Los fundadores de la Orden de los Siervos de María fueron muy unidos durante la vida, siendo sepultados en una misma tumba y —hecho único en la Historia— venerados y canonizados en conjunto.
Plinio María Solimeo
La Edad Media fue, con mucha propiedad, llamada “la dulce primavera de la fe”. Sus magníficas catedrales, auténticos encajes de piedra y de vitrales, aún hoy atraen a turistas de todo el mundo. En su apogeo, vio florecer una pléyade de santos, como Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura, que ilustraron para siempre a la Santa Iglesia. Entre los santos medievales, emperadores, reyes, príncipes y grandes señores que anduvieron por la senda de la virtud fueron elevados a la honra de los altares.
La Edad Media tuvo también la inusitada gloria —que muestra cómo la santidad era entonces común— de ver a siete de los más prominentes ciudadanos de la República libre de Florencia abandonar su situación privilegiada y de riqueza para seguir más fielmente los consejos evangélicos. Son ellos los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María, cuya fiesta conmemoramos el día 17 de febrero.
De la riqueza a la pobreza de la vida religiosa
Con la intención de alabar más especialmente a la purísima Virgen María, algunos jóvenes del patriciado de Florencia —todos ellos comerciantes de lana, según parece— habían fundado una cofradía de laicos con el nombre de Laudenses. El día 15 de agosto de 1233, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, siete de sus miembros más destacados estaban reunidos en una capilla para cantar las glorias de la Santísima Virgen, cuando Ella se les apareció, recomendándoles que renuncien al mundo y se dediquen exclusivamente a Dios. Buonfiglio dei Monaldi (Bonfilio), Giovanni di Buonagiunta (Bonayunta), Bartolomeo degli Amidei (Amadeo), Ricovero dei Lippi-Ugguccioni (Hugo), Benedetto dell’Antella (Maneto), Gherardino di Sostegno (Sosteño), y Alesio de Falconieri (Alejo), los siete escogidos, vendieron así todos sus bienes, distribuyeron el producto a los pobres y, después de haber consultado al obispo de Florencia, Ardingo Foraboschi, se retiraron a una vieja casa en La Camarzia, en las afueras de la ciudad, junto a una ermita de la Virgen.
El día de la Epifanía de 1234, dos de ellos, Bonfilio y Alejo, salieron por primera vez a las calles para pedir limosna. Así fue que las bellas calles y plazas de la orgullosa Florencia comenzaron a presenciar este espectáculo no raro en aquellos tiempos de fe: dos miembros de opulentas familias, habiéndose despojado de todas las pompas y distinciones de su clase por amor de Dios, y vestidos con una pobre túnica, pidiendo pan de limosna para su diario sustento.
Lo más sorprendente fue que los niños, incluso a los de pecho, comenzaron a señalarlos con el dedo y a decir: “He ahí a los siervos de María”. Entre ellos estaba uno de cinco meses, que después sería San Felipe Benicio, futuro Superior General de la congregación naciente, y que la desarrollaría de tal forma que es considerado su octavo fundador.
A raíz de tal prodigio, el obispo Ardingo aconsejó a los religiosos no cambiar el nombre que les había sido dado tan milagrosamente. Así, hasta hoy son conocidos como los Siervos de María.
La Santísima Virgen les concede el hábito y las reglas
Los siete santos permanecieron un año en La Camarzia. Pero, como eran muy solicitados, resolvieron buscar un lugar más aislado para vivir, con la anuencia del obispo. Éste puso a su disposición un terreno junto al monte Senario, a dos leguas de Florencia. Allí construyeron un oratorio y, a su alrededor, pequeños cuartos de madera. Se entregaban a la oración y penitencia, viviendo de hierbas que nacían en las faldas del monte, meditando continuamente la Pasión de Cristo y las amarguras de María Santísima. Escogieron al mayor de ellos, Bonfilio, como superior. Él, viendo que no podrían vivir siempre así, incluso porque las hierbas escaseaban, mandó a la ciudad a Alejo y a Maneto, a fin de pedir limosnas para el sustento de la pequeña comunidad.
Alejo Falconieri, hijo de uno de los principales miembros de la República —el más conocido de los siete fundadores— no quiso después, por humildad, recibir la ordenación sacerdotal cuando sus compañeros obtuvieron autorización para ello. En su larga vida de ciento diez años, permaneció siempre como hermano lego en la orden que había cofundado. Por más que quisiese librarse de las honras, su personalidad lo ponía en evidencia, y sería el más recordado cuando se hablase de los siete santos servitas.
En el monte Senario Nuestra Señora se volvió a aparecer a los siete fundadores, mostrándoles un hábito negro y recomendando que lo llevasen en memoria de la Pasión de su Hijo. Les dio también las reglas de San Agustín, que debían seguir, fundando así una nueva orden religiosa. Los siete santos hicieron los votos de obediencia, pobreza y castidad, y comenzaron a recibir candidatos. En memoria de esa aparición, que tuvo lugar el Viernes Santo del año 1239, los religiosos servitas acostumbraban hacer, en ese día, una ceremonia a la que llamaban Los funerales de Jesucristo. El Sábado Santo, otra que llamaban La coronación de la Santísima Virgen.
El fin particular de esta nueva orden era, primero, la santificación de sus miembros; y después, la de todos los hombres, a través de la devoción a la Madre de Dios, especialmente en su desolación durante la Pasión de su divino Hijo. Para eso los servitas predicaban misiones, tenían la cura de almas y enseñaban en instituciones superiores de educación.
El milagroso cuadro de la Anunciación
En un principio los religiosos iban a Florencia y volvían todos los días. Sin embargo, debido a la distancia y a las intemperies, recibieron permiso para abrir una especie de albergue en la ciudad, donde los frailes que salían para limosnear pudieran pernoctar y acoger también a los peregrinos que recibe Florencia. Más tarde, cuando se pensó en una fundación en la ciudad, utilizaron aquel hospedaje. Bonfilio y Alejo tuvieron la idea de mandar a pintar en la capilla el gran misterio de la Anunciación. El piadoso pintor que contrataron, al no juzgarse con la suficiente habilidad para reproducir los trazos de la Santísima Virgen en esa escena, pidió a los religiosos que uniesen sus oraciones a las suyas, para que Nuestra Señora lo ayudara en la empresa.
Según las crónicas, ocurrió un hecho maravilloso: mientras el pintor dormía, un artista celestial completó lo que él no osaba realizar. Así nació el cuadro milagroso, que hizo célebre la basílica de la Annunziata, pues comenzó a atraer multitudes. El pequeño oratorio no tenía capacidad para tanto y fue necesario pensar en una iglesia mayor, lo que las abundantes limosnas de los fieles hizo posible.
Habiendo estos santos varones agregado a sí a muchos compañeros, comenzaron a recorrer las ciudades y aldeas de Italia, principalmente de Toscana, predicando a Jesucristo crucificado, serenando las guerras civiles y atrayendo a muchos desorientados hacia las sendas de la virtud.
En 1243 el dominico Pedro de Verona (San Pedro Mártir), Inquisidor General de Italia, por sus relaciones familiares con aquellos santos y por una visión de María Santísima, recomendó la nueva fundación al Papa. Pero fue sólo en 1249 que la primera aprobación oficial de la orden sería obtenida del cardenal Rainiero Capocci, legado papal en Toscana. Por aquel tiempo, San Bonfilio obtuvo permiso para fundar la primera rama de su orden en Cafaggio, fuera de los muros de Florencia.
En 1267 San Felipe Benicio fue elegido prior general. Sin embargo, en 1274 el Concilio de Lyon suprimió todas las ordenes religiosas aún no aprobadas por la Santa Sede. En consecuencia, el Papa Inocencio V, en carta de 1276, comunicó a San Felipe que la Orden de los Servitas estaba abolida. El santo fue a Roma para defender su causa, pero el Papa falleció. Finalmente, a instancias de San Felipe y con la opinión favorable de tres abogados consistoriales, el Papa Juan XXI decidió que la orden continuara como antes. La aprobación final sólo vino en 1304, con la bula “Dum levamus”, del Papa Benedicto IX. De los siete fundadores, sólo vivía San Alejo.
En efecto, entre 1257 y 1268 habían fallecido cuatro de ellos. En 1282, al morir Hugo y Sosteño, de los siete primitivos fundadores restó solamente San Alejo.
En 1270 San Alejo tuvo la dicha de ver nacer milagrosamente a la hija de su hermano Clarencio, ya septuagenario, la futura Santa Juliana Falconiere, que fundaría un ramo femenino de la Orden de los Servitas, las Mantelatas.
Otro santo cuya fama de santidad contribuyó mucho para la expansión de la obra de los Servitas fue San Peregrino Laziosi, nacido en 1265, recibido en la Orden en 1283. Su humildad y paciencia eran tan grandes, que fue llamado “el segundo Job”. Su cuerpo permanecía incorrupto hasta recientemente.
Los siete fundadores fueron sepultados en el mismo sepulcro. Simbólicamente, sus cenizas se mezclaron.
Obras consultadas.-
- Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Madrid, 1882, t. II.
2. Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1946, t. I.
3. P. José Leite S.J., Santos de Cada Día, Editorial A.O., Braga, 1993, t. I.
4. The Catholic Encyclopedia, Online Edition, Copyright © 2008 by Kevin Knight.
Fuente: http://www.fatima.pe/articulo-463-los-siete-fundadores-de-los-servitas-san-alejo |