SANTA LEOCADIA, VÍRGEN Y MÁRTIR

Martirologio Romano Santa Leocadia, hija de una de las casas más ilustres de Toledo, fue condenada por el gobernador Daciano, en el reinado de Diocleciano, a ser azotada porque era cristiana. Después de ello se la arrojó en una prisión para todo el resto de sus días. Entró en ella diciendo que ese lugar le sería más agradable que los palacios más bellos del mundo. Habiendo sabido que la persecución duraba siempre, pidió a Dios morir. Su oración fue escuchada: murió besando la cruz que había trazado en los muros de su prisión, hacia el año 305.

La bienaventurada virgen santa Leocadia fué natural de la ciudad de Toledo, noble de linaje y grande sierva del Señor. Mandóla prender el presidente Daciano, que como una fiera cruel no se podía ver harto de la sangre de los cristianos, y traída á su presencia le puso delante su nobleza y sangre, y la vileza é ignominia, de la que él llamaba superstición de los cristianos, y ya con halagos, con blanduras y con espantos procuró persuadirla que dejase la fé de Cristo, y adorase á sus dioses. No se movió la santa virgen por cosa alguna de las que le dijo el presidente: y todo su artificio se resolvió en humo, sin poder hacer mella en aquel pecho sagrado. Mandóle poner en una oscura y horrible cárcel, para atormentarla con ella; y si esto no bastase, matarla con crueles tormentos.

Mucho se regocijó santa Leocadia cuando se vio llevar á la cárcel, reconociendo que era gran merced de Dios, y haciéndolo gracias por ello: y viendo algunos que la seguían llorando, se volvió á ellos con alegre y sereno rostro, y les dijo: Ea, soldados de Cristo, no os entristezcáis por mi pena; antes holgaos y dadme el parabién: pues Dios me ha hecho digna que padezca por la confesión de su nombre. Algunos dicen que fué crudamente azotada antes de entrar en la cárcel: y de la crueldad de Daciano se puede creer que fué así. En aquella dura y áspera cárcel estuvo algún tiempo: y oyendo la carnicería que Daciano continuamente hacía en los cristianos y los tormentos atrocísimos, con que había hecho morir á la gloriosa virgen santa Eulalia de Mérída; enternecida y traspasada de dolor, suplicó á nuestro Señor la llevase para sí, si así convenía, para que no viese la destrucción de su Iglesia, y menoscabada la fé de su santa religión. Cumplió Dios el deseo de la santa virgen, y oyó su oración: y así como estaba orando, hizo con los dedos una cruz en una dura piedra de la cárcel, y quedaron en ella las señales, y besándola con gran ternura y devoción, dio su bendita alma á Dios. El cuerpo fué hallado junto á aquella cruz, caído y reclinado en el suelo, y fué sepultado por los cristianos, de la manera que mejor pudieron.

Fué la muerte de santa Leocadia á los 9 de diciembre por los años del Señor de 305, imperando Diocleciano y Maximiano. Tiene la santa virgen Leocadia tres templos de su nombre en la ciudad de Toledo: uno donde fué su casa: otro donde estuvo presa; y otro donde fué sepultada: y por reverencia y devoción que le tuvieron algunos santos arzobispos de Toledo, se mandaron enterrar en el mismo templo (donde muchos años estuvo su sagrado cuerpo);  como fueron Eugenio III, Alfonso y Juliano, santísimos pontífices: y en el tiempo de los reyes godos se celebraron en él muchos concilios toledanos, que siempre en la Iglesia han sido en gran veneración. En este templo sucedió una cosa maravillosa y digna de grande admiración. Un día de santa Leocadia fué el rey Recesvinto, acompañado de toda la nobleza de su corte, á celebrar la fiesta de la santa virgen: y estando en la Iglesia mucha gente eclesiástica y seglar, el bienaventurado san Ildefonso, que á la sazón era arzobispo de Toledo, se puso en oración delante del sepulcro de santa Leocadia; y de improviso la piedra que le cubría y era tan pesada (que como dice Cixila), apenas treinta hombres la pudieran alzar, se levantó por sí misma: y la gloriosa virgen salió del sepulcro, y mirando á san Ildefonso extendió su mano, y tocó la suya y le dijo:

O Ildefonso, por tí vive la gloria de mi Señora; dando á entender que san Ildefonso había defendido la limpieza y gloria de la virginidad de nuestra Señora contra los herejes, que la pretendían con su lengua sacrílega mancillar. Todos los circunstantes cayeron en el suelo pasmados, por la novedad de este prodigio: más san Ildefonso habló á santa Leocadia, y le dijo: O gloriosa virgen, y digna de reinar en el cielo con Dios; pues menospreciaste y diste la vida por su amor: dichosa fué esta ciudad; pues naciste en ella, y la consagraste con tu muerte, y ahora la consuelas con tu presencia. Vuelve, Señora, los ojos desde el cielo sobre ella, y con tu intercesión defiende tus naturales, y al rey que, con tanta devoción celebra tu fiesta. Oídas estas palabras comenzó santa Leocadia á retirarse y volverse á su sepultura: y san Ildefonso con un cuchillo que le dio el rey, cortó un pedazo del velo, con que venía cubierta la virgen, para que quedase memoria de tan ilustre milagro, y la ciudad de Toledo consolada con tener (como lo tiene en el sagrario de la santa Iglesia) aquel celestial tesoro.

El cuerpo de santa Leocadia estuvo muchos años en la ciudad de Toledo en su sepulcro, y en un suntuoso templo que después el rey Sisebuto le edificó. De allí fué llevado por los cristianos á la ciudad de Oviedo, por temor que los moros que se habían apoderado de España, no le quemasen como lo habían hecho con otros cuerpos de santos. En Oviedo también se entiende que estuvo algún tiempo, y en aquella ciudad é iglesia hay algunos indicios y argumentos ciertos de ello. De aquí fué trasladado el sagrado cuerpo de esta gloriosa virgen á los estados de Flandes, y fué colocado en un monasterio de San Gisleno, que es de monjes benitos, llamado Cela, de la ciudad de Mons en la provincia de Hanonia: y de esta traslación hace mención el doctor Juan Molano en las Adiciones, que escribió al Martirologio de Usuardo. La ocasión de haberse llevado el santo cuerpo á Flandes, no se sabe de cierto ni quién le llevó ni en qué tiempo se llevó: dícese que fué un caballero poderoso, que vino de aquellos estados á España, para favorecer á los cristianos contra los moros, y que en pago de sus buenos servicios un rey de León le dio el cuerpo de santa Leocadia. En aquel monasterio de San Gisleno fué el cuerpo de esta purísima virgen honrado y reverenciado de los pueblos de toda aquella comarca, y por su intercesión recibieron muchos y muy grandes beneficios del Señor, especialmente contra la pestilencia de que antes eran muy fatigados: hasta que la serenísima reina doña Juana, hija y heredera de los católicos reyes don Fernando, y doña Isabel, y madre del emperador Carlos V, de gloriosa memoria, siendo señora de los estados de Flandes, por estar casada con el príncipe don Felipe, el año de 1500, á 15 de octubre, alcanzó del abad y monjes de aquel monasterio de Cela, la canilla de la pierna derecha de santa Leocadia: la cual como un preciosísimo tesoro dio á la santa Iglesia de Toledo.

Finalmente con gran providencia y misericordia del Señor, fué traído el santo cuerpo de aquel monasterio, donde estaba con la autoridad del sumo pontífice Gregorio XIII, y del católico rey don Felipe II, por un padre de la Compañía de Jesús, llamado Miguel Hernández, y al cabo de tamos años fué restituido á su patria y ciudad de Toledo, y colocado en la santa Iglesia, con gran fiesta, regocijo y solemnidad: porque demás de los gastos que hizo la santa Iglesia en traer el santo cuerpo, y tenerle muchos días con el debido apáralo y reverencia, mientras que se aparejaban las fiestas del recibímiento en la casa é iglesia de Jesús del monte de Loranca de Tajuña (que es de la Compañía de Jesús), y por todo el camino hasta llegar á la ciudad de Toledo; el recibimiento que en ella se le hizo fué muy solemne, y de gran concurso de gente y variedad de fiestas, y regocijado y autorizado con la presencia del rey católico don Felipe, y del príncipe asimismo don Felipe, y de la infanta doña Isabel, sus hijos, y de la emperatriz doña María de Austria, su hermana, que fueron á Toledo, para solemnizar mas aquella fiesta, dando en todo raro ejemplo de su piedad, devoción y humildad, con que el rey y el príncipe, con otros grandes del reino, llevaron sobre sus hombros el cuerpo de la santa virgen, teniendo por gran gloria suya el servirla en aquel humilde y honroso oficio. Hizose este recibimiento á los 26 de abril, del año del Señor de 1587, siendo sumo pontífice Sixto V, y rey de las Españas el católico don Felipe II, y el cardenal don Gaspar de Quiroga, arzobispo de Toledo: y después el mismo Sixto V mandó que se celebrase la fiesta de esta traslación en la Iglesia y arzobispado de Toledo.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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