Santa Brígida de Escocia, Vírgen

Maravilloso es Dios en sus obras, e infinita su bondad; pues saca bien de nuestros males, y por los pecados de los padres no condena las almas de los hijos; antes muchas veces escoge de las espinas rosas, y produce luz de la obscuridad de la noche. Vese esto ser verdad en la vida de santa Brígida, virgen escocesa, que fué de esta manera.

Hubo en Escocia un hombre, llamado Duptaco, que compró una esclava de buen parecer, y de buenas costumbres, á la cual se aficionó de manera, que quedó preñada de él. La mujer de Duptaco, cuando supo el mal recado, sintiólo mucho: indignóse contra su marido, y procuró, que vendiese la esclava, y la echase de su casa: y no bastaron ruegos, ni amonestaciones, ni aun algunas revelaciones, que tuvieron dos obispos, siervos de Dios, del tesoro, que tenía la esclava en su vientre, para que se sosegase la buena mujer, hasta que vio la esclava fuera de su casa.

Parió á su tiempo una hija, y llamáronla Brígida, y siendo ya algo crecida en edad el padre la trajo á su casa, y allí la crió con mucho cuidado; porque era muy honesta, humilde, callada, obediente, y sobre todo muy caritativa, y limosnera, dando á los pobres todo lo que podía haber de la casa de su padre. Con esta tan grande virtud del alma se juntaba una extremada belleza del cuerpo, y particularmente del rostro, y una lindeza de ojos, que robaba los corazones, de los que le miraban. Pretendieron muchos casarse con ella por su rara hermosura. Su padre le habló, y le dijo, que escogiese por marido uno de los muchos, que la pedían; porque él ya no se podía valer con ellos, ni sabia qué responderles: más Brígida tenía otros intentos, y deseaba sobremanera tomar á Jesucristo solo por su esposo, y consagrarle su perpetua virginidad: y sabiendo, que la hermosura de sus ojos era, la que hacia guerra, se puso en oración, y con grande afecto, y muchas lágrimas suplicó á nuestro Señor, le afease el rostro, de suerte, que ninguno ¡a codiciase, ni la quisiese por mujer. Oyóla el Señor; y el un ojo se le reventó, y se resolvió como un poco de agua. Quedó la santa doncella tan fea, que ninguno la pidió más por mujer: antes su padre le dio licencia para entrar en un monasterio de monjas á servir á nuestro Señor, que era lo que ella tanto deseaba. Al tiempo de tomar el velo de mano del obispo, que se llamaba Machila, discípulo de san Patricio, vio el obispo sobre la cabeza de Brígida una columna de fuego, y bajando ella la cabeza, tocó con su mano el pié del altar, que era de madera seca, y luego en tocándola reverdeció, y el ojo de la virgen quedó sano, y su rostro tan hermoso como antes; porque el Señor no quiso, que la que por no perder su limpieza había querido perder la belleza del cuerpo, quedase con fealdad alguna. Cosa seria larga de referir las raras, y excelentes virtudes de esta sagrada virgen, y los muchos, y grandes milagros, que el Señor obró por ella; pero diremos algunos.

Convidóla una vez una doncella: y estando en la mesa, vio santa Brígida un demonio, que estaba asentado junto á la doncella, que la había convidado. Preguntóle la santa, ¿qué hacia allí, y á qué había venido? Y él respondió, que la flojedad, y pereza de aquella doncella le habían traído; porque hallaba muy buena morada en ella: y como el demonio respondiese estas palabras claramente, y de manera, que la doncella las pudo oír, y hecha la señal de la cruz sobre sus ojos, había visto á aquella bestia espantosa echar llamas de su cabeza, reconoció su culpa, y enmendó su vida, y de allí adelante quedó libre de aquel monstruo infernal.

Trajo una mujer ciertas manzanas presentadas a santa Brígida, á tiempo que unos pobres leprosos llegaban á la puerta á pedir limosna. Díjola la virgen, que diese las manzanas á aquellos pobres: y la mujer, ó por asco, ó por miseria, no se las quiso dar, y respondió, que para ella, y para sus monjas, nó para los leprosos, habían traído las manzanas. Reprendióla Brígida, y con espíritu profético le dijo, que en castigo de aquel pecado se secarían los árboles de su huerta, y perpetuamente serian estériles; y así fué. Una mujer flaca, y ruin parió un hijo, y para cubrir su maldad echó la culpa á un santo obispo, diciendo, que había concebido de él. Llamóla santa Brígida, y preguntóla, cuyo era aquel hijo; y ella con mucha desenvoltura, y desvergüenza, dijo, que era del obispo. Entonces Brígida hizo la señal de la cruz sobre la boca de la mujer, y al momento se le hinchó la lengua, y la cabeza. Hizo asimismo la cruz sobre la lengua de! niño, y preguntóle, quien era su padre; y respondió el niño, que no era el obispo, sino un vil, y desdichado hombre: y con esto se supo la verdad, y el obispo quedó con su honra, y la pobre mujer hizo penitencia de su pecado; y loaron todos al Señor. Una doncella principal, hija de un gran señor, había dedicado su virginidad con voto, y tomado á Cristo por esposo; pero el padre hizo fuerza a su hija para que se casase. El día de las bodas, estando el convite aparejado, la doncella secretamente huyó de la casa de su padre, y se fué, como á sagrado, a santa Brígida. Siguió el padre á su hija con mucha gente de a caballo, para sacarla por fuerza. Violes venir santa Brígida, é hizo la señal de la cruz en tierra, y luego quedaron los hombres, y los caballos, como si fueran de piedra. Reconoció la mano de Dios el padre: hizo penitencia de su culpa, y con esto quedaron libres; y la hija perseveró en su santo propósito. Vinieron dos leprosos á santa Brígida para que los sanase: ella hizo oración, y echó la bendición sobre un poco de agua, y dijoles, que el uno al otro se lavasen con aquella agua. El uno de los dos quedó limpio; y diciéndole la santa virgen, que lavase á su compañero, estuvo tan contento con la salud, que había alcanzado, y tan temeroso de perderla, que no se atrevió á lavar a su compañero, porque no se le pegase la lepra: más luego se halló lleno de ella, y vio a su compañero sano por la oración de la santa virgen. Había en el monasterio de santa Brígida una monja de buen parecer, y poca edad, muy fatigada de pensamientos sensuales, á los cuales ella había dado ocasión, por haber puesto los ojos con poco recalo en un hombre perdido. Crecía la llama de la torpe afición, y el demonio, como suele, la atizaba, y no dejaba reposar á la pobre monja tanto importa el guardar las puertas de nuestros sentidos, por las cuales entra la muerte en el alma; y estando ya para caer, haciendo santa Brígida oración por ella (porque el Señor le había revelado lo que pasaba); la monja inspirada de Dios, tomó un poco de fuego, y con los pies descalzos le comenzó á pisar; y de esta manera con un fuego venció otro fuego, y con el dolor del cuerpo el ardor carnal, que le atormentaba.

El día siguiente le habló santa Brígida, y le dijo: «Porque esta noche peleaste valerosamente y el fuego de la lujuria no te acabó de abrasar; de aquí adelante serás libre de él, no caerás en el del infierno»: y con esto hizo oración por ella; y luego quedó sana de las llagas de los pies, que le había hecho el fuego, y libre de las tentaciones que la acosaban. Una virgen, que se llamaba Daria, era ciega: rogó á santa Brígida, que le echase la bendición sobre sus ojos, para que viese: hízolo la santa; y Daria luego cobró la vista perfectamente: más alumbrada con otra luz interior, conoció, que todo lo que podía ver en este mundo, era perecedero y caduco, y que muchas veces lo que vemos con los ojos del cuerpo, es embarazo e impedimento para el alma, y tornó á rogar á santa Brígida, que le restituyese su ceguedad. Hizo la santa oración, y con ella cerró los ojos, que antes había abierto. Una matrona noble de Escocia tenía una hija muda de su nacimiento, y siendo de doce años, la llevó á santa Brígida: la cual, tomando de la mano la niña, la dijo: «¿Quieres por amor de Cristo guardarla pureza de tu cuerpo, y ser perpetuamente virgen?» Respondió la madre: que su hija era muda y no sabía hablar. A esto dijo la santa virgen: «Pues yo no la dejaré de la mano, hasta que me responda». Luego habló la niña, y dijo: que haría lo que le mandase; y permaneció en virginidad, y de allí adelanto habló perfectamente. Concertáronse nueve hombres de matar á otro: súpolo santa Brígida, y rogóles, que no lo hiciesen, y que desistiesen de aquella maldad. Ellos estaban tan obstinados, que no pudo hacer mella, ni ablandar sus duros corazones: volvióse á Dios, y suplicóle, que atajase aquella ofensa suya; y el día que ellos iban á ejecutar su mal intento, vieron la figura de aquel hombre, que iban a matar, y creyendo, que era el mismo hombre, dieron tras él, y diéronle muchas heridas, y dejáronle por muerto, y como victoriosos se fueron á santa Brígida, dándole cuenta de su gozo y triunfo. La santa les declaró, que aquel, que pensaban haber muerto, no era verdadero hombre, sino una fantasma, y sombra de su enemigo; y con esto ellos reconocieron su culpa, y enmendaron sus vidas. Otros muchos milagros hizo nuestro Señor por santa Brígida: muchos ciegos cobraron vista, muchos mudos habla, muchos leprosos y otros enfermos entera salud. Por su oración convirtió el agua en cerveza, y un rio caudaloso mudó su corriente, y echó por otra parte; y lo que es más, muchos hombres perdidos, por sus santas amonestaciones dejaron sus vicios y pecados, y se recogieron al puerto de la santa religión, donde vivieron, y acabaron santamente en servicio del Señor. Finalmente, habiendo santa Brígida corrido su carrera felicísimamente, y padecido grandes trabajos por Jesucristo, su esposo; supo su muerte, y avisó de ella á una doncella, que ella había criado, señalándole el día, en que había de salir de esta vida, é ir á gozar de su esposo, en cuyas manos dio su puro espíritu en la isla de Hibernia, el primer día de febrero del año del Señor, según Sigiberto, de 518, y según Mariano Escoto, el de 521, imperando Justino, el más viejo. La vida de santa Brígida escribió un autor, llamado Cogítoso, como dice el cardenal Baronio; aunque esta vida no está impresa. Otra trae Surio en su primer tomo, que es la que nosotros habemos seguido. Hace de ella mención el Martirologio romano, y dice, que en testimonio de su virginidad, tocando el madero del altar, luego reverdeció, como dijimos. También hacen mención de ella los otros martirologios, de Beda, Usuardo, y Adon, y el cardenal Baronio en sus anotaciones y en el séptimo tomo de sus anales.

¿Pues quién no ve en esta vida de santa Brígida, virgen, las grandezas y maravillas de la bondad de Dios, que del pecado de sus padres sacó una joya tan preciosa, como esta santa virgen, y de una madre esclava, á la que había de librar del cautiverio, y servidumbre del pecado á tantas almas? ¿Cómo pudo caber en tan vil, y frágil vaso de una niña esclava, tanta nobleza de condición, tanto amor á la virtud y tan encendido deseo de la pureza virginal, que por no perderla, quisiese perder los ojos, y aquella belleza, con que las mujeres andan tan vanas, y locas? ¿Cómo se ve, cuan suave, y benigno es el Señor para con los que le sirven; pues restituyó á Brígida la hermosura de su rostro, que para su bien, y por su ruego, antes le había quitado? Y así no es maravilla, que la que tan bien había sabido guardar su pureza virginal, y hacer de sí sacrificio á Dios, alcanzase con sus oraciones para con las otras doncellas el mismo don, y que librase al santo, é inocente obispo ele la calumnia, que la mala mujer le había impuesto; ni que Dios nuestro Señor haya obrado por esta santa virgen las maravillas que aquí quedan referidas. El sea bendito, alabado, glorificado, y ensalzado, por lo que es en sí mismo, y por lo que hace por sus santos. Amen.

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