La Iglesia conmemora el 29 de noviembre a san Saturnino y san Sisinio, mártires por confesar su fe en Cristo.
Viendo los emperadores Diocleciano y Maximiano que no podían con tormentos y muertes agotar á los cristianos, y que la sangre que de ellos derramaban era como una semilla que daba ciento por uno; hallaron otra manera para afligir á los cristianos con un prolijo y penoso martirio, condenándolos á sacar, y llevar piedra y arena, y todo lo que era menester para los edificios públicos.
Y puesto caso que los hombres nobles y los soldados, según sus leyes, no podían ser condenados á oficios tan bajos y viles; todavía para mayor menosprecio é ignominia de la religión cristiana, sin tener respeto á nobleza, dignidad ó grado alguno, condenaban á todos los cristianos indiferentemente á trabajar en estas obras públicas, sirviéndose de ellos como de esclavos.
Entre estos que así fueron condenados en Roma, para trabajar en las Termas que Maximiano labró en honra del emperador Diocleciano (por haberle hecho su igual en el imperio) fué uno Saturnino, varón santo y de anciana edad: el cual (no pudiendo por sus muchos años y pocas fuerzas llevar la carga pesada que los sobrestantes de aquel edificio tan suntuoso querían) era ayudado de los otros cristianos, particularmente de Sisinio, diácono: el cual con su gran caridad y fervor de espíritu, sobre la carga suya propia tomaba la de san Saturnino, y llevaba la una y la otra sobre sus hombros, con gran esfuerzo y alegría, cantando salmos é himnos al Señor. Quedaron espantados los ministros del emperador de la caridad de Sisinio, y del contento que mostraba en aquel penoso trabajo. Dieron parte de ello á un tribuno llamado Espurio, y él lo comunicó con el emperador Maximiano, el cual mandó traer delante de sí á Saturnino y Sisinio, y después que en vano los tentó y amenazó, y procuró reducir á que sacrificasen á sus dioses, los entregó á un prefecto llamado Laudino, para que sacrificasen ó muriesen á sus manos. El prefecto los echó en la cárcel, donde estuvieron algunos días, y convirtieron á la fe de Cristo á muchos gentiles que venían á ellos. De allí á treinta y dos días, el prefecto los mandó traer delante de sí, cargados de cadenas, y los pies descalzos, y hallándolos constantes y determinados á morir mil muertes, antes que negar á Jesucristo, hizo traer un ídolo para que lo adorasen; y poniéndoseles delante, san Saturnino levantó la voz, y dijo: Confunda el Señor á los dioses de los gentiles. A esta voz cayó el ídolo desmenuzado en tierra, y dos soldados, llamados Papias y Mauro, comenzaron á dar voces, y decir que Jesucristo, á quien adoraban Saturnino y Sisinio, era el Dios verdadero. Mandó el prefecto poner en el ecúleo á los dos santos, y levantados en alto, herirlos con azotes cruelísimos y desgarrar sus cuerpos con escorpiones; y ellos con gran regocijo cantaban: Gloria sea á tí, Señor Jesucristo, porque nos has hecho particioneros de los trabajos de tus siervos. Como esto vieron los soldados Papias y Mauro, que se habían convertido cuando el ídolo cayó en tierra, ganosos de la corona del martirio, y llenos de una santa ira contra los verdugos, los dijeron en alta voz: ¿Es posible, que el demonio esté tan apoderado de vosotros, que os haga ser tan crueles con estos siervos de Dios? Oyólo el prefecto Laudicio, y enojado contra ellos, mandóles dar muchos golpes con piedras en las bocas, y llevar á la cárcel y después fueron martirizados.
Mandó traer hachas encendidas y pegar á los costados de Saturnino y Sisinio; y visto que todo esto no bastaba, antes que estaban en aquel tormento con mucha paz alabando al Señor, los mandó llevar á degollar dos millas de Roma, en la vía Nomentana. Sus cuerpos recogió un varón rico, poderoso y muy devoto, llamado Trasso (que gastaba su hacienda en sustentar y socorrer á los cristianos que trabajaban en aquellas Termas), el cual los sepultó en una heredad suya, á los 29 días del mes de noviembre; y en el mismo hace conmemoración de san Saturnino la Iglesia católica. Fué el martirio de estos dos santos el año de 303 , imperando Diocleciano y Maximiano, cinco años después que se comenzó el soberbio edificio de las Termas. Hacen mención de ellos los Martirologios romano, el de Beda, Usuardo y Adon, y las Actas de Marcelo, papa, y Baronio en las anotaciones del Martirologio romano, y en el II tomo de sus Anales.