La Iglesia honra hoy a dos Papas.
SAN SOTERO
Sucedió inmediatamente a San Aniceto en 166. El tiempo nos ha robado el conocimiento de sus obras. Sólo un rasgo ha llegado hasta nosotros. Es un fragmento de una carta que el obispo de Corinto, Dionisio, escribió a los Romanos, en la que consigna que el Pontífice ha hecho grandes limosnas a las iglesias de diversas ciudades que padecían hambre. Hermoso testimonio de la solicitud universal del Pontífice de Roma, cuya caritativa influencia se extendía a las más alejadas iglesias. Una carta apostólica acompañaba a las limosnas, y afirma Dionisio que se leía en las reuniones de los fieles, junto con la que San Clemente dirigió a los Corintios el siglo anterior. Como se ve, la caridad de los Pontífices de Roma ha estado siempre unida al celo por la conservación del depósito de la fe. San Sotero luchó con energía contra la herejía montanista que comenzaba a aparecer. Se cree que fué víctima de la persecución de Marco Aurelio, a pesar de que la primera redacción del Líber Pontíficalts no hace mención de su martirio, y solamente consigna que fué sepultado “junto al cuerpo del bienaventurado Pedro.”
SAN CAYO
Sucedió al Papa Eutiquio, a fines del 283. Las lecciones del Breviario refieren que una de sus decisiones fué recordar la distinción de los grados que conducen al episcopado, a partir del orden de Portero. El Líber Pontíficalis da a San Cayo el título de Confesor, y dice que hubo de ocultarse para escapar de la persecución de Diocleciano. Murió antes del 296, y su sepulcro da testimonio de la devoción que le profesaron los fieles.
PLEGARIA
Santos Pontífices, vosotros sois de los que sufrieron la gran tribulación y de los que pasaron por el agua y por el fuego para llegar a las playas de la eternidad. El pensamiento de Jesús triunfador de la muerte, sostenía vuestro ánimo; sabíais que a las angustias de la Pasión sucedieron las glorias de la Resurrección. Con el ejemplo nos habéis enseñado que la vida y los intereses de este mundo no deben ser tenidos en nada, cuando se trata de confesar la fe; concedednos este valor. Por el bautismo fuimos alistados en la milicia de Cristo; la confirmación nos comunicó el Espíritu de fortaleza; debemos, por tanto, estar dispuestos a la lucha. Santos Pontífices, ignoramos si en nuestros días veremos expuesta la Iglesia a persecución sangrienta; pero aunque así no sea, tenemos que luchar contra nosotros mismos, contra el espíritu del mundo, contra el demonio; sostenednos con vuestra intercesión. Habéis sido los padres de la cristiandad; la caridad pastoral que os animó en esta vida vive constantemente en vuestros corazones. Protegednos y haced que seamos fieles a los deberes que nos unen al divino Maestro, cuya causa defendisteis.
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