Como es Dios admirable en todos sus santos, lo fue mucho en la conversión y vida de san Conrado, confesor, el cual nació en la ciudad de Plasencia en Italia, de padres nobles, y en la misma ciudad se casó, y vivió mucho tiempo, como los demás ciudadanos. Era dado grandemente á la caza, gustando de ejercitarse en el campo, y seguir y matar las fieras. Una vez se habían escondido algunas entre espinos y zarzas, y mandó Conrado pegar fuego á aquella espesura, para que con esto saliesen fuera, y él pudiera perseguirlas, y gozar de su caza; pero levantóse un viento tan recio, que encendió el fuego de manera, que hizo un estrago grandísimo. Cuando Conrado vio el daño, que había hecho, y que no se podía remediar el fuego, se encubrió luego, y volvió secretamente á la ciudad, sin echarse de ver, que él había sido causa del incendio. Hizo la justicia grandes diligencias, para coger el autor de tan grandes daños; y enviando alguaciles, á que lo prendiesen, cogieron á un pobre hombre: y trajéronle preso, y pusiéronle á cuestión de tormento: el cual, no pudiendo sufrir la violencia de ellos, confesó, que él lo había hecho; queriendo antes morir, que sufrir más tiempo la fuerza de aquellos dolores, levantando á sí mismo aquel falso testimonio, por librarse de aquella aflicción: al fin fué condenado á muerte, y le sacaron á ajusticiar. Cuando supo lo que pasaba, san Conrado, fué grande el sentimiento, que tuvo, y el remordimiento de su conciencia, viendo que por su causa moría un inocente; y no pudiendo sufrirlo, se fué luego con grande ánimo, á donde estaba el hombre en poder del verdugo, y quitásele de las manos, diciendo, que él era, el que fué causa de aquel fuego, y no aquel hombre, el cual por la fuerza de los tormentos había confesado lo que no había hecho; y así, que lo dejase libre, que allí quedaba él, que quería pagar de su hacienda todo el daño hecho, aunque quedase pobre. Así lo hizo; porque vendiendo toda su hacienda, pagó todos los daños. Con esta ocasión entró más dentro de sí, y viéndose ya sin los bienes de la tierra, dio muchas gracias á Dios, porque le había desembarazado para buscar de allí adelante los del cielo: y así dando de mano á todas las cosas del mundo, se determinaron él y su mujer á servir con perfección á solo Dios, y seguir á Jesucristo, abrazándose muy estrechamente con su cruz. Recogióse su mujer á un monasterio de Plasencia, dedicándose toda al celestial esposo.
San Conrado se fué lejos de su patria, no queriendo ser conocido de los hombres: hízose de la tercera orden de san Francisco, y fué á Roma con mucha devoción á visitar los santuarios, é iglesias de aquella santa ciudad. De allí se partió para Sicilia, donde estuvo en un hospital algún tiempo con grande humildad y caridad; pero llevándole el espíritu de Dios á la soledad, por estar más lejos del mundo, se retiró á un desierto, donde soltó las riendas á la devoción, entregándose todo á la oración y penitencia, en la cual vida duró cuarenta años. Dormía en el suelo: comía solamente pan; y otras veces con solas yerbas se contentaba. Ilustróle Dios con el don de profecía, y muchos milagros, que con su siervo hacía; pero para tenerle humillado, que no se desvaneciese con alguna gloria vana, permitió el Señor, que fuese combatido del demonio con grandísimas tentaciones de la carne, de que el santo salía siempre victorioso, valiéndose de la oración, y ayuno. Fué cosa maravillosa, como venció el apetito de la gula: las cosas de comer, que le daban de limosna, no las comía luego, sino guardábalas, hasta que se pudriesen, y estuviesen llenas de gusanos; y entonces, cuando causaba horror el verlas y olerlas, se las comía; venciendo en esto, nó á la gula solamente, sino á todos sus sentidos. Cuando sentía en sí apetito de comer alguna cosa, se desnudaba todo, y echándose en carnes sobre espinas y zarzas, se revolvía entre ellas, de manera, que con la mucha sangre que derramaba, se le quitaba la gana de comer, y se olvidaba del sustento del cuerpo.
Venía san Conrado todos los viernes á visitar devotamente un muy devoto crucifijo, que había en la ciudad de Netina: quisieron unos hombres perdidos hacer burla del santo, y hallar ocasión de calumniarle, y poner mancha en su santidad, y rigor de su abstinencia: para esto le convidaron á comer de unos peces; pero en lugar de peces le dieron carne; y ellos no comieron otra cosa. Comenzaron luego unos á burlarse de él, porque le habían engañado, teniéndole por hombre muy simple: otros, á calumniarle, que muy bien le sabia la carne, y que era fingida su abstinencia y rigor. El santo con grande humildad, y paciencia, dijo: que no había comido carne, sino solamente peces, mostrándoles luego las espinas y escamas de ellos: de lo cual quedaron todos confusos y maravillados.
Con tales maravillas, y rigor de vida se extendió la fama de la santidad de Conrado, deseando muchas personas verle, y edificarse con su vista y trato. Una de ellas fué el obispo de Zaragoza de Sicilia, el cual fué á visitar al santo, y le convidó á cenar. El siervo de Dios sacó de su celdilla cuatro tortas de pan caliente, y reciente, que milagrosamente Dios le deparó. Quiso después pagar la visita á su prelado, para lo cual se partió a la dicha ciudad de Zaragoza. Cuando salió á recibirle el obispo vinieron innumerables avecillas, que le rodearon, y revoloteando y gorjeando, daban muestra del contento, que podía recibir la ciudad, por haber llegado á ella el siervo de Dios, y como dando el parabién de su venida. Continuó el Señor en hacer semejantes demostraciones por la santidad de su siervo san Conrado: el cual, lleno de merecimientos, murió en paz el año de 1351; en el cual año fueron muchos más los milagros, que hizo, sanando muchos enfermos, así naturales, como extranjeros; por los cuales dio licencia, que se dijera Misa de él en la ciudad de Netina, el papa León X, y el papa Paulo III la extendió para otras partes. Está su cuerpo en la dicha ciudad de Netina, en una arca de plata, con gran veneración de todos, y hace el Señor por su intercesión grandes maravillas.