SAN DIONISIO, OBISPO, SAN RUSTICO Y SAN ELEUTERIO, MARTIRES


Después que san Dionisio hubo gobernado la Iglesia de Atenas muchos años, y con su vigilancia y grandes trabajos recogido copiosas mieses en las trojes del Señor, y fué á Efeso á hablar á San Juan, evangelista, recién venido del destierra de Patmos, y por su consejo, siendo ya sumo pontífice y vicario de Cristo nuestro Salvador en la tierra, San Clemente, papa; partió para Roma á verse con él: de allí, quedando bien proveída la Iglesia de Atenas de pastor con la persona de Publio (que sucedió en ella á San Dionisio), fue enviado del mismo San Clemente á predicar á Francia la fé de Cristo, y alumbrar toda aquella provincia con la luz del Evangelio, que estaba por una parte muy dispuesta para recibirla, y por otra falta de obreros maestros que la enseñasen, por haber muerto los primeros discípulos que el apóstol San Pedro había enviado á ella.

Llevó San Dionisio en su compañía á Rústico, sacerdote, y á Eleuterio, diácono, y á Eugenio, y á otros que se le juntaron. A Eugenio envió á España, y él entró en ella, y llegó hasta la ciudad de Toledo, y fué su primer arzobispo; y después volviendo á Francia, fué martirizado como en su vida y martirio (que es á los 15 de noviembre) se verá. Entró San Dionisio en Francia con sus santos compañeros: y sabiendo que la ciudad de París era muy populosa, rica y abundante, y cabeza de todas aquellas provincias, se fué á ella, para ganar aquel alcázar para Dios, y de allí hacer guerra al demonio. Allí comenzó á abrir su celestial pecho, y descubrir las riquezas de Dios que en él traía, predicando su Evangelio, y acompañando sus palabras con obras maravillosas y milagros que hacía. Con esto, y su vida santísima, y doctrina divina, en breve tiempo recibieron la lumbre del cielo, los que vivían en la sombra de la muerte; y despedidas las tinieblas de su ceguedad, abrieron los ojos para ver y conocer la luz de nuestras almas Jesucristo nuestro Redentor. Y no solamente en la ciudad de París se hacía fruto admirable, sino también en las otras partes adonde el santo con su bendición enviaba otros discípulos suyos. Iba esto creciendo de manera, que se convertían muchos caballeros ricos y sabios, y se derribaban los templos de los ídolos, y se edificaban muchas iglesias, donde el nombre de Jesucristo era alabado. Tuvo envidia de este gran bien nuestro común enemigo: procuró quitar del mundo a San Dionisio, que era el principal ministro de Dios para esta obra suya; y movió á los sacerdotes de los ídolos, para que lo procurasen matar: y habiendo venido muchas veces con gente armada para prenderle, resplandecía en el rostro de San Dionisio una luz tan celestial, que muchos de ellos se convirtieron, y los demás huyeron de espanto. Finalmente, un prefecto, llamado Fescenio Sisinio, le hizo prender juntamente con Rústico, y Eleuterio, sus compañeros. Tuvo Sisínio con el santo un largo razonamiento, reprendiéndole por haber quitado con su predicación la adoración de sus dioses, y exhortándole á confesar su error, y recompensar el daño que había hecho, con persuadir al pueblo que, dejadas las novedades sin fundamento que les había enseñado, volviesen á lo antiguo: y como San Dionisio le respondiese con gran libertad, y celo de la honra de Dios, mostrándole cuan indignos eran de ser tenidos por dioses, los que habían sido hombres viciosísimos, y que adorar piedras y palos, era mayor ceguedad, y que no había otro Dios verdadero, sino el que él predicaba; el juez, enojado de su respuesta, lo mandó azotar terriblemente, y después ponerlo sobre parrillas, y á fuego manso quemar. Y añado Hilduino, que después le echaron á las bestias fieras hambrientas, y que haciendo la señal de la cruz sobre ellas, se postraron á sus pies; y que no contentos con esto, le arrojaron en un horno ardiendo, y habiendo salido de él, lo crucificaron y que desde la cruz predicaba á Cristo nuestro Redentor; y viendo que no moría, le desclavaron y pusieron en la cárcel con otros cristianos presos, donde el santo dijo misa, para animarlos con la sagrada comunión; y al partir la sagrada hostia, apareció á todos visiblemente Cristo nuestro Señor con una desacostumbrada luz, y habló con San Dionisio, esforzándole al martirio.

Altar con los relicarios de los Santos Dionisio, Rustico y Eleuterio en la Basílica de Saint Denis
Altar con los relicarios de los Santos Basílica de Saint Denis


Fueron otra vez presentados delante del juez San Dionisio, y sus compañeros, y de nuevo azotados: y visto por el juez, que no morían, y que sufrían todos los tormentos con admirable constancia y alegría, levantándose con furor de su silla, dijo: Los dioses son menospreciados, los emperadores desobedecidos, y los pueblos engañados con vuestros encantamientos, haciendo milagros falsos: delitos son estos que merecen ser con rigor castigados: por tanto yo mando que luego seáis muertos. A esta voz San Dionisio, Rústico y Eleuterio, sin mostrar en sus rostros turbación, respondieron muy contentos: Sean semejantes á los dioses, los que los adoran; que nosotros á Dios del cielo adoramos. Encendióse el impío juez con las piadosas palabras de los santos y mandó luego ejecutar en ellos la sentencia de muerte. Sacáronlos fuera de la ciudad á un monte alto, y entregáronlos á los verdugos, para que los degollasen. San Dionisio se puso de rodillas, y levantadas las manos, y puestos los ojos en el cielo, dijo: Señor Dios Padre todopoderoso, y Jesucristo, Hijo de Dios vivo, y tú, Espíritu Santo, Consolador, que sois un Dios en la misma substancia, y una indivisible Trinidad, recibid en paz las almas de estos vuestros siervos; pues por vuestro amor perdérnosla vida. Respondieron Rústico y Eleuterio, en voz alta: Amen. Acabada esta oración les corlaron las cabezas con unas cuchillas, ó hachas de armas embotadas, y de grueso filo para mayor tormento, como el juez lo había mandado. Degolláronlos allí en aquel monte, que hoy día se llama: Mons Martyrum: El monte de los Mártires, por memoria y reverencia de ellos, y el mismo día padecieron en París martirio muchos cristianos. Pero sucedió, después que los martirizaron, un milagro de grande admiración. Levantóse el cuerpo de San Dionisio en pié, y tomó su propia cabeza en sus manos, como si fuera triunfando, y llevara en ella la corona, trofeo de sus victorias. Iban los ángeles del cielo acompañando al santo, cantando á coros himnos con una celestial armonía y consonancia, y acababan con aquellas palabras: Gloria tibi, Domine, Alleluya; y la gente, que oyó las voces (que era innumerable) y muchos de los ministros, que le habían perseguido, creyeron en el Señor, haciendo penitencia de su infidelidad. Anduvo el santo con su cabeza en las manos, como dos millas, hasta que encontró con una buena mujer, llamada Catula, que salía de su casa; y llegando el cuerpo de San Dionisio á ella, le puso su cabeza en las manos. Habíanse quedado en el lugar del martirio Rústico, y Eleuterio: y tratando los impíos ministros de echarlos en el río, para que los comiesen los peces, y no fuesen honrados de los cristianos; la religiosa mujer Catula con gran sagacidad y prudencia convidó á comer á aquellos ministros de Satanás en su casa, y los regaló, y entretuvo hasta que los cristianos tomaron aquellos sagrados cuerpos de los mártires, y los escondieron. Después los paganos los buscaron, y por no hallarlos, se embravecieron é hicieron grandes amenazas; mas ella los aplacó con dádivas, y con maña puso los santos cuerpos en una casa particular, fuera de los muros de París; y pasados algunos años, se les edificó allí un famoso templo, donde reposan; y los que visitan sus santas reliquias, por su intercesión alcanzan grandes misericordias del Señor.

En la abadía de Saint Denis es donde se entierran los reyes de Francia


Pero mucho más magnífico y suntuoso se hizo el sepulcro de San Dionisio, después que los cristianísimos reyes de Francia le ennoblecieron con suntuosos y magníficos edificios, y lo acrecentaron con grandes rentas, y le escogieron para su entierro. Fué el martirio de San Dionisio á los 9 de octubre, imperando Adriano, á los ciento y diez años de su edad. Verdad es que Metafraste, Hilduino, é Hinemaro, obispo de Rheims, y otros, dicen que murió en tiempo del emperador Domiciano, de noventa y un años; pero, ni lo uno, ni lo otro, puede ser verdad. Lo primero; porque en una epístola, que el mismo San Dionisio escribe al apóstol y evangelista San Juan, desterrado en la isla de Palmos, le dice que había tenido revelación de Dios, que saldría libre de aquel destierro, y volvería á Asia, y que allí los dos se verían: lo cual se cumplió cuando á Domiciano, ya muerto, sucedió Nerva, y se anularon los decretos crueles de Domiciano, y los presos y desterrados fueron restituidos á su libertad: y el mismo San Dionisio cita la epístola de San Ignacio ya difunto, que escribió á los romanos: el cual (como es notorio) fué coronado de martirio en tiempo de Trajano, que sucedió á Nerva. Miguel Singelo dice, que llegó San Dionisio á los postreros años del imperio de Trajano; más los Martirologios antiguos ponen el martirio de San Dionisio, imperando Adriano, como lo notó el cardenal Baronio. De esta manera se saca lo segundo, que es haber vivido San Dionisio ciento y diez años; porque (como dijimos) en la epístola, que escribe á Apolofanes, dice que al tiempo del eclipse, y pasión del Señor, él tenía veinte y cinco años: habiendo muerto el año por lo menos de 119, en que Adriano comenzó á imperar, necesariamente le habemos de dar esta edad, y no la que le daban oíros autores, como el mismo cardenal Baronio lo prueba en sus Anales.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

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