SAN ELIAS, PROFETA Y FUNDADOR

San Elias

Corriendo los años de la creación del mundo 3073, y antes del nacimiento de Cristo 980, nació Elías para ser sol de Israel, y lucero hermoso de toda la Iglesia en Thesbís (de quien tomó el renombro de Thesbita), ciudad ó aldea situada á la otra parte del Jordán, en la región de Galaad, que confina con la Arabia, y pertenecía a la tribu de Gad ó Manases. No dice la Escritura sagrada expresamente su patria; porque no había de recibir de ella el honor, sino ella de Elías, á quien mereció por hijo. Tampoco escribe su nacimiento ni los nombres de sus padres; con que dejó á los de la Iglesia el descubrir, que el haber el Espíritu Santo callado sus nombres, fué por representar en él (como en otro Melquisedech) la eternidad del sacerdocio de Cristo, que ni tiene principio ni fin: con que fue más misterioso el callar sus padres, que el decirlo: porque si la antigüedad tenía por nobilísimos á los que ignoraban sus padres, y los veneraban por hombres bajados del cielo, como á Mario y Catón, según refiere Eliano; con más razón podemos afirmar del grande Elías, que el silencio de su patria y de sus padres, fué persuadirnos á que Elías fué todo celestial, y que su origen no había de buscarse en la tierra. Mas siendo cierto que nació en la tierra y tuvo padres, ya que la santa Escritura los calló, procuraron los antiguos escritores averiguarlos. San Epifanio, á quien siguen otros muchos, dice que el padre se llamó Sabaca, noble ciudadano de Thesbis y muy virtuoso; el cual, estando su mujer en vigilia del parto, vio por divina revelación, que paria un niño hermosísimo, á quien unos celestiales varones vestidos de blanco saludaban; envolvían al niño en vivas llamas de fuego, y con ellas en vez de leche, le paladeaban los labios. Admirado de tan extraño prodigio, fue á Jerusalén y consultólo con los sacerdotes; y uno, á quien se comunicaba el Señor, le respondió: No temas, Sabaca; porque ese niño es uno de los mayores dones que Dios ha concedido á su pueblo: vivirá siempre en luz; porque en sus dichos y hechos jamás habrá tinieblas: será su boca fuente de claridad, y castigará los delitos de Israel con el fuego de su espada. Esos ángeles, que en forma de varones vestidos de blanco lo veneran, significan los muchos hijos que en ese mismo hábito han de ser sucesores de su castidad y pureza. Ten, pues, en silencio maravillas tantas, hasta que el Señor se digne de publicarlas.

Nació el niño, y á los ocho días lo circuncidaron, y por divina inspiración, ó mandato de un ángel, le llamaron Elías, que quiere decir el «Señor Dios, ó Dios del Señor» y en griego «sol» dando á entender también el nombre, que era más celestial y divino, que humano, Elías. Algunos autores afirman, que fué santificado en el vientre de su madre, y confirmado en gracia, como el Bautista; pues vino en su espíritu y virtud, y siendo sus nacimientos anunciados, y nacidos ambos para ser vírgenes, doctores, mártires, príncipes del estado monástico, y precursores de Cristo, en una y otra venida; es muy verosímil, gozasen los dos unos mismos privilegios: y más cuando del segundo Elías, Juan, no se dicen sus puericias, sino su nacimiento admirable, y predicación en el desierto; y vemos guarda la Escritura el mismo estilo con nuestro primero Elías. Pero ¿qué mucho, si le disponía el Señor para intérprete de su voluntad, instrumento de milagros, juez y reformador de Israel, maestro de la soledad, y otros gloriosos asuntos? Instruido de sus padres en la observancia de su santa ley, á pocos años se retiró al desierto de Masfa, en el monte Galaad, donde se labró una casa de oración, que después fué colegio de profetas. Su cuerpo traía rodeado de espinas y rigores, siendo su vestido unas pobres pieles, su lecho la tierra dura, su pan las lágrimas, su regalo el ayuno, y su sueño, el que podía tomar, quien casi siempre (como él dijo) estaba en la divina presencia. Añadió á estos rigores el voto de castidad (en la forma, que ya tiene declarado el santo tribunal de la Inquisición) con la profesión de nazareo perpetuo (de que le alaban los padres), abstinencia de vino, y otras observancias de su ley, con tales realces, que todos los profetas nazareos, siervos de Dios, que en aquella soledad se ocupaban con él en el canto de las alabanzas divinas, le estimaban como á superior y prelado.

Así se disponía Elías para ministro de Dios, y celador de su honra y culto. Crecían los pecados del pueblo, tanto, que ya no había quien no idolatrase, y más cuando llegó á reinar Acab, de quien dice la Escritura excedió en maldades a todos los reyes de Israel. Este, casado con Jezabel, hija del rey de Tiro, que era gentil, admitió por dioses á sus ídolos, y labró en su misma corte templo á Hércules, á quien con nombre de Baal, adoraban Tiro, y Sidón, cabezas de la Fenicia.

A ejemplo de tan mal rey, y por lisonjearle, todos en Israel idolatraban; que el ejemplar del príncipe y superior todo lo arrastra: desdichado del que es malo. Para la cura de enfermedad tan mortal, previno Dios el remedio en Elías, así como en su Iglesia contra Arrío á San Atanasio, contra Pelagio á san Agustín, contra Nestorio á san Cirilo, alejandrino carmelita. Para esta lid, habiéndole criado con leche del cielo, purificándole con su fuego, encendídole en su honra, y endurecídole con las penitencias; le dio el Señor poder en cielos, y tierra y todas las armas que pedía su valor y necesitaba la arrogancia de sus enemigos Acab y Jezabel.

Tenía cincuenta años de edad, Elías, cuando le dijo el Señor, que saliese á la campaña contra el rey Acab, y todo su reino. Obedeció Elías, y conociendo, que para reducir aquel pueblo, el mejor medio era, que el cielo negase sus lluvias a la tierra, porque lo más sensible para el corazón humano, no es, que le falten los bienes del alma, sino los de su apetito: por esto le pidió á Dios, le diese las llaves del cielo: otórgaselas su Majestad; y arrojando llamas por la boca, se fué al rey, y le dijo: Pues no hay enmienda en tí, rey descreído, ni temor en tí, ó pueblo pérfido, que desprecias al Señor, por verlo blando, usando mal de su gran misericordia: vivo el Señor Dios de Israel, ante cuyo acatamiento estoy, que no habéis de ver roció, ni lluvia del cielo sobre vuestros campos, sino cuando, y como yo quisiere. Quedó atónito el rey, pasmados los circunstantes y toda la corte temblando.

Con esto Elías, instruido del Señor, se salió de la ciudad, volviendo al cielo las llaves. Confirmó Dios el orden de Elías, y le mandó, se retirase á la otra parle del Jordán, á un collado peñascoso cerca de un arroyo, llamado Corilh. Escondióse en sus quiebras, y el Señor le hacia el plato, enviándole dos veces al día pan y carne con dos ángeles en forma de cuervos; ó si no eran ángeles, ellos á lo menos tomaban la comida de la mesa de Acab, y se la ponían á los cuervos en los picos, mandándoles, la llevasen á Elías; para que se viese, que á quien busca el reino de Dios, lo temporal no le falta.

Como la piedad de Dios es tan grande, quiso su Majestad, que Elías la tuviese del pueblo necesitado; y así le secó el arroyo, y dejó de enviarle los cuervos, y porque experimentase, qué cosa era necesidad, le mandó ir á Sarephta, ciudad cerca de Sidón, donde una mujer viuda le sustentará. Obedeció Elías: y llegando á las puertas de la ciudad, vio una mujer recogiendo unas serojas para hacer fuego: llamóla, y con humildad de pobre, y necesitado, que lo iba ya, le dijo le diese un vaso de agua; y partió la mujer para su casa á traerle el agua; y Elías añadió: Tráeme también un poco de pan. Vive el Señor Dios tuyo (dijo la mujer) que no tengo bocado de pan en mi casa, sino solo un puñado bien pequeño de harina en la cántara, y un poco de aceite en la aceitera. Y ando recogiendo dos serojas, para hacer algo, que yo y mi hijo comamos, y luego muramos; porque no da lugar á más la cruel hambre, que consume esta tierra. Elías, que no venía á quitarle la vida, sino á asegurársela con su bendición, dijo, animándola: No temas; porque esto dice el Señor Dios de Israel: la cántara de la harina no faltará, ni la alcuza del aceite disminuirá hasta el día, en que el Señor ha de dar agua á la tierra. Así sucedió: y la novedad del milagro hasta entonces jamás visto en el mundo (como ni tampoco el de los cuervos), le hizo mayor, y la continuación tan notado, que no solo corrió por las vecinas, sino por toda la ciudad. A pocos días se le murió á la viuda un hijo único que tenía: y como se quejase al santo, él movido á piedad, lo resucitó. Milagro tan nunca visto hasta entonces, que ser Elías el primero en esta maravilla, lo engrandece tanto, que el Espíritu Santo se hizo su panegirista, diciéndole: ¿Quién se podrá gloriar como tú, que sacaste un muerto de la sepultura? Agradecido el niño al santo profeta que le volvió á la vida, se hizo su discípulo, y después fué también profeta, uno de los doce menores, llamado Jonás.

En el tiempo que Elías estuvo en “Sarephta, frecuentó el monte Carmelo (teatro de sus prodigios y maravillas) por tenerle cerca. Pasados los tres años y medio de la seca, le mandó Dios se viese con Acab; porque deseaba ya su Majestad dar agua á la tierra, y quería se la pidiese el mismo Elías. Bajó al llano, y halló á Abdías, mayordomo de la casa real, á quien dijo, que fuese y dijese al rey, lo esperaba allí. Vino Acab, y después de otros lances, se convino entre los dos, á petición de Elías, que se tuviese en el monte Carmelo aquel auto tan solemne de la fé, en que juntó lo más principal del reino, y ochocientos cincuenta profetas falsos de Baal, estando solo Elías de parte de Dios y la verdadera religión, vencidos todos con el prodigio de hacer bajar fuego del cielo: después á todos quitó la vida con el celo de su ardiente espada, como más largamente se refiere en el libro III de los Reyes. Castigados con la muerto los ochocientos cincuenta falsos profetas, viendo Elías á Acab penitente, al pueblo convertido, y más obediente á Dios, levantó la mano de su castigo: ofreció al rey el agua tan deseada: subióse á la cumbre de su Carmelo; y sucedió, todo lo que ya queda referido en la fiesta de nuestra Señora del Carmen, de la nubecilla, siendo Jonás, el hijo de la viuda, que él había resucitado, el discípulo que entonces le asistia, y envió á descubrir la nubecita, que dio con sus abundantes lluvias consuelo, alegría, vida, salud, y sustento á todo Israel.

Era Jezabel, á cuya cuenta vivían los falsos profetas; y así luego que supo su muerte, y el triunfo de Elías, juró le había de quitar la vida: y así Elías huyó; que el furor del poderoso, y más de una mujer, no se puede vencer con mejores armas, que con la fuga. Rindió á Elías el cansancio del camino, y sentado al pié de un enebro, pidió á Dios la muerte, de que huía. Bástame, Señor (le dijo), lo que he vivido. Lleva para ti esta alma, que por ti ansia. No soy mejor que mis padres; y por eso no de he igualarlos en días. Quedóse dormido con la tristeza: envióle Dios un ángel, para que lo visitase, y trajese de comer y beber, que lo necesitaba mucho. Despertólo el ángel, y díjole: Levántate, y come. Despertó: vio á su cabecera el pan (figura del eucarístico y divino, que dichosamente hoy posee la Iglesia) y vaso de agua, y comenzó á comer del pan; mas estaba tan rendido, que se volvió á dormir. Volvió el ángel segunda vez, y despertándole con más fuerza, le dijo: Levántate, y come; porque te queda largo camino que andar. Levantóse el santo: comió, y bebió: y aunque era tan pobre y parca la comida; como venía de la dispensado Dios, y por mano de un ángel, tuvo tal virtud, y le dio tales fuerzas, que caminó con ella cuarenta días con sus noches, hasta llegar al monte Horeb, adonde el Señor le encaminaba. Entróse en una cueva, y el Señor se le apareció, y dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? ¿Qué temes; si yo te asisto?

Respondió Elías: Con celo he celado por el Señor Dios de los ejércitos. Regalóle Dios con un viento suave, y aura divina, por venir su Majestad en ella, como afirma el sacro texto: mandóle ir á Samaría, y que ungiese á Jehú por rey de Israel, y en Damasco á Hazael por rey de Siria, que eran los dos cuchillos, que su Majestad prevenía para castigar en Acab, y Jezabel, sus grandes idolatrías y pecados: y al fin, que ungiese á Elíseo, hijo de Safad, natural de Abelmeula, en profeta, y sucesor suyo. Todo lo cumplió Elías, pospuesto todo temor; que á quien Dios asegura, nada tiene que temer. Ungidos los dos reyes, pasó ó ungir á Elíseo: hallólo arando las tierras de su padre, en compañía de otros: conociólo con su espíritu profético; y ungiéndolo con el óleo santo, con que en aquel tiempo se ungían los reyes, sacerdotes, y profetas, le echó sobre los hombros su melota, ó capa, que fué darle el hábito de la religión, que á vista de la nubecita, símbolo de María Santísima, sin pecado concebida, teniéndola por ejemplar capitana y maestra de los tres esenciales votos, obediencia, pobreza y castidad, instituyó en el Carmelo; ofreciendo juntarle familia, que desde entonces atendiese a su veneración, y cuando naciese, estuviesen á su obediencia, con título de hijos y siervos suyos, como ya dijimos en la fiesta de nuestra Señora del Carmen; y así quedó Elíseo admitido á su religión, profesión, é instituto.

Viéndose ya con este discípulo tan aventajado, con Jonás, Miqueas y oíros, que atrajo el buen olor de su vida, se partió para el Carmelo (en cuyas faldas nació María Santísima, como tomando posesión de su monte glorioso al nacer), donde plantó la primera colonia y convento de su orden, á honor y servicio de la sacratísima Virgen María, sin pecado concebida, á quien había tenido por causa ejemplar y final y meritoria, y de cuyo influjo esperaba su conservación y aumento, corriendo el año de la creación 3127, y antes de la encarnación del divino Verbo 926, llamando á sus hijos y sucesores «los hijos de los profetas».

Labró un oratorio para que se juntasen á orar y cantar á Dios alabanzas divinas, y á explicar al pueblo la ley del Señor. A esta observancia instituida en los colegios de los profetas desde los tiempos de Samuel, añadió Elías á más de la soledad, penitencia, silencio y oración, la observancia de los tres votos perpetuos de obediencia, castidad y pobreza, que constituyen el estado religioso, cosa hasta entonces no usada de los hombres: bien que Elías, aunque dio el ser y sustancia del estado, no fué con la perfección, solemnidad y potestad de claves, ni otras prerrogativas que goza en la ley de gracia: porque de éste en toda su perfección fué el principal instituidor Cristo, nuestro Bien, y del que instituyó Elías en la antigua ley, causa también ejemplar, final y meritoria: con que Elías respecto de Cristo es ministro é instrumento; pero en orden á los demás en el tiempo es el primer patriarca, y en méritos y santidad no es inferior á ninguno de las demás religiones. En la instrucción de sus nuevos hijos, y casas que se fundaban, gastó el santo profeta nueve años.

Mandóle Dios después, que saliese del Carmelo á sentenciar á Acab y Jezabel, por la inocente muerte de Naabod, á quien por quitar una viña, quitaron también la vida. Bajó del Carmelo: encontró á Acab, y díjole: Mataste á Naabod, y tomaste posesión de su viña. Pues hágote saber, que en este lugar donde los perros lamieron la sangre de Naabod, lamerán la tuya, y también comerán las carnes de Jezabel en el campo de Jezrael.

Dichas estas amenazas, Elías se volvió á su Carmelo: las cuales cumplidas (la de Acab antes, y la de Jezabel después de su rapto), reinó Ocozías por su padre Acab, y á pocos días cayó de un corredor, de que quedó con gran riesgo de la vida. Envió ó consultar á Beelzebub, ídolo de Accaron, acerca de su enfermedad; y el Señor avisó á Elías, y mandó saliese al encuentro á los criados del rey. Obedeció: bajó del monte; y viéndolos, les dijo”: ¿Por ventura no hay Dios en Israel á quien consultar? ¿Para qué vais á Accaron?

Con la vida pagará el rey su pecado: no se levantará de la cama. Lleváronle al rey las nuevas, y díjoies á sus criados: ¿Qué persona era quien así os habló? ¿qué señas tenia? Un hombre es velloso, vestido de unas pieles (dijeron), y ceñido con una correa de las mismas. (Hábito es este penitente y religioso; aunque más quieran quitársele á Elías.) Elías thesbita es (respondió el rey), porque le conocía muy bien. Comunicó el caso con su madre Jezabel: y como ella le aborrecía, dieron orden de que lo fuese á prender un capitán con cincuenta soldados. Fué el capitán; y estando en el Carmelo, cerca de donde Elías estaba, le dijo con irrisión y arrogancia: Hombre de Dios, el rey manda que desciendas. Conociendo el santo que la ironía con que hablaba, é intento que traía, no cargaba tanto sobre su persona, cuanto sobre la autoridad de Dios, en cuyo nombre había hablado; no con celo de venganza, sino del honor divino, le respondió: Si soy hombre de Dios, baje fuego del cielo y trague á tí y á tus cincuenta soldados. Al instante bajó el fuego y los convirtió á todos en cenizas. Viendo el rey que tardaba, envió segundo capitán con otros tantos soldados, á quienes, por la misma causa, sucedió lo que al primero, bajando fuego del cielo y consumiéndolos, defendiendo Dios su honor, agraviado en su profeta. Envió el rey tercero capitán, que fué Abolías, mayordomo de su padre Acab: llegó como católico de su tiempo, con grande humildad y cortesía, suplicando á Elías tuviese de él piedad, pues obedecía á su rey. Entonces el ángel que asistía á Elías le dijo: Desciende, y ve con él, no temas.

Descendió Elías del monte, y puesto en la presencia del rey, le dijo sin más preámbulos: Esto dice el Señor: Porque enviaste mensajeros á consultar á Beelzebub, dios de Accaron, como si no hubiera Dios de Israel á quien pudieses preguntar; del lecho sobre que subiste no descenderás, sino morirás. Con esto se salió de palacio el santo profeta, dejando á todos asustados; más rabiosa á Jezabel, y al rey en manos de la muerte, que en breve experimentó. Viendo que las palabras de Elías eran eficaces para cerrar el cielo, abrasar capitanes y quitar vidas á reyes, cuando al honor de Dios importaba, siendo cuanto obró por mandado expreso de su divina Majestad, como el mismo profeta santo confesó; no ha fallado quien ya en libros, ya en pulpitos (por lograr un concepto), diga, que fué cruel este celo, imperfecto ó injusto el santo profeta, y contrario al espíritu de Cristo. ¡Bravo arrojo! sin advertir, como dice Teodoreto: «Que los que al profeta acusan de cruel, contra el Dios del profeta mueven la lengua; porque él envió aquel fuego». ¿Imperfecto debía de ser Dios en sentir de los tales? ¿Muy ajeno del espíritu de Cristo, y muy cruel san Pedro, cuando con una palabra quitó la vida á Ananías y á Sabrá, y san Pablo á Elimas los ojos? ¿Imperfecto el sagrado Precursor que vino en la virtud y espíritu de Elías? Pero dejemos á los tales.

Habían ya crecido en número y perfección, y admitirlo el santo padre los colegios de Bethel, Jericó, Samaría, Gaígala, Masfa y otros, en los cuales florecía su santidad y magisterio.

Prueba el águila la legitimidad de sus hijos poniéndolos á vista del sol para que examinen sus rayos: asilo hacían los hijos del Carmelo, teniendo a Elías, su sol, tan á la vista, de quien con sagrada emulación copiaban los resplandores, y mejorábanse cada día más en su contemplación. Estando ya bien instruidos en su nueva profesión, y viendo que en Elíseo y otros hijos aventajados, dejaba quien la llevase adelante, quiso Dios trasladar á su ministro y profeta, y como depositarlo en el paraíso, y reservarlo con la vida en él para los tiempos más atribulados de su Iglesia, encargándole esta última victoria, á quien tantas había alcanzado de Satanás y sus ministros. Quiso Dios que un hombre tan divino no conversase más con los humanos, sino con los celestes espíritus: y como á los grandes y valerosos capitanes honraban los reyes con carro triunfal, quiso que Elías, que tantas batallas venció, y tanta sangre derramó de sus contrarios, subiese al paraíso triunfante, en un carro y caballos de fuego. Esta fué la intención: veamos el hecho. Sabiendo ya Elías como Dios quería llevárselo al paraíso, partióse su amado discípulo Eliseo al convento de Galgala, y de allí á Bethel, donde acompañado de cincuenta monjes, llegó Elias al Jordán con Eliseo: quitóse la melota ó capa; y doblándola hirió con ella las aguas, que obedientes á su presencia y santidad, se dividieron, con que no solo dejaron el paso franco, sino seca y enjuta la madre, mostrando en una acción dos milagros. Pasado el Jordán, encargó á Eliseo, como sucesor suyo, el cuidado y observancia de su religión, y le ofreció, que desde el lugar donde el Señor le colocase, pedirla por su duración y aumento. Por fin, le dijo le pidiese cuanto quisiese: que se lo concederla con gusto. Eliseo solo le pidió su espíritu doblado; y aunque se le hizo dificultosa la petición, se la concedió. En esto vino el carro de fuego en que Elías subió á los cielos triunfante, y Eliseo lleno de dolor, lo miraba y decía: Padre mío, padre mío, carro de Israel y carretero suyo.

Así lamentaba Eliseo la ausencia de su santo padre, cuando perdiéndolo de vista, vio que le arrojaba su capa ó melota, y en ella su espíritu doblado, con cuya prenda se volvió al Jordán: y habiéndolo dado también paso milagrosamente, dividiéndose otra vez sus aguas al contacto de la capa, los cincuenta hijos de los profetas, ó monjes, que á la otra orilla le esperaban, viéndole venir con la capa y espirita de su maestro Elías, le veneraron por su sucesor y admitieron por prelado.

Trasladado Elías, no nos dice la Escritura el lugar donde paró, ni la vida que en él hace; y así es forzoso seguir lo que nos han dicho los santos: los cuales afirman que Elías está vivo: el lugar donde habita no es el cielo, lugar de los bienaventurados (porque hasta la muerte y ascensión de Cristo, á nadie se abrieron sus puertas), sino el paraíso terrenal, donde lo reserva Dios, para que en compañía de Enoch, venga á predicar penitencia en tiempo del Anticristo. En el paraíso, pues (que no pereció con las aguas del diluvio), les previno el Señor su habitación, donde, aunque no ven á Dios cara á cara, pasan una vida felicísima, gozando de muchas consolaciones divinas, de visitas frecuentes de los ángeles, sustentados del árbol de la vida, mereciendo infinito, y libres del estado de pecar y desmerecer. Viven por fé: porque no ha llegado la clara visión, y así merecen con sus obras y sus actos. De aquí se sigue, que en el estado feliz que Elías goza, puede ser venerado ó invocado de los fieles: lo cual consta de la práctica de la Iglesia, así en tiempo de la antigua ley, como en el más dichoso de la nueva ley de gracia. De la antigua consta: pues luego que fué arrebatado en el carro triunfal, Elíseo, queriendo pasar el Jordán lo invocó. Viendo al Carmelo levantaron una iglesia ú oratorio á su memoria. Los hebreos cuando circuncidaban á sus hijos, ponían dos sillas, una para el sacerdote y otra para san Elías; persuadidos á que el santo profeta asistía á la gracia de aquel sacramento, y como medianero é intercesor á todas las que Dios les concedía. En las preces y letanías de los santos de su ley le invocaban. En la ley de gracia fue aún más expreso su culto é invocación. La Iglesia griega ferió su día: le edificó muchos templos: en su fiesta hicieron muchos sermones y homilías sus doctores sapientísimos. Rezaban de él con oficio eclesiástico; y hoy se continúa en muchas partes, según se lee en sus misales antiguos y modernos.

La Iglesia latina no ha sido menos fervorosa en su veneración. En Italia, Nápoles, Sicilia, Hungría y España, le han dedicado muchos templos y celebran su memoria en muchos Martirologios, y este día en el romano. A los padres carmelitas, que siempre le han venerado por su primer fundador y patriarca, concedieron los sumos pontífices Gregorio XIII y Sixto V, con otros muchos de sus sucesores, rezo de primera clase con octava, como á su padre, fundador y patrón, el cual usa toda la religión con la solemnidad que es notoria: privilegio tan singular como es venerar en iglesias y rezar de un hombre vivo como si ya estuviera en el cielo, y gozar antes de entrar en él: esta prerrogativa que solamente da y concede la Iglesia a los bienaventurados, es tan grade y nunca vista, que á algunos celosos ha causado gran novedad, y han procurado y pretendido que no se rece del santo, así por estar vivo, como por no hallarse en la Iglesia privilegio semejante; pero ha salido Dios á la defensa de su celador santo. El caso milagroso refiere el muy docto P. M. José Andrés, de la ilustrísima Compañía de Jesús, y sucedió en esta forma. Un personaje grave de Roma entró petición a la sacra congregación de Ritus, que debía prohibir el rezo del profeta san Elías, por los graves inconvenientes que tenía, de que al día siguiente daría bastantes pruebas. Admitió su petición la sacra congregación, y mandó que el informante diese sus fundamentos. Púsose aquella noche á trasladarlos muy alegre y agradecido á su estudio. Pero (¡ó sumo poder de Dios!) encontrando acaso con estas palabras del capítulo 48 del Eclesiástico: Surrexit Elias propheta, quasi ignis, etc., al mismo tiempo le cogió al cuerpo y ánimo un temblor y horror tan grande, que ni pudo mover la mano, gobernar la pluma, ni desembarazar el ingenio, entregado todo á lamentar sus dolores. Así duró algunas horas, hasta que su aflicción, informando su conciencia, le dio á entender que aquel arresto, no era celo discreto, sino emulación y afición poco pía al santísimo profeta: con que reconoció el castigo de su temeridad, y ofreció arrepentido la enmienda. Luego que llegó la mañana, y el Señor en premio de su dolor le mitigó sus dolores, se fué á la sacra congregación: refirió todo el caso; y de acusador se hizo abogado del santo, confesando que lo tenía por tal, y por merecedor de que gozase en la Iglesia aquel y otros públicos honores. Con cuya experiencia y otras, ha puesto la sacra congregación perpetuo silencio en la materia de semejantes contradicciones

Bien ha mostrado Elías su agradecimiento á la misma Iglesia en varias ocasiones, que refieren los libros sagrados, y otros autores. A los nueve años de su rapto escribió una carta á Joran, hijo de Josafat, rey de Jerusalén, reprendiéndole su mala vida, y el haberse apartado de los caminos, que siguió su santo padre, y amenazándole con rigurosos castigos, si no procuraba enmendarse.

Sabida es la aparición en el Tabor, asistiendo á la trasfiguración gloriosa de Cristo, Bien nuestro, donde pidió por la duración de su religión carmelita, y alcanzó de Cristo, que duraría hasta el fin del mundo, según la Virgen santísima se lo reveló ó su hijo san Pedro Tomás, patriarca, y mártir. Otras dos apariciones refiere la gloriosa madre santa Teresa de Jesús en el libro de sus fundaciones; y de otras muchísimas hacen mención varias historias, todas en utilidad de la Iglesia y sus hijos los fieles. Es abogado especial, y antídoto soberano contra la peste, y tiempo de seca y falla de agua. Pudiera comprobarse esto con muchos milagros; pero basta ligeramente referir, lo que sucede en una ermita de san Elías, que está en España (porque no vamos más lejos) en un montecillo, que está en Aragón, entre Monzón y Lérida, un tiro de escopeta de Beldara: la cual ermita es todo el año frecuentada, y especialmente este día 20 de julio, que es su fiesta de guardar por voto de sus vecinos pueblos, que suben á ella en procesión, agradecidos á los milagros, que por su intercesión experimentan; y así está llena de mortajas, velas doradas, madejas de seda, piernas y brazos de cera, pechos de mujeres y otras presentallas, que atestiguan los milagros, que del santo profeta han recibido, así mediante su intercesión, como bebiendo el agua de una fuente, que llaman de San Elías, y nace del montecillo en que está fundada la ermita: y cuando tienen necesidad de agua los campos, valiéndose de su intercesión, luego la consiguen. En Lombardía le tienen también por abogado para las faltas de agua; porque por su intercesión siempre la han conseguido.

Es abogado contra la peste, como se experimentó el año de 1656 en el reino de Nápoles, haciéndole las ciudades de Capua y Nola, su patrón, fabricándole templos ricos y hermosos: porque sobre haber sanado infinitos, untándose con el aceite de su lámpara, que milagrosamente también lo daba con tal abundancia, como si fuera una fuente manantial, juntando en uno infinidad de milagros; el día, que la ciudad de Capua lo eligió por su patrón movida con tantos milagros, cesó repentina y totalmente la peste, sin que quedase de ella más memoria. Con cuyo prodigio, mas fervorosos, hicieron su voto en la iglesia de los padres carmelitas: dotaron su fiesta de primera clase: celebráronle ambos cabildos eclesiástico y secular, y los caballeros todos con fiestas, los poetas con epigramas, los predicadores con famosos panegíricos, y Dios, que en sí es glorioso, lo quedó de nuevo en Elías. Otros infinitos milagros se pudieran referir; pero se dejan por abreviar: quien quisiere verlos, lea al reverendísimo P. Fr. José de Santa Teresa, en sus Flores del Carmelo, y hallará abundancia.

Finalmente, llegado el tiempo del Anticristo, aquel fiero monstruo, que asistido del demonio, de la gentilidad, judaísmo y herejes, publicará guerra contra Jesucristo, y sus santos: derribará sus iglesias: pisará sus imágenes: hará, que cese en público el santo sacrificio de la misa: martirizará á los sacerdotes: postrará las vírgenes: la culpa será virtud, y no habrá mayor delito en su tribunal, que el ser cristiano: publicará, que es el verdadero Dios, y Mesías: fingirá su muerte, y resurrección: pondrá su estatua en el templo; y hará aparentes milagros, que será una de las mayores angustias de los fieles. Contra tantos males Elías será el antídoto; pues para verdadero apóstol de aquella última persecución, y la mayor, y más temerosa, que ha padecido la Iglesia desde el principio del mundo, tantos siglos ha que Dios le tiene guardado, señalado y prevenido. Vendrá como precursor de aquella segunda venida, y con potestad extraordinaria, concedida inmediatamente de Dios (aunque subordinada é inferior á la del sumo pontífice), para gobernar el pueblo cristiano, para enseñar la fé, y doctrina verdadera, para hacer milagros en apoyo de su doctrina y predicación: con la cual confirmará á los fieles, reducirá á Dios á los hijos de su pueblo, volviendo todas las cosas á su debido lugar, de que las había desencajado el Anticristo.

Saldrá armado de las noticias, y méritos de tantos siglos, limpio y purificado su corazón del temor, que tuvo en tiempo de Jezabel, docto, y fuerte en el trato de los ángeles, obligado con los favores de Dios, sabiendo que esta es la ocasión, para que su Majestad lo tiene reservado, y que es obligación suya mirar por el crédito y honra de su Dios, como siempre lo hizo su celo abrasado.

Acompañado de Enoch, y de otros fieles ministros, especialmente de sus religiosos los carmelitas, de las demás religiones, y varones fervorosos, eclesiásticos, y seculares del cuerpo, y campo de la Iglesia, saldrá á plaza contra su mayor enemigo, cuyos aparatos y victorias, así las describe el evangelista san Juan: «Daré (dice) á mis dos testigos, y profetarán mil doscientos sesenta días cubiertos de sacos. Estos son dos olivas, dos candeleras, que están en la presencia de Dios: si alguno les quisiere dañar, saldrá fuego de la boca de ellos, y tragará sus enemigos. Estos tienen potestad para cerrar el cielo, para que no llueva en los días de su profecía: y tienen potestad sobre las aguas, para convertirlas en sangre; y para herir la tierra con toda plaga, siempre que quisieren.»

Después de este tiempo, que será tres años y medio (menos veinte días) que gastará el Anticristo en perseguir la Iglesia, y Elías en defenderla, concurrirán todos á Jerusalén. Quitará el dragón (que es el Anticristo) las vidas á Elías y Enoch: su muerte, afirma santo Tomás, que será en cruz, por imitar en esto á su capitán: sus cuerpos (dice san Juan) serán arrojados en la plaza de Jerusalén; y causará tal espanto y admiración ver vencidos á los invencibles, y muertos á los que parecían inmortales, que concurrirán á ver sus cuerpos, «de las tribus, de los pueblos, y de las lenguas, por tres días y medio, en que no se consentirán, que sus cuerpos sean enterrados (dice san Juan): y pasados tres días y medio, el espíritu de la vida del Señor entró en ellos, y se levantaron sobre sus pies. Y cayó un gran temor sobre aquellos, que los vieron antes muertos. Y oyeron una voz grande del cielo, que les decía: Subid acá; y subieron al cielo en una nube, y los vieron sus enemigos». Con que vendrá á ser apóstol, y mártir en Jerusalén nuestro grande Elías, muriendo en el árbol sacro de la cruz á ejemplo de Cristo: resucitará después de tres días y medio, y en una nube hermosa, como el carro, subirá en cuerpo y alma triunfante y glorioso al cielo, á vista de su mayor enemigo el Anticristo, el cual después de veinte días acabará por la divina justicia.

Con cuya muerte, y el juicio universal, acabará el mundo, recibiendo los pecadores su castigo, y los justos su galardón, comenzando el reino de Cristo, y de sus santos, para durar una eternidad. Escribieron la vida de san Elías, sus virtudes, proezas, y milagros, las mejores plumas del cielo y de la tierra; pues el Espíritu Santo en los libros sagrados de los Reyes, Eclesiástico, Apocalipsis, y otras partes, y los mayores santos, ó intérpretes de la Iglesia en sus escritos se hacen lenguas en su loor y alabanza: algunos, en particulares libros, que hicieron del santo profeta (como son Juan Jerosolimitano; Egidio Camarte de rebus Eliæ; Saliano; Tornielo in Annal. mundi; Lezana en los del Carmen; Fr. Francisco de Santa María, Hist. prophetiea y en su Apología; Muñoz in Propugnáculo Eliæ; Mathias á S. Joanne tom. 1 Hist. Panegyr.; Doroteus á Sánelo Renato in lib. Regn. de Apocalyp., y otros, que cita Daniel á Virg. Maria in Vinca Carmeli), juntaron todas sus glorias, si puede haber alguna que se iguale, al referirlas el Espíritu Santo (que por último de sus elogios dice: ¿Quién en el mundo podrá como tú gloriarse, ó Elías?), cuya gloria y divinidad merezcamos ver por la intercesión del gran celador de la honra de Dios, Elías. Amen.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

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