SANTA BRÍGIDA, VIUDA

Santa Brígida

Fué Santa Brígida del reino de Suecia, de padres ilustrísimos, y que descendían de la sangre real, y juntamente eran muy devotos y piadosos, como lo habían sido sus progenitores. Su padre se llamó Brigero: el cual fué tan devoto, que vino en peregrinación á Santiago de Galicia y cada viernes se solía confesar, y decía, que quería aquel día componer su alma de tal manera con Dios, que pudiese llevar con paciencia y alegría los trabajos, que los otros días de la semana él lo diese. La madre, que se llamaba Sigridis, fué señora no menos religiosa, y edificó muchas iglesias, y las dotó de rentas copiosas y de ricos ornamentos. Estando esta señora gestante de santa Brígida, y navegando, tuvo una recia tempestad, en la cual muchos de los que iban en el navío, se ahogaron: y estando Sigridis en gran peligro, fué socorrida de Enrique, hermano del rey de Suecia, y escapó casi milagrosamente. La noche siguiente le apareció una persona venerable, de ropa rica vestida, y le dijo: Por una niña que tienes en tus entrañas, te ha Dios guardado y dado la vida: críala como don de Dios, por su amor. Nació la niña, y llamáronla Brígida: y cuando nació, un sacerdote anciano y siervo de Dios, que después fué obispo, vio de noche una claridad muy grande, y una virgen sentada sobre una nube, con un libro en la mano, y oyó una voz, que dijo: Una hija ha nacido á Biigero, cuya voz admirable resonará por lodo el mundo.

Los tres primeros años estuvo la niña sin hablar, como si fuera muda, y al fin de ellos comenzó á hablar tan distinta y perfectamente, que no parecía niña de tres años, sino mujer de mayor edad. Murió poco después su buena madre muy cristianamente y contenta, por entender que Dios la llevaba al cielo, y que dejaba tal prenda en la tierra, como lo era Brígida, la cual dió su padre á criar á una tía suya, matrona grave y honestísima.

Siendo de siete años, y estando velando una noche, vio en frente de su cama un altar, y sobre él á nuestra Señora, vestida de gloria y resplandor, con una corona preciosa en la mano, que la llevaba, y ella se levantó, y corrió al altar; y nuestra Señora le elijo: Brígida, ¿quieres esta corona? Y respondió la niña, que sí. La Virgen le puso la corona en ¡a cabeza: y con esto desapareció aquella visión; aunque siempre se le quedó la memoria de ella. Cuando llegó á edad de diez años, comenzó á descubrir más el tesoro que tenía en su alma, y á echar de sí más claros rayos de virtud y santidad: porque á más de ser honestísima, era modesta, humilde, obediente, alegre, y vergonzosa, y de maravillosa blandura y caridad: y habiendo oído un sermón de, la pasión del Señor le apareció en sueños la noche siguiente, como si lo acabaran de crucificar, doloroso y sangriento, y le dijo: Mira como estoy llagado. Y creyendo la bendita niña que aquellas llagas eran frescas, con mucha ternura y sentimiento dijo al Salvador: ¡Ay Señor! ¿Y quién os ha tratado así? Y él respondió: Los que me desprecian y no hacen caso de mi caridad. Con esta visión quedó Brígida tan lastimada y compungida, que de allí adelanto no podía pensar, ni acordarse de la pasión del Señor, sin derramar muchas y tiernas lágrimas de sentimiento.

Ocupábase en hacer labor de oro y seda; pero de manera, que su corazón estaba atento, no tanto en lo que hacía con sus manos, como á su dulcísimo esposo Jesucristo, en quien tenía puesto todo su amor: y algunas veces fué vista una doncella de maravillosa hermosura que estaba con ella y la ayudaba en su labor sin saberse quién era. Levantábase de su cama de noche, cuando los otros dormían á hacer oración delante de un crucifijo: y una vez vio al demonio en figura disforme y espantosa, con cien manos y cien pies: y ella huyendo de aquella horrible bestia, se fué corriendo al crucifijo, y el maligno espíritu le tornó á aparecer, y le dijo: No tengo poder para dañarte sino me lo permite el Crucificado; y con esto desapareció.

Siendo ya Santa Brígida de edad para casarse, su padre le dio por marido á un caballero muy principal, mozo, noble, rico y prudente, que se llamaba Ulfo, vera príncipe de Nericia. Y aunque la santa doncella deseara permanecer en su virginidad, todavía obedeció á su padre; pero antes de consumar el matrimonio, ella y su marido vivieron un año castamente, suplicando á nuestro Señor que los guardase en su santo temor, y que de aquel matrimonio les diese hijos que le sirviesen: y así los oyó el Señor, y vivieron santamente, y con gran paz y concordia en el estado conyugal. Tenía Brígida criadas cuerdas, honestas y de loables costumbres: ocupábalas en hacer labor; y ella iba adelante con su ejemplo. Confesábase á menudo con un padre espiritual, docto y prudente, y obedecíalo con gran cuidado y reverencia en las cosas de su alma: y cuando se confesaba, lloraba sus culpas por livianas que fuesen, más que otros las muy graves. Tenía en su casa un oratorio (como la santa Judith), donde se recogía como á puerto sagrado de las ondas y ocupaciones domésticas y seglares: y cuando su marido estaba ausente, pasaba casi todas las noches en oración, arrodillándose muchas veces en el suelo, disciplinándose y afligiendo su cuerpo para sujetarle á la razón. Era muy templada en el comer y beber, y como era señora tan rica y tan piadosa, repartía largas limosnas á los pobres, y tenía una casa apartada para recibirlos y darles de comer y vestir, y ella misma los serbia y lavaba los pies. Oía de buena gana las palabras de los siervos de Dios, y leía con devoción y afecto las vidas de los santos, y finalmente, toda su vida era un dechado y un perfecto retrato de toda virtud: la cual procuraba plantar en los corazones de sus hijos, y criarlos para Dios, y tenía gran sentimiento cuando alguno de ellos fallaba a su obligación. Y porque uno de ellos una vez no ayunó la vigilia de San Juan Bautista, se afligió sobre manera, y San Juan le apareció y le dijo, que por haber llorado tanto el no haber ayunado su hijo el día de su vigilia, él la ayudaría y la defendería con sus armas espirituales.

Una vez tuvo un recio parto, y viéndose en peligro se encomendó á Nuestra Señora; la cual aquella noche apareció en el aposento donde estaba Santa Brígida, vestida de blanco, y la tocó su cuerpo y desapareció; y luego dio a luz sin dificultad alguna. Como ella y su marido eran tan conformes y tan unidos entre sí y en el amor de Dios, y tan dados á la devoción, concertáronse de venir en romería á Santiago de Galicia, y al tiempo que volvían á su casa, cayó malo su marido de una grave enfermedad en la ciudad de Arrás, que es en los estados de Flandes. La santa encomendó al Señor la salud de su marido, y aparecióle san Dionisio Areopagita, y díjole quien era, y que porque tenía particular devoción con él, Dios le había enviado para consolarla y decirle que quería manifestarle al mundo; y que él sería su guarda y que su marido no moriría: y así convaleció y tornaron á su casa, y los dos se encendieron tanto en amor de Dios y de la castidad, que determinaron apartarse y entrar en religión, como lo hizo su marido en un monasterio donde vivió algunos años y murió en santa vejez; y Brígida entró en otro monasterio de monjas, repartiendo primero su hacienda, parte á sus hijos, parte á los pobres. Y como el mundo loco lisonjea á los ricos y menosprecia á los pobres, y tiene por desatino el despojarse, la persona de sus bienes y vivir en pobreza; los que antes la honraban y reverenciaban, comenzaron á escarnecerla y á no hacer caso de ella: pero Brígida estaba tan fija en el amor de Dios, y tan puesta con el corazón en aquel Señor, que siendo rico y Rey de gloria, se había hecho pobre por ella, que los juicios vanos y palabras descompuestas de ¡os hombres no la turbaban ni movían: y Dios la regalaba y favorecía, y la ilustraba con grandes y maravillosas revelaciones, de manera, que parecía que el mismo Señor la guiaba con su impulso y espíritu en todas las cosas que hacía, y crecía siempre en fervor. Entre los otros dones grandes que tenia de nuestro Señor, fué uno, que en diciendo alguna palabra menos ajustada con la voluntad de Dios, luego sentía en su boca una grande amargura, como de piedra azufre; y en las narices, cuando alguno hablando con ella, decía palabra viciosa ó engañosa. Maceraba su cuerpo con cilicios, con dormir en una camilla dura, y hacer tanta oración de noche y de día, que era maravilla que una mujer flaca y delicada pudiese sufrir tan grandes trabajos. Solía los viernes echarse sobre sus brazos algunas gotas de cera ardiendo, y llevar en la boca una yerba muy amarga, para sentir más la pasión del Salvador. Sin el cilicio traía ceñida una soga á su cuerpo y otras dos á los muslos, en memoria de la Santísima Trinidad.

Todos los domingos y fiestas principales recibía el Santísimo Sacramento del altar. Dormía en invierno acostada en una pobre camilla, con muy poca ropa encima en tiempo de grandísimos hielos, como los hace en el reino de Suecia, por estar tan debajo del Norte: y preguntada como podía vivir con tan poco abrigo en tan intenso filo, respondía: que era tan grande el calor interior, que por la divina gracia sentía en su alma, que el frío exterior no le empecía. Y no solamente hacia este efecto en Santa Brígida el fuego de! divino amor; pero de tal manera la encendía y abrasaba, que le hacía escribir muchas cartas á los religiosos, prelados de las Iglesias, y á los príncipes, reyes, emperadores y sumos pontífices, según que Dios se lo mandaba, ahora avisándoles que se guardasen de la ira de Dios que los amenazaba, ahora reprendiéndoles con mucha humildad y modestia, ahora exhortándolos á la enmienda de la vida y á la reformación de la república, y al papa Gregorio XI estando en Aviñón le escribió la santa de parte de Dios, que se volviese con su corte á Roma, y así lo hizo el papa.

Viviendo en su monasterio, le mandó Dios que fuese en peregrinación á Roma, donde las calles estaban bañadas de sangre de mártires, y por medio de las indulgencias, como por un antojo, se podía llegar más fácilmente al cielo: y ella obedeció, dejando su patria y su casa, amigos y conocidos, y se puso en camino, y llegó á aquella santa ciudad, y en ella estuvo visitando las estaciones y santuarios de ella con increíble devoción y alegría de su purísima alma; y algunas veces fué vista cuando los visitaba, andar como por el aire levantada sobre los otros, y echar de su rostro unos rayos tan claros y resplandecientes como el sol. De Roma pasó al reino de Nápoles y Sicilia, y tornó Roma, y de allí navegó á Jerusalén; porque así le fué mandado del cielo: y aunque al principio le parecía que ya era vieja, flaca y enferma para tanto trabajo; el Señor la confortó, y le prometió de serle guía, y de llevarla y volverla diciéndole: que era el Autor de la naturaleza, y el que le daba la carga y fuerzas para llevarla.

Cuando estuvo en Jerusalén visitando aquellos lugares, consagrados con la vida y muerte del Señor, fué de él maravillosamente ilustrada, y regalada con revelaciones divinas y muy particulares, del nacimiento, pasión y misterios de Jesucristo nuestro Redentor, y de las mudanzas, estados y calamidades de los reinos. Entre estas revelaciones, que fueron muchas y muy señaladas, tuvo una en el reino de Chipre, del azote que Dios nuestro Señor había de dar á los griegos por estar apartados de la Iglesia romana, y que su imperio no tendría paz ni tranquilidad, sino que siempre estarían sujetos á sus enemigos, y padecerían gravísimas y continuas miserias hasta que con verdadera humildad y caridad la reconociesen por madre y maestra y se sujetasen á ella. Volvió á Roma, como Dios se lo había prometido, y dióle una enfermedad que le duró un año, llevándola con gran paciencia y alegría. Revelóle el Señor que se llegaba el tiempo deseado de su partida de esta vida, y aparecióle, y hablóle, y díjole lo que quería que hiciese, y la santa lo cumplió todo: y habiendo oído misa y recibido los sacramentos, dio su espíritu al Señor, que para tanta gloria suya la había criado. Fué su muerte á los 23 de julio del año del Señor de 1303, y hubo revelaciones de su gloria, y Dios hizo algunos milagros por esta santa en vida, y muchos más después de su muerte: porque, como refiere san Antonino, á más de haber dado vista á los ciegos, oído á los sordos, habla á los mudos y salud á otros muchos enfermos; en diversos lugares resucitaron diez muertos por su intercesión: por los cuales milagros y por su santísima vida Bonifacio IX, papa, la canonizó y puso en el número de los santos.Su cuerpo en el año siguiente después de su muerte, fué trasladado al reino de Suecia, y colocado en el monasterio vastanense de San Salvador donde ella había sido monja, obrando nuestro Señor por el camino muchos milagros; y en Roma hoy en día dicen, que se guarda una ropilla de Santa Brígida, la cual tiene gran virtud, especialmente para librar á las mujeres de parto, que están en peligro de la vida. Instituyó Santa Brígida una nueva orden de frailes y monjas, debajo de la regla de san Agustín, que hasta hoy día se llama la orden de Santa Brígida, y floreció mucho en Sueca, Alemania, Inglaterra, y en otras provincias septentrionales; y hoy día en algunas ciudades de Italia hay conventos de ella, en que se vive con mucha religión y observancia.

También escribió un libro de sus revelaciones, el cual ha sido muy examinado y cernido, por haberle querido tachar y reprender algunos teólogos, que midiendo las cosas divinas con prudencia humana, no acababan de entender, que Dios reparte sus gracias á quien él es servido, no conforme á la condición ni ciencia de los hombres, sino conforme á la humildad y disposición que halla en los corazones. Pero este libro fué aprobado por el doctísimo y sapientísimo cardenal Fr. Juan de Torrequemada, fraile de Santo Domingo, al cual el concilio de Basilea cometió el examen de él, y después aprobó la censura que el cardenal había dado.

La vida de Santa Brígida, viuda, escribió un autor grave, sacándola de la bula de su canonización, y la pone Surio en su cuarto tomo, y san Antonino en su tercera parle, tít. 24, cap. 11, y el Martirologio romano, y el cardenal Baroronio hace mención de ella á los 23 de julio.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

Las Quince Oraciones Reveladas por Nuestro Señor a Santa Brígida de Suecia en la Iglesia de San Pablo, en Roma

Oraciones aprobadas por El Papa Pio IX
Editadas bajo sanción del decreto del 15 de noviembre de 1966, publicado en la Acta Apostolicae Sedis, tomo 58, número 16, del 29 diciembre de 1966.

Dondequiera que se rezaren estas Oraciones, o si se rezan en algún tiempo futuro, allí estará Dios presente con Su gracia.

Primera Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.

¡Oh Jesucristo! ¡Sois la eterna dulzura de todos los que os aman; la alegría que sobrepasa toda gozo y deseo; la salvación y esperanza de todos los pecadores! Habéis manifestado no tener mayor deseo que el de permanecer en medio de los hombres, en la tierra. Los amáis hasta el punto de asumir la naturaleza humana, en la plenitud de los tiempos, por amor a ellos. Acordaos de todos los sufrimientos que habéis soportado desde el instante de Vuestra Sagrada Pasión; así como fue decretado y ordenado desde toda la eternidad, según el plan divino.

Acordaos, oh Señor, que durante la última cena con Vuestros discípulos les habéis lavado los pies; y después, les distéis Vuestro Sacratísimo Cuerpo, y Vuestra Sangre Preciosísima. Luego, confortándolos con dulzura, les anunciasteis Vuestra próxima Pasión.

Acordaos de la tristeza y amargura que habéis experimentado en Vuestra alma, como Vos mismo lo afirmasteis, diciendo: “Mi alma está triste hasta la muerte.”

Acordaos de todos los temores, las angustias y los dolores que habéis soportado, en Vuestro Sagrado Cuerpo, antes del suplicio de la crucifixión. Después de haber orado tres veces, todo bañado de sudor sangriento, fuisteis traicionado por Vuestro discípulo, Judas; apresado por los habitantes de una nación que habíais escogido y enaltecido. Fuisteis acusado por falsos testigos e injustamente juzgado por tres jueces; todo lo cual sucedió en la flor de Vuestra madurez, y en la solemne estación pascual.

Acordaos que fuisteis despojado de Vuestra propia vestidura, y revestido con manto de irrisión. Os cubrieron los ojos y la cara infligiendo bofetadas. Después, coronándoos de espinas, pusieron en Vuestras manos una caña. Finalmente, fuisteis atado a la columna, desgarrado con azotes, y agobiado de oprobios y ultrajes.

En memoria de todas estas penas y dolores que habéis soportado antes de Vuestra Pasión en la Cruz, concededme antes de morir, una contrición verdadera, una confesión sincera y completa, adecuada satisfacción; y la remisión de todos mis pecados. Amén.

Segunda Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús; la verdadera libertad de los ángeles, y paraíso de delicias! Acordaos del horror y la tristeza que fuisteis oprimido, cuando Vuestros enemigos como leones furiosos, Os rodearon con miles de injurias: salivazos, bofetadas, laceraciones, arañazos y otros suplicios inauditos. Os atormentaron a su antojo. En consideración de estos tormentos y a las palabras injuriosas, Os suplico, ¡Oh mi Salvador, y Redentor! que me libres de todos mis enemigos visibles e invisibles y que, bajo Vuestra protección, hagáis que yo alcance la perfección de la salvación eterna. Amén.

Tercera Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Creador del Cielo y de la Tierra, al que nada puede contener ni limitar! Vos abarcáis todo; todo es sostenido bajo Vuestra amorosa potestad. Acordaos del dolor muy amargo que sufristeis cuando los judíos, con gruesos clavos cuadrados, golpe a golpe, clavaron Vuestras Sagradas Manos y Pies a la Cruz. Y no viéndoos en un estado suficientemente lamentable para satisfacer su furor, agrandaron Vuestras Llagas, y, agregando dolor sobre dolor. Con indescriptible crueldad, extendieron Vuestro Cuerpo en la Cruz. Y con jalones y estirones violentos, en toda dirección, dislocaron Vuestros Huesos.


Oh Jesús, en memoria de este santo dolor que habéis soportado con tanto amor en la Cruz, os suplico concederme la gracia de temeros y amaros. Amén.

Cuarta Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Médico Celestial, elevado en la Cruz para curar nuestras llagas con las Vuestras! Acordaos que las contusiones y los desfallecimientos que habéis sufrido en todos Vuestros Miembros; y que fueron distendidos a tal grado, que no ha habido dolor semejante al Vuestro. Desde la cima de la cabeza hasta la planta de los pies, ninguna parte de Vuestro Cuerpo estaba exenta de tormentos. Sin embargo, olvidando todos Vuestros sufrimientos, no dejasteis de pedir por Vuestros enemigos, a Vuestro Padre Celestial, diciéndole: “Padre, perdónalos no saben lo que hacen.”


Por esta inmensa misericordia, y en memoria de estos sufrimientos, Os hago esta súplica: conceded que el recuerdo de Vuestra muy amarga Pasión, nos alcance una perfecta contrición, y la remisión de todos nuestros pecados. Amén.

Quinta Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Espejo de Resplendor Eterno! Acordaos de la tristeza aguda que habéis sentido al contemplar con anticipación, las almas que habían de condenarse. A la luz de Vuestra Divinidad, habéis vislumbrado la predestinación de aquellos que se salvarían, mediante los méritos de Vuestra Sagrada Pasión. Simultáneamente habéis contemplado tristemente la inmensa multitud de réprobos que serían condenados por sus pecados; y Os habéis quejado amargamente de esos desesperados, perdidos y desgraciados pecadores.

Por este abismo de la compasión y piedad, y principalmente por la bondad que demostrasteis hacia el buen ladrón, diciéndole: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”, hago esta súplica, Dulce Jesús. Os pido que a la hora de mi muerte tengáis misericordia de mí. Amén.

Sexta Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Rey infinitamente amado y deseado! Acordaos del dolor que habéis sufrido, cuando, desnudo y como un criminal común y corriente, fuiste clavado y elevado en la Cruz. También, fuiste abandonado de todos Vuestros parientes y amigos con la excepción de Vuestra muy amada Madre. En Vuestra agonía, Ella permaneció fiel junto a Vos; luego, la encomendasteis a Vuestro fiel discípulo, Juan, diciendo a María: “¡Mujer, e aquí a tú hijo!” Y a Juan: “¡E aquí a tu Madre!”

Os suplico, oh mi Salvador, por la espada de dolor que entonces traspasó el alma de Vuestra Santísima Madre, que tengáis compasión de mi. Y en todas mis aflicciones y tribulaciones, tanto corporales como espirituales, ten piedad de mí. Asistidme en todas mis pruebas, y especialmente en la hora de mi muerte. Amén.

Séptima Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, inagotable Fuente de compasión, ten compasión de mí! En un profundo gesto de amor, habéis exclamado en la Cruz: “¡Tengo sed!” Era sed por la salvación del género humano. ¡Oh mi Salvador! Os ruego que inflaméis nuestros corazones con el deseo de dirigirnos hacia la perfección, en todas nuestras obras. Extinguid en nosotros la concupiscencia carnal y el ardor de los apetitos mundanos. Amén.

Octava Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Dulzura de los corazones y Deleite del espíritu! Por el vinagre y la hiel amarga que habéis probado en la Cruz, por amor a nosotros, oíd nuestros ruegos. Concedednos la gracia de recibir dignamente Vuestro Sacratísimo Cuerpo y Sangre Preciosísima durante nuestra vida, y también a la hora de la muerte para servir de remedio y consuelo a nuestras almas. Amén.

Novena Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Virtud Real y Gozo del alma! Acordaos del dolor que habéis sentido, sumergido en un océano de amargura, al acercarse la muerte. Insultado y ultrajado por los judíos, clamasteis en alta voz que habíais sido abandonado por Vuestro Padre Celestial, diciéndole: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Por esta angustia, os suplico, oh mi Salvador, que no me abandonéis en los terrores y dolores de mi muerte. Amén.

Décima Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Principio y Fin de todas las cosas, Sois la Vida y la Virtud plena! Acordaos que por causa nuestra fuisteis sumergido en un abismo de penas, sufriendo dolor desde la planta de los Pies hasta la cima de la Cabeza. En consideración a la enormidad de Vuestras Llagas, enseñadme a guardar, por puro amor a Vos, todos Vuestros Mandamientos; cuyo camino de Vuestra Ley Divina es amplio y agradable para aquellos que os aman. Amén.

Undécima Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús! ¡Abismo muy profundo de Misericordia! En memoria de la Llagas que penetraron hasta la médula de Vuestros Huesos y Entrañas, para atraerme hacia Vos, presento esta súplica. Yo, miserable pecador, profundamente sumergido en mis ofensas, pido que me apartéis del pecado. Ocultadme de Vuestro Rostro tan justamente irritado contra mí. Escondedme en los huecos de Vuestras Llagas hasta que Vuestra cólera y justísima indignación hayan cesado. Amén.

Duodécima Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, Espejo de la Verdad, Sello de la Unidad, y Vínculo de la Caridad! Acordaos de la multitud de Llagas con que fuisteis herido, desde la Cabeza hasta los Pies. Esas Llagas fueron laceradas y enrojecidas, O dulce Jesús, por la efusión de Vuestra adorable Sangre. ¡Oh, qué dolor tan grande y repleto habéis sufrido por amor a nosotros, en Vuestra carne virginal! ¡Dulcísimo Jesús! ¿Qué hubo de hacer por nosotros que no habéis hecho? Nada falta. ¡Todo lo habéis cumplido! ¡Oh amable y adorable Jesús! Por el fiel recuerdo de Vuestra Pasión, que el Fruto meritorio de Vuestros sufrimientos sea renovado en mi alma. Y que en mi corazón, Vuestro Amor aumente cada día hasta que llegue a contemplaros en la eternidad. ¡Oh Amabilísimo Jesús! Vos sois el Tesoro de toda alegría y dicha verdadera, que Os pido concederme en el Cielo. Amén.

Décima-Tercia Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, fuerte León, Rey inmortal e invencible! Acordaos del inmenso dolor que habéis sufrido cuando, agotadas todas Vuestras fuerzas, tanto morales como físicas, inclinasteis la cabeza y dijisteis: “Todo está consumado.”

Por esta angustia y dolor, os suplico, Señor Jesús, que tengáis piedad de mí en la hora de mi muerte cuando mi mente estará tremendamente perturbada y mi alma sumergida en angustia. Amén.

Décima-Cuarta Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, único Hijo del Padre Celestial, esplendor y semejanza de Su Esencia! Acordaos de la sencilla y humilde recomendación que hicisteis de Vuestra Alma, a Vuestro Padre Eterno, diciéndole: “¡Padre, en Tus Manos encomiendo Mi Espíritu!” Desgarrado Vuestro Cuerpo, destrozado Vuestro Corazón, y abiertas la Entrañas de Vuestra misericordia para redimirnos, habéis expirado. Por Vuestra Preciosa Muerte, os suplico, oh Rey de los santos, confortadme. Socorredme para resistir al demonio, la carne y al mundo. A fin de que, estando muerto al mundo, viva yo solamente para Vos. Y a la hora de mi muerte, recibid mi alma peregrina y desterrada que regresa a Vos. Amén.

Décima-Quinta Oración

Padre Nuestro – Ave Maria.
¡Oh Jesús, verdadera y fecunda Vid! Acordaos de la abundante efusión de Sangre que tan generosamente habéis derramado de Vuestro Sagrado Cuerpo. Vuestra preciosa Sangre fue derramada como el jugo de la uva bajo el lagar.

De Vuestro Costado perforado por un soldado, con la lanza, ha brotado Sangre y agua, hasta no quedar en Vuestro Cuerpo gota alguna. Finalmente, como un haz de mirra, elevado a lo alto de la Cruz, la muy fina y delicada Carne Vuestra fue destrozado; la Sustancia de Vuestro Cuerpo fue marchitada; y disecada la médula de Vuestros Huesos.

Por esta amarga Pasión, y por la efusión de Vuestra preciosa Sangre, Os suplico, O dulcísimo Jesús, que recibáis mi alma, cuando y esté sufriendo en la agonía de mi muerte. Amén.

Conclusión

¡Oh Dulce Jesús! Herid mi corazón a fin de que mis lágrimas de amor y penitencia me sirvan de pan, día y noche. Convertidme enteramente, O mi Señor, a Vos. Haced que mi corazón sea Vuestra Habitación perpetua. Y que mi conversación sea agradable. Que el fin de mi vida Os sea de tal suerte loable, que después de mi muerte pueda merecer Vuestro Paraíso; y alabaros para siempre en el Cielo con todos Vuestros santos. Amén.

*  *  *  *  *

Estas oraciones y estas promesas fueron copiadas de un libro impreso en Tolosa (Francia) en el año 1740. Fueron publicadas por el Padre Adrien Parvilliers, de la Compañía de Jesús. El Padre Adrien era jesuita, misionario apostólico, en la Tierra Santa. Este sacerdote obtuvo la aprobación, el permiso y la recomendación que se requerían para difundir estas oraciones.

Los padres de familia, maestros y maestras que enseñan estas oraciones a los pequeños, por lo menos durante un año, serán premiados de Dios. Esta promesa se aplica igualmente a los que se las facilitan a otros. Se les asegura el privilegio de ser preservados durante la vida, de todo accidente grave, que pudiera ocasionar la pérdida de alguno de sus cinco sentidos.

El papa Pio IX declaró conocimiento de estas oraciones con el acto de presentar el Prólogo. De esta manera, el Sumo Pontífice admitió la autenticidad de estas plegarias para el bien de las almas; y firmó la aprobación el día 31 de mayo de 1862.

Esta declaración del Santo Padre Pío IX fue confirmada con actos tangibles y concretos. Las promesas ya se han realizado a favor de todas las personas que han rezado estas oraciones. Además, se han producido numerosos hechos sobrenaturales. Por este medio, Dios se ha dignado dar a conocer la rigurosa veracidad de estas oraciones y promesas. Una colección de pequeños libros, incluyendo estas oraciones, fue aprobada por el Gran Congreso de Malines, el día 22 de agosto de 1863.

Pregunta — Para obtener los PRIVILEGIOS, ¿es necesario rezar las oraciones cada día, y sin interrupción?

Respuesta — No se debe faltar. Si faltase por alguna vez, se perderán los PRIVILEGIOS. Se debería de empezar de nuevo otra vez rezando las oraciones diariamente por el año entero. Suponiendo que durante el año completo se rezan 5480 oraciones. Se debe rezar con devoción, concentrando en las palabras que se pronuncian.

Los que visitan a la Iglesia de San Pablo en Roma todavía pueden contemplar el Crucifijo Milagroso, colocado arriba del Sagrario, se encuentra en la Capilla del Santísimo Sacramento. Este Crucifijo Milagroso fue esculpido por Pierre Cavallini. Es el mismo crucifijo ante cual estuvo arrodillada Santa Brígida cuando recibió estas 15 Oraciones del mismo Nuestro Señor. Además, en esa misma Iglesia de San Pablo hay una inscripción conmemorando este evento, en latín: “Pendentis, Pendente Dei verba accepit aure accipit et verbum corde Bigitta Deum. Anno Jubilei MCCCL.”

Por mucho tiempo, Santa Brígida deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: “Recibí en Mi Cuerpo cinco mil, cuatro cientos ochenta latigazos; son 5,480 azotes. Si queréis honrarlos en verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas.” (Nuestro Señor mismo le dictó las oraciones a la santa.)

Entonces, Nuestro Señor hizo las siguientes PROMESAS, a las personas que se dedicaran a rezar estas oraciones, por todo un año. He aquí las PROMESAS:

1. Libraré del Purgatorio a 15 almas de su parentela o linaje.

2. 15 almas de su parentela o linaje serán preservadas y confirmadas en la gracia.

3. 15 pecadores de su linaje serán convertidos.

4. El que rezare estas oraciones alcanzará el primer grado de la perfección.

5. 15 días antes de de su muerte, le daré el alimento de Mi Sagrado Cuerpo para que se escape del hambre eterna; y le daré de beber de Mi Preciosísima Sangre para que no padezca de sed eternamente.

6. 15 días antes de su muerte, sentirá contrición profunda por todos sus pecados, y tendrá conocimiento perfecto de todas sus culpas.

7. Yo pondré el signo de Mi victoriosa Cruz delante de él, para que sea su amparo y defensa contra las acechanzas de sus enemigos.

8. Antes de su muerte, vendré a él con Mi carísima y bienamada Madre.

9. Benignamente recibiré su alma, y le conduciré a las delicias eternas.

10. Y habiendo conducido a esta alma hasta las mansiones eternas, allí le daré a beber de Manantial de Mi Divinidad; cosa que no haré con los que no hayan recitado Mis oraciones.

11.  Haz saber que el que haya vivido en estado de pecado mortal aún por 30 años, si rezare devotamente estas oraciones, o si hubiere propuesto rezarlas, el Señor le perdonará todos sus pecados.

12. Yo le defenderé contra graves tentaciones.

13.  Preservaré y guardaré sus 5 sentidos.

14.  Le preservaré de una muerte repentina.

15.  Su alma será librada de la muerte eterna.

16.  Esta alma obtendrá todo cuanto le pidiere a Dios y a la Santísima Virgen.

17.  Si haya vivido haciendo su propia voluntad durante todo su vida y si debiera morir a día siguiente, Yo le prolongaré su existencia para que se confiese bien.

18.   Cada vez que un alma rezare estas Oraciones, ganará 100 días más de indulgencia.

19.  Se le asegura que será colocado junto al Supremo Coro de los Santos Ángeles.

20.    Al que enseñare estas Oraciones a otra persona, se le asegura gozo continuo y el mérito perdurable por toda la eternidad.

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