SANTA RUFINA Y SANTA SECUNDA, VÍRGENES, MÁRTIRES Y HERMANAS

SANTA RUFINA Y SANTA SECUNDA

Las santas vírgenes y mártires, Santa Rufina y Santa Secunda, fueron hermanas, y romanas, de ilustre sangre: su padre se llamó Asterio, y su madre Aurelia. Fueron desposadas con dos caballeros principales, el uno se llamaba Armentario, y el otro Verino: los cuales por temor de la persecución de Valeriano, y Galieno, volvieron atrás, y dejaron la fé de Cristo, y pretendieron persuadir á sus esposas Santa Rufina y Santa Secunda, que la dejasen: pero ellas, aunque mujeres, y por su condición y naturaleza flacas, tuvieron más ánimo, y esfuerzo que los hombres, y estuvieron fuertes y constantes en la fé: y para no perderla, determinaron salir de Roma, y recogerse á una heredad suya apartada, que tenían en Toscaca.

Partiéronse de Roma, y sus esposos, dieron aviso de ello a un conde, llamado Arcesilao: el cual con gente armada las siguió, y alcanzó catorce millas de Roma, y las entregó á Junio Donato, prefecto de la ciudad. el cual las mandó apartar una de otra, y llevar á la cárcel, y al tercero día parecer ante su tribunal. Quiso tentar primero á Santa Rufina aparte, y proponiéndole blandamente su nobleza, edad, y hermosura, y el contento y gozo, que podía tener con su esposo, y los daños que, si no lo hacía, le podían suceder; procuró atraerla á la adoración de los falsos dioses.

Y como ni con fuerza, ni con maña pudiese rendir aquel pecho invencible, y armado de un fuerte amor de la castidad, y de la fé de Cristo; mandó llamar á santa Secunda, para que en su presencia fuese azotada su hermana santa Rufina, y por el temor de semejante castigo, ella se redujese á su voluntad. Pero como Secunda viese, que su hermana era azotada, y que á ella no le tocaban; encendida con un vehemente deseo de padecer por Jesucristo, se volvió con gran saña contra el juez, y á gritos le dijo: ¿Qué haces, ó hombre perverso, y enemigo de toda la virtud? ¿Por qué honras á mi hermana, y a mí me dejas, para que no sea particionera de su gloria, y de su corona?

Respondió el prefecto: Paréceme, que eres más loca que tu hermana. Ni mi hermana (dijo Santa Secunda) es loca, ni yo lo soy; pero ella y yo somos cristianas: y es justo, que ambas seamos azotadas; pues ambas creemos, y confesamos á Cristo: porque la virtud del cristiano crece con los azotes: y tanto mayores coronas de gloria sempiterna alcanza; cuanto mayores han sido los golpes de las tribulaciones temporales, con que ha sido ejercitada.

Y como el prefecto las exhortase á hacer vida con sus esposos, y ellas se mostrasen muy constantes, y deseosas de morir, antes que perder su virginidad; el prefecto les preguntó: ¿Qué harían, si contra su voluntad, y por fuerza perdiesen lo que tanto amaban? Respondió Santa Secunda: No puede la virgen perder la virginidad y entereza de su alma, si ella misma no se aparta de la justicia.

La fuerza y agravio, que se hace á la virgen le es tormento, y el tormento acrecienta el premio y la corona. Por tanto tú haz, lo que es tu voluntad: apareja fuego, y cuchillo, azotes, varas, palos, y piedras; que cuanto añadieres de tormentos, tanto añades de gloria. Mandóles poner el juez en una prisión, y allí levantar humo de estiércol , para atormentarlas con el mal olor: pero el Señor le convirtió en una suavísima fragancia, con gran recreo, y delectación de las santas; y en aquella cárcel tenebrosa resplandeció una claridad maravillosa, y celestial. Sacáronlas por mandado del prefecto, y pusiéronlas en un baño, y en una tina de aceite hirviendo: y habiendo en ella estado dos horas continuas, se hallaron sin lesión alguna, con gran refrigerio y recreo: de lo cual admirado el prefecto, mandó llevarlas al rio Tíber, que pasa por medio de la ciudad de Roma y echarlas en él con una pesada piedra, atada á sus cuellos.

Anduvieron las santas doncellas por espacio de media hora sobre las aguas, sin hundirse, ni mojarse, cantando, y alabando al Señor, y predicando sus maravillas y triunfos. Finalmente las sacaron fuera de Roma, y en un bosque diez millas lejos de ella, les fueron cortadas las cabezas, dejando los cuerpos sin sepultura, para que fuesen comidos de los lobos. Más las santas aparecieron muy resplandecientes, y gloriosas á una matrona romana, señora de aquella heredad, donde estaban sus cuerpos, la cual era gentil, y se llamaba Plautila, y la amonestaron, que se hiciese cristiana, y tomase sus cuerpos, y los sepultase, porque así alcanzaría el premio y bienaventuranza, que ellas habían alcanzado. Hízolo así Plautila: fué á su heredad: halló los cuerpos de las santas vírgenes sin mal olor, ni lesión alguna: edificóles allí un sepulcro, donde estuvieron algunos años, y después fueron trasladados á la ciudad, y colocados en San Juan de Letrán, en la parte, que llaman Constantiniana, junto á la pila del bautismo de Constantino.
Fué el martirio de estas santas el año del Señor de 260, á los 10 de julio, y este día celebra la Iglesia su festividad. Hoy en día hay gran memoria en Roma del lugar donde padecieron, que está de la otra parle del Tíber, en la vía Aurelia; y ha sido honrado con silla, é iglesia catedral, que se llama de la Selva Cándida. Hacen mención de estas santas hermanas los Martirologios romano, de Usuardo, Beda, y de Adon.

Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc.

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