SAN JUAN I, PAPA Y MARTIR

LA INTEGRIDAD DE LA FE

San Juan I no consiguió la palma del martirio con la victoria del perseguidor pagano, sino más bien luchando por la libertad de la Iglesia contra un rey cristiano. Pero este rey era un hereje, y por consiguiente enemigo de cualquier Papa romano, celoso del triunfo de la verdadera fe. La situación del Vicario de Cristo en este mundo está revestida del carácter de lucha y ocurre a veces que el Papa es verdaderamente mártir sin haber derramado su sangre. Es lo que sucede con el Papa San Juan I, que no murió al filo de la espada, sino que el instrumento de su martirio fué un calabozo, y como él hay otros muchos pontífices, que gozarán en el cielo de su compañía incluso sin haber tenido que sufrir sus pies el peso de las cadenas: su calvario ha sido el Vaticano. Vencieron, cayendo sin aparente resonancia y dejando al cielo el cuidado de defender su causa.

La fiesta del santo del día de hoy nos da a conocer la conducta que debe observar cualquier hijo de la Iglesia, si es digno de tal Madre. San Juan I nos enseña que el cristiano no debe pactar nunca con la herejía ni tomar parte en las medidas que la política de este siglo creyere debe tomar para asegurarse los derechos. Si los tiempos, secundados por la indiferencia religiosa de los gobiernos, han traído la tolerancia e incluso el privilegio de la igualdad a las sectas separadas de la Iglesia podremos tolerar esta situación que es un atentado gravísimo contra la constitución de un estado cristiano; pero nuestra conciencia de católicos nos prohibe alabarla o considerarla como un bien. Sea cual sea el estado en que nos ha colocado la divina Providencia, nunca debemos de dejar de ir a beber nuestras normas de conducta en las inspiraciones de la fe que recibimos en nuestro Bautismo, en la práctica y en la enseñanza infalible de la Iglesia, fuera de la cual no hay más que contradicción, peligros y naufragios.

VIDA

San Juan I nació en Toscana. Cursó sus estudios en la ciudad de Roma, distinguiéndose por su piedad y sabiduría. Fué elegido papa a la muerte de San Hormisdas el 13 de agosto de 523. Su pontificado no debió de durar más de dos años y medio. El santo mostró siempre gran celo por la gloria de Dios y por la salvación de las almas. A él se debe la fecha de la fijación de la Pascua y el que se empezase a contar los años a partir del nacimiento de Cristo.  Por este tiempo se entabló la lucha entre el arriano Teodorico el Grande que gobernaba en Italia (454-526) y el emperador del Oriente Justino Augusto, que reinaba en Constantinopla (518-527) y que había resuelto extirpar de su Imperio los últimos vestigios del arrianismo, echando mano de las más severas medidas. Teodorico obligó al Papa a que fuera a Constantinopla, para que alcanzase del emperador que cesase la persecución de los arrianos.

El papa (San Juan I) fué recibido de un modo triunfal, pero pareciendo a Teodorico que la embajada no había reportado ningún resultado, encerró al Papa en una prisión en donde murió de hambre y de sed. Su cuerpo fué trasladado cuatro años más tarde desde Rávena a la ciudad de Roma. Su cabeza se venera en la iglesia de los Frailes Menores de Ravena.

PLEGARIA A SAN JUAN I

San Juan I

Oh Santo Pontífice, conseguiste la palma del martirio con la confesión de la santidad inmaculada de la Iglesia. Esta Esposa del Hijo de Dios, como nos dice el Apóstol, no tiene “ni mancha ni arruga ninguna’ viéndola imposible por eso mismo el habitar a la par con la herejía en esta tierra recibida como dote de su Esposo. Llegaron días en que los hombres, ebrios de egoísmo y de los intereses de este mundo pasajero, se resolvieron a dirigir la sociedad humana sin tener en cuenta los derechos del Hijo de Dios, de quien procede todo orden social, lo mismo que toda verdad. Arrinconaron a la Iglesia en el corazón de sus fieles y tuvieron a gala levantar capillas y templos para esas sectas revolucionadas contra ella. Oh glorioso Pontífice, despierta en el corazón de los cristianos de nuestros días el sentimiento del derecho imprescriptible de la verdad divina. Podremos humillarnos así sólo ante las necesidades impuestas por el triunfo fatal del error en los tiempos que nos han precedido, sin tener que aceptar como una muestra de progreso la igualdad de derechos que se procura establecer entre la verdad y el error. En tu prisión, oh mártir valiente, proclamaste los derechos de la Unidad de la Iglesia; en medio de la defección predicha tiempo ha por el Apóstol, guárdanos de complacencias cobardes, de seducciones funestas, de ligereza culpable que causa tantas víctimas en nuestros días y que nuestra última palabra al salir de este mundo sea la que el Hijo de Dios se dignó enseñarnos: “¡Oh tú que eres nuestro Padre, haz que sea santificado tu nombre y que llegue ya tu reino!”

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero GuerangueTomo III pag. 932 y siguientes

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