuvo otros dos hijos, el uno, llamado Enrique como su padre, que fué duque de Baviera: y el otro Bruno, que fué arzobispo de Colonia, y santo: y tres hijas, las dos llamadas Gervirga, y Adalheyda, que reinaron por los ilustres casamientos, que tuvieron; y la otra, llamada Matildis, como su madre, y santa también. Pero ¿para qué es buscarle título alguno, á los que se le dan tan debidamente á Matildis? ¿No consiguió la corona de gloria? ¿No reina en el cielo con Cristo? ¿No es eterno ya su imperio? ¿Para qué pues le buscamos títulos, y elogios temporales, á quien los goza eternos? Pasemos ya brevemente á discurrir el tesoro de sus virtudes.

Santa Matildis



Pero quisiera yo preguntar á otro más perspicaz ingenio que el mío, humilde, y rudo: ¿por dónde daría principio, para surcar tanto piélago, sin zozobrar, ni irse a pique? Tantas son de Matildis las virtudes, y tan en todo excelsas, que el muy docto, y grave autor de la historia sajónica Witichindo, en el fin del libro tercero se puso á referirlas, y en el principio dijo estas formales palabras: «Si de las virtudes de Matildis, y su gloriosa memoria queremos decir alguna cosa, un deliquio discurre por nuestras venas, con que desfallece el ánimo, y queda desmayado el libro; mas ¿qué mucho desmaye el ingenio, si es débil, flaco, y sin fuerzas; al paso que la virtud de Matildis es grande, esforzada, é inmensa? Porque ¿quién será bastantemente animoso para explicar, como debe, su anhelo, vigilancia, y cuidado en las cosas tocantes al culto divino? Todas las noches se oían en su celdilla (este título da al cuarto de una emperatriz: aun no celda, ya que era cielo, sino celdilla tal debía de ser, de estrecho, honesto, y pobre: bastaba este para único elogio, y timbre de sus virtudes, y para ejemplo no y solo á las demás emperatrices, reinas, y señoras del mundo, pero aún para la más encerrada carmelita, ó capuchina religiosa: todas las noches, pues, prosigue Witichindo, se oían en su celdilla todos los géneros, y modos de músicas, y tonos suaves, con que pasaba con toda propiedad plaza de cielo su celda: pues en ella solo habitaban ángeles. Tenía la tal celdilla (y cielo continuo suyo) contigua á la iglesia, tanto, que dándole á su cuerpo muy breve, ó ningún descanso, luego se levantaba y se entraba en la iglesia, donde la noche toda pasaba en oración, sin que por eso cesase la melodía de la música á tres coros, uno que cantaba en la celda, otro, que cantaba a la puerta, y otro, que acompañaba á Matildis, para que á imitación del divino trisagio, con que los serafines de día, y noche le cantan á Dios la gloria de eternas alabanzas, así Matildis acompañada de estos tres coros, continuamente, ¿ellos con las voces, ó instrumentos, y ella con el corazón, diesen eternas alabanzas, y glorias á Dios, ensalzando su divina clemencia, bendiciéndola, y alabándola».

«Asi pasaba toda la noche en vigilias, y oraciones, y lo restante del día en oír todas las misas, que se celebraban, con mucha devoción, y contemplación divina de sus soberanos misterios. Acabadas las misas, se iba á visitar los enfermos de los más vecinos hospitales, consolando á todos con su angelical vista, y socorriendo sus miserias, y aliviándolas con su larga, y liberal mano: lo mismo hacía con los enfermos pobres de casas particulares, que por cercanas podía visitar; y las que por muy lejos no le daba el tiempo lugar de visitarlas, las socorría con liberales limosnas, haciendo lo mismo con los hospitales, que visitar no podía, tanto de dentro, cómodo fuera de la ciudad; de suerte, que pobre ninguno, enfermo, ó sano, por muchas leguas que estuviese distante de Matildis, dejaba de ser socorrido en todas sus necesidades de sus liberales, y santas manos, como también consolado en sus aflicciones de sus discretas, y santísimas palabras. Y con la habitación suya tan estrecha, como hemos dicho, tenía otra muy dilatada, y espaciosa, para hospedar peregrinos, y pobres, á donde continuamente concurrían muchos, y á todos se les ministraba abundantemente, cuanto menester habían, no solo para la mansión, que allí hacían, más aún para la prosecución, y fin de sus viajes, y caminos. Alumbraba Dios su entendimiento con espíritu profético, y viendo con él las necesidades de los peregrinos, y caminantes, que por no serles camino, no llegaban á su celdilla, les enviaba con presteza, y liberalidad extraña el socorro, de que necesitaban, quedando todos admirados de verse socorridos, y aliviados, por quien, menos que por revelación divina, no solo no podía tener noticia de su necesidad para socorrerla, mas ni aún de su camino, y persona: por lo que daban á Dios infinitas gracias, y alababan la liberalidad, virtud, y santidad de su fiel sierva Matildis».

«¿Bien juzgará, quien viere así á Matildis ejercitarse en obras tan pías, humildes y devotas, que fallaba por eso un punto á su regia autoridad? ¿A su imperial decoro? ¿A hacerse de todos respetar debidamente? Bien puede pensarlo cualquiera; pero padecerá engaño manifiesto: porque de tal suerte su gran prudencia unía la humildad con el regio decoro, que quien más la admiraba humilde, devota, y encerrada en tan desechada y pobre celdilla, siempre en oración, asistida siempre de pobres, peregrinos y enfermos, más la veneraba princesa grande, reina excelsa y emperatriz soberana”: siendo lo que más admiración causaba á todos ver, que cuando como reina estaba de la majestad en el solio, á vista de todo el pueblo, entonces era el alivio de los fatigados, el consuelo de los afligidos, la alegría de los tristes y de los necesitados el socorro. A sus domésticos criados y criadas hizo enseñar variedad de artes, en que ejercitarse, y letras, en que aprovechasen así, y á otros, enseñándolos, guiando á cada uno por su particular ingenio, para que de esa suerte, siguiendo su voluntad, saliese eminente en la arte, facultad, ó ciencia que aprendía: lo que consiguió con facilidad grande: porque sus criados todos eran excelentes y diestros en cualquiera arte y ciencia, y sus criadas en cualquiera ejercicio doméstico y labor femenil».

«Al fin, llena de días, de honores llena, colmada de buenas obras, mortificaciones, ayunos, penitencias, oraciones, profecías, limosnas y virtudes infinitas, habiendo repartido sus reales riquezas á los siervos de Dios retirados del mundo, á sus queridas las religiosas, y á sus amados los pobres de Jesucristo, á 14 de marzo del año de 973, entregó el alma purísima en manos de su Criador. Y si mereció por sus virtudes tantas la corona de la gloria en el cielo, también ha querido la Iglesia, que conste al mundo todo; pues para eso la ha colocado y puesto en el número de los santos en el dicho día (de su glorioso nacimiento al imperio) 14 de marzo, con esto señalado, si debido, elogio: Halberstarth (así se llama la ciudad) en la Germania, el descanso y tránsito glorioso de santa Matildis, reina, madre de Otón I, emperador, célebre, é insigne en humildad y paciencia.»

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc


Santa Matildis y la devoción de las tres Avemarías

Como Santa Matilde suplicase a la Santísima Virgen que la asistiera en la hora de la muerte, oyó que la benignísima Señora le decía: “Sí que lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres Avemarías:

La primera, pidiendo que así como Dios Padre me encumbró a un trono de gloria sin igual, haciéndome la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también yo te asista en la tierra para fortificarte y apartar de ti toda potestad enemiga.

Por la segunda Avemaría me pedirás que así como el Hijo de Dios me llenó de sabiduría, en tal extremo que tengo más conocimiento de la Santísima Trinidad que todos los Santos, así te asista yo en el trance de la muerte para llenar tu alma de las luces de la fe y de la verdadera sabiduría, para que no la oscurezcan las tinieblas del error e ignorancia.

Por la tercera, pedirás que así como el Espíritu Santo me ha llenado de las dulzuras de su amor, y me ha hecho tan amable que después de Dios soy la más dulce y misericordiosa, así yo te asista en la muerte llenando tu alma de tal suavidad de amor divino, que toda pena y amargura de muerte se cambie para ti en delicias”.

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