SANTOS MARCO y MARCELIANO, MARTIRES

Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Balbina, en la Vía Ardeatina, santos Marco y Marceliano, mártires en la persecución bajo el emperador Diocleciano, a los que hermanó el sufrimiento (c. 304).

EL GOZO DE LOS MÁRTIRES

Cuando vemos que los mártires corren alegremente al suplicio, nos preguntamos: ¿de dónde les viene ese valor que no es de la tierra? San Pablo, en el pasaje de su Epístola a los Romanos (V, 1-5) que la Iglesia nos hace leer en la Misa de hoy, nos da la respuesta.

“La esperanza de los bienes futuros eleva el alma sobre el tiempo y las circunstancias, aun penosas, de la vida presente. Lo propio de los que son de Dios, es el verse libres de toda tristeza y alimentar su alegría con las asperezas y dolores de la tierra, que constituyen la enseñanza principal de nuestra educación sobrenatural. El padecimiento produce la paciencia, hace arraigar en nosotros y nos hace amar más y más el bien por el cual nos decidimos a padecer. La firmeza en el padecer, aumenta en el alma la esperanza sabiendo bien que Dios no deja nada sin recompensa y que toma en cuenta, por su ciencia infinita, tales sufrimientos, aun aquellos de los cuales no se acuerda nuestra alma. La esperanza nunca defrauda, no engaña al cristiano: nadie puede imaginar que queden defraudadas las esperanzas de quien está asegurado del amor tierno de Dios”.

VIDA

La historia de los santos Marco y Marceliano la conocemos únicamente por las Actas, en gran parte legendarias, de San Sebastián. Estas nos cuentan que, mientras estaban ellos en medio de los suplicios con que los hizo atormentar el prefecto Fabiano, confesaban que nunca habían experimentado delicias tan delicadas como aquéllas. Al aconsejarles sus ancianos padres que renegasen de Cristo, confirmó su valor San Sebastián declarándose a sí mismo cristiano, y nuestros mártires tuvieron el consuelo incomparable de ver cómo sus mismos padres confesaban la religión por la cual estaban padeciendo. Sus cuerpos fueron depositados en el cementerio de Balbina y después, en el siglo IX, en la Basílica de San Cosme y San Damián.

SÚPLICA

El Espíritu Santo os colmaba de fortaleza, gloriosos mártires; y el amor que derramó sobre vuestros corazones, mudó en delicias los tormentos que espantan a nuestro débil ánimo. Mas ¡cuán poco caso hacíais vosotros de los padecimientos de este cuerpo perecedero, después de haber triunfado en las torturas del alma! La desolación de aquellos a quienes vosotros amabais más que la vida, y a los que teníais que dejar en una desesperación en apariencia sin consuelo, fué sin duda el punto culminante de vuestro martirio. Únicamente será incapaz de comprenderlo, quien merezca el reproche de San Pablo a los paganos de su tiempo, de vivir sin amor es bien, cuando el mundo ostente de nuevo esta nota odiosa, será la señal de que se acercan los últimos tiempos, dice el Apóstol; y, con todo eso, el más puro amor humano debe doblegarse ante el amor de Dios: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, dice el Señor, no es digno de mí'”. Vosotros lo comprendisteis, santos mártires; vuestros familiares, que querían separaros del Señor, iban a convertirse para vosotros en enemigos. Pero en el mismo instante el Señor, que no se deja ganar en generosidad, os devolvió esos seres tan queridos, tomándolos, por un milagro de la gracia, con vosotros y como vosotros para Sí. Completad así vosotros las enseñanzas que pocos días ha, nos daban Julita y San Quirico, San Vito y sus gloriosos compañeros. Haced, vencedores de tan rudos combates, que el valor y el amor crezcan en nosotros en la misma medida que la luz y el conocimiento de nuestros deberes para con Dios.

Marco y Marceliano

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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