SAN SABAS, ABAD Y CONFESOR

El bienaventurado san Sabas fué varón santísimo y de altos merecimientos, y padre é instituidor de muchos monjes, y gran defensor de la fé católica, y esclarecido con muchos milagros. Nació en una aldea de la provincia de Capadocia, llamada Mutalasca. El nombre de su padre fué Juan, el de su madre Sofía, personas nobles y piadosas. Ofrecióse á á sus padres una jornada forzosa á Alejandría de Egipto, y dejaron á su hijo Sabas de cinco años encomendado á un tío suyo, hermano de su madre, que se llamaba Hermias.
La mujer del cual, por ser desabrida y de mala condición, trataba mal al niño Sabas; y él dejó aquella casa, y se fué á la de otro tío suyo, llamado Gregorio, para vivir en paz y quietud. Tuvieron los dos tíos, Hermias y Gregorio, grandes pleitos sobre la hacienda de Sabas, que sus padres, cuando partieron para Alejandría, le habían dejado; y el santo mozo como era pacífico y sosegado, ofendido de aquellas discordias y por tías por una cosa tan baja como á él le parecía, que era la hacienda, dejólos y entróse en un monasterio para darse totalmente á Dios.

Concertáronse después los dos, y quisiéronle sacar del monasterio, para que gozase de su hacienda y de los gustos del matrimonio; mas él estaba ya tan abrazado con Dios y tan encendido en su amor, que por ningún camino le pudieron apañar de su santo propósito. Dábase á todas virtudes, procurando esmerarse en cada una de ellas, y especialmente en la abstinencia y victoria de la gula. Un día estando trabajando en la huerta del convento, vio en un árbol muy lindas y sabrosas manzanas, y aficionándose á ellas cogió una del árbol con intento de comerla. Después cayó en la cuenta que aquella era tentación del demonio, y luego arrojó la manzana y la pisó; y para vencer mas perfectamente al enemigo, determinó no comer manzana en todos los días de su vida. Con esta victoria pasó adelante en las demás virtudes, ejercitándose de día en los trabajos, y de noche en la oración, y huyendo de la ociosidad, como de raíz de todos los males. Era muy caritativo y muy compasivo, en tanto grado, que una vez habiendo el panadero de su casa puesto sus vestidos mojados dentro del horno, para que se secasen; después olvidado encendió el horno, y acordándose que estaban dentro sus vestidos, se comenzó á congojar. Tuvo tan gran pena Sabas de la pena y aflicción del panadero, á quien él ayudaba y servía, que haciendo la señal de la cruz, se entró en el horno, y sacó los vestidos, pasando por medio de las llamas sin lesión: tanto puede la caridad del prójimo para con Dios, aunque sea en cosas pequeñas. Después que hubo estado en aquel monasterio diez años, siendo ya de edad de diez y ocho, con instinto particular de Dios, y licencia de su abad (que tuvo revelación de ello), fué á visitar los santos lugares de Jerusalén, y de allí por consejo de san Eutimio, abad y varón santísimo, se entregó á la disciplina é instrucción de un varón perfecto, llamado Teotisto, y debajo de tal maestro hizo muy gran progreso en todo género de santidad y virtud. Era el primero en la oración y en el trabajo: era humilde, obediente, modesto, y de gran caridad para con todos, ayudándolos, y sierviéndolos en sus oficios y ministerios con extraordinario cuidado y alegría. Todos se miraban en él como en un espejo, y le llamaban el «Mozo viejo»; porque en los pocos años resplandecía en él, seso y madurez de venerable senectud. Fué una vez por obediencia de su prelado á acompañar á otro monje, que iba á Alejandría, donde encontró á sus padres, que le quisieron hacer fuerza, y sacar de la religión; mas él, entendiendo que aquel había sido artificio del demonio, y lazo que le tenía armado para cogerle é inquietarle, tuvo fuerte, y resistió con tan grande espíritu á los asaltos de sus padres, que los rindió á su voluntad: y dejándolos sosegados, se entró á hacer vida solitaria en una cueva de un monasterio. Allí estuvo por espacio de cinco años, haciendo vida mas de ángel, que de hombre mortal. Los cinco días de la semana pasaba sin comer, ocupado siempre en oración, ó en el trabajo de sus manos: el sábado salía de su cueva y traía cincuenta espuertas que en aquellos días había hecho; y el domingo se volvía á su cueva, con la cantidad de ramos de palma, que era menester para trabajar en la siguiente semana. Fué muy tentado y perseguido de los demonios, que en diversas formas de serpientes y de bestias fieras, se le aparecían para espantarle; pero él armado de oración y confianza en Dios los venció, viviendo con increíble seguridad. Después que se hubo ejercitado en aspereza, oración, y penitencia muchos años, salió de la soledad para beneficio de muchos, y fundó un monasterio, donde vivían bajo de su gobierno ciento cincuenta monjes, á los cuales proveía Dios maravillosamente de todo lo necesario, por medio de muchas personas piadosas, que les hacían largas limosnas, admirados de su gran santidad y virtud, y aún milagrosamente les proveyó el Señor de una fuente de agua muy copiosa, que ni crecía en invierno, ni en verano, y daba agua abundantemente, á todos los que la habían menester.

Después en el discurso de la vida de san Sabas (que fué muy larga, y más divina que humana, y llena de prodigios divinos) el Señor le favoreció en gran manera, socorriéndole en las necesidades de siete monasterios que fundó, y haciéndole padre de innumerables monjes, admirable en toda aquella tierra, espantoso á los demonios, y a los leones ferocísimos y á otras bestias fieras, venerable: solos los hombres malos y perversos le aborrecían y perseguían, porque era contrario en su vida y en su doctrina á las viciosas costumbres y dañadas opiniones de ellos, porque para mejor ejercicio y pureza de su virtud, permitió el Señor que algunos de sus mismos discípulos lo maltratasen y persiguiesen, y él con humildad, caridad, paciencia y mansedumbre los venció y dejó la misma casa que habían edificado, y se fué á vivir á otros lugares incómodos y ásperos, para tener paz, con los que huían de la paz, y enseñarnos con su ejemplo, cuanto mas vale el padecer, que el hacer por Cristo, y que lo fino de la virtud consiste en sufrir muchos trabajos y molestias, por hacer bien, de los mismos á quienes el bien se hace, y que al fin Dios le da corona, al que sabe pelear y vencer. Los que por menudo quisieren saber los milagros de este santísimo abad, que son muchísimos y grandísimos, véanlos en su vida. Uno solo referiré aquí, que le sucedió con un león. Entró una vez el santo á hacer oración en una cueva, donde habitaba un león de extraña grandeza. Después de haber orado se puso á reposar un poco: á la media noche entró el león en su cueva, y hallando el huésped, no le osó tocar: pero asiéndole blandamente del vestido, le tiraba como quien le quería sacar fuera de su cueva. No se turbó el santo, por ver de improviso aquella bestia tan feroz, antes comenzó á rezar muy despacio, y con mucha devoción sus maitines: y el león se salió fuera aguardando que los acabase, y después tornó á entrar, y asirle de la falda como diciéndole que se fuese de su casa; pero el santo sin turbarse le dijo: Mira, león, si quieres, estemos aquí juntos, porque la cueva es capaz para los dos: y sino mas justo es que tú te vayas y me dejes libre; porque yo no solamente soy criatura de Dios, como tú, sino criado á su semejanza é imagen. Oídas estas palabras, como si tuviera entendimiento, se salió el león de la cueva, dejándola para habitación del santo abad. Habiéndose, pues, ejercitado en los monasterios y en la soledad, y siendo respetado en el mundo y tenido por un varón venido del cielo, se ofreció un negocio muy grave, que le sacó de su quietud, y le obligó á ir á Constantinopla, para aplacar al emperador Anastasio que era hereje, y perseguía á los católicos, y echaba de sus sillas á los santos obispos. Enviaron una embajada al emperador, de muchos monjes, cuya cabeza era San Sabas (que á la sazón era de setenta y tres años), y el amor de Dios y el celo de la religión pudo mas con él para tomar aquel trabajo, que sus muchos años y el deseo de su quietud, para rehusar. Llegaron al palacio del emperador los embajadores, y todos fueron admitidos, sino San Sabas que era el principal; porque, como iba con vestido de cilicio y vil, no le dejaron entrar, y le trataron como á hombre despreciable. Los de dentro echaron menos al santo, hiciéronle buscar, halláronle rezando salmos fuera del palacio imperial: llamáronle y lleváronle al emperador, donde los otros embajadores, sus compañeros, estaban aguardándole. Al entrar en la sala, vio el emperador que iba delante de San Sabas un ángel resplandeciente, y admiróse y entendió que era varón de Dios, y como á tal le honró, levantándose de su silla y haciéndole reverencia. Mandó sentar á los embajadores, y preguntóles lo que querían: y cada uno de ellos, olvidado del negocio público á que venían, comenzó á tratar de sus negocios particulares con el emperador, y á proponerle sus peticiones y demandas: solo San Sabas callaba, y siendo la boca de todos no decía palabra. Preguntóle el emperador si él quería algo: y él le dijo la causa porque había venido, y le aplacó, y por entonces le detuvo; porque vio que era varón santo y desinteresado, y sin codicia de cosa alguna de la tierra. Otra cosa le sucedió otra vez con el emperador. Había habido aquellos años grande hambre y pestilencia, y con estar los pueblos destruidos, los cargaban con nuevos tributos y vejaciones, de manera, que la pobre gente andaba afligida y se consumía, ó iba acabando sin remedio. Compadecióse el santo abad de las calamidades de la gente miserable; fuese al emperador y suplicóle, que mandase quitar aquel tributo con que estaba oprimida, y el emperador se inclinó á hacerlo, por respeto del santo que se lo suplicaba: pero un ministro suyo, llamado Marino, que era poderoso, y tenía gran mano con el emperador, le persuadió que no lo hiciese (que nunca falta en las cortes de los príncipes un mal consejero que los destruya): avisó á Marino el santo, que se reportase y arrepintiese; porque de otra manera pagaría su culpa con grave pena: él no se enmendó, y la pagó; porque estando Marino muy contento y descuidado, se levantó en la ciudad un alboroto, y el pueblo entró en su casa y la saqueó, y quemó, y faltó poco, que el mismo Marino no muriese á sus manos: pero Dios le guardó, porque reconoció su culpa, y le pidió perdón, entendiendo cuan grande era la santidad de Sabas que le había profetizado tanto antes el castigo que había de venir sobre él. Volvióse el santo abad, acabada esta jornada con feliz suceso, á su recogimiento; pero habiendo muerto el emperador Anastasio quemado de un rayo por justo juicio de Dios (dé lo cual tuvo revelación San Sabas), habiendo sucedido en el imperio Justino, que era principio católico, salió otra vez de su monasterio, siendo de edad de ochenta años, con grande vigor, esfuerzo y alegría para ser pregonero por su misma persona, y predicador de un edicto, que el mismo emperador mandó publicar en favor de la fé católica y de la paz de la santa Iglesia; porque todos los trabajos que tomaba por Cristo el santo viejo Sabas, le eran mas sabrosos que el descanso y quietud. No fué esta la postrera vez que dejó su recogimiento por el bien de los otros; mas la tercera vez, siendo ya de noventa y un años, y Justiniano emperador, fué á Constantinopla para suplicarle que reprimiese á los samaritanos, que infestaban y perseguían á los cristianos de Palestina, y destruían los templos y quemaban las reliquias, y mataban á los obispos, y por medio de un conde llamado Arsenio, hombre malvado y perverso, persuadían al emperador, que los buenos cristianos y verdaderos católicos, eran la causa de los mismos males que padecían: que esto es propio de los herejes y revoltosos, afligir á los buenos y echarles la culpa. Fué recibido el santo abad del emperador Justiniano, como un ángel venido del cielo: mandó que le saliesen á recibir los caballeros y criados de su casa, y el mismo patriarca de Constantinopla, Epifanio, y cuando entró, vio sobre la cabeza del santo una como corona de maravillosa claridad, y se levantó de su silla, y le abrazó y veneró, y le concedió benignamente y con larga mano, todo lo que le pidió, é hizo muchas obras buenas por su consejo. Mas en esta jornada le aconteció con la emperatriz Teodora una cosa digna de consideración. Era estéril, y deseaba un hijo: pensó poderle alcanzar de Dios por las oraciones del santo: pidióle una y muchas veces con grande instancia y afecto, que tomase aquel negocio á su cargo; y el santo nunca lo quiso hacer, ni darle esperanza de ello, ni decirla una buena palabra; porque conoció que era hereje, y que Dios no quería que de tan mal árbol naciese fruto para daño de la Iglesia. Otra cosa también notable le sucedió con el emperador Justiniano, el cual estando despachando las cosas que el santo le había suplicado con gran voluntad de darle comento, y el mismo santo abad allí con él; llegada la hora de tercia, dejó al emperador, y se apartó á rezar sus acostumbradas oraciones: y como un compañero suyo, llamado Jeremías, le dijese que no parecía bien, que estando el emperador ocupado en sus negocios, él le dejase y se divirtiese en otra cosa; él le respondió con gran paz: Hijo, el emperador hace su oficio, y nosotros el nuestro. Concluyó San Sabas sus negocios: volvió á su casa: cayó enfermo; y siendo de noventa y dos años, habiendo tenido revelación de su glorioso tránsito, exhortando á sus hijos y discípulos á toda virtud y perfección, dio su alma al que para tanta gloria suya la había criado, á los 5 de diciembre del año del Señor de 531. Enterráronle con gran pompa y solemnidad, los obispos, monjes, y pueblos de toda aquella comarca, y Dios obró por él, después de muerto, innumerables milagros. No solamente fué muy célebre su memoria en Oriente sino también en Occidente; y en Roma hay una Iglesia y monasterio de san Sabas, de la cual hace mención Juan Diácono en la Vida de san Gregorio, papa, y se cuenta por uno de los veinte y dos monasterios insignes que había en aquella santa ciudad; y la santidad de Gregorio XIII, de feliz recordación, le díó al colegio germánico que fundó en Roma, para reparación de la fé católica en las provincias septentrionales; porque en este colegio, debajo de la disciplina y gobierno de los padres de la Compañía de Jesús, se crían muchos estudiantes de aquellas naciones católicas, y acabados sus estudios vuelven á ellas, para alumbrarlas con la doctrina apostólica, y edificarlas con su buena vida, y se ha seguido grandísimo fruto para ensalzamiento de la santa fé católica, y abatimiento y confusión de los herejes. El cuerpo de San Sabas, se dice que está vida largamente Cirilo, monje, autor grave y de su mismo tiempo, y Metafraste la añadió. Hace mención de él el Martirologio romano, y el Menologio de los griegos, y el cardenal Baronio en las anotaciones sobre el Martirologio, y en el sexto y séptimo tomo de sus Anales.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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