SANTO DOMINGO DE GUZMAN, CONFESOR

LA OBRA DE LA SABIDURÍA

Honorio III aprueba la Orden

“La fuente de la Sabiduría, el Verbo del Padre nuestro Señor Jesucristo, cuya naturaleza es bondad, cuya obra es misericordia, no abandona nunca a través de los siglos, la viña que sacó de Egipto; socorre con modos nuevos a la inestabilidad de las almas, y obra prodigios que aviven la fe vacilante. Así, pues, cuando declinaba el día, y aumentaba el mal enfriando la caridad, y el rayo de la justicia estaba a punto de estallar, el Padre de familias quiso reunir a los obreros de la hora undécima, aptos para el trabajo, con el fin de destrozar la maleza que amenazaba destruir su viña, y al mismo tiempo coger en el lazo la funesta invasión de zorras que maquinaban su devastación; entonces organizó los batallones de los Predicadores y Frailes Menores con sus guías armados para la batalla.

DOMINGO Y FRANCISCO

En esta expedición del Dios de los ejércitos, Domingo fué el corcel de su gloria, lanzando intrépido, con el fuego de la fe, el relincho de la divina predicación Nosotros veremos la parte que tuvo en el combate Francisco, el compañero que le dio el cielo y que apareció como el estandarte viviente del Cristo en cruz, en medio de una sociedad en que la triple concupiscencia daba mano al error para abrir una brecha en el mismísimo cristianismo.

LA POBREZA

Domingo, como Francisco, encontrando por todas partes unidas la avaricia y la herejía, que serán de ahora en adelante la principal fuerza de los falsos predicadores, prescribió a los suyos la más absoluta renuncia de los bienes de este mundo y se hizo él también mendigo por Cristo. Habían pasado los tiempos en que los pueblos, reconociendo todas las consecuencias de la Encarnación, constituían en el Hombre-Dios el más extenso dominio territorial que jamás existió, al mismo tiempo que colocaban a su Vicario a la cabeza de los reyes. Después de haber intentado inútilmente humillar a la Esposa sometiendo el Sacerdocio al Imperio, los descendientes indignos de los cristianos de otros tiempos, reprochaban a la Iglesia la posesión de aquellos bienes de los cuales ella no era más que la depositaría en nombre del Señor; había sonado para la Paloma del Cantar santo, la hora de comenzar, por el abandono de la tierra, su ascensión hacia los cielos.

LA CIENCIA

Mas si los dos príncipes de la lucha memorable que contuvo un tiempo los progresos del enemigo, se encontraron en la acogida que tributaron a la santa pobreza, ésta siguió siendo de un modo especial la “Dama” del Patriarca de Asís. Domingo, que como él no tenía más ideal que el honor de Dios y la salvación de las almas, heredó más directamente la ciencia.

“En la luz, dijo Dios a Santa Catalina de Sena, ha fundamentado su base el Padre de los Predicadores, de la luz ha hecho su finalidad, su arma de combate; tomó para sí el oficio del Verbo, mi Hijo, sembrando mi palabra, disipando las tinieblas, alumbrando la tierra; María, por la cual yo le presenté al mundo, hizo de Él el extirpador de los herejes”. Por eso, la Orden llamada a ser el principal apoyo del Pontífice Supremo en la persecución de las falsas doctrinas debía, si se puede hacer verdadera esta expresión, más que su patriarca: El primero de los tribunales de la Santa Iglesia, la Inquisición Romana, el Santo Oficio, investido del Oficio del Verbo con la espada de dos filos para convertir o castigar, no tuvo instrumento más fiel y seguro.

EL LIBERALISMO

SAN DOMENICO DI GUZMAN SACERDOTE E FONDATORE DEI PREDICATORI

Al igual que Catalina de Sena, el autor ilustre de la Divina Comedia no sospechó que había de llegar un tiempo, en que el primer título de la familia dominicana para el amor agradecido de los pueblos sería puesto en duda en cierta escuela apologética, y en ella, rechazado como un insulto o disimulado como un estorbo. Nuestro tiempo pone su gloria en un liberalismo que ha comenzado a hacer sus pruebas multiplicando las ruinas y no descansa filosóficamente, más que en la extraña confusión de la ciencia con la libertad. No hacía falta más que esta debilidad intelectual para no comprender que, en una sociedad en que la fe es la base de las instituciones, así como el principio de la Salvación universal, no hay crimen mayor que el destruir el fundamento sobre el cual descansa, juntamente con el interés social, el bien más precioso de los particulares. Ni el ideal de la justicia, ni menos el de la libertad consiste en abandonar a merced del mal o del malvado al débil que no puede defenderse por si mismo. La época de la caballería hizo de esta verdad su axioma y constituyó su gloria; los hermanos de Pedro Mártir consagraron su vida a proteger contra las sorpresas del “fuerte armado” y al contagio que se arrastra por la noche la seguridad de los hijos de Dios: esta fué la honra “del ejército que Domingo condujo por un camino; por donde se adelanta y no se yerra”.

LA PROTECCIÓN DE MARÍA

Fresco donde la Santísima Virgen entrega el Santo Rosario a Santo Domingo. Completan la escena: FrayPedro de Santa María de Ulloa, Santa Catalina de Siena y Sor María de Jesús de León Delgado

¿Qué mejores caballeros que estos atletas de la fe al hacer su promesa sagrada bajo forma de juramento de fidelidad y al escoger como Dama a aquella que, poderosa como un ejército6, extermina ella sola las herejías en todo el universo? Al escudo de la verdad y a la espada de la palabra aquella que guarda en Sión las armaduras de los fuertes añadía para sus abnegados servidores el Rosario, señal la más especial de su propia milicia; les señalaba el hábito de su elección como compete al verdadero jefe de la guerra y les ungía con sus manos para la lucha en la persona del Bienaventurado Reginaldo. Ella vigilaba así mismo su reclutamiento, sacando de entre la juventud escogida de las universidades las almas más puras, las más abnegadas, las más nobles inteligencias; París, la capital de la teología, Bolonia, el centro de la jurisprudencia y del derecho, veían a maestros, escolares, discípulos de toda clase de ciencia perseguidos y ganados por la dulce soberana en medio de incidentes que eran más del cielo que de la tierra.

¡Cuánta gracia en estos orígenes en que la serenidad virginal de Domingo parecía rodear a todos sus hijos! Sin duda que en este Orden de la luz se verificaba la verdad de la palabra evangélica. “Felices los corazones puros porque verán a Dios”. Ojos alumbrados por el cielo veían representadas en figuras de lirios las fundaciones de los Predicadores; por eso María, por quien nos ha venido el esplendor de la luz eterna se hacía su celestial maestra y de la ciencia les conducía a la Sabiduría amiga de los corazones limpios. Ella bajaba en compañía de Cecilia y Catalina para bendecir su reposo nocturno, y les cubría con su manto junto al trono del Señor. ¿Cómo pues admirarse de la transparencia que después de Domingo y durante los generalatos de Jordán de Sajonia, Raimundo de Peñafort, Juan el Teutónico, Humberto Romano, continúa reinando en esas “Vidas de los Frailes” y en esas “Vidas de las Monjas” de las cuales unas plumas encantadoras nos han transmitido relatos de una exquisita frescura?

LAS MONJAS

Discreta lección, al mismo tiempo que ayuda poderosa para los Frailes: en la familia dominicana, dedicada por entero al Apostolado, las monjas nacieron diez años antes, como para indicar que, en la Iglesia de Dios, la acción no puede ser fecunda si no está precedida y acompañada de la contemplación, que la merece la bendición y demás gracias.

Nuestra Señora de Prouille, al pie de los Pirineos, no fué ella sola el principio de toda la Orden; a su sombra protectora los primeros compañeros de Domingo hicieron, juntamente con él, la elección de su Regla y se repartieron el mundo marchando de allí a fundar San Román de Tolosa, luego Santiago de París, San Nicolás de Bolonia, San Sixto y Santa Sabina en la Ciudad Eterna.

LA TERCERA ORDEN

Hacia la misma época la institución de la Milicia de Jesucristo colocaba bajo la dirección de los Predicadores a seglares que, ante la herejía militante, se comprometían a defender por todos los medios posibles los bienes de la Iglesia y su libertad; cuando los sectarios depusieron las armas, dejando por un tiempo la paz del mundo, la asociación no desapareció: condujo la lucha al terreno espiritual y cambió su nombre en el de Tercera Orden de los Frailes y Monjas de la Penitencia de Santo Domingo.

VIDA

Domingo nació hacia el año 1170 en Caleruega, no lejos de Burgos, en España. Fué a estudiar a Palencia donde sobresalió por su ardor en el trabajo y su gran caridad para con los pobres. El Obispo de Osma le agregó a su Capítulo; permaneció allí nueve años, siendo modelo de regularidad en la asistencia al Oficio y en la piedad. Habiendo ido a Roma juntamente con su Obispo, comenzó en 1206 bajo la dirección de un legado pontificio, a predicar en el Mediodía de Francia para convertir a los herejes albigenses. Fijó su residencia en Prouille y desde allí evangelizó toda la comarca. En Tolosa estableció un convento de monjas cuya oración y penitencia sostendrían a su apostolado y cuya enseñanza había de formar a las jóvenes pobres de la nobleza y las protegería de la infección de la herejía. Domingo comprendió pronto que él solo no era suficiente ante el campo que se le ofrecía.

Tres escenas de la vida de Santo Domingo

Con varios compañeros se estableció en una casa de Tolosa y comenzaron juntos a llevar la vida religiosa. Después partió para Roma donde se iba a celebrar el Concilio de Letrán y pidió al Papa Inocencio III la autorización para fundar la Orden de los Predicadores. Volvió a Tolosa en 1216 para hacer la elección de una Regla de vida, y se dirigió nuevamente a Roma donde Honorio III, sucesor de Inocencio, la aprobó. Desde entonces las casas de los Predicadores se multiplicaron al mismo tiempo que los milagros obrados por el Santo. Consumido por la fiebre y las fatigas sin nombre que se imponía murió el 6 de Agosto de 1221 a la edad de 51 años. Fué canonizado por su amigo el Papa Gregorio IX en el año 1234.

LA FUENTE DE TODO APOSTOLADO

Recibido en el Cielo por N.S. Jesucristo y la Virgen La gloria de Santo Domingo, Guido Reni Basílica de Santo Domingo, Bolonia

Tu ejemplo nos muestra, oh Domingo, que sólo son poderosos ante Dios aquellos que se entregan a él sin buscar ninguna otra cosa y dan a los demás sólo de su plenitud. Desdeñando todo pasatiempo y ciencia en la que no se descubriese la eterna Sabiduría, nos dicen tus historiadores, que de ella sola se prendó tu juventud; toda conversación y toda ciencia donde no se mostrase la eterna Sabiduría, nos dicen tus historiadores, que solamente se alimentó de ésta tu espíritu en tu adolescencia; que se anticipa a los que la desean te inundó desde los primeros años con la luz y las dulzuras pregustadas de la patria. De la sabiduría destilaba sobre ti la serenidad radiante que sobrecogía a tus contemporáneos y que no perturbó nunca suceso alguno. En una paz de cielo bebías a chorros el agua del pozo sin fondo que salta a la vida eterna; pero ai mismo tiempo que, en el hondón de tu alma te abrevaba el amor de la sabiduría, aparecía una fecundidad maravillosa en esa fontana de Dios y sus regatos, que se hicieron tuyos, salieron fuera y las plazas públicas beneficiaban las ondas de tu sobreabundancia.

Diste acogida a la Sabiduría y ella te exaltó, no contenta con adornar tu frente con los rayos de la estrella misteriosa, ella te dió la gloria de los patriarcas y multiplicó por medio de las de tus hijos, tus años y tus obras. No cesaste de ser en ellos uno de los más poderosos apoyos de la Iglesia. La ciencia ha hecho que su nombre sea ilustre entre los pueblos y por su causa su juventud fué honrada entre los ancianos; que sea siempre para ellos, como lo fué para sus mayores, el fruto de la Sabiduría y el camino que a ella les conduce; que se alimente en la oración que tanta parte ha tenido en tu santa Orden, que más que ninguna otra se acerca en este respecto a las antiguas órdenes monásticas. Alabar, bendecir y predicar, será hasta el fin de su divisa amada, siendo en ellos el apostolado, según la palabra del Salmo, la efusión desbordante del recuerdo de las dulzuras gustadas en el trato con Dios. Así fortalecida en Sión, bendita en su gloriosa labor de propagadora y guardadora de la fe tu noble descendencia merecerá oír por siempre de la boca de Nuestra Señora este estímulo que está por encima de toda alabanza:”Fortiter, fortiter, viri fortes! ¡Animo, ánimo, hombres valientes!”

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

Nos dice el “Sacro Diario Dominicano” -que lo toma de “Vida del glorioso padre, y patriarca Santo Domingo de Guzmán”, de Francisco de Posadas- que, ante la amenaza de los albigenses, que “habían envenenado estas tierras (Francia) hasta meter los tósigos en las entrañas de los que nacían, madrugando tanto la malicia que antes asomaba la ceguedad que la razón”. Los herejes “afectaban santidad, engañando al vulgo (…), tenían pacto con el demonio y por arte suyo andaban sobre las aguas a la vista de aquella gente que, embobadas con aquellos milagros aparentes recibían sus engaños como doctrinas celestiales”. En fin, que esta “vitæ” no escasea en adjetivos para los albigenses.

Pues resulta que llegado Santo Domingo a Tolosa, región fuertemente albigense, vio a unos de estos paseándose sobre las aguas de un río, y a cientos de gentes oyendo su prédica; se fue a la iglesia cercana y, tomando una forma consagrada, la puso en una custodia, se fue al río y dijo al demonio que poseía al hereje: “yo te conjuro por este Señor que traigo en mis manos, que te apartes de ellos, para que se manifieste la verdad”. Y, ante el asombro de todos, lanzó la custodia al río. No más se hundió en el agua, los albigenses fueron tragados por el río y se ahogaron, demostrando la falsedad de su santidad y doctrina.


Entristecido Domingo, por haber echado al Señor al río, pasó toda la noche llorando. Quiso Dios consolarle, al otro día al entrar a la iglesia, vio sobre el altar el mismo ostensorio con la misma forma y Dios le reveló que apenas el Sacramento tocó el agua, habían bajado unos ángeles que sacaron la custodia del río y la mantenían, invisible, sobre la multitud.

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