SANTA EULALIA DE MERIDA, VIRGEN Y MARTIR

La Iglesia de España, perla del catolicismo, celebra hoy la memoria de la ilustre mártir que inmortaliza a Mérida, honra de toda la Península Ibérica, alegría de la Iglesia Universal, exclama enajenado de entusiasmo Dom Guéranger. Es la tercera de esas “Vírgenes sabias” cuyo culto se celebra con más pompa en la Iglesia en tiempo de Adviento; digna compañera de Bibiana, de Bárbara, y de la heroica Lucía que pronto recibirá el homenaje de nuestro culto.
No insertamos aquí el estupendo poema que copia y traduce el Abad de Solesmes; es muy extenso, aunque esa consideración no estorbó a los Padres de nuestra liturgia mozárabe incluirle por entero en el Oficio de la Santa. Consta de cuarenta y cinco estrofas el delicioso cántico, desarrollado en forma descriptiva, histórica.
Sobrehumano es el valor, increíble la audacia con que esa niña de doce años desafía al tirano y se lanza a los suplicios, más pronta y animosa a abrazarse con ellos, que los feroces verdugos a aplicárselos sin miramiento ni asomo de piedad y duelo al cuerpecillo delicado de Eulalia. Es que, bajo las apariencias de niña tierna latía un corazón gigante. Para describirnos y cantar dignamente la lucha inaudita más que homérica de esa heroína contra todo el poder del averno, era menester nada menos que el prócer de la lírica cristiana; a la abanderada del espléndido escuadrón de vírgenes mártires invencibles ha de corresponder el vate más ilustre, el rey de los poetas del cristianismo, el gran Prudencio. Prudencio se dió cuenta cabal del papel glorioso que le deparaba la Providencia de ensalzar a esa niña prodigio que superaba en fortaleza y coraje a los corifeos mismos del martirio. Se superó a sí mismo el poeta en dulzura, suavidad y gracia, cantando a su heroína, y esculpiendo a la par en sus versos la entereza broncínea de Eulalia, que con delirio santamente loco, andaba a caza de torturas para su cuerpo, asaltándolas con el afán con que los niños golosos se lanzan a los dulces y frutas apetecidas.
Es Eulalia en los anales del heroísmo cristiano una figura desconcertante por su grandeza legendaria; nos cuesta de buenas a primeras dar ascenso a la vivida descripción de su martirio, si no paramos mientes en que Cristo mismo por obra y gracia del Espíritu divino forjó de intento ese modelo insuperable de Esposa suya que se lanza desolada a los brazos de su Amado a través de sangre y fuego, y para lograrlo se abreva, degusta y saborea con fruición incontenible los tormentos más atroces.
Y no andan en zaga, en entusiasmo y elocuencia el Breviario y Misal Mozárabes al ensalzar a Santa Eulalia. No se halla cosa tan soberbiamente magnífica, dice Dom Guéranger, como los elogios consagrados a su memoria por la antigua Iglesia de España. Citamos casi al azar, añade, en el Misal, las dos hermosas composiciones escogidas entre otras veinte que pudieran ser preferidas:

Oración

Regocíjese en Vos, Señor, la virginidad, y codeándose con ella la continencia tome parte en la alegría. He aquí una guerra, en que no figura el sexo sino el valor. No estriba la defensa en la espada sino en el pudor. No se entabla la lucha entre personas sino entre causas. Una conciencia inocente atraviesa sin heridas los batallones armados; la que triunfó del asalto de los sentidos, triunfará del hierro. Vencerá fácilmente a los demás el que se vence a sí mismo; y si la virtud es loable en el hombre, la virgen que despliega viril fortaleza es digna de mayores elogios, Una virgen sagrada entra en una asamblea profana, y llevando en su pecho a solo Dios triunfa de los suplicios. No falta allí un lictor tan imprudente como cruel que lanzando las saetas impúdicas de sus miradas, tortura con infame suplicio a quien podemos apellidar Esposa de Cristo, de manera que la ajena al adulterio tiene que soportar castigo adúltero. Luego, el verdugo, para someterla a más ruda prueba, expone el cuerpo de la Virgen ante los ojos de los espectadores, y a lo largo de sus caderas desgarradas corre en arroyuelos la sangre más rápidamente que la mano del lictor, lo es para abrir nuevas llagas en las entrañas surcadas de crueles azotes. La sacrílega intención del verdugo queda confundida, y no aparece aquí otro vergonzoso espectáculo que el de los fieros tormentos. Desnuda está nuestra Virgen, pero es desnudez pudorosa. Uno y otro sexo aprenda pues, de esta Virgen a ambicionar no la hermosura sino la virtud, a amar la fe, no los encantos del cuerpo. El que quiere agradar al Señor, entienda ha de ser juzgado, no por los atractivos del rostro, sino por su pudor. Y ahora, oh Cristo, ya que por ti mereció esta Virgen, por ti también llevó felizmente a cabo su glorioso papel, (pues no acertaríamos a rehuir las dudas del enemigo sino el apoyo de tu divinidad) dígnate otorgarnos que, así como esta bienhadada Mártir ganó por su lucha varonil el premio de la castidad, alcancemos el perdón de nuestros desmanes, la recompensa prometida.

Ilación

Digno y justo es. Señor Dios, que te demos gracias a Ti que colocaste en el pavés de la gloria a esta Virgen prudente fiel discípula de la fe; a Ti que haciendo fuese María madre, hiciste también que Eulalia fuese mártir, la una feliz en dar a luz la otra feliz muriendo; la una llevando a cabo el ministerio de la Encarnación del Verbo, la otra apropiándose la imitación de sus padecimientos; la una creyó al Ángel, la otra resistió al enemigo; la una elegida para que Cristo naciera de ella, la otra escogida para que el diablo fuera vencido por ella. Eulalia Mártir y Virgen fué en verdad digna de agradar a su Señor; protegida por el Espíritu Santo aguantó rudo combate a la delicadeza de su sexo. Viósela por encima de toda fuerza humana ofrecerse a las torturas en alas del celo de tu amor; cuando a honra de tu precioso Unigénito derramó su sangre en testimonio de generosa confesión, y entregó a las llamas sus castas entrañas en olor de suave incienso. Va sin ser llamada al tribunal de un gobernador sanguinario. Allí se manifiesta su alma tan incapaz de disimulo, como el lugar mismo convidaba a señalado triunfo. Quiere conquistar un reino, menospreciar los suplicios, encontrar al que busca y ver, finalmente, al que habrá confesado. No le asusta la pena, no duda de su triunfal corona, el potro no la ha rendido, no desconfía del premio. La preguntan, confiesa; la arrancan la vida y es coronada. Por estupendo prodigio subiendo el espíritu de la Virgen hacia ti por la llama al exhalar el postrer suspiro, tu Majestad soberana le recibe en figura de paloma; de modo que la Mártir escala los cielos con el símbolo maravilloso con que ¡oh Padre celestial! mostraste tu Hijo a la tierra. Pero los mismos elementos no sufren que el cuerpecillo de la Mártir permanezca sin honra; nieve del cielo a guisa de vellocino gracioso viene a cubrir y discretamente velar aquellos restos que pregonan la austeridad de la virtud, el candor de la virginidad. El cielo mismo aporta la pompa de espléndida misericordia del Redentor, el alma de la Virgen es entronizada en la celestial mansión en desquite de la mortaja aérea en tan augustos funerales, y por la sepultura terrestre.
Ten a bien, Mártir gloriosa, unamos nuestra admiración a los sublimes cánticos que la Iglesia entona a honra tuya. Habiendo enajenado tu corazón Virgen heroica el amor de Cristo, no sentías los tormentos, o, mejor dicho, el dolor era sustento y cebo de tu amor en ausencia de ese Esposo que podía él solo colmar tus deseos. Con ese ardor invencible con esa tu audacia magnánima que te impedía a desafiar a los tiranos y el furor de la plebe, nada había tan inefablemente dulce como tu sonrisa, nada tan tierno como tus palabras. Alcánzanos, Esposa de Cristo, siquiera un poquito de esa valentía que jamás se abate delante del enemigo, de ese tierno amor a nuestro Señor Jesucristo que, solo, libra a las almas de tibieza y orgullo.
¡Oh tú, gloria de Iberia, paloma de paz, ten piedad de esa tierra católica que te crió para el cielo! No sufras palidezca la antigua fe en una Iglesia que brilló entre todas las otras con esplendor sin igual durante tantos siglos. Ruega, Eulalia, para que los días de la tribulación en tiempo de borrasca se abrevien, y Dios, cediendo a tus ruegos, confunda la sacrílega audacia de los impíos resueltos a aniquilar el reino de Dios en la tierra; inspire al clero la fortaleza y energía de tiempos pasados, haga fecunda la sangre de los mártires que ha sido ya derramada, pare en seco el escándalo de que son tan fácilmente víctimas el pueblo sencillo y los débiles, que se digne, por fin, no borrar a España del número de las naciones católicas, y perdone a hijos degenerados en atención a sus padres.
Las reliquias de esta mártir incomparable, enriquecen hoy la sede y región ovetense donde fueron trasladadas hace ya muchos siglos, para sustraerlas a la profanación de las hordas agarenas invasoras. Es Patrona ilustre de la diócesis. Hubiéramos deseado que en vez de los himnos de la festividad, de mediocre inspiración lírica, se usaran las viriles estrofas del inmortal Prudencio. Algo más acertados estuvieron en las encomias tributadas a Santa Eulalia, nuestros antiguos Padres de la Iglesia mozárabe.

 Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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