SANTA MACRINA, VIRGEN

Santa Macrina

La vida de Santa Macrina, virgen, hermana de San Basilio el Magno, escribió el elocuentísimo San Gregorio Niceno, también hermano suyo, que se halló á su muerte, en una epístola á Olimpio, que trae el P. Fr. Lorenzo Surio en el cuarto tomo de las vidas de los santos; y resumida brevemente, fué de esta manera. Los padres de Santa Macrina fueron Basilio y Eumelia, personas nobles y ricas. Tuvieron diez hijos, y casi todos santos, y algunos de ellos columnas y lumbreras de la Iglesia. La primera que nació, y fue primogénita de todos sus hermanos, fué Macrina; y antes que naciese, en una visión que tuvo su madre, se le puso delante un ángel en figura de una persona venerable, y de aspecto más que humano, que poniendo nombre á la niña que estaba en el vientre de su madre, y para salir á luz, la llamó Tecla; para darnos á entender, que en la perfección y santidad de la vida, Macrina había de ser muy semejante á Santa Tecla, discípula y primogénita del apóstol san Pablo.

Pusiéronle en el bautismo el nombre de Macrina, por memoria de una abuela suya, madre de su padre, santísima mujer, discípula del gran obispo de Cesárea Gregorio Taumaturgo, y maestra y guía del gran Basilio; y él se precia mucho de haberla tenido por tal: de la cual hace mención el Martirologio romano á los 14 de enero; y esta se llama Macrina la Mayor, respecto de esta otra menor, nieta suya: cuya vida aquí escribimos.

Criáronla sus padres, como santos, santantamente, procurando apartarla desde los primeros años, de todo lo que podía mancillar su purísima alma, é inclinarla á las cosas sagradas y al amor de las eternas, y especialmente al estudio del libro de la sabiduría de Salomón y de los salmos, en los cuales se ejercitó con tanto cuidado, que cuando se acostaba y levantaba; cuando iba al estudio; cuando dejaba de estudiar, en el principio y en el fin de la comida y de su oración, y de cualquiera otra cosa, siempre rezaba algún salmo; y en las mismas obras de manos que hacía, este era su gusto y entretenimiento. En la edad de doce años resplandeció en Macrina una hermosura tan extremada y rara, que ningún pintor por excelente que fuese, podía con el pincel llegar á retratarla con la perfección que ella tenía. Pidiéronla muchos caballeros á su padre por mujer; y su padre, sin decir nada á su hija, escogió á un mozo, noble y de buenas costumbres, y prometió de darle á su hija: mas fué nuestro Señor servido, que aquel mozo muriese, y Macrina quedase libre; y habiendo sabido la voluntad que su padre había tenido de casarla, y como Dios la había librado de aquel pesado yugo, determinó de no casarse más, sino consagrar su virginidad á aquel esposo celestial, que no puede morir. Y como por su hermosura muchos importunasen á sus padres que se la diesen por mujer, y ellos se inclinasen á casarla; nunca se lo pudieron persuadir, mostrando en esto mayor constancia y firmeza, que sus pocos años prometían.

Estuvo con su madre acompañándola, sirviéndola y descargándola del cuidado de las cosas domésticas de la casa y familia, con tanta piedad, amor y diligencia, que bien parecía que nuestro Señor estaba en ella y la gobernaba. Ella era como madre de todos sus hermanos, la que los criaba, enseñaba y enderezaba á toda virtud y perfección: y siendo ya muerto su padre, persuadió á su madre que se entrasen en un monasterio, y se diesen de veras á Dios, y su madre lo hizo, y vivieron en él las dos en una manera de vida, que más parecía de ángeles, que de personas humanas. No había entre ellas ira, ni envidia, ni odio, ni sospechas, ni codicia de honra, ni de gloria vana, ni de cosa alguna de la tierra: la soberbia, fausto, hinchazón, y en suma todos los vicios estaban desterrados de aquel lugar: todo su regalo era la templanza: su honra, el no ser conocidas: sus tesoros, la pobreza, y el haber sacudido de sí, como polvo, las riquezas, y no poseer nada, teniendo por inútil y desaprovechado, cualquiera cuidado que se toma en procurar y alargar esta vida mortal. Todo su estudio era Dios, y una continua oración y canto de los salmos, que nunca se interrumpía ni de día, ni de noche. Este era su trabajo, y este era su descanso: eran mujeres, y parecían ángeles: porque aunque eran de carne, y tenían figura de mujeres, y usaban de sus sentidos; pero en la victoria de sus pasiones, en la pureza de sus almas, en el amor encendido de Dios, y en vivir en la carne sin deleite de carne, imitaban á los ángeles y eran superiores á los hombres.

En esta vida estuvieron madre é hija con gran gloria del Señor y aprovechamiento de sus almas, y edificación de todos los que las trataban. Dio á Santa Macrina una enfermedad en el pecho rigurosa, con grande hinchazón, dureza y dolor, y con peligro de que cundiese el mal, y la acabase, ó se hiciese incurable, si con tiempo no se abría el pecho. Rogóle muchas veces su madre, que se pusiese en manos de cirujano, y se dejase curar; pero ella era tan honesta y tan recatada, que tenía por más grave el descubrir parte alguna de su cuerpo á hombre, que la misma enfermedad. Y una noche se entró en su oratorio, y postrada delante del acatamiento del Señor, le suplicó humildemente que la sanase. Lloró muchas lágrimas, y dijo á su madre (que todavía le importunaba, que se dejase curar), que bastaba, que ella con su mano hiciese la cruz sobre su pecho lastimado, y que con esto quedaría sana. La madre hizo la cruz, y el mal desapareció, y dejando en el pecho una señal muy pequeña y delgada, como una punzada de aguja, que le duró toda la vida; para que se viese, que Dios milagrosamente la había sanado, y aquella señal fuese testigo y memoria de este beneficio.

Muerta la santa madre, quedó la santa hija anhelando cada día mas á la perfección, y viviendo en la tierra, gozaba muchas veces de los regalos y consolaciones del cielo, alentando con sus ejemplos, oraciones y palabras, como madre y maestra, á todas las otras doncellas y esposas del Señor, que vivían en su compañía; hasta que andando su hermano San Gregorio Niceno desterrado de su Iglesia, por la persecución del emperador Valente, hereje arriano, y habiéndose hallado en el concilio de Antioquía, por instinto divino tuvo gana de ir á ver á su santa hermana, que había ya ocho años que no la había visto. Fué, y hallóla en la cama muy enferma, y al cabo de su vida, y entendió, que el Señor le había guiado, para que la asistiese en su muerte, y la sepultase con sus manos, y cumpliese con el oficio tan debido al amor, que como á hermana mayor, y madre y maestra espiritual le debía. Estaba la santa tendida en el suelo sobre una tabla, cubierta con un saco, y otra tabla cubierta con almohada á cabecera: y cuando vio á su hermano, hizo gracias al Señor, por haberle cumplido su deseo, é inspirándole y movídole á tomar el trabajo de aquel camino: y después de haber pasado entre los dos hermanos algunas pláticas de Dios, estando la santa virgen ya muy al cabo, hizo una larga y afectuosa oración á nuestro Señor, alabándolo por todas las mercedes que había hecho á sus padres y hermanos, y á ella misma, descarnándola del amor de todas las cosas de la tierra; y suplicándole, que desviase sus piadosos ojos de sus culpas y pecados, y recibiese su espíritu en sus preciosas manos. y que subiese a! cielo, como incienso derretido en el fuego de su caridad.


Dialogus de anima et resurrectione qui inscribitur Macrina

….Y para no causarme depresión de espíritu, apagó los sollozos y trató de alguna manera de disimular la dificultad que tenía de respirar y adoptó una actitud de perfecta jovialidad. Iniciaba ella misma temas agradables de conversación y los sugería por medio de las preguntas que hacía Cuando la conversación nos llevó a mencionar a nuestro gran Basilio, a mí se me derrumbó el alma y la cara se me hundió de tristeza; ella, en cambio, estaba tan lejos de acompañarme en mi dolor y depresión, que tomó ocasión de la mención del santo para la más sublime filosofía. Disertó sobre la naturaleza humana y descubrió el plan divino que se oculta detrás de las aflicciones, tocando, como inspirada por el Espíritu Santo, las cuestiones que se refieren a la vida futura. Lo hizo de tal manera, que mi alma parecía elevarse con sus palabras casi más allá de los límites de la naturaleza humana y como que se situaba dentro del santuario celeste, conducida como por la mano por sus conocimientos… Y si no temiera dar a mi folleto una extensión desmesurada, narraría todo en su orden: a saber, cómo sus propios razonamientos la elevaban a medida que iba entrando en la filosofía del alma y discurriendo acerca del tema de nuestra vida en la carne y del fin último del hombre y de su condición mortal; de dónde viene la muerte y cuál es el retorno de la muerte a la vida. En todo ello razonaba con claridad y lógica, con gran facilidad de palabra, que fluía como agua que cae de una fuente sin impedimento monte abajo (PG 46,977). Santa Macrina murió al día siguiente, y  San Gregorio debió de componer este diálogo inmediatamente después. 

San Gregorio de Nisa nació hacía el año 335, su vida esta ligada especialmente a sus dos hermanos mayores -Macrina y Basilio-, que influyeron poderosamente en su formación y a los que siempre se mantuvo estrechamente unido. Es uno de los tres Padres Capadocios, que tanto esplendor dieron a la Iglesia y al pensamiento griego de su tiempo. Es reconocido unánimemente como una de las figuras más atractivas del siglo IV, hombre de más vasta cultura filosófica y teológica y, sobre todo, el escritor más genial y fecundo.


Muerte de Santa Macrina

Hizo la señal de la cruz sobro sus ojos, y sobre su boca y corazón: y estando en oración, salió aquella bendita alma del cuerpo, dejándole hermoso y compuesto, como cuando estaba vivo. Todas las vírgenes que estaban en aquel monasterio, comenzaron á llorar amargamente, y á decir con lastimosas voces: la lumbre de nuestros ojos y la luz de nuestras almas se ha acabado: la que era nuestra guía, nuestro amparo, el retrato de la pureza, el nudo de nuestra concordia, la columna de nuestra vida espiritual nos ha dejado. Todo su tesoro, y todas sus riquezas fueron un manto, una toca y unos zapatos viejos; porque en Dios solo tenía puesto su corazón y su tesoro. Traía al cuello una cruz de hierro y un anillo de la misma materia, y en él un poco de Lignum Crucis. El cuerpo quedó tan claro y resplandeciente, que parecía echaba rayos de sí. Concurrió, luego que se supo la muerte, gran multitud de hombres y mujeres de toda aquella comarca á su entierro, y llevando las andas San Gregorio Niceno, su hermano, y otro obispo, y otros dos clérigos, varones insignes, y los clérigos, y otra gente, cirios encendidos en sus manos, la sepultaron en el sepulcro de sus padres con gran ternura y sentimiento. Hizo Dios muchos milagros por esta Santa en vida y en muerte: sanó una doncellita, que estaba casi ciega de un ojo, besándole en él: echó muchos demonios: dio salud á muchos enfermos; y con un espíritu profético pronosticó las cosas futuras que habían de suceder; y el trigo, que mandó dar á los pobres, no se disminuyó, ni cuando se dio, ni después de haberse dado.De Santa Macrina hace mención el Martirologio romano á los 19 de julio, y San Gregorio Niceno, su hermano, escribió su vida, y la alaba tanto que en los libros de Anima dice que él fué su discípulo, y ella su maestra, y que ella aprendió los misterios más secretos de la teología cristiana, los cuales no se pueden ver, ni entender, sino de los que tienen los corazones puros y limpios.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.



En la Parroquia de San Gil, histórica sede de la Hermandad de la Esperanza Macarena, existió hasta su destrucción el 18 y 19 de Julio de 1936 una imagen de Santa Macrina -la joven- procedente del extinto Convento de San Basilio, sede original de la cofradía. En el archivo de la Fototeca de la Universidad de Sevilla, se conservan cuatro fotografías de la desaparecida escultura. La Santa capadocia, hermana de San Basilio Magno y de San Gregorio de Nisa, se representa estante, insinuando la pierna izquierda en actitud de avance; viste el hábito de monja basiliana, un ropón talar negro con pliegues, sin ceñir, con amplias y largas mangas que dejan ver otras ajustadas al puño, toca con punta en la frente y plieques en torno al cuello y el pecho, formando el característico rostrillo, con velo que  cubre cabeza y hombros; en la mano izquierda lleva un libro abierto,  la regla monástica, y en la derecha debió llevar el báculo o la férula de abadesa.La semejanzas con el rostro y las  manos de la Macarena es asombrosa. Evidentemente no se pueda comparar con el original, desgraciadamente destruido en el asalto de las hordas marxistas en la aciaga noche-madrugada del 18 al 19 de Julio de 1936, “coincidentemente” el día la fiesta de Santa ignorado por los criminales que perpetraron aquella sacrílega destrucción.

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