Martirologio Romano: San Antonio María Zacaria, presbítero, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo o Barnabitas, para la reforma de las costumbres de los fieles cristianos, y que voló al encuentro del Salvador en Cremona, ciudad de la Lombardía (1539).
EL FUNDADOR
Después de Cayetano de Tienna y antes que Ignacio de Loyola, Antonio María Zacaria mereció ser padre de una de las muchas familias religiosas que en el siglo XVI fueron llamadas a restaurar las ruinas de la casa de Dios. Lombardía estaba agotada, desmoralizada por las guerras que motivaron la posesión del ducado de Milán; pero ante el espectáculo de las heroicas virtudes de Zacarías, volvió de nuevo a creer, a esperar y a amar. Prestó atención a sus sermones inflamados, que la llamaban a la penitencia, a la meditación de la Pasión del Salvador, a un culto más asiduo y a la adoración más solemne de la Sagrada Eucaristía. Fué también el precursor de San Carlos Borromeo, que en la reforma del clero, del pueblo y de los monasterios del Milanesado, tuvo en sus hijos e hijas los auxiliares más valiosos: los Clérigos regulares y las Angélicas de San Pablo.
EL DESARROLLO DE SU OBRA
El oratorio de la Sabiduría Eterna fué testigo en Milán de los principios de la nueva Congregación; la iglesia de San Bernabé, donde se estableció poco después de la muerte de Zacarías y que custodia hoy su cuerpo, dió el nombre de Barnabitas a estos nuevos discípulos del Doctor de las naciones. A la larga se propagarían por Italia, Francia, Austria, Suecia y hasta China y Birmania, dedicándose a las misiones, a la enseñanza de la juventud, a todas las obras que interesan al culto divino y a la santificación de las almas. En cuanto al santo fundador, en el año 1539 voló al cielo a los 36 de edad, desde la casa donde había nacido y de los brazos de su madre que le había criado para Dios, y que poco después se juntó con él.
VIDA
Antonio María Zacaria nació en Cremona en 1502. Estudió filosofía y medicina y después teología. Doctor a los 22 años, reunía a los niños para enseñarles el catecismo; iban también sus padres y les dirigía homilías sencillas y persuasivas. A los 26 fué ordenado de sacerdote. En 1530, estando en Milán, se encontró con dos sacerdotes, miembros de la sociedad de la Sabiduría Eterna, los cuales trabaron con él amistad íntima. Fundó con ellos una nueva sociedad de Clérigos Regulares dedicados a predicar y a administrar los sacramentos.
Ya en 1533, el Papa Clemente VII firmó el breve de aprobación del nuevo Instituto, y el año siguiente una bula de Paulo III los llamaba Clérigos Regulares de San Pablo. El mismo Paulo III había también aprobado poco antes el Instituto de las “Angélicas” o grupo de señoritas y señoras que reunió Luisa Torelli para llevar una vida pobre y penitente y ayudar así a la reforma religiosa que había emprendido Antonio, y contrarrestar los esfuerzos de la pretendida Reforma de Lutero. Estas dos fundaciones fueron origen de muchos sufrimientos para Antonio, que murió el 5 de Julio de 1539. Su Congregación sigue siempre floreciente en Italia.
PLEGARIA
En esta Octava de los santos Apóstoles, te nos presentas como una piedra de gran valor, que realza su corona. Desde ese puesto de honor a donde la Iglesia te dirige sus homenajes, dígnate bendecir a los que, como tú, prosiguen en la tierra la obra apostólica sin cansarse de los continuos comienzos que el trabajo de zapa y mina infernal impone a los obreros de la salvación. Hoy, lo mismo que en tu tiempo, basta para salvar al mundo la enseñanza de los Apóstoles, apoyada en el ejemplo y en la oración de los Santos. Discípulo de San Pablo y fiel imitador suyo, la ciencia de Cristo que aprendiste en su escuela, fué la que, de médico de los cuerpos, te convirtió en salvador de las almas; el amor que está por encima de todas las ciencias, fué el que hizo fecunda más allá del sepulcro tu vida, tan breve y, con todo eso, tan llena. Quiera Dios que se suscite entre nosotros, como lo pide la Iglesia por tu intercesión, este espíritu salvador y de reparación; y ojalá sean tus hijos e hijas, cobijados bajo la bandera apostólica, los primeros en honrar siempre el gran nombre del Doctor de las naciones.