Santa Juliana, Vírgen y Mártir

En la ciudad de Nicomedia hubo un caballero, que se llamaba Eleusio: era Senador, y muy principal, y amigo de los emperadores, y juntamente muy dado al culto de sus falsos dioses. Queriéndose este caballero casar, puso los ojos en una doncella hermosísima, honestísima y de virginales costumbres, que se llamaba Juliana; hija de Africano, persona muy ilustre, y no menos engañado que Eleusio en lo adoración de los demonios. La madre de Juliana era mujer, que ni era bien gentil, ni bien cristiana; mas Juliana desde su niñez lo fué: porque contemplando el orden, concierto, y variedad de las criaturas, con su buen entendimiento y luz del cielo, vino á conocer, que no había sino un Dios, criador de todas las cosas, y le comenzó á amar y desear servir, y se entretenía con él en su oración y lección de los libros buenos, y en visitar á menudo su santo templo. Pues como Eulesio pidiese por sus raras partes por mujer con muchas instancias á Juliana; y sus padres juzgasen, que ganaban mucho con aquel casamiento, por la calidad y riquezas de Eleusio; vinieron en ello, y concertáronle muy contra la voluntad y gusto de su hija; la cual, por dar tiempo al tiempo, y tener alguna ocasión para salirse á fuera, dando mucha prisa Eleusio, para que se celebrasen las bodas, le envió á decir, que ella no se casaría, si primero no alcanzaba del emperador la dignidad de prefecto, que era muy grande.
Y aunque esta petición parecía nueva á Eleusio, por el encendido amor que le tenía, y deseo de casarse con ella, no la desechó, antes procuró, que se le diese el cargo de prefecto, y él le compró con gran suma de dinero, y avisó á Juliana, que ya él había alcanzado, lo que ella deseaba, y se podía casar con el prefecto. Entonces viendo la santa que este color y achaque no bastaba para impedir el matrimonio; le respondió, que ella era cristiana, y que no pensaba casarse, sino con un hombre, que lo fuese; y así le rogaba, que tomase la fé de Cristo, para que aquel casamiento fuese dichoso y bienaventurado, y los dos pudiesen vivir en una dulce unión, y santa conformidad: porque de otra manera, siendo de dos diferentes religiones, con los cuerpos estarían juntos, y con los corazones apartados. Turbóse en gran manera Eleusio con este recado: dio luego parte al padre de la santa virgen: y como ambos á dos eran paganos, y ciegos y enemigos de cristianos, no se puede creer el enojo y sentimiento, que tuvieron contra Juliana. Hablóle el padre primero con dulces y amorosas palabras, y con todo el artificio, que el amor de padre y celo de su falsa religión le daban, y procuró atraerla á su voluntad, y que se casase con aquel caballero: y como esto no bastase, usó de espantos, y amenazas, y al fin de azotes y golpes, cárcel y prisiones: y viendo, que perdía tiempo, porque Juliana siempre respondía, que no se casaría con él, si primero no era cristiano; la entregó á Eleusio, para que la castigase, é hiciese de ella á su voluntad.
Mandóla Eulesio traer, como prefecto, á su estado: y aunque con la cólera estaba inflamado, cuando la vio delante de sí, maravillado de su extremada belleza, se reportó, y el fuego del amor comenzó á pelear con el fuego del enojo, y á reprimirle, y sujetarle. Díjole muy blandas, y regaladas palabras: exhortóle, á que le tomase por marido, y que si ella quería ser cristiana, él no se lo estorbaría; y que él también se hiciera cristiano, si no temiera á los emperadores, y perder por ello la vida: y que mirase, que él lo aconsejaba, como padre y amigo, lo que le estaba bien; y que si no lo hacía, lo pagaría con la vida, y acabaría con todos los tormentos, que le pudiese dar. Todo esto no bastó, para que la santa doncella, que ya estaba prevenida, y confortada de su celestial esposo, se rindiese; antes cerrando los oídos á los silbos de aquella serpiente infernal, le respondió, que no perdiese tiempo, porque aunque la matase, quemase, despedazase, y echase á las fieras, no baria mudanza en lo que había dicho. Entonces el prefecto, furioso por la saña, y como fuera de sí, la mandó cruelísimamente azotar con nervios, diciendo, que aquellos azotes eran como principio de los tormentos, que había de padecer; pero ella le respondió, que esperaba en Dios, que la daría fuerzas para sufrir cualesquiera penas, y que él se cansaría antes en atormentarla, que ella en ser atormentada. Mandóla el juez colgar de los cabellos, y tenerla así colgada buena parte del día, de suerte, que le arrancó el pellejo de la cabeza, y los ojos se le obscurecieron, y las cejas se le subieron á la frente: tras esto mandó quemarlo los costados con planchas de hierro encendidas, y atadas las manos traspasarlo los muslos con un hierro ardiendo, y de esta manera llevarla á la cárcel. Aquí la santa virgen, viendo despedazado su cuerpo, y hecho un retablo de llagas, y de dolores, se volvió á su dulce esposo, y le suplicó, que la favoreciese, y la librase de aquellas penas, como había librado á Daniel de los leones, y á los tres mozos del horno de Babilonia, y á santa Tecla de las bestias, y del fuego. Haciendo esta oración, se le apareció el demonio en figura de un ángel del cielo, y le dijo, que el prefecto había aparejado gravísimos y horribles tormentos para ella, y que Dios no quería, que los padeciese, sino que en sacándola de la cárcel, luego sacrificase. Y preguntándole ella quién era, le respondió, que era ángel de Dios, y que él le enviaba, para que no pasase tan atroces tormentos. Y como ella viese, que aquel consejo no era de ángel de luz, sino de tinieblas, suplicó á nuestro Señor, que le descubriese su voluntad, y quién era aquel, que con máscara de ángel la quería engañar. Luego oyó una voz del cielo, que le dijo: «Confía, Juliana; que yo soy contigo: echa mano, y prende á ese, que te habla; porque yo te doy potestad para ello, y de él sabrás quién es».
A la oración de la santa se siguió la voz del cielo, y á la voz el milagro; porque luego Juliana se halló libre de sus prisiones, y sana, y se levantó del suelo, y vio al demonio atado delante sí: y prendiéndole, y asiendo de él, como de un esclavo fugitivo, le comenzó á examinar, quién era, de dónde venía, y quién lo había enviado: y el demonio, forzado de la virtud invisible del Señor, con ser padre de la mentira, confesó la verdad, y dijo, que él era uno de los principales ministros de Satanás, que lo había enviado, y el que había engañado á Eva, é incitado á Caín á la muerte de su hermano, y á Nabucodonosor á levantar la estatua, y á Herodes á la muerte de los niños inocentes, y á Judas á vender á su maestro, y después á ahorcarse, y á los judíos á apedrear á Esteban, y á Nerón á matar á Pedro y Pablo; y finalmente, el que había sacado de seso á Salomón con el amor loco de las mujeres. Todo esto dijo el demonio: y (si dijo verdad) bien se ve, que aunque es león bravo, y despedaza á los que se llegan á él, y se fían de sus garras; para los humildes, y desconfiados de sí, y armados del espíritu de Jesucristo, no tiene fuerza; pues una delicada doncella le pudo atar, y vencer: porque después que la santa virgen le hubo oído, ató de nuevo al demonio, y le dio muchos golpes, los cuales mostraba sentir aquella fiera bestia, y se quejaba gravemente, porque habiendo vencido á tantos, era tratado tan vilmente de una doncella; y se lamentaba, que Satanás le hubiese enviado, sabiendo, que no podía resistir á la pureza de aquella virgen, y á la fuerza de su santidad.
Mandó el prefecto, que si Juliana vivía, se la trajesen delante; y ella vino, trayendo tras sí el demonio atado, y pareció en los estrados del prefecto sana y entera, como si ninguna cosa hubiera pasado por ella, y con la misma hermosura que antes. Quedó atónito el cruel juez, y lo que era milagro, y virtud de Dios, atribuyélo, como ciego, á hechizos, y malas artes, y mandó encender un horno, y echar en él á la santa virgen: y ella, mirando á su dulce esposo con ojos blandos y amorosos, derramando algunas lágrimas, le suplicó, que la favoreciese en aquel trance; y luego el fuego se apagó, y con aquel nuevo milagro, el pueblo, que allí estaba, se conmovió, y comenzó á dar voces, y á decir, que no había otro Dios, sino el Dios de Juliana; y se convirtieron quinientos hombres, á los cuales mandó luego allí matar el prefecto: y otras ciento y treinta mujeres también abrazaron nuestra santa religión, y no quisieron ser inferiores á los hombres. Todo esto era inflamar más el corazón del prefecto, el cual mandó echar á la virgen en una gran caldera, que hervía; mas en ella la santa halló refrigerio, y alivio: y saliendo, por virtud divina, aquel licor hirviendo, dio en los ministros de justicia, y en los otros gentiles, que allí estaban, y les quitó la vida.
Cuando esto vio el prefecto, no sabiendo más que hacer, dio sentencia, que la cortasen la cabeza. Llevando á la virgen al suplicio, el demonio iba tras ella, incitando á los verdugos, que la matasen, por verse libre de sus manos: y la santa virgen le miró con un aspecto severo, y terrible, y el demonio comenzó á temblar (¡ó potencia de la cruz de Cristo!), temiendo, que de nuevo no le atormentase; y con esto desapareció, y Juliana con grande alegría, y regocijo de su alma, hizo oración al Señor, é inclinó su cuello á la espada; y así acabó, y subió su purísimo espíritu al cielo, para ser coronada con dos gloriosas coronas, de virgen y mártir. Después una buena mujer, que iba á Roma, llamada Sofía, pasando por Nicomedia, tomó sus sagradas reliquias, y edificó una iglesia, y las colocó en ella: y el malvado Eleusio, prefecto, después fué castigado por la mano del muy Alto, y pagó aun acá en esta vida la culpa de su crueldad; porque navegando por el mar, la nave, en que iba, con una grande tempestad pereció, y todos los que iban en ella se ahogaron, y solo él, para mayor miseria, fué echado de las olas en un lugar desierto, para que fuese manjar de las fieras. Murió esta santa virgen de edad de diez y ocho años, á los 290 del Señor, imperando Diocleciano y Maximiano. Escribió su vida Metafraste; y tráela Surio en su primer tomo. Hacen de ella mención el Martirologio romano, el de Beda, Usuardo, y Adon, y ponen su traslación á los 16 de febrero, y el cardenal Baronio en sus anotaciones, y en el tercero tomo de sus anales: los griegos en su Menologio, á los 21 de diciembre; y san Gregorio papa, escribiendo á Fortunato, obispo de Nápoles, hace mención de sus reliquias en las epístolas ochenta y cuatro, y ochenta y cinco del séptimo libro.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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