Cierta cosa es que las calamidades que padecemos los mortales, son comúnmente penas por nuestros pecados, y castigos que nos vienen del cielo: y uno de los mayores de Dios es, cuando permite que tenga el cetro y mando un príncipe vicioso, flojo y desalmado; porque como es la cabeza de toda la república, deriva en los otros miembros su maldad. Tal fué el emperador Focas, que mató á Mauricio, y le sucedió en el imperio: y queriéndole nuestro Señor castigar, y con él á todos sus súbditos, movió á Cosroas, rey de Persia, que le hiciese guerra, y que le venciese, tomase y destruyese muchas y grandes provincias del imperio romano. Acabó la vida Focas con la muerte que le dieron, y sucedióle en el imperio Heraclio: el cual le halló tan desproveído, desarmado y tan sin fuerzas, que por muchos años no pudo salir al encuentro y hacer resistencia á Cosroas; porque estaba armado, poderoso y vencedor: y, como señor del campo, hacia la guerra con gran ventaja contra Heraclio, dando sobre unas ciudades y otras, y tomándolas por fuerza de armas, y conquistando á toda Siria, llamada ahora Suria. Finalmente, vino sobre la santa ciudad de Jerusalén, y tomó, saqueó y mató en ella (á lo que escriben) ochenta mil personas, y llevó consigo preso y cautivo á Zacarías, patriarca de Jerusalén, santo varón y excelente prelado, y á otro gran número de gente; aunque algunos autores dicen, que fué esto en los postreros años del imperio de Focas. Pero lo que más se sintió, fué que tomó el madero de la cruz de Jesucristo nuestro Redentor, que santa Elena, madre del emperador Constantino, había dejado en Jerusalén, y le llevó á Persia, y le puso con grande veneración encima de su silla y trono real, que era de oro fino, entre muchas perlas y piedras preciosas. Como Heraclio vio los daños de su imperio, y sus pocas fuerzas y las muchas de su enemigo, acordó de pedirle paces ó treguas, y hacerlas, aunque fuese con condiciones afrentosas y fuera de toda razón. Más Cosroas estaba tan insolente con su gran poder y con las victorias que había alcanzado, que no quiso admitir plática alguna de concierto, sino con condición que el emperador Heraclio renegase de la fé de Jesucristo. Entonces el emperador se volvió de corazón á Dios, y tomando gran confianza en Él (por parecerle que era causa suya y no de los hombres), determinó juntar ejército y pelear con el enemigo, y hacer lo último de potencia, para que él no triunfase de la religión cristiana, como triunfaba de las muchas ciudades y provincias que había robado y destruido. Para esto la primera cosa que hizo, fué acudir á Dios, que es el Dios de los ejércitos y de las victorias, y mandar que por todo el imperio se hiciesen muchas oraciones, plegarias, procesiones, ayunos, limosnas y otras buenas obras, con que se aplacase el Señor: y luego juntó su ejército de gente nueva y bisoña (porque no tenía soldados viejos); y para industriarlos y hacerlos á las armas, los ejercitó antes de venir á batalla con los enemigos. Con este ejército salió Heraclio en busca de Cosroas, con ánimo de pelear con él, confiando que Dios le daría victoria, y humillaría al blasfemo é insolente rey, que estaba tan desvanecido por los buenos sucesos que el mismo Dios le había dado para castigo de los cristianos; y él, como ciego, los atribuía á sí, y á su valor y poder.
Y para ir con mayor seguridad, llevaba el emperador en su mano derecha una imagen devotísima de nuestra Señora, ó (según otros] de Jesucristo nuestro Redentor; y por ventura fué de Madre é Hijo: y (á lo que escriben) esta imagen no había sido pintada por mano de hombres, sino venida del cielo; porque su esperanza no estribaba en la gente y fuerzas que llevaba, sino en la misericordia del Señor. y en la intercesión y patrocinio de su bendita Madre. Con esta confianza salió Heraclio con su ejército, bien disciplinado y enseñado á guardarse de todo pecado, de robos, y desafueros, y de pelear más por la gloria del Señor, que no por otros intereses temporales. No le pareció á Cosroas aguardar él en persona, y dar la batalla á Heraclio; antes se retiró dentro de su tierra, é hizo talar los panes, y alzar todos los mantenimientos, por do creía que había de pasar: y por otra parte envió un copiosísimo ejército de gente muy diestra y veterana, y un capitán llamado Saravago, ó Salvaro, con el cual peleó Heraclio, y alcanzó la victoria; aunque la batalla fué muy porfiada y reñida. No desmayó por este suceso el rey de Persia; antes juntando otro mayor ejército, se opuso á Heraclio, con un capitán muy esforzado y de gran fama, llamado Saín, ó Satin. Trabóse entre los dos ejércitos una cruel y brava batalla, que habiendo comenzado al salir del sol, duró hasta grande espacio después de medio día, sin declararse la victoria por ninguna de las partes, peleando con igualdad. Y como ya en este tiempo los persas hiciesen grande esfuerzo, y las tropas del emperador comenzasen á mostrar flaqueza; Heraclio, volviéndose á Dios, le pidió socorro por intercesión de la Virgen sacratísima; y él se le dio de manera, que luego súbitamente se levantó un viento muy recio, con grande lluvia y granizo, que á los imperiales daba en las espaldas, y á los persas en los ojos, con lo cual en muy breve fueron rotos y vencidos: y, volviendo las espaldas, comenzaron á huir. Mas, como Cosroas fuese tan poderoso, no bastaron estas dos victorias que había tenido el emperador para quebrantarle de manera, que se diese por vencido; antes echando el resto, juntó otro ejército mucho mayor, y nombró por su capitán á un varón muy sabio y diestro en la guerra, llamado Razalenes: el cual vino á batalla con Heraclio, y por virtud de la santa cruz, fué asimismo vencido y muerto con gran parte de su ejército, peleando Heraclio por su mano valerosamente, y matando en esta batalla tres hombres señalados, como soldado esforzado, y gobernando y animando á su ejército, como muy sabio y experimentado capitán.
Con esta tercera batalla quedó enflaquecido el poder de Cosroas, y él tan desanimado, que no osando esperar al emperador, se entró huyendo en Persia, y pasó el rio Tigris: y para su socorro y ayuda, nombró por rey igual suyo á su segundo hijo, llamado Medarses, no haciendo caso de Siróes, su hijo mayor, y de más ánimo y discreción. De lo cual Siróes hizo tan grande sentimiento, que determinó quitar el reino y la vida al padre y al hermano, por la injusticia que se le había hecho. Así lo hizo; y asentó paces con el emperador Heraclio: le restituyó todas las tierras que su padre había tomado del imperio, y le entregó todo el tesoro de la casa real, que poseía su padre, y cumplió otras muchas condiciones muy honrosas y provechosas para el emperador. Pero la más principal fué el entregarle la Santa Cruz qué tenía en su poder, y al patriarca de Jerusalén, y á los demás cautivos cristianos, que eran muchos. De esta manera se acabó esta guerra en algunos años, mostrando Dios la confianza que debemos tener en él: y que ni debemos desmayar, sino humillarnos cuando nos castiga, ni desvanecernos con los prósperos sucesos, sino reconocerlos de su mano. Él emperador Heraclio para hacer gracias á nuestro Señor de las victorias tan grandes y glorias que le había dado, fué á Jerusalén, llevando consigo la cruz de nuestra redención, que catorce años había estado en poder de Cosroas. Entró en la ciudad con ella, llevándola sobre sus hombros con la mayor pompa y solemnidad que se puede imaginar. Pero sucedió una cosa maravillosa en este triunfo del emperador, que llegando á la puerta de la ciudad con la cruz, paró: y queriendo ir adelante, no pudo moverse, sin poder entender la causa de aquella detención. Iba al lado del emperador el patriarca Zacarías, ó Modesto (como dice Suidas), y avisóle, que por ventura era la causa de aquel milagro tan extraño el llevar la cruz por aquel camino, por donde Cristo nuestro Salvador la había llevado, con muy diferente traje y manera que el Señor la llevó:
Porque tú, señor (dijo el patriarca), vas vestido y ataviado de riquísimas de imperiales ropas; y Cristo llevaba una vestidura humilde: tú llevas corona imperial en la cabeza; y Él corona de espinas; Él iba con los pies descalzos; y tú vas con los pies calzados. Pareció á Heraclio que Zacarías tenía razón, y por lo tanto vistióse un vestido vil: quitóse la corona de la cabeza, y con los pies descalzos pudo proseguir con la procesión, hasta poner la sacrosanta cruz en el mismo lugar de donde Cosroas la había quitado. Y queriendo nuestro Señor regalar á su pueblo, y mostrar la virtud de la santa cruz, además de otras cosas maravillosas que acaecieron aquel día, un muerto resucitó, cuatro paralíticos cobraron salud, quince ciegos vista, diez leprosos quedaron limpios, y otros muchos que eran atormentados del demonio, quedaron libres, y gran número de enfermos con entera salud. Esta es la causa de la fiesta que hoy celebra la Iglesia con nombre de la Exaltación de la Cruz. Verdad es, que no fué esta la causa para instituir esta fiesta; porque muchos años antes que Heraclio imperase, los griegos hacían fiesta este mismo día, con nombre de la Exaltación de la Santa Cruz, y lo mismo hacían los latinos, como se ve en el sacramentario de san Gregorio, celebrando la gloria de la cruz que se extendió y resplandeció por todo el mundo en tiempo del emperador Constantino: pero las victorias que alcanzó Heraclio, y el haber recobrado el madero de la santa cruz de mano de los enemigos, y restituídole á los cristianos, colocándole en Jerusalén con gran gloria del Señor y bien de su Iglesia, fué causa para que se celebrase esta fiesta con mayor solemnidad y regocijo que antes, como lo notó el cardenal Baronio. Sucedió esta restitución de la santa cruz á los 14 de setiembre, á los diez y nueve años del imperio de Heraclio, que fué el de 629 del Señor; aunque Sigiberto la pone en el de 631. Escriben de ella la Historia miscelánea, lib. XVIII, y los Martirologios, romano, el de Beda, Usuardo y de Adon.