En Turba, ciudad de Mauritania, en la provincia de África, siendo emperadores de Roma Septimio Severo, y Antonino Caracalla, entre otros muchos cristianos fueron presas dos matronas casadas y santas, llamadas Perpetua y Felicitas, y echadas en la cárcel, para que, ó adorasen á los dioses, ó perdiesen la vida; y juntamente con ellas fueron presos otros cuatro cristianos, parientes cercanos suyos, que se llamaban Sátiro, Saturnino, Revócato y Secundólo.
Santa Felicitas estaba preñada de ocho meses, y Perpetua criaba un hijo en sus pechos: la cual, estando en la cárcel, tuvo una visión de esta manera. Parecióle ver una escalera de oro, que desde la tierra llegaba hasta el cielo: á los lados tenía muchas, muy agudas, y afiladas espadas, cuyas puntas estaban tan juntas entre si, que apenas podía ninguno pasar por aquella escalera, que de ellas no fuese lastimado; y al pie de la escalera estaba un horrible y espantoso dragón, para estorbar á todos la subida. Vio juntamente, que por aquella escalera subía Sátiro (uno de los cuatro presos, que dijimos): el cual con grande ánimo exhortaba á todos, que subiesen tras él, sin hacer caso del dragón, que no les podía estorbar la subida. Contó la santa la revelación que había tenido en sus sueños á los otros encarcelados sus compañeros, y luego entendieron la merced, que Dios nuestro Señor les quería hacer, de coronarlos en el cielo con la gloria del martirio, y llevarlos por aquella escalera tan dificultosa de cuchillos y tormentos, sin que el dragón infernal se les pudiese estorbar, y le hicieron gracias por tan señalado favor (pues ir al cielo, aunque sea por ruedas de navajos, es singular gracia suya), y le suplicaron, que los armase con su espíritu y constancia. Fueron presentados al juez, y amonestados, que obedeciesen á los edictos de los emperadores, y blasfemasen á Cristo crucificado: y como el juez los hallase á todos aparejados para morir mil veces, antes que obedecer á tan impíos mandatos, mandó, que á santa Felicitas, por estar preñada, la volviesen á la cárcel; y detuvo á santa Perpetua, para ver, si la ternura de sus padres, marido, e hijo, la podrían ablandar.
Todos vinieron á ella, y á una la embistieron, y combatieron con palabras amorosas, con copiosas lágrimas, con ponerle delante el niño que criaba, para enternecerla; mas ella estuvo tan fuerte y constante en el amor de Jesucristo, que por no perderle, los trató á todos, como á capitales enemigos, como á la verdad lo eran; pues la querían apartar del sumo bien, y hacerle el mayor mal de todos los males. Mandóla el juez azotar crudamente, y á los demás santos, y tornarlos á la cárcel, donde estaba Felicitas: y como el juez quisiese aguardar, conforme á las leyes romanas, que Felicitas pariese, antes de dar sentencia contra ella, y ellos todos deseaban sobremanera, que así como estaban juntos en la cárcel; así todos juntos muriesen por Cristo: puestos en oración, pidieron á Dios con grande instancia y afecto, que Felicitas fuese particionera con ellos del martirio.
Oyó nuestro Señor aquella piadosa oración, y Felicitas parió á los ocho meses allí en la cárcel: y como tuviese recio parto, y los dolores fuesen muy agudos, y la santa se quejase; el carcelero le dijo, haciendo burla de ella: Si ahora le quejas por estos dolores; ¿cómo podrás mañana sufrir los tormentos y la muerte que te espera? Y ella respondió: Ahora yo padezco: mañana en mí padecerá Cristo. Ahora con las fuerzas naturales pago las penas, que se deben á la naturaleza; más mañana la gracia del cielo vencerá los tormentos, que vuestra impiedad me dará. De allí á algunos días el procónsul mandó llevar á las santas y á sus compañeros, desnudos por las calles á la vergüenza: después para regocijar al pueblo, echarlos á las fieras en el anfiteatro; y las santas iban á la muerte con grande alegría y regocijo, cantando aquellas palabras del salmo: «Todos los dioses de los gentiles son demonios: Dios hizo el cielo y la tierra».
Oyendo esto el presidente, les mandó dar muchas bofetadas en sus rostros; y ellas, alzando mas la voz, repelían los mismos versos, alabando y glorificando al Señor. Puestos que fueron en el anfiteatro, atadas las manos, soltaron leones y leopardos, para que los despedazasen; y así los leones despedazaron á santa Perpetua y á Sátiro,
y los leopardos á Felicitas y Revócato: Saturnino y Secundólo, quedaron libres por la voluntad de Dios, y después Saturnino fué degollado, y Secundólo murió en la cárcel, como se refiero en los actos de su martirio, que trae Baronio.
Fué el martirio de santa Perpetua y santa Felicitas, á los 7 de marzo, en que la Iglesia celebra su fiesta, el año del Señor de 205, imperando Alejandro Severo. Los cuerpos de estas dos ilustres santas fueron después llevados á la ciudad de Cartago, y puestos con gran veneración en la iglesia mayor, como lo escribe Víctor Uticense. Hacen mención de estas santas, Tertuliano, autor antiquísimo, y san Agustín en muchas partes: el cual hizo tres sermones el día de su fiesta; y el Martirologio romano, y los de Beda, Usuardo y Adon.
Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc