SAN EDMUNDO, REY Y MÁRTIR

Martirologio Romano: En Inglaterra, san Edmundo, mártir, que, siendo rey de los anglos orientales, cayó prisionero en la batalla contra los invasores normandos y, por profesar la fe cristiana, fue coronado con el martirio († 870).

SAN EDMUNDO

De la sangre real y prosapia noble de Sajonia, trajo su descendencia el gloriosísimo rey y mártir Edmundo, siendo tan católico, tan virtuoso, tan caritativo y humilde desde sus primeros años, que estas divinas prendas aun sobresalían más en él, que el lustre de su real sangre: por lo cual, faltando rey en Inglaterra, por común sentir de todas las provincias fué electo y ungido por su rey: y de verdad, que cuando no tuviera real sangre, la hermosura y gentileza suya, la docilidad y afabilidad con todos con que se hacía amable, su gran mansedumbre, su agradable conversación, sobre las demás virtudes referidas, le hacían merecedor dignísimo de la corona, y aun se puede añadir, que también de la de mártir glorioso; porque su rostro hermoso era de ángel más que de hombre. Había en su tiempo unos crueles enemigos de la religión cristiana: estos eran los danos, gente bárbara, sin Dios y sin ley y sin razón. Estos juntos en un bárbaro ejército, de quien era cabeza infernal lnguar ó Hlimguar, entraron por Inglaterra destruyendo todas sus ciudades y villas, y haciendo tan cruel y sangrienta guerra, por ser ricos y en cristianos los ingleses: pues como á cristianos los aborrecían, y deseaban borrar del mundo su memoria; y como á ricos y poderosos, deseaban robarlos; porque esta bárbara gente solo vivía del robo, homicidio y latrocinio, como vicios al fin opuestos á las virtudes que abraza y ejercita la religión cristiana.

Sabía muy bien el tirano Inguar, que Edmundo era mozo de bríos y gran valor, y que si salía en campaña, no podría defenderse de él: y así no le intimó guerra alguna, sino entrando de secreto y sin dar aviso, iba despoblando las ciudades, no perdonando vida de cristiano, para que cuando llegase al rey santo la noticia, le faltasen los soldados que podía juntar de las ciudades que ya él dejaba destruidas y asoladas: pero se engañaba: porque si Edmundo hubiera de defenderse, mas bien lo haría con los soldados y ejército que él le había juntado y colocado en el cielo por medio del martirio, que con los mismos cuando vivían en este mundo: mas no quiso el santísimo y piísimo rey, sino es animarlos y seguirlos, como se vio claramente en la respuesta que dio á un embajador que el bárbaro le envió, tan soberbia, como suya, con Hubba, otro ministro de Satanás, y criado suyo: cuyo tenor fué este: «Aquel de cuyo poder y vista tiembla la tierra y el mar, Inguar, nuestro señor, rey invictísimo, ha llegado á este deseado puerto con infinitas naves á invernar, después que sus armas, gloriosas siempre, dejan rendidas y sujetas diversas tierras y provincias: y así manda, que si quieres reinar con él, partas con él tus antiguos tesoros y patrimoniales riquezas; y que adviertas, que si menosprecias su poder y mandatos, serás tenido por indigno del reino y de la vida; y él, y sus soldados, y legiones infinitas te privarán brevemente de uno y otro». Esta fué la embajada del bárbaro Inguar: y el atrevido y soberbio embajador Hubba añadió (viendo la mansedumbre con que el santo rey le atendía) estas razones locas: ¿Y quién eres tú, para que inobedientemente te atrevas á contradecir tan inmenso poder? El cielo, la tierra, el viento, la mar, y hasta los mismos dioses veneran poder tanto; ¿y tú le menospreciarás? Sujétate, pues, á tan grande emperador; advirtiendo, que sabe perdonar humildes y castigar soberbios.

Oída la embajada soberbia, un santo obispo que asistía al rey, mirando solo por su vida y persona real, sabiendo que ella sola valía más que todos los tesoros del mundo, le aconsejaba les diese al bárbaro, y salvase su vida; á quien el santo rey dijo: O obispo: tú temes no me quite el bárbaro la vida; y yo no deseo otra cosa, por no quedar vivo cuando veo muertos mis fieles y católicos vasallos, á quienes con sus hijos y mujeres en sus mismos lechos ha muerto el tirano bárbaro. Ellos han muerto por Dios y por la patria: por ellos y por Dios deseo morir, para ser partícipe de sus coronas. El Todopoderoso me es testigo que ninguno habrá en este mundo que pueda apartarme de la caridad de Cristo que recibí en el santo bautismo. El bárbaro me ofrece la vida que Dios me da, el reino que poseo, y las riquezas que no estimo: ¿y por estas cosas me sujetaré á dos señores, cuando he jurado solo vivir y morir por Cristo, y servirlo á Él solo? No lo esperes. Entonces vuelto al bárbaro embajador, le dio esta divina respuesta: Digno eres de que mis soldados te quitaran la vida por tu arrogancia y soberbia; pero siguiendo el ejemplo y consejos de mi Maestro y Redentor Jesucristo, no quiero ensangrentar mis manos, sino es por su amor perdonarte, cuando por su amor también y su nombre santísimo estoy dispuesto á dar la vida, sin rendirla á vuestras sectas: por lo cual, mi consejo es, que al instante vuelvas á tu señor y le digas estas solas palabras: Bien (¡O hijo de Satanás!) imitas á tu padre, que soberbio cayó del cielo, y deseando tener quien le imitase en todo, engañó al linaje humano, é hizo á muchos partícipes de sus penas eternas. Así tú intentas que yo te imite y siga; pero ni tus halagos ni tus amenazas me apartarán de Cristo. Los tesoros y riquezas que la divina clemencia me ha dado, serán tuyos desde luego; si haciéndote cristiano siguieres la bandera de Cristo, siendo alférez de los ejércitos del Rey de la gloria: pero si no admites la milicia y religión cristiana, sabe y ten por cierto, que por amor de esta vida temporal, el cristiano rey Edmundo no se sujetará á pagano dueño: y si me quitares (como á mis fieles) la vida, el Rey de los reyes, que lo ve y juzga todo, teniendo de mí misericordia, me dará el reino y corona de la vida eterna.

Con esto se fué el bárbaro; y apenas salía de su palacio, cuando vio á su señor Inguar, que pareciéndole tardaba, venia á buscarlo. Díjole brevemente lo que Edmundo respondía: lo cual oído por el bárbaro tirano, mandó prender al santo rey: lo cual fué fácil, por hallarse en esta ocasión desprevenido, solo, fuera de la corte, en una villa pequeña, y no hacer resistencia alguna, por saber iba á morir por Cristo. Preso y muy maltratado lo trajeron ante el bárbaro Inguar, como á Cristo ante Pílalo. Hízole sus preguntas: calló á todas, como inocente cordero, imitando en todo á Cristo: por lo cual el tirano bárbaro le mandó azotar cruelísimamente, y dar muchos palos; y después que los verdugos estaban cansados, mandó que lo atasen á un árbol, y que lo asaeteasen, habiéndolo azotado antes otra vez cruelísimamente. Comenzaron á dispararle saetas todos aquellos bárbaros soldados, como si jugaran y tiraran al blanco: tantas le dispararon, que unas se encontraron con otras; y no hallando ya lugar en el santo cuerpo para nuevas heridas, por una misma herida entraban de nuevo muchas saetas, tanto, que causaba horror y compasión mirarlo, aun á los mismos bárbaros; porque parecía un espín, ó un erizo, siendo otro nuevo san Sebastián, invictísimo mártir. No cesaba el rey santísimo de invocar el dulce nombre de Jesús, y predicar su fe santa, exhortando á los fieles á morir por ella, como él moría gozoso, regocijado y alegre; lo cual visto por el bárbaro Inguar, le mandó cortar la cabeza. Desatáronle los verdugos del árbol; y si en ellos cupiera piedad alguna, la tuvieran de verle tan maltratado y herido; porque todas las costillas tenia descubiertas, hasta las entrañas y corazón se le veían siendo milagro patente, que tuviese algún poco de calor y vida, que le conservaba Dios para que adquiriese más aquella nueva corona y triunfo de ser degollado por su amor. Hizo una breve y fervorosa oración, según lo permitían los alíenlos de la poca vida que tenia, recobrados entonces con nuevo vigor y ánimo, y luego inclinó la cabeza, que le cortó el cruel verdugo de un fiero golpe, con que voló su santísima y purísima alma á tomar posesión de la corona de gloria, donde reina con Cristo, siendo dos veces rey y mártir glorioso.

Fué su martirio a 20 de noviembre (día en que le celebra nuestra madre la Iglesia), por los años del Señor de 870. Fuéronse de allí los bárbaros, dejando el cuerpo tronco y llevándose la cabeza, la cual arrojaron entre unos espesos zarzales, para que jamás pudiesen hallarla ni venerarla los cristianos. No quiso Dios privar á sus fieles de tan gran reliquia: y así pasados algunos años, y volviendo á gozar de su libertad y amada paz los pocos cristianos que habían quedado en Inglaterra, trataron de buscar el santo cuerpo de su rey y mártir glorioso Edmundo. El cuerpo le hallaron fácilmente yendo al lugar del martirio, donde cubierto de yerbas le guardaba Dios de las inclemencias de los tiempos, de las fieras y aves, incorrupto, oloroso y hermoso. Diéronle honorífica sepultura, venerándole como á rey, santo y mártir, quitándolo las saetas de las heridas, y guardándolas para reliquias. Pero no tuvieron todo el gozo cumplido por fallarles la cabeza, y no saber donde la hallarían; mas discurriendo que los bárbaros no la habrían llevado por reliquia, sino arrojado en aquellos campos, se resolvieron á buscarla, confiados en que Dios se les descubriría. Repartiéronse en cuadrillas: y dándose cierta señal para juntarse, y no dejar cosa en aquellos bosques que no mirasen, dieron principio á la ejecución de sus deseos. Apenas se dividieron por aquellos campos cuando una voz que todos á un tiempo oyeron, los volvió a juntar. Era la voz de la sagrada cabeza que dijo: Aquí estoy. Pero como aun no la viesen, preguntaban todos á un tiempo: ¿Dónde estás? Y la cabeza respondió tres veces: Her, her, her: voz, ó palabra inglesa, que quiere decir: Aquí, aquí, aquí: y luego volvió á repetir la misma palabra, sin cesar hasta que los tuvo cerca de sí. Entonces vieron otro prodigio; y fué que un fiero lobo tenia entre las zarzas la santísima cabeza en sus manos, para que no la tocasen las espinas, y como si fuera racional la acariciaba y besaba. Entrególes el tesoro; pero con tanto sentimiento de dejarle, que se fué, como si fuera un manso cordero, en su seguimiento, sin que á ninguno causase asombro la fiera, ni hubiese hombre tampoco que la hiciese mal alguno. Con esto caminando en procesión gozosos y alegres, derramando copiosas lágrimas de devoción por el hallazgo, llegaron al lugar donde habían colocado el santo cuerpo, y descubriéndole, pusieron la sagrada cabeza junto á él. El lobo habiendo cumplido con ser custodio fiel de aquella santa reliquia, y defendida de las otras fieras tanto tiempo, se volvió á su bosque, sin que jamás fuese visto de hombre alguno. Edificaron allí una iglesia al santo cuerpo, según la posibilidad de los tiempos. Después pasados muchos años, cuando ya las cosas de Inglaterra estaban más quietas, le edificaron un templo suntuosísimo; y al colocarle nuevamente, vieron todos como la cabeza se había unido á su lugar, dejando solo para memoria eterna de su martirio una señal en su pescuezo, como un hilo de seda carmesí. Crecíanle los cabellos y uñas de pies y manos, como si estuviera vivo; y una devota señora se las cortaba de cuando en cuando, y las guardaba por reliquias sagradas, curando con ellas enfermos de diversas enfermedades.

Al fin son tantos los milagros y prodigios que cada día se ven en el sepulcro del invictísimo mártir y rey Edmundo, que era menester un libro entero, y aun muchos para copiarlos: que así honra Dios á quien por su honor y fé pierde la vida. Escribieron la de este rey santísimo y su glorioso martirio Abbo, abad Floriacense, de quien son las lecciones del breviario, donde está toda la historia sucintamente copiada; Surio, tomo VI; Pedro de Natalibus, in Cathalogo Sanct., lib. X, cap. 89; Molane in Addit. ad Usuard.; el Martirologio romano; y Baronio en sus anotaciones, y en el tomo X de sus Anales, año 870, núm. 45.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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