Mañana será la Batalla en Lepanto

 “Hijos, a morir hemos venido, a vencer, si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que, con arrogancia impía, os pregunte el enemigo: ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre que, muertos o victoriosos, gozaréis de la inmortalidad”

Una vez reunida en el puerto de Mesina, la armada combinada pudo vanagloriarse de estar formada por una intimidante fuerza de galeras (más de 200), fragatas y barcos de menor importancia. Todo ello, aderezado por los soldados españoles más valerosos de la época. 

Fresco de la Batalla de Lepanto

La flota cristiana

Barcos

La flota del Rey español (al mando de Juan de Austria -General en jefe-, quien se encuentra a bordo de la capitana, «La Real»).

  • 90 galeras reales (más grandes y mejor armadas que el resto): 54 de la Monarquía hispánica, 11 de Juan Andrea Doria, 4 de Pedro Bautista Lomelin, 4 de Juan Ambrosio Negrón, 2 de Jorge Grimaldi, 2 de Estéfano Mari y 1 de Vendinelo Sauli.
  • 50 fragatas y bergantines.
  • 24 naves menores.
  • La flota del Papa (al mando de Marco Antonio Colonna)
  • 12 galeras.
  • 6 fragatas.
  • La flota veneciana (al mando del vetereno Sebastián Veniero, de 75 años)
  • 106 galeras.
  • 20 fragatas.
  • 2 naos.
  • 6 galeazas.

Otras galeras

  • 3 galeras de la Orden de Malta.
  • 3 galeras de Génova.
  • 3 galeras del Duque de Saboya. Entre ellas se cuenta la capitana, «La Piamontesa».

Infantería

  • 29.000 hombres de guerra.
  • 14 compañías del Tercio de Granada del maestre de campo Lope de Figueroa.
  • 10 compañías del Tercio de Nápoles de Pedro de Padilla.
  • 6 compañías del Tercio de Miguel de Moncada.
  • 9 compañías del Tercio de Sicilia de Diego Enríquez.
  • 11.000 soldados y aventureros pagados por el monarca (1.000 de los cuales se quedaron enfermos en Mesina).
  • 2.000 hombres a las órdenes del Papa y dirigidos por Honorato Gaetano 5.000 soldados de la República de Venecia.

La flota turca

La armada turca al mando de Ali Pachá (el general en jefe enviado por el sultán Selim) se posiciona a finales del verano en Prevesay, desde allí, se dispone a pasar el golfo de Lepanto. Su objetivo es llegar a la zona, asentarse en la posición y aguardar en un lugar seguro por si la flota cristiana se plantea atacarles. Los turcos ya saben de su existencia, pero no tienen constancia de su verdadera magnitud debido a los datos precarios ofrecidos por los soldados cristianos capturados.

Las órdenes del sultán han sido claras y directas para sus oficiales: combatir a los cristianos allí donde les encuentren.

Al mando de Ali Pachá, de quién decían que su juventud era tan grande como su ego, había un total de 274 naves y 35.000 hombres de guerra. A pesar de que el número de naves es mayor que el de los cristianos, sus galeras son considerablemente más pequeñas y sus soldados son bisoños o novatos (muchos no han pisado una galera en su vida).

Buques

  • La flota de Mehmet Sulik (alias «Siroco», corsario al servicio de Selim)
  • 51 galeras.
  • 2 galeotas.
  • La flota de Ali Pacha (-General en jefe-, a bordo de «La Sultana»)
  • 87 galeras.
  • 8 galeotas.
  • La flota de Uluch Alí (un antiguo cristiano convertido al islam)
  • 61 galeras.
  • 32 galeotas.
  • La flota de Amurat Dragut (otro temido corsario de la época)
  • 8 galeras. -21 galeotas o fustas.

Infantería

  • 35.000 soldados. (dirigidos por Pertev). Entre ellos, 2.500 jenízaros (soldados de élite del ejército musulmán que se caracterizaban por tener que salvaguardar la vida del sultán).

Por su parte, desde la capitana turca, la bandera verde del profeta ondeaba desafiante bajo música de címbalos y trompetas. En el otro lado, un silencio espectral y casi místico ante el momento tan crucial que se avecinaba, solo era roto por las oraciones musitadas por la tropa cristiana. Los hijos de Alá, al revés, configuraban un griterío que aturdía a distancia, pero era solo fuego fatuo como se demostraría a posteriori. Momentos antes de la gran colisión, Juan de Austria, lanza una arenga histórica a los suyos en la que pone el acento en la épica “Hijos, a morir hemos venido, a vencer, si el cielo así lo dispone. No deis ocasión a que, con arrogancia impía, os pregunte el enemigo: ¿dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre que, muertos o victoriosos, gozaréis de la inmortalidad”. Y así fue.

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