San León III, Papa

San León III

En Roma, en la basílica de San Pedro, san León III, papa, quien coronó como emperador romano al rey de los francos, Carlomagno, y se distinguió por su defensa de la verdadera fe y de la dignidad divina del Hijo de Dios.

Nació en Roma en el seno de una humilde familia originaria del sur de Italia. Sus pasos los encaminó hacia la carrera eclesiástica. Entró a formar parte de la curia, fue ordenado sacerdote y alcanzó el importante cargo de “vestararius” y el cardenalato con el título de Santa Susana. Fue elegido Papa sin informar a Carlomagno, pero él se apresuró en enviar (para buscar apoyos) a Carlomagno los decretos de su elección y, sobre todo, las llaves de la confesión de San Pedro y el estandarte de la ciudad, solicitando en enviar un representante suyo para recibir el juramento de fidelidad de los romanos. El emperador envió como representante al abad de Saint-Riquier, san Angilberto. Con ello quería señalar que el emperador se consideraba jefe político y religioso de la cristiandad, dejando al Papa el papel litúrgico de orar por las victorias del emperador. Esta división de poderes traerá graves consecuencias para la Iglesia.

Carlomagno, cetro de Carlos V

Mientras intentaba reprimir los desórdenes de las facciones romanas afectas al difunto papa Adriano I, fue capturado por los sobrinos de Adriano ante el monasterio de los Santos Silvestre y Esteban. Fue encarcelado en el convento de San Erasmo al Celio y torturado, pero ayudado por un amigo logró huir a San Pedro, después a Spoleto y más tarde a la corte de Carlomagno en Paderborn, en Sajonia, donde fue recibido con todos los honores. Volvió a Roma con un gran cortejo y tomó posesión de su cargo. Luego llamó en su ayuda a Carlomagno, que llevó al orden a los romanos, después de que León III públicamente jurase que no tuvo nada que ver con las acusaciones que se le imputaron. Consagró a Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano, dando así las bases del medioevo, y dando así la idea de que era el Papa quien consagraba al emperador. San León III rechazó añadir el “Filioque” en el Credo niceno y en un sínodo en Roma en el 798, condenó la herejía adopcionista.

Las ayudas económicas del emperador a la Iglesia permitió a León distribuirlas entre los pobres y restaurar y embellecer varias iglesias. Después de la muerte de Carlomagno, hubo una conjura en Roma, para asesinar al Papa, pero fue descubierta a tiempo y los juramentados fueron juzgados y ajusticiados, cosa que no gustó en la corte de Ludovico Pío, que vio en ello demasiada dureza. León envió una embajada para justificarse ante el nuevo emperador, y al poco tiempo murió. Está sepultado en la basílica de San Pedro del Vaticano. Su nombre se agregó al Martirologio Romano en 1673.

Carta de Carlomagno a San León III

En la siguiente carta, Carlomagno escribe a León para manifestarle su dolor por la muerte de Adriano I y su alegría por la elección del nuevo Papa. También le expone, de modo muy sintético, los principios que, según Carlos, deberían regular la alianza entre el altar y el trono:

Carlos, por la gracia de Dios, Rey de los Francos, de los Longobardos y Patricio de los Romanos, a León Papa, saludo de perpetua bienaventuranza en Cristo. 

Después de haber leído con atención la carta de Vuestra Excelencia y de haber oído el decreto de elección, quedamos muy contentos – confieso -, sea por la unanimidad de vuestra elección, sea por la obediencia de vuestra humildad y por la fidelidad que habéis demostrado en relación a nosotros con vuestra promesa solemne (…).

Por todas esas cosas agradecemos de lo más profundo de nuestro corazón a la Divina Misericordia, pues, después de la llaga de dolor digna de llanto que infligió a nuestra alma la muerte de nuestro dilectísimo padre y fidelísimo amigo [Papa Adriano I], Dios se dignó, de acuerdo con la habitual previdencia de Su Bondad, concedernos un consuelo como Vos.

Por esto nosotros confiamos a Vuestra Santidad nuestra prosperidad y la de todos nuestros súbditos, pidiéndoos – por así decir – la tarea de obtener para nosotros la felicidad. Nosotros os la confiamos en nombre de la misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, Dios que tuvo pena de su Santa iglesia elevando Vuestra Santidad a su cima. (…).

Encomendamos [a Angilberto de hablar] sobre todas las cosas que nos parecían a nosotros opcionales o a Vos necesarias, a fin de que trataseis y discutieseis todo aquello que os parezca oportuno para la exaltación de la Santa Iglesia de Dios, la estabilidad de vuestra honra y la solidez de nuestro patriciado.

De hecho, del mismo modo que yo había establecido un pacto con el beatísimo predecesor de Vuestra Santa Paternidad, deseo ahora establecer con Vuestra Santidad una alianza inviolable de idéntica fe y caridad, para que, en virtud de la gracia que Dios conceda a Vuestra Santidad Apostólica, llegue hasta mi de todas partes la bendición apostólica invocada por la intercesión de la oración de los santos, y la Santísima Sede de la Iglesia Romana, por la intercesión de Dios sea siempre bien defendida por nuestra devoción.

Cabe a nosotros, por el auxilio de la Divina Misericordia, defender por todas partes la Santa Iglesia de Cristo con las armas. En el exterior, de la incursión de los paganos y das devastaciones de los infieles; y en el interior, fortificándola con la profesión de la fe católica.

A Vos, Padre Santísimo, cabe levantar – como Moisés (cf. Ex. 17, 8-13) – las manos a Dios para ayudar nuestra milicia, de modo que, por vuestra intercesión y en virtud de la guía y del don de Dios, el pueblo cristiano obtenga siempre y por todas partes la victoria sobre los enemigos de Su Santo Nombre, y que el nombre de Nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en el mundo entero.

Mientras tanto, que la prudencia de vuestra autoridad cumpla en todo las leyes canónicas, a fin de que en vuestra conducta resplandezca claramente a los ojos de todos el ejemplo de santidad plena, y que todos oigan de vuestra boca palabras de santa exhortación; para que “vuestra luz brille de tal manera ante los hombres, y que ellos viendo vuestras buenas obras glorifiquen a Nuestro Padre que está en los Cielos” (Mt. 5, 16).

Firmado: Carlos

Fuente: Carlos Magno, “Le lettere”, Città Nuova, 110 páginas; op. cit., pp

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