Santos Pablo Miki y veinticinco compañeros, mártires

Después que el apóstol de las Indias San Francisco Xavier, como un sol clarísimo, alumbró los, reinos del Japón con las primeras luces del Evangelio, creció tanto aquella cristiandad, por el trabajo y celo de los padres de la compañía de Jesús, que imitando á su esclarecido apóstol, prosiguieron la labor, que él dejó comenzada, que tenían bautizados más de trescientos mil cristianos, y entre ellos muchos reyes, príncipes, grandes, señores, caballeros, y gente de todos estados, y condiciones; y habiendo edificado muchos templos al verdadero Dios, que son los castillos, y fortalezas de la fé, se prometían ver conquistado todo aquel dilatado imperio para Jesucristo.

Y viendo que la mies era mucha, y los operarios pocos, recibían en su religión algunos japones hábiles, y bien probados, que los ayudasen á cogerla; pero la fé que plantó el apóstol, y cultivaron sus discípulos, quiso Dios, que la regasen los mártires con su sangre, para dar el acrecentamiento, que esperamos, cuando fuere servido el misericordiosísimo Dios resucitar aquella cristiandad, que está como sepultada debajo del hielo de las persecuciones, que hoy padece. La ocasión de la muerte de los santos mártires, cuya vida escribimos, fué esta. Vinieron al Japón desde Filipinas el año de 1592 algunos religiosos descalzos de la orden de san Francisco, que traían por comisario á san Pedro Bautista, con título de embajadores de los luzones al emperador del Japón, que se llamaba Taycosama, sobre ciertas pretensiones que el emperador tenía con aquellas islas; pero todo su deseo y propósito era dilatar la ley de Jesucristo en aquel imperio. Fueron bien recibidos del emperador, que les mandó dar sitio acomodado, para vivir en Meaco, cabeza de todo el Japón. Edificaron los religiosos casa, é iglesia, que llamaron Nuestra Señora de la Porciúncula, á imitación del primer convento de su padre san Francisco; y en esta iglesia decían Misa, predicaban, y bautizaban públicamente con igual celo suyo, y fruto de sus oyentes, y devotos. Había prohibido Taycosama, que se predicase la ley de Jesucristo en todo su imperio, y mandado, que saliesen desterrados del Japón los padres de la compañía de Jesús, porque la predicaban; y como supo que los padres de san Francisco habían contravenido á sus mandatos en Meaco, y Osaca (donde también edificaron casa, é iglesia), se enojó mucho contra ellos, y mucho más con ocasión de un galeón de españoles, llamado san Felipe, que pasando de Filipinas á Nueva España, vino arrojado de los vientos y tempestades á Urando, puerto del Japón en el reino de Tosa; porque habiéndose apoderado de toda la riqueza del galeón, que era mucha, y sabiendo, que fuera de los soldados españoles venían en él dos religiosos descalzos de san Francisco, cuatro de san Agustín, y uno de santo Domingo, sospechando, que venían también á predicar la ley, que él tenía prohibida, se alteró sobre manera, y atizando el fuego algunos gentiles, enemigos declarados de Jesucristo, y en especial Jacuin, su gran privado, que había sido la causa principal de la primera persecución contra los padres de la compañía, y ahora con tan buena ocasión, los acusó de nuevo, de que eran rebeldes á sus leyes, y habían hecho cristianos á muchos japones, después que él les había mandado desterrar. Encendido en cólera el tirano, y ciego con la pasión, mandó al gobernador de Osaca, donde entonces se hallaba, que pusiese guardas en las casas de los padres descalzos, y en las de los de la compañía, que había en aquella ciudad; porque este es el modo de cárceles, que tienen en Japón. A la misma hora despachó un criado suyo al gobernador Xihunojo, para que hiciese otro tanto de los religiosos, que había en Meaco, y al mismo criado mandó, que tomase por lista los cristianos, que acudían á las casas de los religiosos, y la diese al gobernador, para que los hiciese matar. Dio este mandato á los 9 de diciembre de 1596.

Con este mandato del tirano, prendieron en el convento de santa María de la Porciúncula de Meaco cinco santos religiosos descalzos, que fueron el padre comisario Fr. Pedro Bautista, Fr. Francisco Blanco, Fr. Gonzalo García, Fray Francisco de san Miguel, y Fr. Felipe de las Casas, con doce familiares suyos; y en el convento de Osaca, prendieron á otro santo religioso, llamado Fr. Martin de la Ascensión, y á otros dos familiares suyos, y todos catorce familiares eran de la tercera orden de san Francisco. El santo Fray Pedro Bautista, capitán, y caudillo de aquella dichosa compañía, fué español, natural de san Esteban en el obispado de Ávila, de padres honrados, ricos, y buenos cristianos, que le criaron con mucho cuidado. Habiendo estudiado latinidad, música de canto llano, y órgano, en Ávila y Oropesa, oyó filosofía, y dos años de teología en Salamanca, y luego tomó el hábito de san Francisco en la provincia de los descalzos de san José, donde florecía mucho la perfección y observancia regular: y habiendo en ella sido ejemplo de todas las virtudes, y en especial de oración continua, y leído un curso de artes, y hecho oficio de predicador; siendo guardián de Mérida, pasó llamado de Dios, á las Filipinas, con otros siervos de Dios de su misma provincia. En llegando á la Nueva España, en todas partes, por donde pasaba, predicaba con mucho fruto, y edificación de sus oyentes, que no menos se movían de sus sermones, que se admiraban de su compostura, y modestia. Después de haber estado dos años en la Nueva España, haciendo largas, y peligrosas peregrinaciones, entre gentes bárbaras y crueles, para predicarles la ley de Cristo, se embarcó á las Filipinas con oficio de comisario: de donde habiendo hecho mucho fruto con su predicación, y sido guardián de Manila, y custodio de su provincia, con gran satisfacción de todos sus súbditos, pasó á Filipinas por obediencia de su prelado, que se lo mandó, por entender, era esta la voluntad de Dios, y eligióle por comisario de los religiosos, que iban á aquella misión. En pocos años que estuvo en el Japón, hizo por sí, y por sus religiosos, fruto digno de muchos. Resplandecía el santo comisario en toda virtud, y era tan puro, y temeroso de conciencia, que para decir Misa, se confesaba cada día, una y dos veces: siendo así, que en treinta años de religión no le acusaba la conciencia de pecado mortal. Tenía de costumbre la noche antes de predicar hacer larga oración, y tomar una rigurosa disciplina: con eso era grande el fruto de sus sermones. Ayunaba frecuentemente á pan y agua, y muchas veces comía unas yerbas solamente: era muy aficionado al recogimiento, muy humilde, y más amigo de obedecer, que de mandar. Varón de gran confianza en Dios, por la cual le favoreció su Majestad, para que en tierra de gentiles con suma pobreza hiciese en pocos años dos conventos, ó iglesias, en Meaco y Osaca, y diese principio á otra en Nangasaqui. Con su gran caridad edificó junto á su convento de Meaco dos hospitales de santa Ana, y san José, para recoger los leprosos; y él era el primero, que les serbia, y lavaba los pies, repartiendo con ellos la corta limosna, que se hacía al convenio.

Semejantes fueron en la santidad, y celo á su santo capitán los otros religiosos de san Francisco, de cuyas virtudes, como las del santo comisario, pudiéramos decir mucho, si el ser tantos no nos embarazara, para no faltar á la brevedad, que profesamos. Fr. Martin de la Ascensión fue vizcaíno, natural de Vergara: estudió teología en Alcalá de Henares, y tomó el hábito en la provincia de san José. Conservó perpetua virginidad con oraciones, ayunos, vigilias, disciplinas, y cilicios: era humildísimo, y muy perseverante en la oración, muy mortificado; y en una ocasión, por vencerse á sí mismo, besó las llagas á un leproso. Pedía al Señor, que le diese a gustar de su cruz y decía, que quisiera más ser puesto por Cristo en un palo, que vivir regalado de consuelos celestiales. Fr. Francisco Blanco fué del reino de Galicia, del obispado de Orense: estudió latinidad en el colegio de la compañía de Jesús de Monterrey, y artes en Salamanca: fué hijo de la provincia de Santiago, y pasó á Filipinas con otros religiosos de su misma provincia, venciendo muchas contradicciones, que tuvo su ida, con oraciones y penitencias, que ofreció á Dios por esta causa. Era devotísimo de la Virgen, á quien ayunaba todos los sábados; y él era tenido por virgen, de los que le comunicaron y trataron familiarmente. Traía siempre presente á Dios; y conocíase en el concierto, y modestia de todas sus acciones, con las cuales edificaba á cuantos le miraban. Fué el último dé los santos mártires, que entró en Japón, y habiendo estado en aquel reino seis meses, consiguió la corona del martirio. Fray Felipe de Jesús fué natural de Méjico: dejó primero el hábito, que había tomado en san Francisco de la Puebla de los Ángeles, y siendo enviado de sus padres á Filipinas, abriéndole Dios los ojos, tomó el hábito en el convento de los descalzos de Manila, y procuró con el fervor, y cuidado en la observancia, resarcir la flaqueza pasada. Embarcóse en el galeón de san Felipe para la Nueva España, para ordenarse allí de sacerdote, por no haber obispo en Filipinas; y Dios le embarcó para mártir, cuando los vientos arrojaron el navío al Japón; porque deseoso de ver al santo comisario Fr. Pedro Bautista, que le había dado la profesión, siendo guardián de Manila, se partió á Meaco, y poco después de llegar á aquella ciudad, sucedió la prisión de los religiosos: y como él estaba con ellos, aunque no había sido compañero de sus conversiones, lo fué de su corona, que Dios le tenía preparada; y así, aunque pretendieron algunos librarle de la prisión, en que estaba, por no ser cómplice en el delito, que á los demás se imputaba, no tuvo efecto. Fr. Francisco de san Miguel fué natural de la Parrilla, aldea distante cuatro leguas de Valladolid: entró en el convento de san Francisco de Valladolid para lego: después con licencia de su provincial pasó á la provincia de san José; y de esta pasó á la provincia de la Arrabida en Portugal, siempre deseoso de mayor perfección, hasta que pasó á las Filipinas, y á Japón con deseo de ayudar, en lo que pudiese, á la conversión de los gentiles.

Señalóse mucho en todo género de virtud, y obró Dios por él algunos milagros. Con ser lego, era tal su celo en enseñar á los infieles, y Dios le daba tal gracia para enseñar, que le llamaban en su lengua: «El Enseñador». Fr. Gonzalo García fue natural de Basain, ciudad de la India oriental de Portugal: fué criado en su tierna edad con los padres de la compañía de Jesús, y por su buena inclinación y natural, siendo de quince á diez y seis años, se fué con ellos al Japón, en donde estuvo con algunos padres muy religiosos por espacio de ocho años, sirviéndoles de intérprete, y ayudándoles á la conversión de los gentiles; porque catequizaba muy bien, y en su modo de hablar parecía japón. Deseó ser de la compañía, y pidiólo muchas veces: y como se lo dilatasen, dándole buenas esperanzas, pidiendo licencia á los padres, se fué a la ciudad de Alacan, donde se hizo mercader, y andando, en este trato, ofreciéndose ocasión de ir á Manila, tocado de Dios, tomó el hábito de san Francisco para fraile lego, habiéndose ejercitado en aquella provincia en los oficios, y virtudes propias de su estado con mucha edificación: y como era tan práctico en la lengua del Japón, volvió allá por compañero del santo comisario, donde trabajaba incansablemente en los oficios de Marta, y de María: y fuera de servir á aquellos varones apostólicos, él lo era también en el celo, con que procuraba la conversión de los gentiles. Deseaba mucho ser mártir; y Dios se lo concedió en compañía de sus santos compañeros.
Los familiares de los frailes descalzos eran como discípulos de tales maestros. El principal, León Carasuma, que habiendo sido antes bonzo, se convirtió, oyendo hablar de Dios á un hermano japón de la compañía de Jesús, y se bautizó, siendo de treinta años; con la comunicación, y trato de los padres de la compañía, creció mucho en virtud, hasta que viniendo los frailes descalzos á Meaco, se llegó á ellos, y solicitó la fábrica de la iglesia, y convento, y después vivía en compañía de los frailes, é imitaba sus virtudes, y ejercicios religiosos, como si fuera uno de ellos; y siendo casado, hicieron voto de continencia él y su mujer de común consentimiento. Procuraba con sus exhortaciones convertir á los gentiles, que acudían al convento: catequizaba á los que se querían bautizar; y enseñaba á los bautizados el modo de oír misa, y rezar, y el respeto, que habían de tener á los religiosos. Cuando se hicieron los hospitales para los leprosos, él fué el primer hospitalero del hospital de santa Ana; y ejercitaba este oficio con tan grande caridad, que salía él mismo á buscar los leprosos, para traerlos á su hospital, y en él los servía, y curaba con gran cuidado. Salía también por las calles á buscar los niños desamparados, los cuales hacia criar, y á pedir limosnas para sus pobres; y solía decir, que deseaba ser arrastrado en aquellas calles por la ley de Jesucristo.

No era menos riguroso consigo, que blando con los demás, ni menos penitente, que caritativo; porque se disciplinaba ásperamente, dormía poco, y oraba mucho; y con estas virtudes se dispuso para la dicha del martirio.

Los otros santos mártires fueron los siguientes. Buenaventura, en quien el nombre convino bien con la ventura, que Dios le dio; pues habiendo antes apostatado de la fé, y siendo admitido por el santo comisario en el número de los cristianos, y de los familiares de los frailes, mereció ser del número de los presos, y mártires del Señor. Gabriel Doxicu de los frailes, que siendo mancebo de diez y nueve años, galán, rico, y acomodado, por las exhortaciones del santo mártir Fr. Gonzalo, recibió el bautismo, y dejó el mundo, entrándose á servir á los frailes: y habiendo vencido los ruegos, é instancias de sus padres, que eran gentiles; y procuraban, que dejase la fé y la compañía de los religiosos; él con sus oraciones, y exhortaciones, convirtió á su padre, el cual bautizado, se dedicó al servicio del convento.  Paulino Suzuqui, que en bautizándose, se mudó en otro hombre, y parecía varón celestial. Era muy discreto, y elocuente en la lengua del Japón; y así predicaba, y disputaba con aceptación de todos, y habiéndose hecho familiar de los frailes, por consejo del santo mártir León, fue imitador suyo, y hospitalero del segundo hospital de los leprosos, llamado San José: y fuera del cuidado de los enfermos, cuidaba, como otro Tobías, de buscar los cuerpos muertos de los cristianos, y los enterraba en un lugar, que tenia junto á su hospital. Cosme Zaqueya, espadero, siendo de rudo ingenio, con el trabajo de leer, y trasladar catecismos, y oír á los catequistas, vino á aprender lo bastante para catequizar, y hacer provecho en muchos gentiles: tomaba todos los días una recia disciplina, para que Dios le diese su gracia, para hacer aquel oficio; y de esta manera, con la fuerza de sus penitencias, y con la elocuencia de sus exhortaciones, persuadió á muchos á recibir el bautismo; y por este celo mereció la corona de mártir. Tomé Danchi, boticario, que siendo antes terrible de condición, con el bautismo, de león se hizo cordero, sufriendo con maravillosa mansedumbre las injurias que le hacían los gentiles. Daba de limosna á los pobres las medicinas, y ayudando en la conversión de los gentiles á los frailes, mereció ser preso juntamente con ellos. Francisco, que siendo médico de los cuerpos, cuando gentil, después de cristiano se hizo médico de las almas, y convirtió á su mujer, é hijos, y á otros muchos gentiles: y habiendo hecho con su mujer voto de continencia, se entregó todo al servicio de Dios. Curaba á los pobres de balde, y les daba las medicinas: lavaba los pies á los leprosos: disciplinábase cada día: traía cilicio: ayunaba muchos días: oraba frecuentemente; y con estas virtudes se dispuso para la palma de mártir. Joaquín Sanquier, que de cocinero de los frailes en el convento de Belén de Osaca, le levantó Dios á glorioso mártir. Paulo Juariqui, hermano del santo mártir León, que vivía con su mujer cristianamente, enseñando á sus hijos el temor de Dios, confesando frecuentemente, socorriendo con limosnas á los pobres, y persuadiendo á sus amigos gentiles, que fuesen á oir la doctrina cristiana á la iglesia de los frailes, cerca de la cual se había venido él á vivir, por poder asistir mejor á la misa y sermón. Miguel Cosaqui, padre del santo niño Tomé, de quien ya hablaremos, el cual ayudó al edificio de la iglesia de Osaca, y con su ejemplo, y santas palabras atraía muchas almas al conocimiento de la verdad, por la cual mereció morir en compañía de los otros santos.

Juan Quizuya, tejedor de seda, que bautizado por los frailes con su mujer, y un hijo pequeño, era muy temeroso de Dios, y deseoso de aprovechar en su servicio, servía á los pobres, y gustaba de la oración, y penitencia: con que en poco tiempo de cristiano subió á mártir.
Entre los santos mártires, que fueron presos, había tres niños, en los cuales, por ser más flacos, se mostró más la fortaleza de Dios, como se verá en el discurso de su martirio. El santo niño Tomé, hijo del santo mártir Miguel Cosaqui, vino á la compañía de los frailes, para seguirlos, siendo de doce años, y con su comunicación se adelantó la virtud á la edad. Contaba, á los que venían al convento, las vidas de los santos, que había oído contar á los frailes, y los misterios de la fé, el modo de oír misa, y rezar el rosario de Nuestra Señora. Era muy devoto, y caritativo: y dejando los entretenimientos de su edad, iba á visitar los leprosos, y hablaba con los gentiles de la falsedad de sus sectas, convenciéndolos con sus razones; v con los cristianos, de las mercedes, que Dios hacia á los que sacaba de la idolatría: ayunaba todos los viernes: diciplinábase todos los días; y estaba en oración con gran silencio el tiempo que veía estar los religiosos. Habiendo estado hasta los quince años en compañía de los frailes, mereció ser preso con ellos en Meaco. El otro niño se llamaba Antonio: era de trece años, cuando le prendieron: habia aprendido á leer, y escribir, y mucha virtud en el colegio de la compañía de Jesús de Nangasaqui, y siendo admitido de los frailes por Doxicu, aprovechó tanto con su enseñanza, que mereció ser preso en Osaca con el santo Fray Martin, y añadir la corona de mártir á la de virgen; como también otro niño de doce años, ó diez, según escriben algunos, que se llamaba Luis, y era sobrino de los santos mártires, León y Miguel, que vivía en la casa de los padres descalzos, bautizado por ellos: el cual, viendo, que los ministros de justicia, no lo querían poner en la lista de los presos, por ser tan pequeño, lloró tanto, que le hubieron de escribir por darle gusto. El último de los santos mártires familiares de los frailes, que prendieron en esta ocasión, se llamaba Matías, á quien por suerte cupo la corona del martirio, del modo que aquí diré. Estaba puesto en la lista dé los presos un cristiano, llamado Matías,  que servía en Meaco á los padres descalzos de comprador, y cocinero, al cual aun después de puestas las guardas dejaban salir á comprar lo necesario, y luego se volvía á la prisión. Vivía junto á la puerta del monasterio otro cristiano, que tenía el mismo nombre, y se llamaba Matías. Aconteció, pues, que cuando vinieron los ministros de la justicia para llevar á la cárcel á los religiosos, y cristianos; Matías, el comprador, no estaba en el convento; y preguntando por él, como no parecía, salió el otro Matías, y dijo: «Aunque yo no soy, el que buscáis, y por quien preguntáis; pero soy cristiano, y tengo ese mismo nombre, y acudo á la casa de los padres». Oyendo los ministros, que se decía Matías; como no fallaba más que él solo, para cumplir su lista, sin cuidar, si era el mismo, ú otro, echaron mano de él: El cecidit sors super Mathiam, el annumeratus est cum undecim; y él recibió esta dichosa fuerte con grande contento, y alegría, y el otro Matías quedó excluido sin que se acordasen mas de él.
En la casa de la compañía de Jesús de Osaca prendieron al hermano Pablo Miqui, que estaba en aquella ciudad, trabajando por Jesucristo, sustentando á los cristianos en la fe, y  convirtiendo á ella á los gentiles. Era el santo Pablo Miqui natural del reino de Ava, que está en la tercera isla del Japón, llamada Nicozu, y nació en Teunocuni de padres nobles, aunque gentiles. Fué bautizado de edad de cinco años, y desde muy niño inclinado á la virtud, y quitado de las travesuras de aquella edad, mostrando en su modestia, humildad y mansedumbre, ser escogido de Dios. Crióse en el seminario que tenía la compañía para enseñar virtud  y letras á los hijos de los señores, y caballeros: entró en la compañía de veinte y dos años, y estuvo en ella once, con admirable ejemplo de vida verdaderamente apostólica. Estudió con gran cuidado los sermones del catecismo, y las sectas del Japón, para refutarlas; y salió tan consumado, que vino á ser uno de los mejores predicadores que tuvo la compañía en Japón, imitador de san Pablo en el celo, como en el nombre; y así eran muchísimos los que se convertían á la fé por su predicación. El P. Fr. Marcelo de Ribadeneira, religioso descalzo de san Francisco, que conoció, y trató á este santo mártir, escribo en su historia del archipiélago: «Entre todos los hermanos de la compañía , que en la sazón, que yo estuve en el Japón, predicaban, este santo mártir tenía fama entre los cristianos de más espiritual predicador, y que más provecho hacía, mostrando su fervoroso celo con afectos y palabras, en los que le oían: por lo cual aún de los mismos padres de la compañía era alabado de humilde y buen predicador, y que trataba de veras el aprovechamiento de las almas, y de aprovechar también la suya con virtudes». Hasta aquí dicho autor. Sucediólo en Osaca, que llevando á ajusticiar á un gentil por sus delitos, el santo se metió por medio de las guardas, que suelen en tales actos ser muy rigurosos, en no dejar que la otra gente llegue, á los que van á ser ajusticiados, apartándolos con muchos palos, y se llegó al delincuente, y le predicó con tanto fervor, que le convirtió, y le bautizó, antes que le ajusticiasen; y así murió cristiano, y con el nombre de Jesús y María en la boca. Gastó san Pablo Miqui algunos años predicando en los estados de Arimia y Omura, y en los otros reinos de la isla de Ximo, con grandes concursos y conversiones, y aplausos de los señores de aquellos estados, Arimando y Omurandono; y á petición del padre Organtino, superior de las casas do la compañía de Jesús de las partes del Meaco, fué llevado con licencia del padre provincial á aquella corte á predicar; y lo hizo en aquella ciudad, y en las de Osaca, y otras de aquellas parles, convirtiendo en todas á nuestra santa fé á mucha gente noble, y mucha de la del pueblo. Disputaba con gran fervor con los bonzos gentiles, y los confundía vergonzosamente, sin tener ellos que responder. Era tan grande su celo, que no contento con ser él un predicador tan excelente, deseoso de hacer muchos predicadores, instruía á los japonés cristianos, que hallaba capaces, de cómo habían de disputar con los gentiles, y refutar sus sectas y errores: y para destruir la idolatría y superstición con la lengua, y con la pluma, compuso muy doctos libros en esta materia, para confusión de los gentiles y enseñanza de los cristianos. Con estas virtudes y celo, que le hacían apóstol, mereció ser mártir, y tan insigne, que dice el mismo P. Fr. Marcelo de Ribadeneira: «Aunque se puede gloriar de muchos gloriosos mártires, que entre infieles, y herejes ha tenido la santa religión de la compañía de Jesús; entre los mas principales y célebres, puede ser contado el santo hermano Pablo Miqui».

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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