SANTA BÁRBARA, VIRGEN Y MÁRTIR

Martirologio Romano: Conmemoración de santa Bárbara, de la cual se dice que fue virgen y mártir en Nocomedia (s. III/IV).

En el tiempo que Maximino imperaba en Oriente, hubo en la ciudad de Nicomedia un caballero noble, rico y poderoso, llamado Dioscoro, pero hombre feroz y cruel, y muy dado al culto y adoración de sus falsos dioses. Tenía este caballero una sola hija llamada Bárbara, de extremada belleza y de muy contrarias costumbres á su padre: el cual, temiendo que algunos, que no le estuviesen bien, procurarían casarse con ella, por su grande hermosura y muchas riquezas, la encerró en una torre, donde había mucha comodidad de aposentos y regalos, para que, apartada de los ojos de los hombres, no fuese codiciada de ninguno. Holgóse mucho la doncella de este encerramiento por su rara honestidad, y porque era amiga de soledad y quietud, y allí estaba desviada de todo bullicio y tráfago, y se podía ocupar en la contemplación del cielo y de la tierra y de todo lo criado. Fue tanto lo que Dios obró en la santa virgen en aquella torre, que se determinó á guardar perpetuamente su pureza virginal, y tomarle á Él por esposo, dando de mano á todos los gustos y deleites de la carne. Andando el tiempo, quísola su padre casar, porque se le ofrecieron maridos ricos, nobles y principales, que la pedían por mujer; mas ella no lo quiso ser de ninguno, y respondió á su padre, que no era razón que se casase con hombre mortal, la que tenía ya inmortal esposo, y por los gustos del matrimonio perder los entretenimientos y dulzuras de su espíritu. Determinó su padre hacer ausencia de su casa, esperando que su hija poco á poco se ablandarla y condescendería á su voluntad. Mandó hacer un baño para su hija, y en él dos ventanas que le diesen luz; y partiere de su patria y estuvo muchos días fuera de ella. La santa doncella bajando un día á ver la obra del baño, mandó que se hiciesen en él tres ventanas en reverencia de la Santísima Trinidad, y no dos, como lo había ordenado su padre; y derramando lágrimas de sus ojos, que como perlas preciosas caían en la fuente, se llegó á un pilar de mármol que allí estaba: hizo con el dedo la señal de la cruz en él; y quedó tan señalada, é impresa en el mármol, como si fuera de cera; y después permaneció con grande admiración de los que la vieron, y todos los que entraban en aquel baño, estando enfermos, sanaban de sus dolencias.

Hecho esto, viendo la sagrada virgen los ídolos que allí tenía su padre, dando suspiros y lastimosos gemidos de lo más íntimo de su corazón, los escupió, y dijo: Semejantes sean á vosotros los que os adoran y tienen por dioses, y confían en vuestros favores y ayudas. Volvió de su jornada Dioscoro: halló tres ventanas, donde él había mandado que se hiciesen dos, y la señal de la cruz esculpida en aquel pilar de mármol: quiso saber de su misma hija la causa de aquella misma novedad; y ella sin turbarse punto, con gran libertad le declaró lo que pasaba; y de aquí tomó ocasión para predicar la fé de Cristo y el misterio de la Santísima Trinidad, y el de nuestra redención que el hijo de Dios obró, muriendo por nosotros en la cruz.

No se puede creer el furor, que oyendo esto cobró Dioscoro entendiendo que su hija Bárbara era cristiana, y que por esto no se había querido casar: y parte por el celo falso, que él tenía á sus dioses, y parte por temor de no perder sus grandes riquezas si viniese á oídos del emperador, soltó la rienda á su mala condición colérica, y cruel naturaleza; y olvidándose de que era padre y vistiéndose de persona de tirano, puso mano á una espada, para echársela por el cuerpo á su hija.

Mas la santa doncella se apartó de allí y se huyó de su presencia; porque Dios la guardaba para mayores victorias, y más glorioso triunfo. Pero yendo tras ella el padre ó (por mejor decir) el cruel verdugo, y andando ya en su alcance, una peña se abrió súbitamente por virtud de aquel Señor, á quien todas las criaturas obedecen, y por ella pasó y se guareció la santa virgen: aunque visto este milagro, no se ablandó su padre, porque era mas duro que la misma piedra; antes sabiendo que iba huyendo, por indicio de uno de dos pastores que la vieron, la siguió, y la alcanzó y como un león bravo la dio muchas coces y puñadas y golpes, y la arrastró por los cabellos por lugares fragosos y ásperos, y la encerró en una casilla, poniéndola guardas, y cerrando y sellando la puerta: y para mas vengarse de ella y mostrar el celo que tenía de la honra de sus dioses, dio orden, como fuese presa y llevada delante de Marciano, presidente, avisándole él mismo, que era cristiana, y pidiendo que se ejecutasen en ella las leyes puestas por los emperadores contra los cristianos. Fué tan extraña y bárbara su fiereza, que hizo jurar al presidente, que no perdonaría á su hija, sino que la trataría con todo rigor, hasta hacerla morir á puros tormentos. ¿Adonde no llega la maldad de un hombre desamparado de Dios; pues el padre se olvidó de serlo, y se desnudó del afecto tierno que suelen tener aun las fieras para con sus hijos? Traída la santa vírgen al tribunal de Marciano, comenzó él á halagarla y á acariciarla, y á persuadirla con blandas palabras, que dejase aquella vana superstición y locura; mas como hallase el pecho de santa Bárbara más fuerte é impenetrable que una roca, y que armada con el espíritu del cielo, resistía á todos los asaltos del infierno, trocando la suavidad fingida en severidad y crueldad verdadera, la mandó desnudar y azotar cruelmente con azotes de nervios de bueyes, y fregar con un áspero cilicio las llagas y heridas de su cuerpo, que quedó tan abierto y lastimado, que por todas partes corrían de él arroyos de sangre. Después de este tormento la echaron en la cárcel donde le apareció a media noche su dulce esposo Jesucristo, resplandeciente con inmensa claridad, y la animó, y certificó que estaría siempre á su lado, y que la tendría debajo de sus alas y amparo, de manera, que no pudiesen prevalecer contra ella todas las invenciones y crueldades de los tiranos.

SANTA BÁRBARA, VIRGEN Y MÁRTIR

Con estas palabras que le dijo el Señor, quedó tan sana de todas sus llagas y heridas, como si nunca las hubiera tenido en su cuerpo, y muy alegre y confortada para todos los tormentos que la quisiesen dar. Otro día fué llevada á la segunda audiencia delante del presidente: el cual, como la vio tan sana y tan entera, habiendo visto el día antes su cuerpo hecho una llaga, quedó pasmado, y como fuera de sí; y atribuyendo el milagro del verdadero Dios á la piedad de sus falsos dioses, tentó otra vez (aunque en vano) á la santa virgen, persuadiéndola que reconociese aquella benignidad que los dioses habían usado con ella, y que como á tales los reverenciase y adorase. Mas como ella respondiese con la constancia y valor que á esposa escogida de Cristo convenía; enojado el presidente, mandó á dos verdugos, hombres valientes y de grandes fuerzas, que con peines de hierro rasgasen los costados de la santa doncella, y después de rotos y carpidos, poner hachas encendidas, y con un martillo dar muchos golpes en su santa cabeza. Estaba la bienaventurada virgen en medio de estos tormentos con el corazón y con los ojos puestos en el cielo, y hablando amorosamente con su esposo, le decía: O buen Jesús, bien ves el secreto de mi corazón, y sabes que en ti tengo mi esperanza: no me dejes, Señor, de tu mano piadosa; porque sin tí soy muy flaca, y contigo todo lo puedo.

Pasó la crueldad del tirano mas adelante, y mandó cortar los pechos con agudos cuchillos á la santa virgen, la cual padecía gravísimo dolor en aquel tormento, mas con el amor grande que tenia al Señor, y el deseo de padecer por Ël, todos los dolores se mitigaban y se hacían sabrosos: y para llevarlos con mayor fortaleza y alegría, invocaba el favor del Señor, y con el real profeta decía: «No desvíes, Dios mío, de mí tu rostro, y tu espíritu divino no te apartes de mí». Mandó el tirano, para avergonzar á la santa virgen, y atemorizar á las otras doncellas cristianas con su ejemplo, que la sacasen por las calles públicas desnuda, y que la fuesen dando crueles azotes: y ella, al tiempo que se ponía en ejecución este cruel mandato, levantó los ojos al cielo, y dijo: Rey y Señor mío, que con tus nubes cubres los cielos y la tierra con la oscuridad de la noche, ten por bien de cubrir la desnudez de mi cuerpo, para que los ojos de los infieles no lo vean y blasfemen tu santo nombre. Oyó su petición el que no sabe negar á sus siervos lo que le piden en sus trabajos, y cubrió el cuerpo de la limpia virgen con una maravillosa claridad á modo de estola ó ropa larga, desde la cabeza hasta los pies, de manera, que no pudo ser visto de los paganos.
Volvieron al presidente, y vista su constancia, la mandó degollar. Había estado presente á todo este espectáculo Dioscoro, su padre, relamiéndose como tigre en la sangre de su hija; y endurecido mas con sus tormentos, pidió al juez que le dejase á él ser verdugo de su hija, y darla por su mano la muerte. ¡O corazón de padre, dónde estás! Fuéle concedido. Lleváronla fuera de la ciudad á un monte, y allí se puso de rodillas santa Bárbara, é hizo una devota oración á Dios, dándole gracias por haberle traído á aquel punto, y suplicándole que otorgase los bienes que le pidiesen todos los que en su nombre le invocasen. Bajó una voz del cielo que la llamaba á recibir la corona, y la prometía que se cumpliría lo que ella allí había suplicado; y con esto inclinóla cabeza delante de su padre, y él levantó la espada, y se la cortó. Murió con la santa virgen otra piadosa mujer, llamada Juliana, la cual viendo la paciencia y alegría con que santa Bárbara padecía sus tormentos, y en ellos era de Dios consolada, y que con la cárcel la había sanado sus llagas, la movió de tal manera á imitarla y seguir sus pisadas, muriendo por Cristo, que dio señas de ello; y el juez la mandó prender y atormentar, y cortar los pechos, y finalmente degollar en compañía de la gloriosa virgen santa Bárbara, y con ella recibió la corona del martirio.

Mas para que se vea la justicia del Señor, y cuan diferentes son los fines de los buenos y de los malos: el desventurado Dioscoro e indigno del nombre de padre de santa Bárbara, después que con sus manos la dio la muerte, quedando muy ufano y contento por haberse vengado de su hija, y ofrecidola en sacrificio á sus falsos dioses, volviendo del monte á su casa, un rayo del cielo súbitamente le mató, y le privó de la vida temporal y de la eterna; y lo mismo aconteció al presidente Marciano. Los cuerpos de santa Bárbara y de santa Juliana recogió un varón religioso y pió, llamado Valenciano, y los colocó con cánticos y salmos honoríficamente en un lugar llamado Gelasio, donde el Señor por su intercesión obró grandes milagros.

Fué el martirio de santa Bárbara á los 4 de diciembre, en la persecución de Maximiano. El martirio de esla gloriosa virgen escribió san Juan Damasceno y Arsenio: y de ellos la sacó Pedro Galesinio, protonotario apostólico: también la escribió el Metafraste; y la una vida y la otra se hallan en el VI tomo del P: Fr. Lorenzo Surio: y todos los Martirologios hacen mención de ella, y los griegos celebran su fiesta y la llaman la esclarecida mártir Bárbara. Pero adviértase que no todos los autores concuerdan en el lugar en que padeció: porque el Metafraste y Mombricio dicen, que padeció en Heliópolis, y Adon, que en Toscana: pero lo más cierto es, que fué en Nicomedia, como se ha dicho. También algunos se engañan, pensando que el martirio de santa Bárbara fué en tiempo de Maximiano; pero no fué sino en tiempo de Maximino, que sucedió en el imperio de Alejandro Severo (como lo afirma el Martirologio romano), y algunos dicen que fué enseñada por Orígenes en las sagradas Letras. Es particular abogada santa Bárbara contra los truenos y rayos: con los cuales parece que quiso nuestro Señor castigar á su padre y al inicuo juez que la condenaron y mataron.

Un insigne milagro refiere un sacerdote, llamado Teodorico, por cuyas manos pasó el año de 1448, en una villa de la isla de Holanda, llamada Gorco, y le trae Fr. Lorenzo Surio, de un hombre que era muy devoto de esta santísima virgen, por haber entendido, que todos los que en vida lo eran, no morirían sin los santos sacramentos. Estando, pues, este hombre que se llamaba Henrico, durmiendo, se pegó fuego de improviso en la casa, donde estaba, con tal incendio que por ninguna manera pudo escapar: y estando cercado por todas partes de las llamas, y ardiendo su cuerpo en ellas, tuvo más pena de morir sin sacramentos, que de la misma muerte tan atroz que tenía presente. Acordóse de santa Bárbara: invocóla: pidió su favor y suplicóla nó que no muriese, sino que no muriese sin recibir los sacramentos de la Iglesia. Aparecióle luego la virgen, y con el manto apagó las llamas de aquel incendio, y sacólo, y púsole en lugar seguro, y díjole, que por la devoción que había tenido con ella, Dios le había dado plazo de la vida hasta la mañana siguiente, para que se confesase, y comulgase, y recibiese la extremaunción: y así fué, estando todo el cuerpo del pobre hombre de tal manera de pies á cabeza quemado, que mas parecía su figura de un hombre asado, que de hombre vivo; y él contó á todos los que concurrían á ver este milagro, la merced que Dios le había hecho por intercesión de santa Bárbara, exhortándolos á tener con ella gran devoción, y servir al Señor, que por aquel camino le había querido salvar; y el mismo sacerdote que le confesó es el que refiere el milagro.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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