El cuerpo incorrupto de la Madre Wilhelmina Lancaster: Un testimonio de fe y devoción en la Orden de las Hermanas Benedictinas de María

Cuando las Hermanas Benedictinas de María, Reina de los Apóstoles, exhumaron el 18 de mayo el cuerpo de su fundadora, la Madre Wilhelmina (Guillermina) Lancaster, OSB, hallaron algo inesperado: cuatro años después de su muerte y entierro en un simple ataúd de madera, su cuerpo se veía notablemente bien preservado.

La noticia se difundió rápidamente en las redes sociales, atrayendo a cientos de peregrinos al monasterio ubicado en la zona rural de Missouri (Estados Unidos).

Si bien quedan pendientes algunas preguntas, como si se llevará a cabo una investigación para examinar científicamente sus restos, muchos desean conocer más sobre esta mujer que, a la edad de 70 años, fundó una Orden conocida sobre todo por sus álbumes de canto gregoriano y de himnos católicos clásicos que encabezaron las listas de éxitos.

Una visión de Jesús en su Primera Comunión

Sor Guillermina nació el 13 de abril de 1924 en St. Louis, el Domingo de Ramos, y fue la segunda de los cinco hijos de un matrimonio católico. Sus padres la bautizaron como Mary Elizabeth Lancaster y tomó el nombre de Guillermina cuando realizó sus votos.

Según la actual abadesa, Madre Cecilia Snell, OSB, y de acuerdo a una biografía publicada por su comunidad, la futura Hermana Guillermina tuvo una experiencia mística a los 9 años en su Primera Comunión, en la que Jesús se le apareció y la invitó a unirse a Él.

Luego de esta experiencia, a los 13 años su párroco le preguntó si alguna vez había considerado convertirse en religiosa. Aunque no lo había hecho, la idea la conmovió rápidamente y les escribió a las Hermanas Oblatas de la Providencia, en Baltimore, solicitando permiso para unirse, “pero era demasiado joven, [así que] tuvo que esperar”.

El extracto de la carta revela una sencillez deslumbrante y una fidelidad perdurable, dado que moriría habiendo vivido 75 años bajo los votos religiosos.

“Querida Madre Superiora”, se lee. “Soy una niña de 13 años y me gustaría ser monja. Planeo ir a su convento tan pronto como sea posible. Me graduaré de la escuela primaria el próximo mes. Lo que quiero saber es si uno debe llevar algo al convento y qué es lo que debe llevar. Espero no estar molestándola, pero tengo mi corazón puesto en convertirme en monja (por supuesto que soy católica). Dios la bendiga a usted y a las que están bajo su mando. Respetuosamente, Mary Elizabeth Lancaster”.

Una educación católica y una vocación para toda la vida

Al crecer bajo la segregación racial, Mary Elizabeth fue objeto de burlas por el color de su piel —alguna vez la apodaron “gotas de chocolate”—, y aunque también fue ridiculizada por ser la única católica entre sus compañeros bautistas y metodistas, ella se negó a albergar resentimientos por su trato.

Cuando la escuela secundaria católica local quedó segregada bajo los Christian Brothers y la escuela pública parecía ser su única opción, sus padres hicieron grandes esfuerzos para asegurarse de que su hija y sus compañeros pudieran continuar su educación católica.

Se graduó como la mejor estudiante de la escuela y luego ingresó a las Hermanas Oblatas de la Providencia, una de las dos únicas Órdenes religiosas para mujeres negras o hispanas. Permanecería con ellas durante 50 años.

El hábito y la Misa tradicional en latín

Durante sus 50 años de vida religiosa, Sor Guillermina fue testigo de los cambios que trajo el Concilio Vaticano II y buscó preservar el hábito, llegando incluso a elaborar el suyo cuando las Hermanas dejaron de producirlo.

“Pasó muchos años luchando por el hábito”, señaló la Madre Cecilia, quien destacó que la Hermana Guillermina se tomó en serio la idea de que esta vestimenta representa, a quien lo lleva puesto, como una novia de Cristo.

Como informó el Catholic Key, el hábito que hizo en casa puede haberle salvado la vida cuando trabajaba como maestra en Baltimore, y el cuello alto y rígido —conocido como guimpe— desvió el cuchillo de un estudiante descontento.

La Madre Cecilia contó que después de años de tratar de obtener el retorno al hábito, se enteró de que la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro había iniciado un grupo de hermanas. Además, redescubrió la Misa en latín y se enamoró de ella.

“Y un día, hizo las maletas —tenía ya 70 años—, y fue a fundar esta comunidad; un completo salto de fe”.

En 1995, con la ayuda de un miembro de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, se inició la comunidad. Con el tiempo, adquiriría un carisma más contemplativo y marcadamente mariano, con especial énfasis en la oración por los sacerdotes.

En su propuesta para una nueva comunidad, Guillermina expresó que quería volver a la observancia regular, algo que había solicitado durante el Capítulo General de las Hermanas Oblatas de la Providencia.

La nueva comunidad, que comenzó en Scranton, Pensilvania, asumió la regla de San Benito y el tradicional Oficio Divino en latín. En 2006, la comunidad aceptó una invitación de Mons. Robert W. Finn para trasladarse a su Diócesis de Kansas City-St. Joseph, en Missouri.

En 2018, la Abadía de Nuestra Señora de Éfeso fue consagrada con la Madre Cecilia como la primera abadesa, y con Sor Guillermina bajo su autoridad. En 2019, siete hermanas abandonaron la abadía para establecer la primera casa filial de la Orden, el Monasterio de San José en Ava, Missouri.

Hoy, las hermanas continúan viviendo una vida de silencio y contemplación, siguiendo la Regla de San Benito. Participan en la forma extraordinaria de la Misa y utilizan el Oficio Monástico de 1962, con su canto gregoriano tradicional en latín.

Devota de la Virgen María

La Hermana Wilhelmina es recordada por su amor a la Virgen María, incluso en los últimos años de su vida, cuando su salud era frágil.

Regina Trout —una ex postulante que cuidó de la religiosa y que hoy está casada, tiene hijos y es profesora de Biología en la Universidad Purdue de Fort-Wayne— recuerda haberla visto visiblemente conmovida. “Cada vez que le hablabas de Nuestra Señora, podías ver esa chispa. Amaba tanto a Nuestra Señora, que se transmitía con mucha fuerza”, relata.

Las últimas palabras conscientes de Sor Guillermina —“O Maria”, cantadas dos días antes de su muerte como parte del himno “O Sanctissima”—, fueron un reflejo de su piedad profundamente mariana, así como del carisma de la música que encabeza las listas de éxitos que glorifican a Dios y por los que las Hermanas Benedictinas de María son conocidas.

“Ella amaba a nuestra Santísima Madre”, afirmó la Madre Cecilia. “Eso es lo que ella les diría a todos los que vienen aquí. Recen el Rosario. No olviden rezar el Rosario. Amen a la Santísima Madre. Ella los ama”.

“Su muerte fue hermosa”, contó la abadesa al Grupo ACI de EWTN. “Dios lo arregló todo”.

“Estábamos cantando ‘Jesús, mi Señor, mi Dios, mi todo’. Cuando llegamos al verso de la canción: ‘Si tuviera el corazón sin pecado de María, con el cual amarte, oh qué alegría’, ella abrió su ojos y miró hacia arriba’”.

“Es decir, ella había estado en coma. Sabemos que podía oírnos, pero no respondió en absoluto durante un par de días. Y luego sólo miró hacia arriba con ese rostro lleno de estallidos de amor”.

Para la abadesa, parecía que en esos momentos “ella ya estaba en el Cielo”.

Traducido y adaptado por el equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en CNA.

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