San Casimiro, Confesor

Fué San Casimiro hijo del rey Casimiro de Polonia, y de Isabel de Austria, hija del emperador Alberto, los cuales tuvieron seis hijos varones; y el segundo fué Casimiro , que resplandeció entre los demás, como el sol entre las estrellas. Tuvieron sus padres particular cuidado de su crianza, dándole excelentes preceptores; y él dió desde niño muestras de lo que había de ser, con admiración de todos los que le veían, y trataban. Era muy hermoso, y dispuesto, de excelente ingenio, y buenas inclinaciones, y mejores costumbres; muy afable y querido de todos. Crióse muy temeroso de Dios, y devoto, guardándose siempre en grande inocencia de vida, moviendo con su ejemplo á los caballeros del reino á imitar su compostura, y santas costumbres. No gustaba vestidos ricos, ni de los regalos de palacio; antes dormía en la tierra desnuda: traía ásperos cilicios, que afligían su delicado cuerpo: castigábase con rigurosas disciplinas, procurando afligir su carne de todas maneras; así por estar más lejos de todo vicio, como por imitar á nuestro Redentor Jesús, en sus dolores, y trabajos, cuya pasión y muerte la traía el mancebo fija en su memoria. No se daba gusto en cosa alguna, venciendo todos sus, sentidos y obras de la carne. Fue notablemente devoto de la Virgen Santísima, y tiernísimo hijo suyo: fuera de otras devociones, saludaba cada día de rodillas, y con mucha devoción, con unos versos latinos, que él mismo había compuesto con grande artificio, y elegancia, que contenían casi todos los misterios de la Encarnación del Hijo de Dios. Estaba más tiempo en la iglesia, que en palacio: trataba más con los religiosos, y gente santa, que con los grandes y príncipes del reino: muchas veces estaba en larga oración, enajenado de los sentidos del cuerpo, y el alma unida con Dios: á las horas del comer era menester buscarle; y le hallaban en oración, no cuidando él de cosa alguna de este mundo; porque embebido en su Dios, no se acordaba de comida, ni bebida, y si le dejaran, todo el día se le pasara orando. De noche se levantaba á escondidas, y con los pies descalzos se iba á orar á alguna iglesia: postrábase á los umbrales de ella, los cuales regaba con las muchas lágrimas, que derramaba, perseverando de este modo toda la noche, y muchas veces le encontraban así por la mañana. No aflojaba nada en el rigor de su penitente vida, por estar enfermo: y así, aunque cayese malo, guardaba los preceptos de la Iglesia, no faltando á la abstinencia de carne, y lacticinios en los días prohibidos. Premióle Dios esta obediencia, y fineza para con los preceptos eclesiásticos, concediéndole una singular gracia en sus enfermedades, que ni el rigor de la penitencia aumentase la enfermedad de su cuerpo, ni la flaqueza de su cuerpo le impidiese la prontitud, y devoción del ánimo, y deseo de una suma perfección. Había ya tenido revelación, que ni las enfermedades le habían de dañar á su espíritu, ni los remedios habían de aprovechar á sus enfermedades; y así puesto en las manos de Dios, sin aflojar de la aspereza de su tratamiento, llevaba con increíble paciencia, y grande conformidad con la voluntad divina los dolores, é incomodidades del cuerpo.

Fué modestísimo en el hablar: siempre era su conversación de cosas santas, y espirituales, de edificación y provecho para otros. Nunca permitió hablar delante de sí cosa, que pudiera desdorar á tercero. Cuando oía á alguno murmurar, le corregía amigablemente; mas si con todo esto perseveraba, le reprendía con palabras graves, y severas: y si lo tenía de costumbre, hacía con el rey su padre, que le despidiese de su servicio, y echase de palacio.

Tenía gran celo de la fe, y aumento de la santa Iglesia, procurando la conversión de los herejes, y reducción de los cismáticos á la obediencia de la silla romana. Para esto hizo, que el rey mandase por un riguroso decreto, que ninguna Iglesia, dé los que no eran católicos, y obedientes al pontífice romano, se edificase de nuevo, ni las antiguas se reparasen. En otras muchas cosas fué grande la vigilancia de san Casimiro contra los herejes: los cuales en su tiempo anduvieron muy oprimidos, y en gran disminución, no atreviéndose alguno á levantar cabeza.
Coronaba estas, y otras muchas virtudes con la caridad, que es reina de todas las demás: daba á los pobres grandes limosnas: consolaba á los afligidos: libraba á los oprimidos: era amparo de las viudas, padre de los huérfanos, tutor de los desamparados: y no solo favorecía, á los que venían á él; pero él mismo andaba á buscar los necesitados, y se informaba de los más desvalidos: y así era muy querido en el reino: por lo cual, aunque tenía otro hermano mayor, le quisieron señalar por rey, mas como el santo tenia puestos sus pensamientos en el reino de los cielos, despreció el de la tierra, y no se pudo recabar con él, por más que su padre deseó, fuese elegido por rey.

Quísolo casar también el rey su padre, así por la sucesión que esperaba, como porque corría evidente peligro de la vida, si no se casaba, a juicio de los médicos; pero el santo, y purísimo mancebo, quiso antes estar sin salud, y aun sin vida, que violar la flor de su virginidad, la cual guardó entera, y pura. Llegó á estar tan malo, que dijeron los médicos, no tenía remedio su mal, si no tomaba estado de matrimonio: el santo les respondió, que no conocía la vida eterna, quien con algún menoscabo de ella quiere alargar la vida temporal; y así perseverando en su santo propósito, se le agravó el mal, con lo cual, y con una revelación, que había tenido ya del día de su muerte, se preparó para aquella hora tan deseada, y habiendo recibido los sacramentos, fijos los ojos en un crucifijo, que tenía en las manos, puso en las del Señor su purísimo espíritu, y se fué á ser compañero de los ángeles en el cielo, quien aun en la tierra lo habida sido. Murió año de 1484, á 4 del mes de marzo, habiendo vivido solos veinte y cuatro años, y cinco meses. Vieron muchas personas santas aquella alma santísima, al punto que murió, llena de gran claridad, y hermosura, la cual llevaban los ángeles al cielo. Fué sepultado con gran sentimiento de todos, y con magnificencia real en la iglesia catedral de Vilna, en una capilla de nuestra Señora, la cual había escogido san Casimiro por su devoción para sepultura suya. Quiso también, que después de muerto pusiesen con su cuerpo aquel himno devotísimo, que el mismo santo había hecho á la santísima Virgen, y le rezaba cada día; el cual fué hallado el año de 1604, cuando renovaron su sepulcro: que lo tenía sobre el pecho.

Fueron ¡numerables los milagros que hizo nuestro Señor después de muerto san Casimiro por la intercesión de su siervo, para honrarle, y publicar cada día más su santidad, dando vista á los ciegos, habla á los mudos, oído á los sordos, pies á los cojos, y salud, y vida á los desahuciados de los médicos. Solo referiré algunos más celebrados, y públicos. Murió en Vilna una doncella, que se llamaba Úrsula: era muy querida de sus padres; y así sintieron extrañamente su muerte. Fuéronse entrambos muy afligidos al sepulcro del santo príncipe, y con lágrimas, y gemidos le pidieron, restituyese la vida á su hija. Oyóles el santo, y por su intercesión resucitó el Señor á la doncella, quedando los padres muy gozosos, y agradecidos; y todos admirados y muy devotos de san Casimiro, viendo lo que podía con Dios. El año de 1518, acometió de repente el duque de Moscovia con un poderosísimo ejército á una fortaleza del reino de Polonia: era entonces rey Segismundo I, el cual no pudo juntar más que dos mil hombres, para enviar con brevedad á socorrer los suyos: ellos, confiados en el patrocinio de su príncipe san Casimiro, cuyos milagros eran muy sabidos, se encomendaron á él, y le hicieron algunos votos, habían de atravesar el rio Duna; mas no hallando vado, no sabían qué hacerse. Estando parados, y sin consejo que tomar, se les apareció un mancebo muy hermoso, vestido de blanco, caballero en un caballo blanco también como la nieve, y animándolos mucho, les dijo, que tuviesen confianza, y que sin temor le siguiesen, que él les mostraría vado. Diciendo esto, picando las espuelas al caballo, se entró por el rio, y sin dificultad ninguna se puso en la orilla contraria á vista de todos los soldados: los cuales luego con grande ánimo se arrojaron al agua, y pasaron con gran facilidad á esta otra parte. Entonces desapareció el caballero, que les guió; mas entendiendo ser san Casimiro, le tornaron á invocar, y animados con su protección, acometieron tan valientemente á los moscovitas, que les hicieron alzar el cerco, y huir ignominiosamente con muerte de muchos de los enemigos, y prisión de otros. Enviaron luego las presos al rey Segismundo, dándole cuenta de todo, y como aquella victoria milagrosa se debía á san Casimiro; y quedó el rey tan agradecido, y devoto del santo, que hizo voto de hacer todo lo que pudiese para su canonización.

Al año siguiente tornaron los moscovitas con ejército mas poderoso á entrar por Lituania, destruyendo cuanto topaban, talando, abrasando, matando, ó cautivando cuantos hombres encontraban: no había en aquella provincia fuerza, que les resistiese. Viendo el miserable estado de su patria, se movieron algunos mancebos nobles á hacer rostro al enemigo con el favor de san Casimiro, á quien prometieron de procurar su canonización, si les daba la victoria; y sino, que ellos querían hacer sacrificio de sus vidas, por defender su patria. Juntáronse solamente cosa de dos mil, siendo los enemigos sesenta mil: acometiéronlos con grande ánimo; porque en tocando alarma, se apareció san Casimiro en el aire con la misma figura que el año pasado, haciendo á los lituanos oficio de capitán. Cayó tanto pavor en los moscovitas, que volvieron las espaldas, quedando muertos muchos de ellos; pero de los de Lituania no murió alguno. Por este milagro tan notorio instó con grande ardor el rey de Polonia por la canonización de san Casimiro: y habiendo enviado el papa un legado á Polonia, para hacer las informaciones, y hecho todo lo necesario, le canonizó León X, año de 1521. Después el papa Clemente VIII concedió, que se rezase con oficio doble en toda Polonia, y Lituania, y las provincias a ellas sujetas. Últimamente Paulo V mandó, que por toda la Iglesia se celebrase con oficio de semidoble. Escribió la vida de san Casimiro Gregorio Suveciski, recogiéndola de otros graves autores, y la trae el cardenal Belarmino en su libro del Oficio del príncipe cristiano, proponiéndola por dechado á los príncipes, y reyes cristianos para que la imiten.

Cuerpo incorrupto de San Casimiro


Fuente: La leyenda de oro para cada día del año; vidas de todos los santos que venera la Iglesia; obra que comprende todo el Ribadeneira mejorado, las noticias del Croisset, Butler, Godescard, etc

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