SAN PIO X, PAPA Y CONFESOR

Martirologio Romano: Memoria del papa san Pío X, que fue sucesivamente sacerdote con cargo parroquial, obispo de Mantua y después patriarca de Venecia. Finalmente, elegido Sumo Pontífice, adoptó una forma de gobierno dirigida a instaurar todas las cosas en Cristo, que llevó a cabo con sencillez de ánimo, pobreza y fortaleza, promoviendo entre los fieles la vida cristiana por la participación en la Eucaristía, la dignidad de la sagrada liturgia y la integridad de la doctrina (1914).

PELIGROS GRAVES

SAN PIO X

La ancianidad de León XIII, cuyo pontificado fué tan largo y glorioso, se vió entristecida por la aparición de peligros graves que amenazaron a la Iglesia. Una herejía sutil atacaba derechamente al corazón mismo de la Revelación, y con la apariencia engañosa de un esplendente progreso, destruía las tradiciones y alteraba el dogma. Con todo eso, de ningún otro Papa de los tiempos modernos había proyectado más luz sobre los hombres. El número y la calidad de sus Encíclicas le colocan entre los grandes Doctores, que acertaron a comprender su época, y a resolver las candentes cuestiones actuales. Se le escuchó, se le aplaudió; pero en muchísimas esferas no se le entendió, y hasta, lo que era más grave, se llegó a alterar el pensamiento del Papa.

Las ciencias eclesiásticas que León XIII procuró renovar por medio del tomismo, derivaban por caminos opuestos; la acción social católica, que él había definido con claridad, se veía suplantada por la elaboración de una falsa democracia liberal; el laicismo, invadiendo todos los dominios, amenazaba con oscurecer enteramente en los espíritus los principios que regulan las sociedades y sus relaciones con la Iglesia.

El Cardenal José Sarto, Patriarca de Venecia, sale de la Iglesia de Santa María de la Salud en aquella misma ciudad, después de celebrar la misa solemne por el eterno reposo del alma de su predecesor, León XIII

INSTAURARE OMNIA IN CHRISTO

León XIII no tuvo tiempo para desenmascarar y abatir al “modernismo”, esa hidra de la que cada cabeza era una antigua herejía resucitada. No tuvo tampoco tiempo para emprender el reajuste de las instituciones eclesiásticas que le permitiesen ejercer con mayor amplitud, armonía y eficacia las funciones esenciales de magisterio y de gobierno que emanan de la autoridad suprema de la Silla Apostólica. Pero Dios le concedió el sucesor que realizaría sus deseos. San Pío X era uno de sus discípulos más fieles, penetrado de las doctrinas de sus magníficas encíclicas, y que tenía igualmente la clara visión de los daños que amenazaban a la Iglesia. En fin, la mucha experiencia que había adquirido en el gobierno de las almas, como cura párroco, como obispo y como Patriarca, junto con sus excepcionales dotes naturales y con una santidad eminente, le habían preparado para llevar al cabo una obra de renovación universal en la Iglesia. Desde el primer día de su pontificado dió a conocer la extensión de su programa, al tomar por lema las palabras con las que San Pablo define el programa de Dios mismo al salvar el mundo: Instaurare omnia in Christo;  obra que esencialmente se realizó al fin de la vida del Redentor, pero cuyo cumplimiento perfecto debe verificarse en todos los tiempos, con el concurso de los hombres mismos. San Pío X hacía de este modo saber que las circunstancias no pedían al Papa una vigilancia especial sobre tales o cuales puntos de la vida de la Iglesia, sino que todas las cosas, “omnia“, exigían una revisión con mano vigorosa, a fin de que ninguna escapase a Cristo ni a la Redención.

LA VIDA LITÚRGICA

Es sumamente notable que, para proceder en esta renovación universal, su primer acto tuviese por fin algo que muchos entonces juzgaron insignificante. Por un Motu Proprio fechado pocos meses después de su elección, realizaba la primera etapa de una reforma completa de la liturgia, mediante las prescripciones sobre el canto sagrado. Con esto su santidad se nos revela en uno de sus aspectos más atrayentes, más profundos y más auténticos. Pío X, este gran hombre de acción, fué en primer término un hombre de oración. Y la oración que primeramente recomienda, es la oración pública y solemne de la Iglesia: la oración que reúne en una alabanza común, en una oración común, en un sacrificio común, todas las almas bautizadas. Esto es ya un anticipo de la oración de la eternidad; la oración del cielo inaugurada en la tierra y acomodada a las condiciones de este tiempo de prueba. El papa Santo quiso que los fieles comenzasen por hallar el sentido de esta sublime oración litúrgica, envuelta en la oración que Jesucristo dirige a su Padre, inspirada por el Espíritu Santo, presente en su Iglesia, y oración que debe ser la fuente la inspiración normal de las oraciones privadas, personales, a las que además deben los fieles entregarse cada día.

EL DEFENSOR DE LA FE

Pero esta obra de restauración no habría dado mucho fruto si el fundamento mismo de la unidad de la Iglesia, la fe, hubiese quedado directamente amenazado por las infiltraciones de la herejía. El espíritu de orden y de justicia que se manifestaba en las reformas institucionales ya realizadas, debía llevar al Papa Santo a proseguir las enseñanzas  León XIII, y a hacer brillar en toda su pura doctrina cristiana.

Tuvo por lo mismo lanzarse a la lucha contra la insidiosa herejía fue pretendía destruir el fundamento de la fe.  Puede decirse que los once años de su pontificado fueron una magistral y vigorosa afirmación de la fe católica contra ella. Recuerda los grandes dogmas que los modernistas alteraban hasta el punto de aniquilarlos: Dios, a la vez trascendente y presente a todas las criaturas; el orden sobrenatural y sus relaciones con la razón y la ciencia; Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; la esencia de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, sociedad sobrenatural, fundada sobre Pedro; la distinción entre la Iglesia docente y la Iglesia discente; el valor absoluto de las definiciones dogmáticas; la profunda eficacia de los Sacramentos, que sobrepasa con mucho al puro simbolismo; las reglas de la interpretación de la Biblia; el sentido de la Historia; las relaciones entre la Iglesia y el Estado; las condiciones de la salvación. De esta manera, con una claridad maravillosa, restablecía todos los elementos de nuestra vocación a un fin sobrenatural, al que sólo se puede llegar mediante la gracia gratuita de nuestro Redentor. Su máximo anhelo de restaurar todas las cosas en Cristo, se manifiesta sobre todo en esta solicitud por devolver todo su brillo a la pureza de la fe de la Iglesia. Su delicadeza de conciencia era extrema en este punto, y, para desenmascarar y condenar las menores tendencias heterodoxas, demostró una firmeza y una justicia inflexibles.


Lucha contra los errores entre los católicos no es obra de división, sino de unidad


Para muchos espíritus timoratos, señalar la existencia de errores entre los católicos es hacer obra de desunión. Condenando el Modernismo, el Papa San Pío X desencadenó contra los instigadores de este error el celo de los elementos más vigilantes del mundo intelectual y de los hombres de acción católicos.

S. Pío X ‒es superfluo decirlo‒ no patrocinó calumnias, ni exageraciones, ni injusticias. Sino que expresó de modo reiterado y formal su deseo de que los católicos lucharan enérgicamente contra el modernismo.

¿Hizo con esto una obra de división? ¿Promovió la desunión? Por el contrario. Es lo que proclamó el Papa Pío XII, afirmando que S. Pío X luchó como “un gigante en defensa de un tesoro inestimable: la unidad interna de la Iglesia en su fundamento íntimo, la Fe”.

Aquí está señalada la clave del problema. La unidad de la Iglesia se basa en la unidad de la Fe. Combatir los errores entre los católicos no es un trabajo de división, sino de unión, ya que tiene como objetivo reunir a todos en la misma Fe.

Un Papa tan resueltamente opuesto a los errores de su tiempo, ¿habrá sido anacrónico? ¿No habría hecho mejor condescendiendo, callándose, cerrando los ojos? Por el contrario.

El santo Papa Pío X fue actualísimo, pues predijo la terrible crisis de nuestros días, y el mundo la habría evitado si hubiera escuchado sus enseñanzas. El capitán “actualizado” no es lo que permite que el barco se deje llevar por las olas, sino el que lo dirige con mano firme para evitar los escollos.

Fuente: Plinio Corrêa de Oliveira, San Pío X y la paz interna de la Iglesia, Revista Catolicismo, junio de 1954 en PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA Homem de Fé, de pensamento – de luta e de ação

SAN PIO X

VIDA

José Sarto nació en Rieze, en la diócesis de Treviso, el 2 de junio de 1835, de padres pobres, pero de una honradez y virtud notables. Bautizado el día siguiente, fué confirmado el 1º de septiembre de 1845 y recibió por primera vez la Eucaristía el 6 de abril de 1847. Ingresó en el Seminario de Padua en 1850 y fué ordenado de sacerdote el 17 de septiembre de 1858. Nombrado párroco de Salzano y luego Canciller del Obispado y director espiritual del Seminario de Treviso, llegó a ser Obispo de Mantua en 1884, y Cardenal y Patriarca de Venecia en 1893. El 4 de agosto de 1903 fué elevado al Sumo Pontificado, que aceptó a pesar suyo y como una cruz, y tomó el nombre de Pío X. Los desastres de la guerra que no logró conjurar, le hicieron morir de dolor el 20 de agosto de 1914. El pueblo católico entero le consideró inmediatamente como Santo y después de múltiples gracias y numerosos milagros obtenidos por su intercesión, Pío XII le beatificó el 3 de junio de 1951 y, en fln, le canonizó el 29 de mayo de 1954.

ORACIÓN DE SU SANTIDAD Pío XII

¡Oh glorioso Pontífice, siervo fiel del Señor, humilde y leal discípulo del Divino Maestro en el dolor y en la alegría, en los cuidados y en las inquietudes, Pastor experimentado de la grey de Cristo!, vuelve tu vista hacia nosotros. Difíciles son los tiempos en que vivimos, rudos los esfuerzos que de nosotros reclaman. La Esposa de Cristo confiada un día a tus cuidados, se encuentra de nuevo entre graves tormentas. Sus hijos se ven amenazados de innumerables peligros en el alma y en el cuerpo. El espíritu del mundo, como león rugiente, ronda en su derredor buscando a quien devorar. Muchos llegan a ser víctimas suyas; tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen; apartan su mirada de la luz de la verdad eterna; oyen la voz de insidiosas sirenas, de mensajes engañosos. Tú, que fuiste en la tierra un gran inspirador y guía del pueblo de Dios, sé nuestra ayuda y nuestro intercesor y el de todos los que se proclaman discípulos de Jesucristo.

¡Oh Santo Pío X, gloria del sacerdocio y honra del pueblo cristiano! tú, en quien la bondad pareció hermanarse con la grandeza, la austeridad con la mansedumbre, la piedad sencilla con la doctrina profunda; tú, Pontífice de la Eucaristía y del Catecismo, de la fe íntegra y de la firmeza impávida, vuelve tus miradas hacia la Iglesia que tanto amaste y a la que diste el mayor de los tesoros que la Bondad divina había, con mano pródiga, depositado en tu alma. Obtenía la integridad y la constancia en medio de las dificultades y de las persecuciones de nuestros días; alivia a esta pobre humanidad, en cuyos dolores tuviste tanta parte, que acabaron por detener los latidos de tu magnánimo corazón. Haz que la paz triunfe en este mundo agitado; la paz que debe ser armonía entre las naciones, concordia fraterna y colaboración sincera entre las clases sociales, amor y caridad entre los hombres, a fln de que, de este modo, las angustias que agotaron su vida apostólica, se transformen, merced a tu intercesión, en una realidad de dicha, para gloria de nuestro Señor Jesucristo, quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Así sea.

Fuente: Año Litúrgico de Dom Próspero Guéranguer

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