San Leandro, Arzobispo de Sevilla, y Confesor

San Leandro

San Leandro, arzobispo de Sevilla, fué hijo de Severino, hombre principal, y de gran linaje en Cartagena. Tuvo por hermanos á Fulgencio, obispo de Ecija, á Isidoro, que le sucedió en la iglesia de Sevilla, y á Florentina, abadesa, madre y maestra de muchas monjas vírgenes dedicadas al Señor. Todos los hermanos fueron santos, y por tales los celebra la Iglesia católica; y san Leandro, que era el mayor de todos, santísimo. Desde niño se dio á la virtud, y letras, y fue varón en su tiempo tenido por de grande elocuencia, y de tan buenas razones, y tan eficaces, que fácilmente persuadía, lo que quería. Dió libelo de repudio al mundo, y á sus gustos, y vanidades, tomando el hábito de san Benito en un monasterio de Sevilla, donde resplandeció tanto con su santa vida, y doctrina, que siendo muerto el arzobispo de aquella ciudad, por común consentimiento de los eclesiásticos y seglares, fué puesto en aquella dignidad: en la cual hizo oficio de santísimo, y vigilantísimo pastor, con grande entereza, y maravillosa prudencia, y solícito cuidado. Reinaba en aquella sazón en España Leovigildo, rey godo, y hereje arriano, y enemigo de los católicos, los cuales á esta sazón eran maltratados y afligidos, y los arríanos favorecidos; y muchos por sus propios intereses, y otros por su ceguedad, y engaño, andaban descarriados, é inficionados de la herejía: y el santo prelado Leandro, aunque acudía á todas las partes necesarias; pero particularmente se desvelaba, y ponía más cuidado en confirmar á los católicos en la fé verdadera, y resistir á los herejes, y alumbrarlos, y reducirlos á nuestra santa religión; y así con su grande espíritu, letras, y buena industria, favorecido del Señor, sacó de las tinieblas, y errores á muchos arríanos, y de esclavos de Satanás, los hizo hijos de la Iglesia católica.

San Leandro

Hubo entre el rey Leovigíldo, y el príncipe de España Hermenegildo, su hijo, muchos, y muy grandes disgustos y contiendas, por causa de la religión; porque el príncipe, por inspiración de Dios, y por consejo, y persuasión de san Leandro, había dejado la secta arriana, y declarándose por fiel católico, con determinación de morir por ello, si fuese menester: lo cual llevaba mal el rey su padre. Vino el negocio á tanto rompimiento, que el reino se dividió en dos bandos, de católicos, y herejes: los católicos seguían al príncipe, como á su caudillo, y cabeza; y los herejes á Leovigildo, como á su rey y señor. Los católicos, aunque eran muchos y tenían mejor causa, eran menos poderosos, y no podían contrastar con la potencia del tirano rey. Para buscar fuera del reino las fuerzas que no tenían en él, enviaron á san Leandro á Constantinopla á suplicar al emperador Tiberio, que era católico, que favoreciese la causa de los católicos, y les enviase á España algún buen número de soldados para resistir á los herejes arríanos, y defender la causa del Señor. Hizo esta jornada san Leandro tan larga, y tan trabajosa, por no faltar un punto á negocio tan importante, y tan deseado, y pedido del príncipe Hermenegildo, y de todos los fieles de España. Llegó á Constantinopla, tuvo allí amistad con san Gregorio, que después fué papa, y á la sazón era diácono cardenal, y legado de Pelagio II, su predecesor, de quien había sido enviado al emperador Tiberio por algunos negocios universales de la santa Iglesia. Y como san Gregorio, y san Leandro en la vida, y en la doctrina, y en sus intentos eran tan parecidos, y tan santos, trabaron una estrecha y hermanable amistad entre sí, que les duró toda la vida, como adelante se dirá. No pudo el emperador Tiberio enviar á España en favor de los católicos todas las fuerzas, que eran menester, aunque se entiende, que envió algunas; y así para esto fué de poco efecto la ida de san Leandro á Constantinopla, en donde se halló en un concilio de obispos, que se celebraba en aquella ciudad.

Escultura de San Leandro

Volvió á España el santo prelado; y la guerra entre el rey Leovigildo y el príncipe Hermenegildo su hijo se encendió más, y llegó á tal extremo, que desamparado el príncipe de los suyos, y vencido de los soldados romanos, vino a manos de su padre, que le encarceló, y cargó de duras prisiones, y finalmente le hizo matar, por no haber querido el día de pascua comulgar de mano de un obispo arriano, que su padre le había enviado á la cárcel. De esta manera el glorioso príncipe fue coronado de martirio por nuestra santa fé católica, como lo decimos en su vida á los 13 de abril. Quedó el cruel padre muy contento con la muerte de su hijo. por parecerle, que se había vengado de él, y asegurado su reino, y su falsa religión, quitando á los católicos tan principal capitán, y cabeza, y habiéndolos amedrentado con tan riguroso castigo de su propio hijo. Pero como el mal siempre crece, y un pecado trae a otro, no se contentó el rey, con lo que había hecho; antes comenzó á perseguir con mayor furia, y braveza a la Iglesia católica, y maltratar, y desterrar de España á los obispos, y prelados santos, que la defendían, y entre ellos principalmente á san Leandro, y san Fulgencio, su hermano, como personas tan eminentes, y que habían favorecido al príncipe su hijo.

Apoderóse el avariento rey de las rentas de las iglesias, sin alguna resistencia: derogó los privilegios de los eclesiásticos: dio la muerte á muchos hombres principales, de cuyos bienes enriqueció el patrimonio real. Siendo, pues, desterrado de España el santo pontífice Leandro, no por eso dejó las armas, ni de pelear contra los arríanos, como soldado valeroso del Señor. Escribió dos libros contra sus errores, é hízolos publicar por España; y otro, en que responde á sus objeciones. Escribió también un tratado á santa Florentina su hermana, en el cual alaba en gran manera la virginidad, y él enseña la forma, que había de tener, en gobernar á sus monjas. No se olvidó nuestro Señor en este tiempo de su Iglesia; antes por los merecimientos, y por la sangre de su glorioso mártir san Hermenegildo, que había antes querido perder el reino, y la vida, que no su fé, cuando la tempestad estaba en su punto, y más brava y furiosa, y parecía, que había de durar, mandó cesar los vientos, y sosegarse el mar, y serenarse el cielo, y convertirse en bonanza, y tranquilidad aquella horrible, y espantosa tormenta. Comenzó el rey Leovigiído á reconocer su pecado, y la crueldad, con que le había quitado la vida á su hijo primogénito, y heredero de su reino: para lo cual (entre otras cosas) le ayudaron algunos milagros, que nuestro Señor obró en aquel mismo tiempo, así cerca del cuerpo del santo mártir, como en otras cosas, en testimonio de la verdad de la fé católica. Ayudóle también una enfermedad, que le dio, de la cual falleció en Toledo, el año 586. Y hay autores, que afirman, que al fin de la vida, estando en la cama enfermo, sin esperanza de salud, abjuró la impiedad arriana, y volvió su ánimo á la verdad católica; y que en particular con Recaredo su hijo, y sucesor, trató cosas en su favor, encargándole, que tuviese en lugar de padres á Leandro, y Fulgencio: á los cuales mandó en su testamento alzar el destierro. Y aun san Gregorio Magno refiere, que antes que muriese, encargó mucho a san Leandro (que debió de venir á esta sazón), que tuviese gran cuidado de Recaredo su hijo, para que fuese semejante á Hermenegildo su hermano. Pero añade san Gregorio, que el rey, por acomodarse al tiempo, y por miedo de sus vasallos, no abrazó la verdad católica con las obras, como lo conocía con el corazón; y así murió sin esperanza de salud.

Con esta amonestación, que el rey su padre hizo al rey Recaredo, él, alentado con el espirita del cielo, que el Señor le enviaba por intercesión de su hermano Hermenegildo, se entregó á san Leandro; de manera, que en las cosas públicas, y particulares, se gobernaba por su parecer, y especialmente en las que tocaban á la salud de su alma, y á la verdad de nuestra santa fé: la cual, imitando más á la piedad de su hermano, que á la perfidia de su padre, abrazó con tanta sinceridad, y afecto, que no solamente él se hizo católico, sino que procuró, que lo fuese todo su reino, y que la nación de los godos, que hasta allí había estado inficionada con su pestilencia de la herejía arriana, toda se convirtiese, viese, y siguiese la luz de la religión católica. Por esto, por consejo de san Leandro, hizo juntar un concilio nacional, que fué el tercero Toledano, en el cual se halló san Leandro, y aun presidió en él; como dice san Isidoro su hermano, como legado de la sede apostólica. El concilio se celebró con gran paz, y conformidad, y el rey se mostró piadosísimo, y celosísimo de la fé católica: la cual abrazaron universalmente todos los obispos, grandes del reino, y señores godos; y san Leandro hizo una grave, docta, y elegante oración, alabando á nuestro Señor, por las mercedes, que había hecho aquel día á toda aquella nación, al reino de España, y á toda su Iglesia católica, en haber traído á su gremio, y puerto de salud, á tantos hijos perdidos, y sumidos en el abismo de sus errores; y declarando las causas, que había de alegría, y júbilo de su corazón, y juntamente, que siempre la santa Iglesia creció con trabajos, y persecuciones; y que después de la tempestad se sigue la bonanza, y tras la noche viene el día: y fué tanto, lo que san Leandro trabajó en este negocio tan importante, y de tanta gloria de, Dios, que mereció por esta conversión ser llamado apóstol de los godos, y san Gregorio papa le escribe una carta, dándole el parabién de tan dichoso, y feliz suceso, en la cual declara el gozo incomparable, que había recibido, porque el rey Recaredo se hubiese tan de veras convertido á nuestra santa religión; y le encarga, que le amoneste, y exhorte á mostrar con la santa vida la santa fé, que había recibido, y profesaba, porque, como dijimos arriba, entre estos dos santísimos varones, Gregorio y Leandro, puso nuestro Señor un amor muy entrañable, y una amistad digna de tan altos, é insignes varones; la cual comenzó en Constantinopla, en donde la primera vez se conocieron; y se trabó entre ellos de manera, que á petición de san Leandro, san Gregorio escribió los libros admirables de los Morales sobre Job, y los dedicó, y envió al mismo sagrada Escritura san Leandro. Y también le envió un libro que llamó Pastoral, y en el principio de su pontificado había escrito a Juan, obispo de Ravena: y se escribían entre sí muchas veces amigablemente, y de las mismas epístolas, que le escribe san Gregorio, se saca bien la estima, que tenia de la santidad, y persona de san Leandro; porque en una de ellas le dice estas palabras: «Recibí la epístola de vuestra santidad, escrita con la pluma de la caridad. Del corazón tomó la lengua, lo que escribió con la pluma. Estaban presentes, cuando se leyó vuestra carta, algunos varones buenos, y sabios, y comenzaron luego á enternecerse, y compungirse en solo oírla leer, y cada uno con amor, y afección os ponía en su corazón; porque le parecía no oír, sino ver, la dulzura del vuestro. Todos se encendían, y cada uno se maravillaba; y en el fuego de los oyentes se mostraba bien las llamas, que ardían en el pecho, del que hablaba; porque ninguno puede inflamar á otro, si él no arde primero en sí. Y de aquí sacamos, cuan grande haya sido vuestra caridad; pues pudo emprender tan gran fuego en los otros. No conocían vuestra vida, de la cual yo siempre me acuerdo con gran veneración; más la alteza de vuestro corazón muy bien se echaba de ver en la humildad de vuestras palabras». Todas estas son palabras de san Gregorio: quien después se encomienda á las oraciones de san Leandro, y le dice: «Yo me hallo medio ahogado entre las ondas, y busco vuestra intercesión, como tabla, para escaparme; para que, ya que no merecí, como rico, llegar con la nave entera á salvamento, á lo menos después de haber recibido el daño, vuelva á la ribera asido á tabla». Padecía san Leandro dolores de gota, y para consolarle, le dice san Gregorio: «Escríbame vuestra santidad, si la gota lo aflige; y yo tengo tan continuos dolores de ella, que estoy muy debilitado, y casi consumido; pero fácilmente nos consolaremos, si entre los azotes de Dios nos acordáremos de nuestros pecados; y entendiéremos, que no son azotes, sino dones del Señor, para que paguemos los deleites de la carne con los dolores de la carne». Todo esto es de san Gregorio, escribiendo á san Leandro: al cual envió el palio; y aun comúnmente se dice (y debe ser así), que le envió una imagen de nuestra Señora, y que es, la que en Guadalupe es tenida en tanta reverencia, y frecuentada del concurso de tantas gentes, que vienen en romería á aquella santa casa, para hacer gracias al Señor por las continuas mercedes, que por intercesión de su benditísima Madre reciben. Habiendo, pues, san Leandro dado tan bienaventurado fin á un negocio de tanta entidad, como fué la conversión á nuestra santa fe de los godos, y orden, y concierto para la reformación de las Iglesias; se fué á la suya de Sevilla, para atender al gobierno de ella, y aparejarse á morir, y dar cuenta del rebaño, que el Señor le había encomendado. Estando en ella, y haciendo oficio de santo prelado, afligiendo su cuerpo con ayunos, y penitencias, regalando su espíritu con la oración, y estudio de la remediando los pobres, encaminando á los ricos, y exhortando á todos á la virtud, siendo ya de ochenta años, o más, y queriéndole nuestro Señor dar el premio de sus grandes, y fructuosos trabajos, le vino una enfermedad, de la cual murió á los 13 de marzo, por los años del Señor de 603. Fué sepultado su cuerpo en la iglesia de las santas vírgenes Justa, y Rufina. El Martirologio romano le hace mención de san Leandro á 27 de febrero, y escriben de él los martirologios de Beda, Usuardo, Adon, y el cardenal Baronio en sus anotaciones, y en el séptimo tomo, y octavo de sus anales, y Tritemio le cuenta entre los varones ilustres de la orden de san Benito.

Escultura de San Leandro
 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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