Fué san Sidonio Apolinar de sangre nobilísima y de los más principales senadores de Francia, y yerno del emperador Avito, prefecto y patricio, y varón de muy alta dignidad, y no menos admirable, por su grande ingenio, rara ciencia y excelente elocuencia: en la cual fué muy eminente, y en su tiempo apenas tuvo par, y por eso mereció que le diesen dos coronas, y que en Roma pusiesen su estatua en la plaza del emperador Trajano.
Casóse con la hija de Avito, emperador, y vivió en el matrimonio con maravillosa honestidad. Era muy compasivo, y amigo de dar á los pobres todo cuanto tenía, y algunas veces les daba los vasos de plata que había en casa, á escondidas de su mujer, porque lo sentía, reñía mucho y procuraba rescatar los mismos vasos, dando el precio á los pobres, y volviéndolos á casa.
Viviendo aún su mujer, que se llamaba Papianila, y una hija por nombre Roscia, por la muerte de Éparcio, obispo de Albernia, Sidonio Apolinar le sucedió en aquella silla, por voluntad del clero y del pueblo, que conocía sus grandes partes. Sintió mucho su elección Sidonio, porque era humildísimo: y escribiendo á san Lupo, obispo de Troya, en Champaña, y pidiéndole el favor de sus oraciones, para cumplir bien con su oficio, le dice estas palabras: «Cargado de una continua carga de pecados, me veo obligado á hacer oración por los pecados del pueblo, siendo yo tal, que si el pueblo inocente rogase por mí, no merecería ser oído.» Y en otra epístola se queja, que le era forzoso enseñar antes de haber aprendido, y predicar antes de obrar, y dice: que era como un árbol estéril, que no pudiendo dar fruto, daba hojas. Sobre este fundamento de la humildad edificó el edificio de las virtudes más dignas de tan santo y vigilante pastor; y de ellas fué muy alabado de los otros santos obispos de su tiempo: y buen argumento es de lo mucho que le estimaban los otros prelados, lo que hicieron con él: porque habiendo de nombrar y elegir obispo bituricense, que era metropolitano; ellos, y todo el clero y el pueblo, dejaron la elección en manos de Sidonio, para que el que nombrase, y nó otro, fuese obispo; y él nombró á Simplicio, varón insigne, el cual fué de todos recibido con suma alegría y contento.
No es pequeña prueba de su santidad, y de lo bien que hacia su oficio el ver los trabajos que tuvo, y las persecuciones que padeció en él; porque dos presbíteros de su Iglesia tomaron tan á pechos el afligirle y molestarle, que le quitaron la potestad de administrar las cosas de la Iglesia, y le daban de comer parca y tasadamente, y le vedaron entrar en la iglesia, y se concertaron los dos, que si entraba en ella á la noche á oír maitines, le sacasen por fuerza y echasen de ella, y uno de ellos, oyendo tocar á maitines, se levantó con gran furia y rabia para ejecutar lo que los dos habían concertado; mas el Señor tomó la mano, y en una necesidad que le sobrevino al pobre clérigo, echó las entrañas, y allí espiró, y fué á dar cuenta al justo Juez, de lo que había hecho y maquinado contra su siervo. Con este castigo de Dios fué restituida á san Sidonio la libre administración de su Iglesia, á la cual y á toda su ciudad hizo nuestro Señor grandes mercedes por las oraciones y merecimientos de su santo pastor; porque pretendiendo Eburico, rey godo, muchas veces tomar aquella ciudad, el santo obispo la defendió con sus continuas plegarias y lágrimas, y con las letanías y procesiones que mandó hacer á todo el pueblo, y con las cartas que escribió á san Mamerto, obispo de Viena , que había instituido las procesiones de las rogaciones, para que él también por su parte los ayudase y favoreciese en aquel peligro, como lo hizo, y el Señor oyó las oraciones de estos santos obispos, y defendió la ciudad por su intercesión. Mas ejercitando tan escogidamente el santo prelado su oficio de pastor, dióle una calentura mortal: y él entendiendo que lo era, se mandó llevar á la iglesia, y estando en ella, acudió á verle y reverenciarle todo el pueblo, niños y viejos, hombres y mujeres, llorando y clamando: ¿Por qué nos dejas, ó santo pastor? Y el respondió: No temáis, ó pueblo mío; porque mi hermano Arpúnculo vive, y será vuestro sacerdote y pastor.
Pasó á mejor vida el santo, y el otro presbítero de los dos, que le habían perseguido, viéndole muerto se entregó de los bienes de la Iglesia, y se comenzó á tratar como obispo, y á decir, que en fin Dios había conocido sus méritos, y que era mejor que Sidonio, pues le había dado aquella potestad; y esto con tanta hinchazón, que no cabía en toda la ciudad, y para mejor celebrar su nueva dignidad, el domingo siguiente después del tránsito del santo obispo, hizo aparejar un espléndido banquete, y convidó á él todo lo bueno de la ciudad. Sentóse en la cabecera de la mesa, como cabeza y señor de todos: y estando muy alegre y regocijado, y queriendo beber, el que le daba la copa, le dijo: Señor mío, yo he visto un sueño, que si me dais licencia, le diré aquí. Esta noche pasada vi en sueños una casa que resplandecía con inmensa claridad: en ella estaba el juez sentado en su trono examinando con verdadero juicio las causas de todos: entre la muchedumbre de la otra gente vi al obispo Sidonio con el otro sacerdote, tu amigo, que pocos días antes murió: éste parece que tenía no sé qué pleito y contienda con Sidonio: pero fué convencido, y por mandado del juez echado en un estrecho y oscuro calabozo. Después que quitaron de allí á aquel sacerdote, Sidonio te acusó como compañero en la maldad, por la cual el otro habla sido condenado, y entonces el juez mandó buscar alguno que te citase y mandase parecer delante de su tribunal. Yo temblando me escondí, temiendo que no me mandase á mí hacer este oficio: pero poco á poco se fueron los demás, y quedé yo solo: y así me fué mandado por el severo juez que te dijese de su parte que, atento que Sidonio tan terriblemente te acusaba, es justo que tú comparezcas y estés á juicio: y mándemelo el juez tan severamente, que me amenazó de muerte, si no te lo intimaba de su parte. Oyendo estas palabras el clérigo, y teniendo la copa en la mano para beber, quedó helado; y luego allí de repente acabó su triste vida: para que se entienda que el Señor, aunque permita que sus siervos sean afligidos, no deja de coronar la paciencia de ellos, y castigar la insolencia y atrevimiento de los que los afligen.
Cuando san Sidonio dijo que le había de suceder en el obispado Arpúnculo, los que estaban presentes no le entendieron; antes pensaron que estaba trasportado, y como fuera de sí: porque Arpúnculo era obispo de la ciudad de Langres; pero nuestro Señor, que había revelado á Sidonio quién había de suceder en aquella silla, permitió que los borgoñones tuviesen sospecha de Arpúnculo, y determinaron matarle: y sabiéndolo el santo obispo huyó una noche descolgándose por los muros de la ciudad y vino á AIbernia, en tiempo que no había obispo, y allí sucedió á Sidonio conforme á su profecía, y fué el undécimo obispo de aquella Iglesia.
La vida de san Sidonio Apolinar escribió Gregorio Turonense en su Historia de Francia, lib. V, cap. 20, y adelante: tráela el P. Fr. Lorenzo Surio en su cuarto tomo. Hace de él mención el Martirologio romano á los 23 de agosto, y Genadio De viris Ultist. cap. 92, y Molano en las adiciones á Usuardo, y el cardenal Baronio en sus anotaciones, y más copiosamente en el sexto tomo de sus Anales. Vivió en tiempo de los emperadores León y Zenón, y dejó muchas obras escritas en prosa y en verso, de grande piedad y erudición, que las refiere Tritemio en su libro de los Escritores eclesiásticos.