Para meditar en este Miércoles Santo, les dejamos un fragmento del libro “El Sacramento de la Misericordia” del P. Ricardo Graf (pag 144- 145)
Un santo -así lo cuenta la leyenda- entró un día de muchas confesiones en una iglesia.
En largas y dobles hileras esperaban los fieles ante los confesonarios. Y vio al diablo que andaba muy atareado de un confesonario al otro.
Sorprendido le preguntó:
-¿Qué has perdido en el templo?
-Propiamente, no he perdido nada aquí –dijo el diablo-; lo que hago es restituir bienes robados.
-¿Bienes robados? ¿Cómo?- preguntó el santo
-Sí- contestó Satanás-, bienes robados.
Robé a esos la vergüenza antes que cometiesen el pecado, y ahora, al tener que confesarse, se la restituyo.
En la confesión no hemos de ser indulgentes o blandos con nosotros mismos; “tuviste el valor de pecar, tenlo ahora de reconocerlo”- Y si ya nos viene muy cuesta arriba, imaginémonos que no vamos a declarar nuestros propios pecados, sino los de una persona completamente extraña; “¿Qué me importa lo que hizo ése (o ésa)”. Además, el confesor está dispuesto a prestar ayuda en casos desesperados. Sin embargo, sólo hay que recurrir a esta ayuda, cuando realmente no nos queda otro remedio. Hemos de acusarnos nosotros mismos y no esperar un interrogatorio. Muchas veces no es más que señal de cobardía el pedir al confesor que vaya preguntándonos.
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MIÉRCOLES SANTO: LA ÚLTIMA REUNIÓN DEL SANEDRÍN
Hoy Se reúnen los príncipes de los sacerdotes y los ancianos en una sala del templo para deliberar por última vez sobre los medios para prender a Jesús. Se han discutido diversos planes. ¿Será prudente prenderle en estos días de Pascua, en los cuales toda la ciudad está llena de extranjeros que sólo conocen a Jesús por la ovación de que fué objeto tres días antes? ¿No hay incluso entre los habitantes de Jerusalén muchos que han aplaudido este triunfo? ¿No sería de temer su ciego entusiasmo por Jesús? No, no se puede pensar, por el momento, en esas medidas violentas; podría levantarse una sedición durante la celebración de la Pascua. Sus promotores fácilmente se habrían comprometido ante Poncio Pilato y habrían tenido que temer la furia del pueblo. Es preferible dejar pasar la fiesta y buscar otro medio de apoderarse sin ruido de la persona de Jesús.
Pero estos criminales se hacían ilusión al querer retardar por su propia voluntad la muerte del justo. Ellos aplazaban el asesinato; pero los planes divinos, que desde la eternidad prepararon un sacrificio para la salvación del género humano, fijaron este sacrificio precisa mente para esta fiesta de Pascua, que anunciará mañana la trompeta a toda la ciudad. Durante mucho tiempo se ha ofrecido el cordero misterioso en figura del verdadero: va a comenzar ya la Pascua que verá desaparecer las sombras ante la realidad. La sangre del Redentor, derramada por la mano de los ciegos pontífices se va a mezclar con la de las víctimas, que ya no se digna aceptar el Señor. El sacerdocio judaico no tardará en darse a sí mismo el golpe de gracia, inmolando al que ha de abrogar con su sangre la antigua alianza y sellar para siempre otra nueva.
LA TRAICIÓN
— Pero ¿cómo tomarán posesión los enemigos del Salvador de la víctima que tanto anhelan con deseos sanguinarios, sin alboroto y sin ruido? No han tenido en cuenta la traición. Uno de los discípulos de Jesús pide ser conducido a su presencia; tiene algo que proponerles; “¿Qué me dais, les dice, y yo os lo entregaré?” ¡ Qué alegría para aquellos desdichados! Son doctores de la ley, y no se acuerdan del salmo CVIII, en el cual David había predicho con todo detalle esta venta abominable; ni tampoco del oráculo de Jeremías, que llega incluso a valorar el precio del rescate del Justo en treinta dineros de plata. Esta misma suma pide Judas a los enemigos de Jesús; éstos se la conceden al momento. Todo está concertado. Mañana irá Jesús a Jerusalén para celebrar la Pascua. Al caer del sol se retirará, como de costumbre a un huerto que se halla en la ladera del monte del Olivar. Pero, en la oscuridad de la noche, ¿cómo lo van a conocer los encargados de prenderle? Judas lo ha previsto todo. Los soldados podrán detener con toda confianza a quien él diere un beso.
Tal es la horrible iniquidad, que se lleva a cabo entre los muros del templo de Jerusalén. Para manifestar su execración y para dar una satisfacción al Hijo de Dios, tan indignamente ultrajado por este pacto monstruoso, ya desde los primeros siglos la Iglesia ha consagrado el miércoles a la penitencia. Aun hoy día comienza la Cuaresma por miércoles, y cuando la Iglesia, en cada una de las estaciones, quiere que dediquemos cuatro días al ayuno y a la mortificación de nuestro cuerpo, uno de esos días es el miércoles.