San Pedro Damián

Intrépido defensor de la Iglesia en una era de grave crisis

Para combatir los males que se abatieron sobre la Iglesia y la Cristiandad en el siglo XI, la Divina Providencia suscitó a santos de una envergadura poco frecuente.

Valdis Grinsteins

San Pedro Damián nació en Ravena, Italia, en 1007, en el seno de una familia extremamente pobre. Fue el último de muchos hermanos. Su madre, desesperada por los aprietos que pasaba para alimentar a su numerosa prole, lo abandonó en la vía pública. Fue entonces recogido por una mujer que vivía pecaminosamente con un sacerdote, siendo más tarde devuelto a la casa paterna.
Al quedar huérfano a tierna edad, uno de sus hermanos se encargó de su subsistencia, pero lo trataba como a un esclavo, obligándolo a cuidar de los puercos.
Otro hermano, llamado Damián, que era arcipreste de Ravena, lo liberó de esa situación y lo ayudó a iniciar los estudios. En señal de gratitud, Pedro tomó su nombre y lo unió al suyo, pasando así a ser conocido como Pedro Damián.
Terminados sus estudios, se dedicó a la enseñanza, llegando a dictar clases en Faenza y Ravena.
Sin embargo, como ésta no era su vocación, ingresó a los 28 años en la Orden Camaldulense, fundada recientemente por San Romualdo. Entró en el Monasterio de Fuente Avellana, donde, estimulados por el ejemplo de su vida virtuosa, los monjes lo eligieron Abad, después del fallecimiento del superior de aquella casa.
Su actuación en este honroso cargo fue altamente benéfica para la Orden, no sólo por la fundación de varios monasterios, sino por la reforma de la Orden de los Monjes de la Santa Cruz. Varios discípulos suyos alcanzaron la santidad, como San Rodolfo, San Juan de Lodi y Santo Domingo Loricato.
Imbuido de una caridad verdadera, Pedro Damián no se contentó con vivir tranquilamente en su monasterio, mientras numerosas almas se perdían en el mundo. Juzgó su deber atacar con vigor los errores y vicios de la época, especialmente los diseminados en los ambientes eclesiásticos.

La inmoralidad de los clérigos, blanco del santo reformador

San Pedro Damián percibió con claridad que la inmoralidad reinante entre los sacerdotes era el primer enemigo a ser debelado, dado que ésa era la fuente de otros pecados –avaricia, envidia, soberbia– que devastaban al Clero en aquel entonces.
Juzgando insuficiente la prédica contra esos males, escribió en 1051 una obra que hasta hoy suscita polémicas: El libro de Gomorra. En él, empleando un lenguaje fuerte, vitupera todo tipo de pecados contra la castidad, fustigando a aquellos que deberían impedir ese estado de cosas y no lo hacían.
El Papa reinante, San León IX, acogió el libro con significativas palabras de elogio. Pero, naturalmente, los aludidos por tal ataque quedaron indignadísimos. Y consiguieron el apoyo de numerosos sacerdotes que, a pesar de deplorar la inmoralidad vigente, juzgaban que no era oportuno revelar de forma tan clara esa situación.
El clamor producido fue tal que el Santo Padre quedó un tanto desconcertado. San Pedro Damián, sin embargo, no se dejó abatir y escribió al Papa una carta en la cual, al par de la reverencia y sumisión debidas al Sumo Pontífice, justificaba su posición y la necesidad de semejante obra en aquellas circunstancias muy especiales. Con ello, la tormenta amainó un tanto, pero aún continuó viva por algunos años.
Esta lucha contra la inmoralidad en el Clero duró toda su vida, valiéndole numerosos enemigos, los cuales no sentían el menor escrúpulo en lanzar contra él las más variadas calumnias.

Eliminación de la simonía: decisiva victoria del santo

Fachada de la Iglesia de Sant’Apollinare Nuovo, en estilo bizantino (s. VI), en Rávena, cuna de San Pedro Damián

Otro campo de batalla se abrió para San Pedro Damián, cuyo celo por la causa de la Iglesia era inagotable: la lucha contra la venta de cargos eclesiásticos, conocida como simonía.1 El comprensible afán de cohibir tal abuso llevó a recurrir a algunas doctrinas erradas, y hasta absurdas. Una de ellas afirmaba que si un obispo hubiese comprado el cargo, perdía el poder de conferir el sacerdocio. Ahora bien, si las ordenaciones sacerdotales por él conferidas no eran válidas, los sacramentos administrados por esos padres tampoco lo eran. Es obvio que la aplicación de tal doctrina provocaría de inmediato un gran desorden.
De hecho, comenzó a establecerse una confusión generalizada, en medio de la cual obispos reordenaban a sacerdotes como medida de seguridad. Tres Concilios fueron convocados, sin conseguir solucionar el problema en sus justos límites.
Para cerrar el paso a tamaños absurdos, San Pedro Damián redactó una obra titulada Gratissimo, en la cual defiende la verdadera doctrina católica sobre la materia, demostrando la tesis de que el Sacramento del Orden conferido por un obispo, a pesar de que pueda ser simoniaco, es válido. El autor ilustra su tesis al presentar ejemplos de santos sacerdotes, ordenados por obispos simoníacos.
Normalmente la refutación de doctrinas erróneas sigue un largo proceso que suscita polémicas. La mencionada obra de San Pedro Damián, no obstante, de tal manera esclarecía la cuestión, que su simple lectura era suficiente para sofocar las controversias.
Así, en poco tiempo los obispos —y el propio Papa San León IX— tomaron posición a respecto del tema, siendo la simonía condenada en un Concilio efectuado en Roma en el año de 1049.

Contra su voluntad, es nombrado Cardenal y Obispo de Ostia

Después de aquellas luchas en defensa de la Iglesia, San Pedro Damián deseaba retirarse para llevar una vida solitaria, propia a su vocación de camaldulense.
La historia de este santo, sin embargo, es un caso característico del trato que Dios reserva a muchos de los que más ama: despierta en el alma el deseo de un tipo de vida y obliga a seguir otro. A ejemplo de San Bernardo, este gran contemplativo fue compelido a una vida activa, repleta de viajes y polémicas, opuesta a la soledad y al silencio de un claustro.
Después de la muerte de San León IX, fue electo un nuevo Papa que murió al poco tiempo. Su sucesor, Esteban IX, manifestó su deseo de concederle el capelo cardenalicio al infatigable Abad de Fuente Avellana, como recompensa por los grandes servicios prestados a la Iglesia. Y lo nombró asimismo obispo de Ostia.
San Pedro Damián, sin embargo, rehusaba el ofrecimiento con tal vigor, que fue necesario amenazarlo con la excomunión si persistía en la negativa.
Después de su consagración episcopal y elevación al cardenalato, no dejó de pedir en repetidas ocasiones la dimisión de aquella dignidad, pues la consideraba un obstáculo para su unión con Dios. Llegó al punto, años después de la muerte de Esteban IX, de llamarlo “perseguidor”, por haberle impuesto el episcopado.

Delicadas e importantes misiones

Conocedores de su virtud, los Papas lo encargaron de ejecutar diversas misiones complicadas, que le exigieron frecuentes viajes.
La primera de ellas fue la reforma del clero de la diócesis de Milán, donde la simonía se había generalizado, y gran número de sacerdotes vivía en concubinato.
Anteriores intentos, lidera dos por San Arialdo —que fue martirizado por esa causa— habían fracasado.
La intervención paciente y caritativa de San Pedro Damián, sin embargo, fue decisiva. El propio Prelado de Milán escribió una Carta Pastoral condenando los vicios de la simonía y la impureza reinantes en su clero. En una ceremonia conmovedora, todos los clérigos de la diócesis juraron abandonar ambos vicios y aceptaron las penitencias que les fueron impuestas.
Apenas concluida tal misión, el santo participó activamente en la lucha a favor del nuevo Papa Alejandro II contra el antipapa que había surgido en Alemania. A ese respecto escribió un libro titulado Disputa Sinodal, en el cual expone los principios por los cuales un Papa, para subir al Solio Pontificio, no necesita de la aprobación del Emperador del Sacro Imperio Romano Alemán.

Últimas cruces y muerte, antes de volver a la ansiada contemplación

Más allá de los numerosos viajes que tuvo que emprender, no le faltaron a San Pedro Damián las más diferentes cruces.
Él mismo llegó a ser acusado de simoniaco por el pueblo de Florencia, pues habiendo sido llamado a juzgar una causa entre el obispado y unos monjes locales, constató que la justicia estaba del lado del Prelado. Al pueblo, empero, no le gustó esa decisión…
Lo acusaron también de credulidad excesiva, pues para probar sus tesis se valía con frecuencia de hechos sobrenaturales.
Además, es necesario resaltar que durante toda su vida tuvo que soportar una salud frágil, sufriendo especialmente de insomnio y dolores de cabeza, motivo por el cual es invocado contra tales padecimientos.
Fue entonces cuando surgió el caso del Emperador Enrique IV, que deseaba divorciarse de su legítima esposa, habiendo para ello convocado una asamblea en Frankfurt. El mal ejemplo de un Emperador podría diseminar tal pecado por toda la Cristiandad.Con el fin del cisma provocado por la elección del antipapa Honorio II, tan atacado por él, le pareció al santo llegada la hora de retirarse a su monasterio.
El Papa Alejandro II, por medio del Archidiácono Hildebrando —el futuro Papa San Gregorio VII— envió a nuestro santo a Alemania para resolver el problema. ¿Qué podría hacer un Cardenal contra el hombre más poderoso de su época en la esfera temporal? Pero San Pedro Damián contaba con los auxilios sobrenaturales, más que con sus propias fuerzas o influencia. Por ello consiguió impedir que el Emperador consumara el escándalo. Sin ningún temor o respeto humano, amenazó con excomulgarlo en aquella misma asamblea y delante de sus súbditos. El Emperador, a pesar de ser muy soberbio y no querer doblegar la cabeza, comprendió que era imposible enfrentar al santo, optando por reconciliarse con su mujer.
Después de esa misión victoriosa, aún le encargaron otra, que sería la última de su vida: la reconciliación de su ciudad natal, Ravena, con el Papa.
El arzobispo de esa ciudad había sido excomulgado, muriendo sin ser absuelto. Lo cual llevó al pueblo a una actitud de rebeldía contra Roma. Le fue necesario al santo emplear toda su caridad e inteligencia para tranquilizar los ánimos y restablecer la paz.
Una vez obtenida, estaba San Pedro Damián en camino de Faenza, cuando la muerte lo sorprendió a los 65 años, en el Monasterio de Santa María de los Ángeles, donde fue enterrado. Era el día 22 de febrero de 1072.
Su cuerpo fue trasladado varias veces de sepultura, y por lo menos hasta el año 1595 —cinco siglos después— permanecía incorrupto.
León XII, en 1828, le concedió el título de Doctor de la Iglesia.


Notas.-
1. Palabra derivada de Simón el Mago, quien intentó comprar a San Pedro y a San Juan el poder de administrar la Confirmación (cf. Hch. 8, 18-19).
Fuente:  El Perú necesita de Fátima http://www.fatima.pe/articulo-123-san-pedro-damian

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