SAN JUAN EUDES, CONFESOR

Festejamos hoy a San Juan Eudes. Es un benemérito de la Iglesia Católica: las misiones que predicó en Francia son innumerables, e incontables son también los hijos y las hijas que de él descienden: los primeros se dedican en la Congregación de Jesús y de María a la formación del clero, a la enseñanza y a las misiones, y las segundas, en la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad o Instituto del Buen Pastor a la rehabilitación de pecadoras.

EL REFORMADOR

Pío X decía en el Breve de su Beatificación: “El divino Maestro no permite nunca en su Iglesia que la sal de la tierra se desazone, es decir, los representantes del ministerio sagrado, cuya acción tiene que arrancar a los hombres de la corrupción. En épocas de relajación, su misericordia gustosamente suscita santos que trabajen con todo celo en levantar la disciplina y las costumbres en el clero y por lo mismo procuren en más amplia medida la salud eterna de las almas”

SAN JUAN EUDES

Pues bien, tal vez el mayor mal que padecía Francia al fin de las guerras de religión y al principio del siglo XVII, siglo que iba a ser glorioso para ella, fuese la mediocridad de sus sacerdotes. Para poner remedio a eso, el Padre Eudes en un principio, concibió la idea de reunir a los clérigos jóvenes con el fin de prepararlos a recibir dignamente las Órdenes sagradas. Pero, como unos días de recogimiento sólo producían frutos efímeros, se resolvió a crear seminarios según lo prescrito por el concilio de Trento. Y entonces fundó la Congregación de Jesús y María, cuyos miembros tendrían este doble objeto; la formación del clero en los seminarios y la renovación del espíritu cristiano entre los fieles por medio de las Misiones.

“Lo que completó los servicios que Juan Eudes prestó a la Iglesia, añade el Papa San Pío X, fué que, ardiendo en un amor extraordinario hacia los Sagrados Corazones de Jesús y de María, pensó antes que nadie, y no sin divina inspiración, tributarles un culto litúrgico. De este culto tan dulce, se le debe considerar como padre, Doctor y Apóstol”. 

Si no tuviésemos que ser aquí excesivamente breves, seguiríamos al ardiente misionero por todas las parroquias donde desplegó su celo, escucharíamos su palabra elocuente, y seríamos testigos de la santidad que aseguraba, más que todos los medios, sus éxitos apostólicos. Mas, para conocer un poco su alma, nos bastará leer algunas de las páginas que nos ha dejado en la Vie et le Royanme de Jésus, pues vivió y predicó lo que ha dejado consignado en este libro inmortal.

EL DOCTOR

Discípulo de Berulle, su espiritualidad es la de la Escuela francesa y toda la santidad se resume para él en la palabra de San Pablo: “Vivo, mas no yo, sino que es Cristo el que vive en mí”. “Todos los textos sagrados, escribió, nos enseñan que Jesucristo debe ser algo viviente en nosotros; que no debemos vivir sino en Él, y su vida debe ser nuestra vida; que nuestra vida debe ser una continuación y expresión de su vida y que no tenemos derecho a vivir en el mundo si no es para llevar, manifestar, santificar, dar gloria y hacer vivir y reinar en nosotros la vida, las cualidades, las disposiciones, las virtudes y las acciones de Jesús”.

Al hablarnos de la vida cristiana, hace notar que “lo que San Pablo dice del sufrimiento: Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo para su cuerpo que es la Iglesia, se puede decir de todas las demás acciones que un cristiano realiza en la tierra. Porque un verdadero cristiano, miembro de Jesucristo, unido a Él por la gracia, continúa y completa con todas sus acciones las que Jesús practicó aquí abajo. De forma que la oración, el trabajo, el mismo descanso, continúan y completan la oración, el trabajo y el descanso de Jesucristo. Y en este sentido es como San Pablo declara que “la Iglesia es el cumplimiento de Jesucristo, que Jesucristo, que es la cabeza de la Iglesia, ha dado cumplimiento a todo en todos y que concurrimos todos a la perfección de Jesucristo y a la edad de su plenitud”.

“Así, pues, debemos ser una copia de Jesús en la tierra para continuar aquí su vida y sus obras y para hacer y sufrir todo lo que hacemos y sufrimos santa y divinamente en el espíritu de Jesús… Y, porque este divino Jesús es nuestra cabeza y nosotros sus miembros, se sigue que debemos estar perfectamente animados de su espíritu y vivir su vida.

“Considerad, por tanto, concluye, considerad muchas veces estas verdades con atención y aprended de aquí que la vida, la religión, la devoción cristiana consiste en continuar la vida, la religión y la devoción de Jesús en el mundo, y por esta razón todos los cristianos están obligados a llevar una vida toda santa y divina y a hacer todos sus actos santa y divinamente, lo que no es difícil, sino muy dulce y facilísimo, a los que tienen cuidado de elevar a menudo su espíritu y su corazón a Jesús y de entregarse y unirse a Él en todo lo que hacen”

¿Qué decir de su devoción ardiente a María? “No debemos separar, escribía él, lo que Dios unió de un modo tan perfecto. Jesús y María están tan perfectamente ligados, que quien ve a Jesús ve a María, quien ama a Jesús ama a María. Jesús y María son los dos primeros fundamentos de la religión cristiana, las dos fuentes vivas de todas nuestras bendiciones… No es verdaderamente cristiano aquel que no tiene devoción a la Madre de Jesucristo y de todos los cristianos… Y, puesto que debemos continuar las virtudes y poseer en nosotros los sentimientos de Jesús, debemos también continuar y llevar en nosotros los sentimientos de amor, de piedad y de devoción que el mismo Jesús tuvo para con su bienaventurada Madre…”.  
Y aquí hacemos alto en nuestras citas: éstas bastan para hacernos entrever las maravillas de la gracia en el alma de San Juan Eudes, y para determinarnos a poner en práctica una doctrina que él vivió a la vez que la predicó y que perdura tan seductora y tan segura para las almas nobles.

VIDA

San Juan Eudes nació en 1601, en la aldehuela de Ri, en la diócesis de Séez, de padres piadosos que le consagraron a la Santísima Virgen. En 1615, siendo colegial de los Jesuitas de Caen, hizo voto de virginidad, se entregó a María y la profesó un culto ferviente. Recibió la tonsura y las órdenes menores en 1621, y, de la Universidad de Caen, entró en la Congregación del Oratorio fundada por Berulle, donde permaneció veinte años. Berulle había querido restablecer en el clero la doctrina y la santidad, pero no había pensado en los Seminarios; para instituirlos, San Juan Eudes dejó en 1643 el Oratorio y fundó la Congregación de Jesús y de María y al momento, con cinco compañeros sacerdotes, abrió el primer Seminario de Caen, al que siguieron otros muchos.

Para ganar a las pecadoras a la vida cristiana, fundó la Orden de Nuestra Señora de la Caridad, y para evangelizar a las almas abandonadas se hizo misionero durante muchos años, predicando en los campos abandonados, en los pueblos y hasta en la Corte con una libertad y una elocuencia que tenía su apoyo en una santidad eminente.

Propagó la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María y fué el primero que les tributó un culto litúrgico. Siempre fiel a la cátedra de Pedro, fué perseguido por los jansenistas, a los que se opuso con valor. Finalmente, quebrantado por sus innumerables trabajos, murió el 19 de agosto de 1680 pronunciando los dulces nombres de Jesús y de María. Fue beatificado por San Pío X y canonizado en 1935 por Pío XI que extendió su fiesta a la Iglesia universal.

PLEGARIA

“Debemos tener devoción a todos los santos y ángeles”, escribías tú, oh San Juan Eudes. Con alegría escuchamos tu consejo y te honramos en este” día, “honrándote porque Jesús te ama y te honra, y también porque tú amas y honras a Jesús, de quien eres amigo, servidor, hijo, miembro y como una parte (del mismo)… Adoramos a Jesús en ti, pues Él lo es todo para ti: tu ser, tu vida, tu santidad, tu gloria. Le damos gracias por la gloria y las alabanzas que a Sí mismo se ha dado en ti y por ti, y más todavía por las gracias que te ha comunicado y nos ha comunicado por ti”.

Unidos a los sentimientos de tu corazón abrasado de amor para Jesús, le decimos contigo: “Ven, Señor Jesús, ven dentro de mí con la plenitud de tu virtud, a destruir todo lo que te desagrada y a obrar en mí todo lo que deseas para tu gloria. Ven con la santidad de tu Espíritu, para desasirme enteramente de todo lo que no seas tú, para unirme de modo total contigo y para hacer que me porte santamente en todas mis acciones. Ven en la perfección de tus misterios, es decir, para obrar perfectamente en mí lo que tú deseas obrar con tus misterios, para gobernarme según el espíritu y la gracia de tus misterios, y para glorificar y realizar y consumar en mí tus misterios. Ven con la pureza de tus caminos, es decir, para cumplir en mí, al precio que sea y sin perdonarme en nada, todos los designios de tu puro amor, y para conducirme por los caminos rectos de este mismo puro amor, sin permitirme declinar ni a la derecha ni a la izquierda y sin conceder nada a las inclinaciones y sentimientos de la naturaleza corrompida y del amor propio. Ven, oh Señor Jesús”

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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