SAN JERONIMO, CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA

San Jerónimo y la Vulgata Latina

Jerónimo nació en Stridón, en Dalmacia, entre 340 y 345. Sus padres le enviaron a Roma a estudiar la gramática y la retórica. Se dejó ganar algún tiempo por los placeres y los triunfos, pero pidió pronto el bautismo al Papa Liberio, y luego, a continuación de su estancia en Tréveris junto a la corte imperial, se retiró a Aquileya y poco después marchó al Oriente. Permaneció en Antioquía durante la Cuaresma de 374 ó 375.

Estando gravemente enfermo, prometió no leer más los libros profanos. Una vez curado, salió para el desierto de Calcis, al sureste de Antioquía y allí vivió como un ermitaño y aprendió el hebreo. Vuelto a Antioquía, se ordenó de sacerdote y fué a Constantinopla, donde encontró a San Gregorio Nacianceno. En 382 se encontraba en Roma: el Papa San Dámaso le tomó por secretario y le aconsejó que estudiase la Sagrada Escritura y revisase la traducción de los Evangelios y del Salterio. Al estudio juntó la predicación y la dirección espiritual. Después de la muerte del Papa, acaecida en 384, Jerónimo dejó Roma.

Con Paula y Eustaquio visitó Palestina, Egipto, y se estableció en Belén en 386. Paula construyó un monasterio para él y sus compañeros y otro para ella y sus hijas. Desde entonces su vida estuvo totalmente consagrada al estudio de la Escritura, a la traducción de los Libros Sagrados y a la dirección espiritual por medio de sus Conferencias y sus Cartas. Murió el 419 ó 420 a los noventa y dos años. Su cuerpo se venera en Roma en la Iglesia de Santa María la Mayor.

EL ERMITAÑO

“Vidal me es desconocido, no quiero nada con Melecio y no sé quién es Paulino; quién está con la cátedra de Pedro ese es mío”. De ese modo se dirigía al pontífice Dámaso hacia el año 376, desde las soledades de Siria, agitadas por las competencias episcopales que desde Antioquía traían inquieto a todo el Oriente, un monje desconocido que imploraba luz para su alma rescatada con la sangre del Señor. Este era Jerónimo, oriundo de Dalmacia. Lejos de Stridón, tierra semibárbara de su nacimiento, de la que conservaba la aspereza y la savia vigorosa; lejos de Roma, donde el estudio de las bellas letras y de la filosofía no le preservó de las más tristes caídas: el temor de los juicios de Dios le condujo al desierto de Calcis.

Y allí, durante cuatro años, bajo de un cielo de fuego iba a macerar su cuerpo con espantosas penitencias; como remedio más eficaz y austeridad meritoria para su alma apasionada de las bellezas clásicas, se propuso sacrificar sus gustos ciceronianos por el estudio de la lengua primitiva de los Sagrados Libros. Trabajo mucho más penoso entonces que hoy, pues los diccionarios, las gramáticas y los estudios de toda clase, han allanado los caminos de la ciencia.

¡Cuántas veces, disgustado, Jerónimo desesperó del éxito! Pero había probado la verdad de esta sentencia, que más tarde formuló: “Ama la ciencia de las Escrituras y no amarás los vicios de la carne”. Y volviendo al alfabeto hebreo, deletreaba sin fln esas letras silbantes y aspirantes, cuya heroica conquista le recordaba siempre el trabajo que le habían costado, por la aspereza con que desde entonces, según decía, comenzó a pronunciar el latín.

Toda la energía de su naturaleza fogosa se había volcado en esta obra: a ella se dedicó con toda su alma y se encauzó en ella para siempre jamás. Dios agradeció magníficamente la reverencia que así se tributaba a su palabra: del simple saneamiento moral que Jerónimo esperaba, había llegado a la alta santidad que hoy veneramos en él; de las luchas del desierto, al parecer estériles para otros, salía uno de aquellos a quienes se dice: Tú eres la sal de la tierra, tú eres la luz del mundo. Y esta luz la colocaba Dios a su hora sobre el candelero, para iluminar a todos los que están en la casa.

EL SECRETARIO DEL PAPA

Roma volvía a ver, pero muy transformado, al estudiante de otros tiempos; por su santidad, ciencia y humildad todos le aclamaban como digno del supremo sacerdocio. Dámaso, doctor virgen de la Iglesia  le encargaba de responder en su nombre a las consultas del Oriente y del Occidente, y conseguía que comenzase por la revisión del Nuevo Testamento latino, a base del texto original griego, los grandes trabajos escriturarios que inmortalizarían su nombre en el agradecimiento del pueblo cristiano.

EL VENGADOR DE MARÍA

San Jerónimo en una decoración de letra

En el ínterin, la refutación de Helvidio, que osaba poner en duda la perpetua virginidad de la Madre de Dios, mostró en Jerónimo al polemista incomparable, cuya energía iban a probar Joviniano, Vigilancio, Pelagio y algunos más, andando el tiempo. Y como recompensa de su honor vengado, María le llevaba todas las almas nobles; él las guiaba por el camino de las virtudes, que son la gloria de este mundo; con la sal de las Escrituras, las preservaba de la corrupción con que agonizaba el imperio.

EL DIRECTOR DE ALMAS

Suceso extraño para el historiador sin fe: he aquí que alrededor de este Dálmata, en el momento en que la Roma de los Césares está muriendo, brillan de repente los más bellos nombres de la antigua Roma. Se los creía extinguidos desde que se ensombreció la gloria de la ciudad reina entre las manos de los recién llegados; mas, como por derecho propio de nacimiento, para fundar nuevamente, y esta vez en su verdadera eternidad, la capital que dieron al mundo, vuelven esos nombres a aparecer en la misma sazón en que la ciudad va a reanudar sus destinos, después de haber sido purificada con las llamas que encenderán en ella los bárbaros. La lucha es muy distinta ahora; pero su puesto está al frente del ejército que salvará al mundo.

Son raros entre nosotros los sabios, los poderosos, los nobles, decía el Apóstol cuatro siglos antes; en nuestros días son numerosos, protesta Jerónimo, numerosos entre los monjes. En esos días de su origen occidental lo mejor del ejército monástico lo constituye la falange patricia; heredará de ella para siempre su carácter de antigua grandeza; pero en sus filas se ven también, con el mismo derecho que sus padres y hermanos, a la virgen y a la viuda, y a veces a la esposa junto al esposo.

EL SANTO

San Jerónimo el Santo

Tú completas, Santo ilustre, la brillante constelación de los Doctores en el cielo de la Santa Iglesia. Ya se anuncia la aurora del día eterno; el Sol de justicia aparecerá pronto en el valle del juicio. Modelo de penitencia, enséñanos el temor que preserva o repara, dirígenos por los caminos austeros de la expiación. Monje, historiador de grandes monjes, padre de los solitarios atraídos como tú a Belén por el suavísimo olor de la divina Infancia, sostén el espíritu de trabajo y oración en el Orden monástico, muchas de cuyas familias tomaron de ti su nombre. Azote de los herejes, únenos a la fe romana; celador del rebaño, presérvanos de los lobos y de los mercenarios; vengador de María, consigúenos que florezca cada vez más en el mundo la virginidad.

EL DOCTOR

Oh Jerónimo, tu gloria participa sobre todo de la gloria del Cordero. La llave de David se te concedió para abrir los múltiples sellos de las Escrituras y mostrarnos a Jesús oculto en su letra. Y, por eso, la Iglesia de la tierra canta hoy tus alabanzas y te presenta a sus hijos como el intérprete oficial del Libro inspirado que la guía a sus destinos. A la vez que su culto, dígnate aceptar nuestra gratitud personal. Quiera el Señor, por tus ruegos, renovarnos en el respeto y el amor que merece su divina Palabra. Logren por tus méritos multiplicarse los doctos y sus sabias investigaciones sobre el depósito sagrado. Pero que nadie lo eche en olvido: a Dios hay que escucharle de rodillas si se le quiere entender.

Dios se impone y no admite discusión: con todo, entre las interpretaciones diversas a que sus divinos mensajes puedan dar lugar, está permitido buscar, debajo de la mirada de su Iglesia, cuál es la verdadera; y es laudable igualmente el escudriñar sin cesar las profundidades augustas. ¡Feliz el que te sigue en estos estudios santos! Tú lo dijiste: “vivir entre semejantes tesoros, dejarse cautivar de ellos, no saber ni buscar otra cosa, ¿no es esto habitar ya más en el cielo que en la tierra? Aprendamos en el tiempo aquello cuya ciencia permanecerá siempre con nosotros”

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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