LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

Imagen de un ícono de Jesucristo y sus santos

Entre todas las fiestas que la santa Iglesia ha instituido por todo el año, en reverencia de los bienaventurados que están en el cielo (los santos), la más solemne y de mayor devoción es la que celebra el primero día de noviembre en conmemoración y honra de todos los santos; porque en esta fiesta los abraza á todos, sin excluir alguno, y se encomienda á ellos, é invoca y llama en su favor á toda aquella bienaventurada compañía y corte celestial. Instituyó esta fiesta en Roma el papa Bonifacio, IV de este nombre, en honra de la gloriosísima Virgen María Nuestra Señora, y de todos los santos mártires, consagrando al Señor aquel suntuosísimo templo, que no Domiciano, emperador (como dice Adon), sino Marco Agripa, ciudadano romano, y gran privado del emperador Octaviano Augusto, había dedicado á Júpiter Vengador (como dice Plinio) después de la batalla naval en que Octaviano venció á Marco Antonio, y quedó señor absoluto del imperio romano. Llamó Agripa á este templo Panteón, que quiere decir «casa de todos los dioses»; porque en él todos los falsos dioses de la antigüedad eran venerados. Y dado que, después que el emperador Constantino se convirtió á nuestra santa fé, y comenzó á edificar templos á Jesucristo Nuestro Salvador, los cristianos derribaron muy magníficos y maravillosos templos de los gentiles, para que no quedasen en pié los lugares en que se habían ofrecido tan sucios y abominables sacrificios al demonio; por cuya razón en Alejandría asolaron un templo de Serapis, en Gaza el de Marna, en Apamena el de Júpiter, en Cartago el de Celeste, y en otras partes otros muchos, que eran tan soberbios y de tan excelente arquitectura, que se tenían por milagros del mundo; todavía después juzgaron que era mejor (ya que estaba caída y rendida la gentilidad) que donde antes había sido servido el demonio, fuese servido el verdadero Dios, y que los mismos templos profanos y abominables se purificasen con las ceremonias que usa la Iglesia católica, y santificados y adornados con las reliquias de los mártires se consagrasen al Señor; como se ve en san Gregorio Magno, que en una epístola escribe al rey de Inglaterra, que poco antes se había convertido á la fé, que haga echar por el suelo los templos de los ídolos: y después que ya la cristiandad había echado algunas raíces en aquel reino; para que los flacos no se turbasen, mandó á Melilo, obispo, que no se arruinasen los templos de los paganos, sino que se convirtiesen en iglesias de cristianos. Siguiendo pues esta orden Bonifacio IV, que fué sumo pontífice poco después de san Gregorio (porque Sabiniano y Bonifacio III, que inmediatamente le sucedieron, aun no vivieron tres años), dedicó el Panteón, que Agripa había edificado á todos los dioses, en honra de la Santísima Virgen María Nuestra Señora, y de todos los santos mártires (que eran los que en aquel tiempo se celebraban en la santa Iglesia), y llamó á aquella iglesia Santa María ad Martyres, y hoy se llama Nuestra Señora la Rotunda; y mandó que se celebrase fiesta en Roma á los 13 de mayo, en que se hizo la dedicación: y en este día la pone el Martirologio romano. El cardenal Baronio dice, que en un libro antiguo de aquella Iglesia, escrito de mano, halló que se levantaron y colocaron en ella con gran solemnidad veinte y ocho carros de huesos de santos mártires, sacados de diversos cementerios de aquella santa ciudad. Esto es lo que mandó el papa Bonifacio IV, más después Gregorio, asimismo papa IV, que murió por los años del Señor de 844, ordenó que la fiesta que se hacía en Roma á 13 de mayo en honra de Nuestra Señora y de todos los mártires, se hiciese por toda la cristiandad el primer día de noviembre en reverencia de ellos y juntamente de todos los santos confesores y moradores del cielo. Por esta causa se llama la Fiesta de Todos los Santos, y se guarda en toda la Iglesia, y particularmente en la de nuestra Señora la Rotunda de Roma, con singular regocijo y devoción; y esta es la primera causa de la institución de esta fiesta. Pero oirás hay de no menor consideración, entre las cuales una es la obligación tan precisa que tenemos de glorificar al Señor en sus santos, y de honrar los mismos santos, que tan bien le supieron honrar, y nos dejaron tan raros ejemplos en su santidad, para que los imitásemos; y ahora con sus oraciones nos ayudan y sustentan.

Pero siendo como son los santos innumerables, y que por ser tantos, no se pueden todos en particular, y cada uno por sí, celebrar, fué cosa convenientísima que se instituyese un día para que en él á lo menos los alabásemos y pidiésemos su favor, y mostrásemos la piedad y devoción que tenemos con todos, sin excluir á ninguno. Otra razón es la que se escribe en el libro llamado Orden romano: UtIquidquid (dice) humana fragilitas per ignorantiam, aut negligentiam in solemnitatibus, el vigilas sanctorum minus plene peregit, in hac observatione sancta servetur: Para que todo lo que la humana fragilidad hubiere fallado entre año en las fiestas y vigilias de los santos, ahora sea por nuestra ignorancia, ahora por nuestra negligencia, se recompense en esta fiesta, y se supla con el mayor fervor de nuestra devoción. Otra razón es la que la santa Iglesia nos da en la oración del oficio divino que reza este día: Ut desideratam nobis túæ propiliationis abundantiam, multiplicatis intercessoribus largiaris: Para que lo que por nuestros grandes pecados no habernos podido alcanzar del Señor, por intercesión de cada uno de los santos; hoy lo alcancemos por los ruegos de aquella corte y bienaventurada compañía, que postrada delante del acatamiento de la Santísima Trinidad, le representan nuestras plegarias y oraciones, y con singular afecto y caridad le piden que nos oiga y otorgue lo que por medio de tantos y tan grandes siervos y amigos suyos le suplicamos. Pero la principal razón de la institución de esta fiesta es animarnos á la imitación de todos los santos, proponiéndonos su vida perfectísima y divina, y la gloria inenarrable que por ella alcanzaron (como dice san Bernardo); para que en nuestra conversión sigamos á los que con esta tan solemne fiesta veneramos, y corramos con grandes pasos á la bienaventuranza de los que tenemos por bienaventurados, y seamos favorecidos con el patrocinio de los que nos recrean con sus alabanzas: y san Agustín dice: «Aquellos de verdad celebran las gozosas fiestas de los santos mártires, que siguen las pisadas y ejemplos de los mismos mártires; porque no son otra cosa las solemnidades de los mártires, sino unas encendidas exhortaciones, para que no seamos perezosos en imitar lo que celebramos con gloria». Hasta aquí son palabras de san Agustín. Para esto la santa Iglesia nos lee hoy en la misa el Evangelio de las bienaventuranzas en que nos descubre el camino por donde todos los santos anduvieron, y nosotros debemos andar: la humildad y pobreza de espíritu: la mansedumbre y lágrimas: la hambre y sed de la justicia: la misericordia y las otras virtudes que tuvieron; y juntamente el galardón y posesión de la tierra de los vivientes, y reino del cielo, que por ellas se les dio. Y porque los ejemplos de los santos se deben leer en las vidas particulares de cada uno de ellos, y todos se resumen y están cifrados en estas bienaventuranzas, que son los medios para alcanzar la gloria y bienaventuranza de la patria que ahora poseen (la cual, aunque con diferentes grados, es una, y la misma de todos); para que más nos inflamemos al amor de la virtud, y á imitar la vida de los mismos santos, quiero aquí tratar del inmenso gozo y gloria inenarrable que ellos poseen; pues la santa madre Iglesia, celebrando su fiesta, hoy nos la representa.

Mas, ¿qué lengua, aunque sea de los mismos santos, podrá explicar la gloria que ellos poseen; ó qué entendimiento comprender aquel bien que solo es bien y fuente y causa de todos los otros bienes? El apóstol san Pablo dice, que el ojo no vio, ni la oreja oyó, ni el corazón del hombre comprendió los bienes que Dios tiene aparejados para los que le aman. No puedo el ojo verlos; porque no tienen color: ni la oreja oírlos; porque no tienen sonido: ni el corazón humano comprenderlos; porque aquellos bienes no son humanos, sino divinos, é infinitamente exceden su capacidad. El angélico doctor santo Tomás enseña, que tres cosas, que en sí son finitas, en cierta manera son de infinita grandeza y dignidad. La primera es la humanidad de Jesucristo Nuestro Salvador, que por ser unida en una misma persona con unión hipostática con la divinidad, es de infinita dignidad, y no se puede decir, que Cristo es pura criatura. La segunda cosa es la sacratísima Virgen María Nuestra Señora: la cual, aunque en sí es pura criatura, finita y limitada; mas por ser Madre de Dios, y haber concebido en sus entrañas y parido al Verbo eterno, que es infinito é incomprensible, tiene en sí una cierta grandeza inmensa, y una prerrogativa de infinita excelencia. La tercera es la gloria y bienaventuranza de los santos: la cual, dado que en sí sea finita y tasada, porque los mismos santos y bienaventurados también lo son; más en cierta manera se dice ser infinita; porque ven y gozan eternamente de aquel Bien que es infinito, y que los mismos santos no pueden entera y perfectamente comprender. Es tan grande esta bienaventuranza, que el hombre que la posee, en cierta manera se hace Dios, no por naturaleza, sino por gracia y participación, á la manera que dice san Pedro: Ut ejficiamini divinæ consortes naturæ: Para que seamos particioneros de la naturaleza divina: porque así como la bondad hace al hombre que la posee bueno, la justicia justo, la sabiduría sabio, la fortaleza fuerte, la hermosura hermoso, y las otras calidades le califican y le dan el apellido de su nombre; así dice gravemente el filosófico teólogo Severino Boecio, que la propiedad de la divinidad es hacer divinos, y de la deidad hacer dioses: y que este es el premio que da Dios á los santos en el cielo, que es hacerlos en cierta manera dioses; para que se cumpla aquello del real profeta: Ego dixi: Dii estis, el filii excelsi omnes: porque así como los muy poderosos reyes se sirven de los grandes de su reino, y muchas veces de los que son de casta y sangre: así Dios Nuestro Señor en aquella su imperial corte, donde todos los santos y bienaventurados le sirven, para que más resplandezca su soberana majestad y grandeza, quiere que todos ellos sean reyes, y en cierto modo parientes suyos, comunicándoles por gracia, lo que él tiene por naturaleza, á cada uno conforme su capacidad, y dándoles una cierta semejanza suya: de la cual dice el apóstol san Pablo: «Todos nosotros, descubierto el rostro, contemplando la gloria del Señor, seremos transformados en la misma imagen, y vestidos de su gloria y claridad, derivada en nosotros de la claridad y gloria que él tiene, y seremos como un espejo que recibe y representa la imagen del que le mira»: y el discípulo querido del Señor dice: «Cuando el Señor se apareciere, entonces seremos semejantes á Él»: de suerte que, como una gota de agua, mezclada con gran cantidad de vino, toma el color y el sabor del vino, y como el hierro encendido y hecho ascua en la fragua, quedando hierro, deja las propiedades de hierro y se viste de las del fuego, y como el aire investido y penetrado de los rayos del sol, se viste de su luz y resplandece con su claridad, y como el espejo que recibe derechamente los rayos del sol, nos representa una semejanza del mismo sol; así los bienaventurados, alumbrados de aquella lumbre divina, y vestidos de aquella inmensa luz de Dios, participan de su deidad, y se transforman en su semejanza é imagen. Esta bienaventuranza de los santos, dicen los sagrados teólogos que se divide en dos partes: la primera es la gloria esencial, que es la más principal y sustancial parte de su bienaventuranza: la segunda es accesoria y accidental, y menos principal, como más abajo declararemos. La gloria esencial es una total conjunción y unión del alma con Dios, purísima, amabilísima é inexplicable, colmada de todos los bienes, y apartada de todos los males. Esta conjunción y unión con Dios, consiste en la vista clara del mismo Dios, de la cual dice san Agustín: Qucæ visto est; tota merces, que todo el premio y toda nuestra bienaventuranza es ver á Dios: porque, aunque acá en la tierra, por ver un hombre al rey, no es rey, ni por ver cosas hermosas, es hermoso, ni alegre, por ver cosas alegres (porque todas estas cosas son bajas y limitadas, y fuera del hombre que las ve); pero Dios es un bien tan inmenso, tan infinito é incomprensible, y tan lleno de infinitas perfecciones, que al que le ve en la gloria, le arrebata y transforma en sí; y según su capacidad lo llena de sí mismo, y de todos los bienes que posee; y con esta gloriosa vista da al alma del bienaventurado una posesión eterna de sí, y un gozo sobre todos los gozos. De esta vista dice el glorioso san Agustín estas palabras: «Ahí veremos, amaremos y alabaremos: veremos en nuestra lumbre; ¿y qué lumbre veremos? Una lumbre inmensa, incorpórea, incorruptible, incomprensible, que nunca se apaga, inaccesible, increada, verdadera, divina, que alumbra los ojos de los ángeles, y alegra y conserva en su vigor á todos los santos, y es lumbre de todas las lumbres, y fuente de vida, que sois vos, mí Dios: porque vos sois aquella lumbre en cuya luz vernos la luz, á vos en vos; y con el resplandor de vuestro rostro os veremos cara á cara. Ver la cara de Dios vivo es ver el sumo bien, el gozo de los ángeles, y de todos los santos, el premio de la vida eterna, la gloria de los espíritus bienaventurados, júbilo sempiterno, corona de hermosura, palio de felicidad, descanso abundantísimo, hermosura de paz interior, y exterior alegría, paraíso de Dios, Jerusalén celestial, vida beatífica, cumplimiento de toda bienaventuranza, gozo de eternidad, y paz de Dios, que sobrepuja todo sentido». Todo esto es de san Agustín. ¿Qué será ver aquella esencia tan admirable, tan simplicísima y tan comunicable, y ver en ella de una vista el misterio de la beatísima Trinidad? ¿Ver al Padre en el Hijo, y al Hijo en el Padre, y en el Padre y en el Hijo al Espíritu Santo? ¿Ver sin sombras ni figuras, como el Hijo eternamente es engendrado del Padre: como el Espirita Santo procede del Padre y del Hijo. como de un principio: como ninguna de las tres personas es mayor, ni menor, ni mas noble ni menos noble que la otra: como el Padre no fué antes del Hijo, ni el engendrado es después del que le engendró; mas todas las tres personas son en todo iguales, coeternas, y de infinita excelencia y dignidad? Allí ven aquel nudo indisoluble con que la divina naturaleza se juntó con la humana, en una persona de Jesucristo; y de tal manera se unió, el que es infinito con lo finito, y Dios con el hombre, que se puede con verdad decir, hablando de Cristo: Dios es hombre, y el hombre es Dios. En esta visión de la Santísima Trinidad y del misterio de la Encarnación del Verbo eterno, consiste principalmente la bienaventuranza.

Pero no solamente los santos ven a Dios en Dios, sino también ven á sí en Dios, y todas las cosas en Dios: porque, como dice san Fulgencio, así como el que tiene un espejo delante, ve el espejo y ve á sí mismo en el espejo, y ve todas las otras cosas que están delante del espejo; así los santos, teniendo aquel espejo sin mancilla de la majestad de Dios, ven á él, y se ven en él y todo lo que está fuera de él, según el conocimiento mayor ó menor que tienen de él: porque así como acá todas las criaturas son como un espejo (aunque oscuro é imperfecto) que nos representan á Dios; así allá el mismo Dios es como un espejo lucidísimo, clarísimo y perfectísimo, que con una simplicísima vista representa á los bienaventurados todas las excelencias y propiedades de las criaturas mucho más perfectamente que no están en ellas: y los secretos y misterios escondidos de Dios, que los más sabios y altos ingenios, quemándose las cejas y quebrándose las cabezas, no pueden con todo su estudio y diligencia rastrear, escudriñar, ni de mil parles investigar; allí los ven claramente en su fuente, y alcanzan el cumplimiento de su deseo. Allí ven como la tierra, el agua, el aire y fuego y todos los elementos fueron criados de nada: el cielo adornado de tantas y tan esclarecidas lumbres y estrellas; y cada cosa colocada en su lugar con admirable orden y armonía. Allí ven la sapientísima y maravillosa distinción, hermosura y disposición de los nueve coros de los ángeles, repartidos en tres jerarquías. Allí ven como todas las gracias naturales y sobrenaturales de tal manera se derivan de aquella fuente manantial y perenne, y descienden en las criaturas, que no se apartan jamás de su fuente (como el río de su origen), sino que siempre están en ella enteramente, como una luz que se comunica y se reparte en muchas luces, sin algún detrimento suyo, ó disminución. Y en como todos los dones de Dios siempre son nuevos, porque en él no hay diferencia de tiempos, ni pasado ni porvenir, mas una eternidad, tiempo sin tiempo presentísimo. Ven como siendo Dios un bien simplicísimo, inconmutable ó indivisible, unos participan de él más, y otros menos, á guisa del sol que comunica mas ó menos su calor y su luz, según la disposición que halla. Pues ¿qué diré de los secretos juicios de Dios, y de los maravillosos efectos de su divina providencia, que son un abismo sin suelo, y no se pueden apear, y agotan el humano entendimiento? ¿Por qué en esta vida uno es rico, otro pobre: uno sano, otro enfermo: uno robusto, otro flaco: uno hermoso y otro feo: uno de agudo, y otro de rudo ingenio: y lo que es más, por qué una criatura muere antes del bautismo y va al limbo; y otra, en recibiendo el bautismo, vuela al cielo? ¿Por qué á uno de los ladrones que fueron crucificados con Cristo, le dio tan extraordinaria gracia, para que le conociese y le confesase por Dios; y al otro dejó morir en su pecado? ¿Por qué permitió que cayese Judas en tan detestable y horrible maldad; y guardó á los demás apóstoles para que no cayesen en ella? ¿ Porqué (como escribe san Agustín) el bueno es pobre; y el malo es rico: y el malo anda alegre y contento y el bueno, triste, congojado y afligido? ¿Por qué el inocente y sin culpa sale del juicio condenado; y el perverso acusador triunfa y se alaba de haberse vengado del que no lo merecía: el pecador tiene entera salud; y el justo está consumido y podrido de enfermedades? ¿Por qué los que daban esperanza de ser provechosos con sus vidas, son arrebatados de la muerte antes de tiempo; y otros que no parece que hablan de nacer, logran y viven largos años? ¿Por qué está sentado en el trono y sublimado en honra y dignidad el que es oprobio y escándalo de la república; y el que es justo, pacífico y provechoso, está arrinconado y sepultado en perpetuo olvido? Finalmente, allí ven que todas las obras de Dios son mezcladas con justicia y con misericordia, y que de todas saca el Señor su gloria: y que si permite algunas que á nuestros ojos flacos parecen desbaratadas y fuera de camino, no lo son, sino muy acertadas y convenientes para mayor bien nuestro, y gloria y ensalzamiento del que con tanta providencia y deseo de nuestro provecho las permite: y no las permitiría, ni los males que vemos, sino fuesen instrumentos de los mayores bienes, y materia para amplificar la gloria de Dios, que por su gran sabiduría é inmensa bondad de los mismos males saca mayores bienes.

 Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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