San Fidel de Sigmaringa, Mártir

UN MÁRTIR DE LOS TIEMPOS MODERNOS

Jesús resucitado rodeó su persona de una guardia de honor de mártires. Todos los siglos contribuyen a formarla. Este día ha visto entrar en las filas de la falange celeste a un combatiente generoso, que mereció su palma no luchando contra el paganismo, como los que hasta ahora hemos saludado, sino defendiendo a la Iglesia contra los hijos rebeldes. La mano de los herejes sacrificó esta víctima triunfal, y el siglo XVII fué el teatro de su lucha. Fidel llenó todo el significado de su nombre. Nunca retrocedió ante el peligro. Toda su vida no tuvo otro objeto que la gloria y servicio de su divino Maestro, y llegado el momento de salir al encuentro del peligro, avanzó hacia él sin arrogancia, pero también sin titubeos como convenía a un imitador de Cristo que sale al encuentro de sus enemigos. ¡Gloria al valeroso hijo de San Francisco, digno en todo de su seráfico Patriarca, que desafió al sarraceno y fué mártir de deseo!

EL PROTESTANTISMO Y LA LIBERTAD

El protestantismo se estableció y se mantuvo por la sangre, y osó lamentarse de haber sido el blanco de la resistencia armada de los hijos de la Iglesia. Durante siglos se bañó en la sangre de nuestros hermanos, cuyo único crimen consistía en querer permanecer fieles a la fe que había civilizado a los antecesores de sus verdugos. Proclamaba la libertad en materia religiosa y sacrificaba a los cristianos que en su sencillez pensaban que en virtud de esa libertad tan proclamada, les estaría permitido creer y orar como se creía y oraba antes de Lutero y Calvino. Pero el católico se equivoca al contar con la tolerancia de los herejes. Un instinto fatal arrastra continuamente a estos a la violencia contra la Iglesia cuya persistencia es para ellos un continuo reproche por haberla abandonado. En primer lugar tratan de aniquilarla en sus miembros, y si el cansancio de una lucha ininterrumpida trae al fin alguna calma, su mismo odio tratará de avasallar a quienes no se atreve a inmolar, insultando y calumniando a los que no ha podido exterminar. La historia de Europa protestante en sus cuatro siglos, justifica lo que acabamos de decir; pero nosotros debemos tener por dichosos a aquellos de nuestros hermanos, que en tan gran número han derramado su sangre en defensa de la fe romana.

VIDA

Marco Rey nació en Sigmaringa, ciudad de Suabia, en 1577. Estudió Filosofía en Friburgo, y Derecho en Bilinga, y ejerció la abogacía en Colmar. Convencido de que esta profesión le exponía a cometer muchas injusticias, entró en la orden de los Capuchinos, que le parecieron unir los méritos de la vida activa y contemplativa, y recibió el nombre de Fidel. Fué ordenado de sacerdote el 4 de octubre en 1612, y dió ejemplo de las más altas virtudes, de gran devoción a la Santísima Virgen y de muy grande austeridad. La Congregación de la Propaganda Fide le mandó a predicar a Suiza, en especial a los grisones, entre los cuales la herejía protestante había hecho grandes destrozos. Convirtió a muchos, pero se atrajo el odio de. los herejes. El 24 de Abril de 1622, se apoderaron de él, y no consiguiendo hacerle renegar, le partieron el cráneo y le atravesaron con sus espadas. Su cuerpo fué llevado a la catedral de Coira. En 1729 fué beatificado y en 1743 canonizado.

ADHESIÓN A LA FE

Terminaste tu carrera con gloria, ¡oh Fidel!, y tu fin ha sido más hermoso que su principio. ¡Con qué serenidad fuiste a la muerte! ¡Con qué alegría sucumbiste a los golpes de tus enemigos que eran los mismos de la Iglesia! Como San Esteban oraste por ellos; porque el católico que debe detestar la herejía, debe también perdonar a los herejes que le sacrifican.
Ruega, oh santo mártir, por los hijos de la Iglesia, alcanza que conozcan mejor el valor de la fe, y la gran gracia que Dios les ha hecho en nacer de la única verdadera Iglesia. Que se guarden de las doctrinas perversas que de todas partes llegan a sus oídos, que no se escandalicen de las tristes defecciones que con tanta frecuencia se producen en este siglo de molicie y de orgullo. La fe nos conducirá a Jesús resucitado; nos la recomienda El mismo cuando dice a Tomás: “Bienaventurados los que no vieron y creyeron”!
También nosotros creemos, y por eso nos unimos a la Iglesia que es la maestra exclusiva de la fe. A ella damos fe y no a la razón humana que no lograría entender la palabra de Dios y menos aún juzgarla. Jesús quiso que esta fe nos llegara confirmada por el testimonio de los mártires, y cada siglo ha producido los suyos. ¡Gloria a ti, oh Fidel, que conseguiste la palma combatiendo los errores de la pretendida reforma!
Véngate a la manera de los mártires y pide a Jesús sin cesar que vuelvan a la fe y unidad de la Iglesia los secuaces del error. Son hermanos nuestros por el bautismo; pide que entren en el redil y que todos juntos podamos celebrar la verdadera cena pascual, en la cual el Cordero de Dios se da en alimento, no de una manera figurada, como en la Antigua Ley, sino realmente como conviene a la Nueva.
fuente: Año Litùrgico de Dom Próspero Gueranguer Tomo III pag 705 y siguientes

EL MARTIRIO

EL 24 de abril de 1622, de vuelta a Grusch, celebró el santo sacrificio de la misa y predicó a los soldados acerca de la blasfemia. En medio del sermón le faltó repentinamente la voz, al parecer sin fundamento alguno, permaneciendo algún tiempo en éxtasis con los ojos levantados al cielo. En ese arrobamiento le reveló el Señor que aquel mismo día sería el de su triunfo. Terminada la plática, quedose largo rato orando ante el altar, y luego se puso en camino para Seewis, donde la víspera fue traidoramente invitado a predicar por una diputación de herejes. Mientras se hallaba predicando, una cuadrilla de revoltosos calvinistas armados de mazas, espadas, alabardas y mosquetes, irrumpieron tumultuosamente en la iglesia y, dando aullidos y voces desacompasadas, asustaron a los fieles. Mientras tanto, el predicador se llegaba hasta el altar, hacía una breve oración, salía de la iglesia y trataba de regresar a Grusch acompañado de un capitán austriaco. Más no tardaron ambos en ser alcanzados por veinticinco calvinistas. El oficial fue arrestado. Entonces, uno de los amotinados dijo al misionero:
—Así, pues, tu eres el fanático desventurado que se presenta ante el pueblo como profeta? Confiesa que lo que has dicho es pura mentira, o mueres en mis manos.
—Yo no os he predicado más que la eterna verdad, la fe de vuestros padres —replicó con santa intrepidez el mártir—, y gustoso daría mi vida por qué la conocierais.
—No estamos ahora para tales cosas —replicó otro—, di si abrazas o no nuestra religión.
—He sido enviado a vosotros para ilustraros, no para abrazar vuestros errores.
En aquel instante uno de los forajidos le asestó un tajo en la cabeza y le derribó; pero, con todo, el mártir tuvo aun fuerza bastante para arrodillarse y, con los brazos en cruz y la mirada vuelta al cielo, exclamó, a ejemplo del divino Salvador:
—Perdona, oh Dios mío, a mis enemigos que, cegados por la pasión, no saben lo que hacen. !Jesús mío, apiádate de mí! !Oh María, Madre de Jesús, asísteme en este trance!
De otro golpe le volvieron a derribar y, ya en el suelo, le asestaron tal golpe en la cabeza con una maza, que le abrieron el cráneo. Por si todavía no hubiera muerto, le apuñalaron sin piedad y le tajaron la pierna izquierda≪para castigarle —decían ellos— de todas las correrías que había hecho en pro de su conversión≫.
El cuerpo del santo mártir descansó en el campo de Seljanas, cerca de Seewis, hasta el otoño siguiente bañado en su propia sangre. Sus reliquias —a excepción de la cabeza y la mano izquierda—- depositadas en el convento de Capuchinos de Feldkirch, fueron trasladadas el 5 de noviembre del mismo año a la catedral de Coira.
En vista de los milagros obrados por intercesión del siervo de Dios, Benedicto XIII le declaro Beato por decreto del 12 de marzo de 1729 y Benedicto XIV, el 29 de junio de 1746, le inscribió en el Catalogo de los Santos. Clemente XIV, el 16 de febrero de 1771, extendió su oficio a la Iglesia universal y proclamó al apóstol de los grisones protomártir de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide.

Fuente: Edelvives, El Santo de Cada Día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, vol. II, 1947, pp. 560 y 561.

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