Durante largos siglos, San Gil gozó de una celebridad muy extendida. Tanto las innumerables obras de arte que le representan o que recuerdan algún episodio de su leyenda, como las iglesias, capillas, altares puestos bajo su patrocino, dan fe de cuán caro fué su culto a la piedad cristiana. Entre los santos auxiliadores, fue de los más invocados.
EL ERMITAÑO
Su vida fué muy sencilla. Se le cree de origen griego; y la cosa parece dudosa. Lo que presenta mayores garantías de certidumbre es su vida solitaria en una gruta a orillas del Gardón, donde San Fredemo, su predecesor como eremita, le instruyó en los secretos de la contemplación. Luego, San Gil dejó a su maestro. Se estableció un poco más al mediodía, en el bosque que se extendía a lo largo de la ribera derecha del Pequeño Ródano, no lejos de la costa mediterránea. Y allí permaneció ignorado hasta que un día unos cazadores se lanzaron sobre una cierva y descubrieron su retiro. El animal, a los ladridos de los perros se agazapó entre la maleza, allá junto al santo; la jauría no se atrevió a acercarse; un arquero disparó su flecha y sus compañeros, abriendo camino a través de los zarzales, descubrieron a San Gil con una mano pasada de parte a parte.
Ocurría lo dicho el año 673, o poco después, cuando el rey de los visigodos, Wamba, llamado Flavio, por confusión con su sucesor, acababa de pasar los Pirineos: iba a hacer valer sus derechos en el país que llegaba hasta el Ródano, la Septimania. Los cazadores eran oficiales del rey; el mismo Wamba los acompañaba. Este lance, por lo menos pintoresco y trágico a ciertas luces, se ha convertido en un tema que con frecuencia se ha propuesto a los artistas. Al principio, fué ocasión de fundar un monasterio. Y, en efecto, ésa es la suerte de muchos ermitaños: huyen para sumergirse en el infinito; pero “como la lámpara no puede permanecer debajo del celemín”, se convierten en caudillos; su fama se extiende a lo lejos y a veces a todo el mundo.
No fué esto exactamente lo que ocurrió en el caso de San Gil, al menos durante su vida terrestre. La historia no nos ha conservado nada de él, pues el relato de sus viajes a Orleans, cerca del Rey de los Francos, o a Roma, a ver al papa Benedicto II, se presta a críticas serias.
El primero de estos viajes ha gozado de gran celebridad: con el nombre de Misa de San Gil, se contaba que, celebrando éste el Santo Sacrificio del altar, le dió a conocer un ángel un pecado secreto del Rey; el ángel añadía que la falta sería perdonada por las oraciones del Santo, pues “todo el que le invoque, alcanzará perdón”.
EL MONASTERIO DE SAN GIL
El monasterio, como su titular, permaneció en la oscuridad hasta que se organizaron las grandes peregrinaciones de la Edad Media. Su posición geográfica le situaba al mismo tiempo en uno de los varios caminos de Santiago, y le convertía en itinerario hacia Tierra Santa: como albergue de etapa y puerto de embarque, participaba de esas grandes corrientes de intercambio, a lo largo de las cuales se desenvolvió la leyenda épica de Carlomagno. El mismo San Gil quedó incluido el ciclo, y eso es precisamente lo que hoy hace tan difícil el conocer de un modo exacto su vida al mismo tiempo que es lo que constituye gloria. Su monasterio figuraba entre las grandes abadías, y lo que nos queda de la iglesia con las esculturas magníficas de las portadas, nos es suficiente para darnos una idea de su importancia.
EL SANTO AUXILIADOR
Antes de embarcarse para una travesía larga y peligrosa, el peregrino se encomienda a San Gil; en él pone su confianza el hombre de armas, que viene a España a guerrear contra los moros. Visitaron a menudo el monasterio o simplemente una de tantas capillas como se levantan por toda la Cristiandad en honor de San Gil, los desgraciados, los afligidos, los pobres, hasta los titiriteros. Fiebres, convulsiones, epilepsia, corren por su cuenta; aquí protege al colono; más allá ampara a mendigos y lisiados; son clientes suyos los juglares y charlatanes: “bondadoso San Gil, patrón de la gente infeliz”. Pero su favorito es un señor poderoso: el caudillo del Languedoc tolosano lleva el título de Conde de San Gil, desde que Ramón, el primero entre los grandes feudales, tomó la cruz para liberar a Tierra Santa.
Mas la arena ha invadido el puerto; más cerca ya de la orilla, San Luis construye Aiguesvives. Las peregrinaciones nom son, por eso, menos lucidas. Luego, la abadía va decayendo, pero San Gil continuará mucho tiempo aún siendo popular. Los modernos se han olvidado bastante de él aunque su sepulcro ha vuelto a conquistar de cierta celebridad por la vecina romería de las Santas Marías que hoy arrastra allí a esa multitud abigarrada de bohemios y saltimbanquis. Y no obstante eso, ya que la Iglesia conserva el culto de San Gil, ¿no habría de haber algún beneficio o favor para los que le invocan?, y ¿esto principalmente en las iglesias y oratorios puestos bajo su nombre, donde tantas generaciones pidieron la protección de Dios por sus santos?
PLEGARIA
“Omnipotente y misericordioso Dios, tú has favorecido con especiales privilegios más que a todos los demás santos, a tus gloriosos mártires, Jorge, Blas, Erasmo, Pantaleón, Guido, Cristóbal, Gil, Acacio, Dionisio, Ciríaco, Eustaquio, Catalina, Margarita y Bárbara. Concede, te rogamos, a todos lo que en la necesidad imploran tu ayuda, la gracia que has prometido, y otorga a sus peticiones un efecto saludable”.
Fué san Gil griego de nación, natural de Atenas, de sangre real. Su padre se llamó Teodoro, y su madre Pelagía. Desde niño se aplicó al estudio y á todas las obras de virtud, y especialmente á las de misericordia, y socorro de los pobres. Iba un día á la iglesia: y viéndole un pobre enfermo que estaba en la calle, echado en el suelo, le pidió limosna; y san Gil desnudándose la túnica que llevaba vestida, se la dio al pobre, y luego quedó sano. Murieron sus padres, y él repartió á los pobres su patrimonio, haciendo heredero al Señor de todos sus bienes. Hizo el Señor otros milagros por él. Volviendo un día de la iglesia, topó un hombre ó quien había mordido una ponzoñosa serpiente, y estando á punto de morir, le sanó con su oración. Otra vez, estando un endemoniado en la iglesia un día de domingo, y dando grandes gritos, y estorbando que no hiciesen oración los que estaban en ella; san Gil mandó al mal espíritu que saliese de aquel cuerpo, y le dejase libre; y él obedeció. Por estos milagros se comenzó á divulgar la santidad de san Gil, y extenderse por toda Grecia su fama: y como él era verdaderamente humilde y deseoso de ser menospreciado, y no honrado de los hombres; por huir el aire popular y vano, se embarcó para ir á otras parles donde no fuese conocido, ni estimado. Levantóse en el mar una tormenta peligrosa: hizo san Gil oración al Señor, y sosególa; y la gente que iba en el navío, le hizo gracias por ello, reconociendo que Dios los había librado de aquel peligro por su intercesión. Al cabo de algunos días el navío llegó á Francia: salteen tierra san Gil, y fué á la ciudad de Arles, donde era obispo san Cesáreo, varón de grande doctrina y santidad. Estuvo en su compañía dos años con grande contentamiento de los dos; porque lodo su trato y conversación era de Dios, ó con Dios. Aquí sanó un enfermo que había ya tres años que andaba muy fatigado de calenturas; y temiendo de ser por esto honrado, pasó el río Ródano, y hallando en su ribera á un santo ermitaño, llamado Veredemio, se detuvo con él algunos días, donde sanó á otro enfermo: y aquella tierra, que de suyo era estéril, con su oración se tornó fértil y abundante. Por estos milagros comenzó Veredemio á estimar y reverenciar más á san Gil; y él, que ninguna cosa huía más que la honra, determinó dejarle y entrarse á la tierra más adentro, y vivir apartado de los hombres, por estar más seguro y más apartado de sus alabanzas. Halló en aquella parte, donde el río Ródano entra en el mar, un desierto retirado, y en él una grande espesura, con una cueva, y una clara y copiosa fuente de agua. Halló más una cierva, como enviada de la mano del Señor, para que con su leche le sustentase: hizo su morada en este lugar, viviendo con solo Dios. |