SANTA BERTILA, ABADESA

SANTA BERTILA

Santa Bertila, abadesa, nació de ilustre familia en Soissons. Desde su infancia se la vio preferir el amor de los bienes celestiales al de las criaturas.

Las dulzuras que experimentó en la oración y la práctica de la virtud, la hicieron resolverse á consagrarse enteramente á Dios.

Tomó el hábito en el monasterio de Brie, y después de haberse ejercitado en él en todos los empleos más humildes y penosos y dado evidentes señales de virtud y capacidad, fué elegida primera abadesa del monasterio de Chelles, que acababa de fundar la esposa del rey Clodoveo II.
Su reputación se extendió por toda Europa, y gran número de señoras iban a ponerse bajo su dirección, y se contaron entre ellas ilustres princesas y la misma reina fundadora del monasterio, que fué á él á acabar sus días.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc




FIESTA DE LAS SAGRADAS RELIQUIAS

LA MUERTE PREPARA LA COSECHA PARA EL CIELO

Si tuviésemos la vista de los Angeles, la tierra nos parecería un campo grande, sembrado para la resurrección. La muerte de Abel abrió el primer surco; después continúa sin cesar la siembra en todos los lugares. ¡Qué tesoros contiene ya en su seno esta tierra de trabajo y de flaquezas! ¡Qué mies promete al cielo cuando el Sol de justicia haga brotar de ella las espigas de la salvación, maduras para la gloria! Por eso no es de admirar que la Iglesia bendiga y dirija por sí misma la siembra del trigo precioso.

GLORIFICACIÓN DE LOS SANTOS

Pero la Iglesia no se contenta con estar sembrando continuamente. A veces, como cansada de esperar, recoge el grano selecto que ella misma había allí depositado; su tino infalible la preserva del error, y, desprendiendo de la tierra el germen inmortal, le anuncia las magniñcencias futuras: ya le envuelva entre el oro y las telas pre: ciosas, le lleve en triunfo y convoqué a las multitudes para honrarle; ya, bautizando a templos nuevos con su nombre, le conceda el supremo honor de descansar debajo del altar en que se ofrece a Dios el santo Sacrificio.

“Compréndalo así tu caridad, dice San Agustín; se sirva comprenderlo: no levantamos en este lugar un altar a Esteban, sino que de las reliquias de Esteban hacemos un altar a Dios, pios ama estos altares; y si me preguntas por qué, te diré: es que “la muerte de los santos es preciosa ante El”. Por obedecer a Dios, “el alma invisible dejó su casa visible; pero a esta casa Dios la custodia: Dios recibe gloria de los honores que tributamos nosotros a esta carne inanimada; y concediéndola la virtud de los milagros, la reviste del poder de su divinidad”. De aquí vienen las peregrinaciones a los sepulcros de los Santos.

“Pueblo cristiano, dice San Gregorio Niseno, ¿quién te junta aquí? Un sepulcro no tiene atractivo; la vista de lo que encierra causa repugnancia. Y aquí tienes que se ambiciona como una bendición el acercarse a éste. Objeto de ambición, se estima como regalo de gran valor hasta el polvo que se recoge en las partes próximas a este sepulcro. Porque llegar hasta las cenizas que conserva, es rarísimo favor, pero ¡qué deseable! Lo saben los privilegiados: como si estuviese vivo este cuerpo, le abrazan, le besan, fijan sus ojos en él, derramando lágrimas de devoción y de amor. ¿Qué emperador fué honrado jamás de modo semejante”?

“¡Los emperadores!, continúa San Juan Crisóstomo; lo que fueron los porteros de sus palacios, eso son ellos hoy con unos pescadores; el hijo del gran Constantino pensó que no podía honrarle de manera más digna, que procurándose un lugar para su sepultura en el vestíbulo del pescador de Galilea.”

Y en otra parte, al terminar de explicar la admirable carta a los Romanos del Doctor de las naciones, exclama: “¿Quién me diese ahora postrarme ante el sepulcro de Pablo, contemplar las cenizas de aquel cuerpo que completaba, padeciendo por nosotros, lo que faltaba a los padecimientos de Cristo?, ¿contemplar el polvo de aquella lengua que hablaba ante los reyes sin rubor y, mostrándonos lo que era Pablo, nos daba a conocer al Señor de Pablo? ¿Contemplar también el polvo de aquel corazón, verdaderamente corazón del mundo, más alto que los cielos, más vasto que el universo, corazón de Cristo tanto como de Pablo, en el que se leía, grabado por el Espíritu Santo, el libro de la gracia? Querría ver el polvo de las manos que escribieron estas epístolas; los ojos que, ciegos en un principio, recobraron la vista para nuestra salud; los pies que recorrieron el mundo. Si; querría yo contemplar la tumba donde descansan aquel instrumento de la justicia, de la luz, aquellos miembros de Cristo, aquel templo del Espíritu Santo. Cuerpo venerado, que con el de Pedro, protege a Roma de modo más seguro que todas las fortificaciones”.

DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE LAS RELIQUIAS

A pesar de estos textos y otros muchos, la herejía, profanando en el siglo XVI las tumbas santas, no pretendió con ello precisamente hacernos volver a las costumbres de nuestros padres.

Más contra estos extraños reformadores, el Concilio de Trento se contentaba con expresar el testimonio unánime de la Tradición en la siguiente definición dogmática, en que se encuentran resumidas las razones teológicas del culto que la Iglesia tributa a las reliquias de los Santos:

“Los fieles deben venerar los cuerpos de los Mártires y demás Santos que viven en Cristo. Fueron efectivamente sus miembros vivos y templo del Espíritu Santo; él los ha de resucitar para la vida eterna y para la gloria; Dios, por medio de ellos, concede a los hombres muchos beneficios. Por tanto, los que dicen que las reliquias de los Santos no merecen venerarse, y que es inútil que los fieles las honren, y vano que se hagan visitas a las memorias o monumentos de los Santos para conseguir su ayuda: a estos tales se les debe condenar de modo absoluto; y, en la forma que desde hace ya mucho tiempo los condenó la Iglesia, así ahora otra vez los condena”

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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