SAN PEDRO CELESTINO V, PAPA

LA HUMILDAD DE UN PAPA

SAN PEDRO CELESTINO V

Al lado de León, Doctor ilustre, Jesús resucitado llama en este día al humilde San Pedro Celestino V, Pontífice Supremo como León, pero apenas elevado a la cátedra apostólica, descendió de ella para volver al desierto. Entre tantos héroes como hay en la serie de los Pontífices romanos, debía encontrarse alguno que representase más especialmente la noble virtud de la humildad; y Pedro Celestino es a quien la gracia divina ha otorgado este honor. Arrancado del remanso de su soledad para ser elevado al trono de San Pedro y tener en sus manos temblorosas las llaves que abren y cierran las puertas del cielo, el santo ermitaño miró en torno a sí; consideró las necesidades del rebaño de Cristo y examinó después su propia debilidad. Agobiado por la responsabilidad que abarca a toda la raza humana, se juzgó incapaz de soportar por más tiempo semejante carga; depuso la tiara e imploró el favor de ocultarse en su querida soledad. De la misma manera, Cristo su Maestro, ocultó su gloria primeramente en la oscuridad de 30 años, más tarde bajo la sangrienta tempestad de su Pasión y bajo las sombras del sepulcro. Los resplandores de la Pascua han disipado completamente estas tinieblas y el vencedor de la muerte se ha manifestado en todo su esplendor. Pero quiere que sus miembros participen de su triunfo y que la gloria con que brillarán eternamente estén como la suya en proporción con sus esfuerzos en humillarse en esta vida mortal. ¿Qué lengua podrá describir la aureola que circunda la frente de Pedro Celestino, en pago de la oscuridad en que buscó el olvido de los hombres con más ardor que otros buscan su estima y admiración? Grande en el trono Pontificio, mayor en el desierto, su grandeza en los cielos sobrepasa todos nuestros pensamientos.

VIDA DE SAN PEDRO CELESTINO V

Coronación del Papa Celestino V


Pedro nació en Isernia, en los Abruzzos, en 1210. Muy joven abrazó la vida monástica, después se retiró a la soledad para vivir como ermitaño. No tardaron en presentársele discípulos y fundó una nueva congregación monástica bajo la regla de San Benito. Estando vacante el trono pontificio durante dos años, los cardenales eligieron a Pedro para reemplazar a Nicolás IV. Fué coronado y consagrado el 29 de agosto de 1294 y tomó el nombre de Celestino. Mas pronto aplanado por las responsabilidades de su cargo, dimitió la dignidad suprema y se volvió a su soledad. Murió poco después el 19 de mayo de 1296. Los milagros obrados en su sepulcro manifestaron su santidad y el 5 de marzo de 1313. Clemente V le canonizó en Avignón. Su familia religiosa ha conservado su nombre de Papa y constituye la Congregación de los Celestinos.

ALABANZA

Oh Celestino, has logrado el objeto de tu ambición y te ha sido concedido descender de las gradas del trono apostólico y volver a entrar en la calma de esta vida oculta que durante tanto tiempo había constituido tus delicias. Gozas de los encantos de la soledad que tanto amaste; ella te es devuelta con todos los tesoros de la contemplación en el secreto del trato íntimo con Dios. Cuando llegue la hora, la cruz, que has preferido a todas las cosas, se levantará luminosa en la puerta de tu celda invitándote a participar en el triunfo pascual de quien descendió del cielo para enseñarte que el que se humilla será ensalzado. Tu nombre, oh Celestino, brillará hasta el último día del mundo en la lista de los Pontífices romanos. Y, tú eres uno de los anillos de esta cadena que une la Iglesia a Jesús, su fundador y su Esposo; pero te está reservada una gloria mayor, la de hacer cortejo al Cristo divino resucitado. La Iglesia, que se inclinó durante algún tiempo ante ti, mientras tenías las llaves de Pedro, después de algunos siglos te tributa y te tributará hasta el último día el homenaje de su culto, porque reconoce en ti uno de los elegidos de Dios, uno de los príncipes de la corte celestial.

PLEGARIA

Oh Celestino, nosotros también estamos llamados a subir donde tú estás para contemplar eternamente como tú el más bello de los hijos de los hombres, al vencedor de la muerte y del infierno. Pero solamente puede conducirnos un camino: el que tú mismo seguiste, el de la humildad. Fortifica en nosotros esta virtud, oh Celestino, y enciende el deseo en nuestros corazones. Sustituye el desprecio de nosotros en lugar de la estima que muy frecuentemente tenemos la desgracia de tributarnos. Danos el desprecio de nosotros mismos. Vuélvenos indiferentes a toda gloria mundana, firmes y alegres en las humillaciones, para que habiendo bebido el agua del torrente”, como Jesús, nuestro Maestro, podamos un día “levantar la cabeza'” como él y con él y rodear eternamente el trono de nuestro común Redentor.

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Gueranguer – Tomo III pag. 858 y siguientes

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