Martirologio Romano: Santa Gertrudis, apellidada “Magna”, virgen, que entregada con mucho fervor y decisión, desde su infancia, a la soledad y al estudio de las letras, y convertida totalmente a Dios, ingresó en el monasterio cisterciense de Helfta, cerca de Eisleben, en Sajonia, de Alemania, donde progresó de modo admirable por el camino en perfección, consagrándose a la oración y contemplación de Cristo crucificado.
LA ESPIRITUALIDAD ANTIGUA
La escuela que tiene por base la regla del Patriarca de los monjes de Occidente, comienza con San Gregorio Magno; y ha sido tal la independencia del Espíritu Santo que la dirigía, que en ella profetizaron tanto mujeres como hombres. Basta recordar a Santa Hildegardis y a Santa Gertrudis, a cuyo lado figura con honor su compañera, Santa Matilde y la gran Santa Francisca Romana. Todo el que tenga experiencia, si ha leído una y otra vez a los autores más recientes de ascética y de mística, no tardará en advertir un sabor peculiar, una autoridad dulce que no avasalla, pero arrastra. Aquí no encontramos nada de la habilidad, ni de la estrategia, ni del análisis sabio que se ven en otras obras; procedimientos más o menos afortunados, cuya aplicación no se repite sin riesgo de que lleguen a cansar.
El Padre Faber ha puesto de manifiesto con su sagacidad habitual las ventajas de esta forma de espiritualidad que respeta la libertad del espíritu y, sin método riguroso, produce en las almas disposiciones cuya razón íntima no siempre conocen los métodos modernos. “Nadie puede leer, dice, los escritores espirituales de la antigua escuela de San Benito sin advertir con admiración la libertad de espíritu de que estaba penetrada su alma. Santa Gertrudis nos ofrece un buen ejemplo; por doquiera se advierte en sus obras el espíritu de San Benito. El espíritu de la religión católica es un espíritu fácil, un espíritu de libertad; y esto principalmente fué lo que distinguió a los ascéticos benedictinos de la antigua escuela. Los escritos modernos han tratado de puntualizarlo todo y en este deplorable método hay más inconvenientes que ventajas”.
LOS “EJERCICIOS”
Por otra parte hay que decir que se dan diversos caminos, y que todo camino que lleve al hombre hacia Dios mediante la reforma de sí mismo, es un camino bueno. Tan sólo hemos intentado decir una cosa, a saber: que el que toma por guía de su conducta a un Santo de la escuela antigua, no perderá el tiempo, y que si tal vez encuentra menos filosofía y menos psicología en su camino, en cambio le puede caber la suerte de ser reducido por la sencillez y la autoridad del lenguaje, de ser conmovido y después conquistado por el sentimiento del contraste que existe entre él y la santidad de su guía. Tal es el cambio feliz que ordinariamente experimentará un alma que, al proponerse estrechar sus relaciones con Dios y afianzada ya en su rectitud de intención y en sincero recogimiento, quiera seguir a Santa Gertrudis, de un modo particularísimo en la semana de los Ejercicios que nos trazó. Casi nos atreveríamos a prometerla que saldrá muy otra de la que entró. Y podemos suponer que la repetirá otras veces y con gusto; pues no recordará haber sentido la menor fatiga ni encadenada tampoco la libertad de su espíritu siquiera un instante. Habrá podido sentirse avergonzada al verse tan cerca de un alma santificada y a sí misma tan lejos de la santidad; pero habrá advertido que, teniendo, a pesar de todo, el mismo fin que esa alma, la es necesario salir del camino muelle y peligroso que la conduciría a la perdición.
EL MÉTODO DE SANTA GERTRUDIS
Si se nos pregunta de dónde viene a esta Santa ese imperio que ejerce sobre todo el que se determina a escucharla, responderíamos que el secreto de su influencia reside en la santidad de que está llena; no demuestra el movimiento, la basta con andar. Si un alma bienaventurada bajase del cielo para convivir algún tiempo con los hombres y hablase la lengua de la patria en esta tierra de destierro, transformaría a cuantos tuviesen la dicha de oírla. Santa Gertrudis, admitida ya desde este mundo a la más íntima familiaridad con el Hijo de Dios, se diría que tiene algo del acento de esta alma; por eso, sus palabras son como flechas penetrantes que dan en tierra con toda la resistencia de los que se ponen a su alcance. La inteligencia queda iluminada con esta doctrina tan pura y tan alta, aunque Gertrudis nos discursea; el corazón se conmueve, y con todo, Gertrudis únicamente a Dios dirige la palabra; el alma se juzga a sí misma, se condena, se renueva por la compunción, y eso no obstante, Gertrudis nunca intentó ponerla en un estado ficticio.
SANTA ESCRITURA Y LITURGIA
Y si ahora quiere uno saber el porqué de la gracia especial que acompaña a su lenguaje, indague cuál es la suerte de los sentimientos que tuvo la santa y cuál la de las palabras con que se expresó. Todo emana de la divina palabra, no sólo de la que Gertrudis oyó de boca del Esposo celestial, sino también de la que gustó ella, con la cual se alimentó en los libros sagrados y en la Sagrada Liturgia. Esta hija del claustro no dejó un solo día de sacar luz y vida de las fuentes de la contemplación verdadera, de la contemplación que gusta el alma saciándose en la fuente de agua viva que brota de la salmodia y de las palabras inspiradas de los divinos oficios. De tal modo se halla embriagada de este licor celestial, que todas sus palabras manifiestan el atractivo que encontraba en él. Su vida es tal, tan embebida totalmente en la Liturgia de la Iglesia, que vemos de continuo en sus revelaciones al Señor acercándose a ella y manifestándole los misterios del cielo; a la Madre de Dios y a los Santos apareciéndosela y conversando con ella a propósito de una Antífona, de un Responso, de un: Introito que Gertrudis canta y saborea deliciosamente.
De aquí ese lirismo que encontramos en ella, que ella no busca, pero que la es como natural; ese santo entusiasmo del que no puede librarse, y que la lleva a producir tantas páginas, en las que la belleza literaria se diría que llega a la altura de la inspiración mística. Esta monja del siglo XIII, desde el interior del monasterio de Suavia, resolvió el problema de la poesía espiritualista antes que Dante. Unas veces es la ternura de su alma que se desahoga en una elegía patética; otras, el fuego que la devora, estalla en encendidos transportes; en ocasiones es la forma dramática la que emplea para expresar el sentimiento que la domina. A veces se interrumpe este vuelo sublime: la competidora de los Serafines parece que quiere volver a bajar a la tierra, mas es para irse otra vez pronto y elevarse a más altura todavía. Entre su humildad, que la tiene clavada en el polvo, y su corazón que suspira por Jesús, el cual la atrae y la ha dado tantas muestras de su amor, existe una lucha incesante.
SANTA GERTRUDIS Y SANTA TERESA
A nuestro juicio, los pasajes más sublimes de Santa Teresa comparados con las efusiones de Santa Gertrudis, no disminuirían en nada la inefable belleza de éstas. Aún más: creemos que la virgen alemana llevaría ventaja muchas veces a la virgen española. Ardiente e impetuosa, la segunda no tiene, es cierto, esa ligera apariencia un poco melancólica y reflexiva de la primera; pero Gertrudis, instruida en la lengua latina, reanimada continuamente con la lectura de las Sagradas Escrituras y los Oficios divinos que no tienen para ella obscuridades, emplea un lenguaje cuya riqueza y fuerza nos parece que superan en general a las efusiones inmortales del corazón de Teresa, para quien no fueron tan familiares la liturgia ni la Biblia.
SANTA GERTRUDIS SE DIRIGE A TODOS
Esto no obstante, no se asuste el lector con el pensamiento de verse de súbito guiado por un Serafín, mientras su conciencia le da testimonio de que tiene que hacer aún larga parada en la vía purgativa, antes de pensar en recorrer los caminos que acaso no se abran nunca ante él. Escuche con sencillez a Gertrudis, contémplela y tenga fe en el punto de llegada. La Santa Madre Iglesia, al poner en nuestros labios los Salmos del Rey-Profeta, sabe muy bien que sus: expresiones exceden muchas veces los sentimientos de nuestra alma; pero el medio de llegar a ponernos al unísono con estos divinos cánticos, ¿no le tenemos en recitarlos frecuentemente con fe y humildad, y conseguir de ese modo la transformación que no obraría ningún otro medio? Gertrudis nos desprende suavemente de nosotros mismos y nos guía a Jesucristo, llevándonos mucha delantera, pero sin dejar de arrastrarnos tras sí. Camina derechamente al corazón de su Esposo divino; nada más justo; pero ¿no la quedaríamos ya bastante agradecidos si nos lleva a los pies del Maestro como otra Magdalena arrepentida y regenerada?
Ni siquiera cuando escribe más directamente para sus monjas, debemos pensar que la lectura de esas páginas sea inútil para los que están obligados a vivir en el siglo. La vida religiosa expuesta por un intérprete así, es un espectáculo tan instructivo como elocuente. ¿Quién no sabe que la práctica de los preceptos se hace más fácil a todo el que se ha impuesto el trabajo de profundizar y de admirar la de los consejos? El libro de la Imitación ¿qué es sino el libro de un monje escrito para monjes? Y sin embargo de eso, anda en todas las manos. Los escritos y la doctrina de Santa Teresa se refieren a la vida religiosa, pero ¡cuántos son los seglares que se deleitan leyendo las obras de la virgen del Carmelo!
Ya nos guardaremos bien de analizar aquí las maravillas que hay que contemplar en sí mismo. Santa Gertrudis tiene que asombrar y a más de un lector ha de chocar, en esta sociedad nuestra desacostumbrada al lenguaje robusto y de colorido de las épocas de fe, entregada, en lo que se refiere a la piedad, por las insulseces, por las pretensiones mundanas de los libros de devoción que se publican todos los días. ¿Qué hacer, pues? Si se olvidó el lenguaje de la antigua piedad que formaba a los Santos, lo mejor sería volver de nuevo a él y a buen seguro Santa Gertrudis nos podría servir mucho en eso.
Larga sería la lista de los admiradores de Santa Gertrudis. Pero hay una autoridad que se impone todavía más: la de la Iglesia. Esta Madre de los fieles, dirigida siempre por el divino Espíritu, dió su testimonio a través del órgano; de la Sagrada Liturgia. La persona de Gertrudis y el espíritu que la animaba, quedan en ella para siempre recomendados y ensalzados a los ojos de todos los cristianos, por el juicio solemne del Oficio de la Santa
VIDA
Santa Gertrudis entró en 1261 en el monasterio de Helfta, cerca de Eisleben, en Sajonia. Tenía entonces cinco años. Ciertamente huérfana, la prueba y el renunciamiento, junto con las observancias monásticas, formaron su alma y la dispusieron a recibir dones excepcionales de Dios. Tres religiosas ejercieron en ella una profunda influencia: Gertrudis de Hackerborn, abadesa suya, la monja Mectildis de Magdeburgo que era hermana de la Abadesa, y Santa Mectildis.Cuando contaba próximamente 24 años fué favorecida con revelaciones divinas que nos dejó con signadas en su libro “Embajador del amor divino”. Escribió además sus “Ejercicios” y murió el 17 de noviembre de 1301 o 1302. Las Revelaciones se publicaron muy tardíamente y su nombre no se inscribió en el Martirologio hasta 1677. Las Indias Occidentales la tomaron como Patrona y el Nuevo Méjico levantó una ciudad en su honor.
Para que puedan los fieles expresar su piedad a Santa Gertrudis, ponemos aquí uno de los himnos que la Orden benedictina la dedica en su Liturgia, y a continuación una de las Antífonas y la Oración.
HIMNO
Gertrudis, santuario de la divinidad, unida al Esposo de las vírgenes, permítenos cantar tus castos amores y tu alianza nupcial.
A los cuatro años escasos y ya prometida a Cristo, vuelas al claustro; te arrancas de los brazos de tu nodriza, y sólo aspiras a las divinas caricias del Esposo.
Semejante al lirio sin mancilla, exhalas un aroma que alegra a los cielos, y el brillo de tu virginal hermosura atrae hacia ti al Rey de aquella dichosa mansión.
El que vive en el seno del Padre, rodeado de una gloria eterna, se hace tu Esposo y se digna descansar en tu amor.
Heriste a Cristo con este amor, y él hiere a su vez tu corazón también, y graba en él con dardos de fuego los estigmas de las llagas que recibió.
¡Oh amor inefable! ¡Oh trueque maravilloso! El es quien respira en tu corazón; su soplo es para ti el principio de la vida.
El coro bienaventurado de las vírgenes celebre tus alabanzas, ¡oh Jesús Esposo suyo! Sea la misma gloria al Padre y al Paráclito divino. Amén.
ANTIFONA
Oh dignísima esposa de Cristo, la luz profética te iluminó, el celo apostólico te inflamó, la corona de las vírgenes ciñó tu frente, y las llamas del amor divino te consumieron.
ORACION
Oh Dios, que preparaste una habitación llena de atractivos en el corazón purísimo de la bienaventurada virgen Gertrudis, concédenos por sus méritos y su intercesión borrar los pecados de nuestro corazón, para que merezca ser después habitado por tu majestad divina. Por Jesucristo Nuestro Señor.