LA CONMEMORACIÓN DE LOS DIFUNTOS

Después que la santa Iglesia en el día de ayer celebró la fiesta y solemnidad de Todos los Santos, y cumplió con el debido oficio y obligación que todos los fieles tenemos de invocarlos y reverenciarlos, hoy extiende y dilata su caridad á todas las almas que en el purgatorio pagan las culpas que en esta vida cometieron, y las ayuda con sus oraciones y sufragios; porque aunque es verdad que siempre en la Iglesia católica ha sido muy recibida la conmemoración que se hace por los difuntos, como se saca de Tertuliano, y de san Gregorio Nazianzeno, y se tiene por tradición apostólica el rogar á Dios por ellos en la Misa, como lo afirman muchos santos doctores; mas no había día señalado y cierto en toda la Iglesia universal en que se hiciese esta conmemoración, hasta que después con autoridad del sumo pontífice se instituyó con la ocasión que aquí referiré. El cardenal Pedro Damián, varón santísimo y doctísimo, escribe en la vida de san Odilón, abad cluniacense (que murió el año del Señor de 1048), que volviendo un religioso de nación francés, de Jerusalén, llevado de la tempestad, llegó á una isla ó peñasco, donde estaba un santo ermitaño, que le dijo que allí cerca había grandes llamas de fuego é incendios, donde las almas de los difuntos eran atormentadas, y que él oía muchas veces dar aullidos á los demonios y quejas; porque con las oraciones y limosnas de los fieles mitigaban las penas que aquellas almas padecían, y se libraban de sus manos: que particularmente se quejaban de Odilón, abad, y de sus monjes, por el cuidado y vigilancia con que las favorecían y remediaban: y conjuró á aquel religioso, que pues era francés, y sabia el monasterio cluniacense (como él decía) y conocía al abad Odilón, le rogase y le encargase de su parte que perseverase en aquel santo ejercicio, y con sus fervorosas oraciones y continuas limosnas, procurase dar refrigerio á las almas de nuestros hermanos, que en el purgatorio son atormentadas, para que así creciese el gozo de los bienaventurados en el cielo, y el llanto de los demonios en el infierno.

Volvió el religioso á Francia: comunicó lo que había oído del santo ermitaño con Odilón, abad, y con toda aquella bendita congregación que él tenía á su cargo; y él dio orden que en todos sus monasterios á los 2 de noviembre, un día después de la festividad de Todos los Santos, se hiciese particular conmemoración de los difuntos, y que con oraciones, limosnas y Misas se tuviese especial cuidado de socorrerlos y ayudarlos: y lo que san Odilón instituyó en sus conventos, después fué recibido, y establecido con la autoridad apostólica, en toda la Iglesia universal. Pedro Galesíno, protonotario apostólico, dice, que muchos escriben que el papa Juan, XVI de este nombre, instituyó esta conmemoración por consejo del mismo san Odilón. Verdad es que Amalado Fortunato, obispo de Tréveris, que vivió casi doscientos años antes de Odilón, en el libro de los Oficios eclesiásticos, que escribió á Ludovico Pio, emperador; después del oficio de los Santos pone el de los Difuntos, y dice, que lo hace porque muchos pasan de esta vida, que no van al cielo, por los cuales se suele hacer aquel oficio; que es señal que ya en su tiempo se hacía, como lo notó el cardenal Baronio. Y esto basta, para declarar la institución de esta Conmemoración de los difuntos, y la ocasión que hubo para hacerla.

Pero bien es que desenvolvamos más esta materia, y saquemos á luz, y propongamos lo que en esta conmemoración de los difuntos la santa Iglesia católica, nuestra madre, nos manda creer acerca de las almas del purgatorio. Dos puntos principales nos enseña: el uno, que hay purgatorio, y un lugar, donde las almas de los que murieron en gracia de Dios con pecados veniales, ó no satisficieron en vida enteramente por los pecados mortales que cometieron, y cuanto á la culpa les fueron perdonados, son atormentadas y purificadas: el otro, que pueden y deben ser socorridas y ayudadas de los fieles con ayunos, limosnas, oraciones y sufragios, para que más presto alcancen la bienaventuranza y visión de Dios que esperan.

Cuanto á lo primero, se ha de presuponer, que hay tres suertes de personas, dejando aparte los niños que mueren sin bautismo, con solo el pecado original: la una es, de los que vivieron en esta vida tan santamente, que nunca cometieron pecado mortal, ó si algunos cometieron, hicieron penitencia de ellos en esta vida, y satisficieron por ellos á la justicia del Señor tan cumplidamente, que á la hora de la muerte no tuvieron más que pagar, ni que purgar; y estos, en muriendo, se van derechos al cielo á gozar eternamente de Dios: otros hay que mueren en pecado mortal, y en desgracia de Dios, y como rebeldes y enemigos suyos son castigados, y sus almas entregadas á Satanás, para ser atormentadas perpetuamente en el infierno: otros hay, que ni son tan buenos como los primeros, ni tan malos como los segundos, sino que á la hora de la muerte están en gracia del Señor, y tienen algunos pecados veniales, que se compadecen con ella, que purgar; ó habiendo cometido algunos pecados mortales, que lloraron y les fueron perdonados cuanto á la culpa, no satisficieron enteramente en esta vida por ellos cuanto á la pena que se debe á cada pecado; y por esto en la otra la deben pagar.

Porque, como dice el sagrado evangelista san Juan en su Apocalipsis, hablando de la santa y soberana ciudad de Jerusalén: «Ninguno entrará en ella con suciedad, ó mancha de pecado»: y así necesariamente se ha de decir, que hay purgatorio, donde, como en un crisol, se afinan las almas, y se limpian de todas inmundicias y defectos con que salen de los cuerpos, antes que entren en el cielo. Esta es fé católica, y decir lo contrario es herejía; porque dejando aparte los otros muchos lugares que para probar esta verdad traen los santos doctores, así del viejo Testamento, como del nuevo; para nosotros bástenos lo que se escribe haber hecho aquel valeroso y glorioso capitán Judas Macabeo: del cual dice la divina Escritura, que envió doce mil dracmas de plata de limosna por los pecados de los soldados muertos, como quien justa y religiosamente sabía que había de resucitar: y añade luego el texto sagrado estas palabras: Sancta, ergo, et salubris est cogitado pro defunctis exorare, ut apeccalis solcantur: Que es santo y saludable el cuidado de rogar á Dios por los difuntos, para que les perdone sus pecados. Y no es menos fuerte testimonio, para comprobar esta verdad, lo que Cristo nuestro Redentor dijo en san Mateo: Si quis dixerit verbum in Spiritum sanctum, non remittetur ei, neque in hoc seculo, neque in futuro: Quiere decir, que algunos pecados (que son los que se cometen contra el Espíritu Santo) no se perdonan ni en este siglo, ni en el futuro: de las cuales palabras necesariamente se sigue (según la común exposición de todos los santos doctores) que algunos pecados se perdonan en la otra vida; y estos son los pecados veniales: porque si ningún pecado en ella se perdonase, las palabras de Cristo serian superfluas y ociosas: lo cual decir es gran blasfemia: y si se perdonan algunos pecados en el siglo advenidero, también se perdonarán las penas temporales de los pecados mortales, que el hombre por no haber tenido tiempo, y por alguna negligencia venial suya, dejó de pagar en esta vida; porque esta deuda y obligación no excluye la gracia de Dios, que es el principio de la satisfacción.

Pruébase también esta verdad con los concilios provinciales que se han hecho en varias provincias del mundo, y con los generales, y con la costumbre de toda la Iglesia católica, latina y griega. El concilio cartaginense III y IV, que se hicieron en África, contestan esta verdad: en España el bracarense I: en Francia el cabilonense: en Alemania el concilio wormarcíense: en Italia el concilio VI, que se celebró, siendo Símaco sumo pontífice, y otros muchos concilios confirman lo mismo: y no menos los ecuménicos y generales de toda la Iglesia universal, como son el lateranense, celebrado en tiempo de Inocencio III, el florentino, y últimamente el de Trento: y todas las misas ó liturgias, la de Santiago el menor, y de los santos Basilio, Crisóstomo, y Ambrosio: en las cuales se hace oración particular por las ánimas de los difuntos, la cual no se haría, si ellos no estuviesen en el purgatorio, y no tuviesen necesidad de ser ayudados, ó nuestras oraciones y sacrificios no fuesen eficaces para ayudarlos: y siempre se guardó esta santa costumbre en la Iglesia, y lo testifica san Dionisio Areopagita, cuando en el libro de la Jerarquía eclesiástica dice: «La tradición de rogar por los difuntos ha manado y venido á nosotros de los apóstoles, que fueron nuestros divinos capitanes y maestros»: y el Crisóstomo dice: «No en vano establecieron los apóstoles, que se haga conmemoración de los finados, cuando celebramos los sacrosantos misterios»: y san Agustín lo confirma diciendo: «Toda la Iglesia guarda lo que ha recibido de sus santos Padres; y ahora cuando ofrece el santo sacrificio de la Misa por las almas de los difuntos, que murieron en la comunión de la Iglesia». Que mismo enseñan san Damasceno y san Isidoro, Rábano Mauro, arzobispo de Maguncia, y otros muchos, que atribuyen esta tradición y uso de la Iglesia á los santos apóstoles. Y no solamente ha usado esto la Iglesia después de sepultado el cuerpo del difunto, sino también antes de ponerlo en la sepultura, como se ve en san Dionisio Areopagita, y que trae Durando en el libro de los Ritos de la Iglesia; y en lo que escribe Eusebio en la Vida de Constantino. Y san Agustín, hablando de su santa madre, dice que ofreció por ella el sacrificio de nuestra redención, estando el cuerpo junto á la sepultura, como se suele hacer: y san Bernardo dice otro tanto de san Malaquías. Para ejercitar este piadoso oficio, no solamente estaba señalado el día del entierro, y del cabo del año, sino otros, como se ve en las Historias eclesiásticas, y en los ejemplos de los santos: los cuales todos, griegos y latinos, con el mismo espíritu, y con la misma luz del cielo, y como si hablasen por una boca, nos enseñan esta verdad, y yo dejo de traer sus palabras, por evitar prolijidad: véalas el que quisiere, en los que escriben de esta materia, y especialmente en el cardenal Belarmino, que la trata más copiosamente y con grande erudición.

También es gran testimonio de esta verdad las revelaciones auténticas y verdaderas que los santos han tenido de las almas del purgatorio, y las veces que ellas han aparecido, y mostrádose á los fieles pidiendo su favor. San Gregorio Magno escribe haber aparecido el alma de Pascasio á san Germano, y testificádole que había sido librado de las penas del purgatorio por sus oraciones. Siendo el mismo san Gregorio abad de su monasterio, un monje suyo llamado Justo, ya difunto, apareció á otro monje que se llamaba Caproso, y le avisó que había sido librado de los tormentos del purgatorio por las treinta Misas que Precioso, prepósito del monasterio, por orden de san Gregorio había dicho por su alma, como se refiere en su vida. San Gregorio Turonense escribe de una santa doncella, llamada Vitaliana, que apareció á san Martín, y le dijo, que estaba en el purgatorio por un pecado venial que había cometido, y que fué librada por las oraciones del santo. Pedro Damián escribe que san Severino apareció á un clérigo, y le dijo que había estado en el purgatorio, por no haber dicho el oficio divino á sus horas; y que después Dios le había librado y llevado á la compañía de los bienaventurados. San Bernardo escribe que san Malaquías libró á una hermana suya de las penas del purgatorio con sus oraciones; y que la misma hermana se le había aparecido, pidiéndole aquel socorro y favor: y el mismo san Bernardo libró por su intercesión á otro que había padecido un año entero las penas del purgatorio, como lo escribe en su vida Guillermo, abad. San Remberlo, arzobispo bremense, ayunando cuarenta días por un presbítero llamado Arnulfo, le libró del purgatorio, y el mismo Arnulfo se le apareció y le hizo gracias por ello, como lo refiere Surio en su vida Santo Tomas de Aquino, estando en oración, le apareció una hermana suya religiosa, y difunta, y le dijo como estaba en el purgatorio; y después le tornó á aparecer, haciéndolo gracias por el beneficio que por medio de sus ayunos, oraciones y misas había recibido, y por la gloria que ya tenía en el cielo: y otra vez estando en Nápoles, le apareció Fr. Román, y supo de él que ya estaba en el cielo, después de haber purgado en el purgatorio el descuido que había tenido en la ejecución de cierto testamento, como lo escribimos en su vida. Y para dejar los otros ejemplos, por ser muchos, y bastar los que aquí habernos referido para comprobar esta verdad, concluyamos esta materia con referir lo que sucedió á Benedicto VIII sumo pontífice: el cual, siendo ya difunto, apareció á san Odilón, abad (de quien hablamos arriba), resplandeciente y hermoso, y le hizo gracias con profunda reverencia, confesando que por sus oraciones, y las de sus frailes, Dios le había hecho merced de sacarle de la cárcel del purgatorio, y colocarle en el cielo entre sus escogidos. Pero hace de advertir que aunque estas apariciones de las almas del purgatorio, que aquí habernos referido, y otras semejantes, por ser escritas de autores graves y santos, se deben tener por verdaderas, y que nuestro Señor quiere en ellas enseñarnos las horribles penas que las almas padecen, y movernos para que las ayudemos, y para que procuremos satisfacer en esta vida lo que por nuestras culpas debemos, y no librarlo á la otra, donde se paga con tanto rigor; más que debemos usar de gran cautela en estas cosas: porque muchas veces no son verdaderas las apariciones de las almas, sino de nuestra flaca cabeza, é ilusiones del demonio, que nos inquieta y engaña, dándonos á entender que vemos lo que no vemos, y que ya somos santos, y tenemos visiones y revelaciones de Dios, para que nos desvanezcamos, y nos descuidemos de nuestro aprovechamiento: y también algunas veces puedo ser artificio del demonio, que se aparece en figura del alma de algún gran pecador que está en el infierno, y finge que pide el favor de nuestras oraciones, para que creyendo la gente que aquel hombre, habiendo sido tan malo, está en el purgatorio y no se condenó, se descuide en la virtud, y suelte la rienda á la maldad, pensando que pues el otro, que fué tan perverso y desalmado, no se ahogó en el abismo de sus maldades; también él podrá llegar á puerto de salvación: y por este, y otros peligros que hay en semejantes visiones, debemos usar de mucha prudencia y recato, no apeteciéndolas con vana curiosidad, y si vinieren, desechándolas con humildad, y examinando y probando los espíritus, si son de Dios, como dice san Juan, con consejo y parecer de los hombres verdaderamente espirituales y prudentes.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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