La vida y martirio de san Eustaquio y de Teopista, su mujer, y de Agapilo y Teopislo, sus dos hijos, escribe Melafraste de esta manera. Fué san Eustaquio caballero y valeroso soldado, y siendo gentil se llamaba Plácido, ó como otros dicen Plácidas; y al cardenal Baronio le parece probable, que haya sido aquel Plácido, de quien hace mención Josefo “De bello judaico”: el cual fué capitán de caballos y sirvió valerosamente á Vespasiano y Tilo, en la guerra que hicieron contra los judíos: en la cual también sirvió Trajano, que después fué emperador. Tenía mujer é hijos Plácido: y aunque era soldado y gentil, era hombre de buenos respetos y moralmente virtuoso, modesto, benigno y amigo de hacer bien. Deleitábase en la caza, tomándola por una manera de ejercicio para la guerra. Yendo un día á caza, y estando apartado de sus criados y cazadores, vio un ciervo de extraña grandeza, y siguiéndole desapoderadamente, con deseo de cogerle, quedó cogido y alumbrado del Señor; porque parándose el ciervo, vio entre los cuernos un crucifijo de inmensa claridad, y oyó una voz que le dijo: Plácido, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesucristo que morí por tu amor; y ahora te deseo salvar. Bajó luego del caballo Plácido: arrojóse en el suelo; y con la novedad sobresaltado y despavorido, estuvo como atónito, hasta que volviendo en sí, tomó ánimo, y como otro Saulo preguntó al Señor, qué mandaba que hiciese.
La vida y martirio de san Eustaquio y de Teopista, su mujer, y de Agapilo y Teopislo, sus dos hijos, escribe Melafraste de esta manera. Fué san Eustaquio caballero y valeroso soldado, y siendo gentil se llamaba Plácido, ó como otros dicen Plácidas; y al cardenal Baronio le parece probable, que haya sido aquel Plácido, de quien hace mención Josefo “De bello judaico”: el cual fué capitán de caballos y sirvió valerosamente á Vespasiano y Tilo, en la guerra que hicieron contra los judíos: en la cual también sirvió Trajano, que después fué emperador. Tenía mujer é hijos Plácido: y aunque era soldado y gentil, era hombre de buenos respetos y moralmente virtuoso, modesto, benigno y amigo de hacer bien. Deleitábase en la caza, tomándola por una manera de ejercicio para la guerra. Yendo un día á caza, y estando apartado de sus criados y cazadores, vio un ciervo de extraña grandeza, y siguiéndole desapoderadamente, con deseo de cogerle, quedó cogido y alumbrado del Señor; porque parándose el ciervo, vio entre los cuernos un crucifijo de inmensa claridad, y oyó una voz que le dijo: Plácido, ¿por qué me persigues? Yo soy Jesucristo que morí por tu amor; y ahora te deseo salvar. Bajó luego del caballo Plácido: arrojóse en el suelo; y con la novedad sobresaltado y despavorido, estuvo como atónito, hasta que volviendo en sí, tomó ánimo, y como otro Saulo preguntó al Señor, qué mandaba que hiciese.
Y el Señor le mandó que entrase en la ciudad, y fuese al sacerdote de los cristianos, y se bautizase con su mujer y con sus hijos, y después volviese á aquel mismo lugar; porque allí le tornaría otra vez á aparecer, y le diría lo que quería que para adelante hiciese. Hizo Plácido luego con grande cuidado y alegría lo que Dios le mandaba. Bautizóse, y tomó en el bautismo nombre de Eustaquio: y su mujer, que antes se llamaba Trajana, se llamó Teopista: y sus dos hijos, el mayor Agapito, y el segundo Teopisto. Hecho esto, volvió Eustaquio al puesto en que le había aparecido el Señor, para entender de él lo que mandaba que hiciese. Estando en oración, y suplicando con grande afecto al Señor que se le mostrase, y que cumpliese su promesa, le apareció el Salvador: y alabándole de lo que ya había hecho, le avisó que el demonio le había de tentar y probar como á otro Job, para que su virtud fuese mas afinada y conocida; pero que tuviese fuerte, porque él le ayudaría, y después de haberle probado, le haría glorioso en la tierra y en el cielo. Con esto desapareció aquella visión, y Eustaquio se volvió á su casa con grande ánimo y gozo, armándose y apercibiéndose contra las batallas de Satanás, y confiando en Dios que le daría victoria de ellas, como se lo había prometido. Y porque Teopista era mujer cuerda y temerosa de Dios, Eustaquio le dio parte de lo que se le había revelado, para prevenirla y disponerla para los trabajos que le habían de venir.
De allí á pocos días entró la pestilencia en casa de Eustaquio, y mató á todos sus criados y criadas. Dio otra enfermedad á todo su ganado mayor y menor, que de ella pereció; y en breve tiempo se halló pobre y desnudo de las grandes riquezas que antes poseía, y comenzó á ser menospreciado en aquella adversidad de los mismos, que en su prosperidad poco antes le acompañaban y servían. Parecióle dejar su patria, é irse á vivir á alguna parle remota y escondida: y tomando á su mujer y á sus dos hijos (que eran de poca edad), y algunas pocas cosillas que le habían quedado, se partió de noche camino de Egipto, donde pensaba vivir. Siguiendo su camino, llegó á un puerto, y halló en él un navío aprestado: entró en él; y el patrón de él puso los ojos en Teopista (que era hermosísima), y preso y cautivo de su amor, se determinó á quitarla á su marido, y pudo tanto, que lo hizo, sin ser parte él para librarla, ni sacarla de sus manos: aunque el Señor la libró, sin saberlo san Eustaquio; porque, queriendo hacerle fuerza el patrón de la nave, Dios le quito la vida, y la guardó á ella entera con su muerte, y le dio el fin que adelante se verá. Salió del barco con sus dos hijos triste y lloroso san Eustaquio, por haberle quitado la mujer con tanta violencia; mas acordándose de las palabras que el Señor le había dicho, y pidiéndole sufrimiento y perseverancia en su amor, siguió su camino con sus dos hijos. Llegó á un rio, que por su gran corriente no se podía fácilmente vadear: y como Eustaquio era hombre de grande ánimo, y muchas fuerzas, dejando al uno de sus hijos á la orilla del rio, tomó el otro sobre sus hombros, y pasóle á la otra parte, y púsolé allí para volver con el segundo hijo. Ya que se llegaba á él, vio que un bravo león le arrebataba y llevaba asido. Atravesó este caso el corazón del amoroso padre con un cuchillo de dolor; porque no podía socorrer á su hijo, ni librarle de las garras del león: y encomendándose á Dios, determinó volver al otro hijo, que había dejado de la otra parte del rio, y yendo por él, vio que un lobo se le llevaba, sin poderle el triste padre socorrer ni remediar. ¿Quién no se maravilla de los juicios de Dios? ¿Quién no se espantará de los caminos que toma, para probar, coronar y glorificará sus escogidos? Habiendo san Eustaquio perdido los criados, la hacienda y la honra, perdió juntamente la mujer y los hijos; pero no perdió la fortaleza y constancia, porque estaba fundado en Dios, y confiaba en sus promesas y palabras. Vio san Eustaquio su pobreza, y que tenía necesidad de trabajar por sus manos, si quería comer: y, llegado á un pueblo que se llamaba Badilo, asentó con un labrador rico, para cultivar la tierra, y trabajar en el campo; y así lo hizo por espacio de quince años, con gran paciencia y longanimidad, aguardando el tiempo del consuelo, y de la benignidad del Señor: la cual, aunque algunas veces nos parece que tarda, al fin nunca desampara á sus siervos, y el dilatarlas consolaciones, es para doblarlas, y acrecentar más la corona; como acaeció á san Eustaquio, de la manera que aquí diré.
Sucedió al emperador Trajano una guerra muy peligrosa: y como había sido compañero de Plácido en la guerra de Vespasiano y Tito contra los judíos (como dijimos), y conocía su gran valor y experiencia en las cosas de la guerra, determinó nombrarle por capitán general de su ejército, y encomendarle aquella empresa tan dificultosa. Mas habiendo entendido que Eustaquio, por los infortunios que le habían venido, se había ausentado con su mujer é hijos, y no parecía; envió criados y mensajeros suyos por todas partes, para buscarle, por el deseo grande que tenía de hallarle, y encargarle aquella jornada. Los mensajeros del emperador, después de haberle buscado en muchas partes con gran curiosidad y diligencia, al fin le hallaron; pero tan trocado, y en hábito tan diferente, que aunque él los conoció, no le conocieron, hasta que después por ciertas señas entendieron que era el que buscaban; y con increíble gozo le dieron el recado del emperador: y desnudándole de los pobres y rústicos vestidos, le vistieron de las ropas que traían. San Eustaquio se dejó vestir; porque entendió que aquel era negocio de Dios, que se quería servir de él en aquella jornada, y comenzaba á cumplir sus promesas, y á darle serenidad y algún alivio después de tan cruel y horrible tormenta. Hízole Trajano su capitán general, y dióle las insignias acostumbradas: comunicóle todo lo que pertenecía á aquella jornada, confiando mucho que tendría buen suceso por su gran valor y virtud. Mandó san Eustaquio hacer gente de nuevo; porque la que tenía, no le pareció bastante. La guerra tuvo el fin que se podía desear, quedando los enemigos desbaratados, destrozados y vencidos, y sus tierras destruidas y quemadas; y el ejército de san Eustaquio volvió victorioso, y cargado de despojos. Pero para que se entienda mejor la providencia paternal que Dios tiene de los suyos, y que no hay cosa que resista á su voluntad; sucedió una cosa maravillosa, y digna de considerarse con mucha atención y ponderación.
Paró san Eustaquio con el ejército en una aldea, y entretúvose en ella tres días, para descansarle y recrearle. Comenzaron algunos soldados (como suelen, cuando no tienen qué hacer) á razonar entre sí, y pasar tiempo, contando sus varios casos y acaecimientos. Uno dijo á los otros, que él había tenido un padre capitán, rico y noble, y una madre de extremada hermosura, y un hermano menor de muy gracioso aspecto, y que habiendo salido de su casa por cierta ocasión, que él no sabía, yendo camino con ellos, entraron en una nave, de la cual había salido su padre muy lloroso y triste, sin haber visto más á su madre; y que al pasar un rio caudaloso, su padre había tomado al otro hermano menor en los hombros, y dejádole á él de esta otra parte del rio para pasarle después; y que estando el hermano á la una parte del rio, y el otro á la otra, a él le había arrebatado un león, y á su hermano un lobo al mismo tiempo; más que por la providencia del cielo el león á él no le había hecho daño, porque allí cerca estaban unos pastores, que, viéndole, acudieron á él, y se le quitaron de las uñas, y compadeciéndose de él, le habían criado, y hecho hombre: aunque estaba con gran cuidado; porque no sabía nada de aquel otro hermano suyo, ni de su padre, ni de su madre. Estaba presente á este razonamiento el otro hermano menor, que también era soldado: y después que por las señas entendió que aquel era su hermano, no se pudo tener que, lleno de increíble gozo y admiración, y derramando muchas lágrimas de alegría, no corriese á él, y le abrazase, y le dijese: Hermano mío dulcísimo, yo soy vuestro hermano, que, como á vos os libraron los pastores del león, á mí unos labradores me libraron del lobo, y también me criaron y sustentaron. Y para mayor y más extraña maravilla, ordenó la divina Providencia, que en aquella misma aldea, donde esto pasó, estuviese Teopista, madre de los dos mozos, sirviendo en traje pobre y humilde, y morase allí cerca, donde sus dos hijos (de la manera que habernos referido) se habían conocido: y entendiendo que aquellos dos eran sus hijos, revivió, como si resucitara de muerte á vida, y los abrazó, y se les dio á conocer, y ellos la tuvieron por madre, la cual, deseando volver á su patria con sus dos hijos, se fué al capitán general Eustaquio, y le dijo quién era, y le suplicó que le mandase dar alguna comodidad, para volver segura y quieta á su tierra con el ejército. Al tiempo que le hablaba, por dispensación del Señor, resplandeció el rostro de san Eustaquio, de manera, que ella conoció que era su marido. Finalmente, por las cosas particulares y domésticas, que ella le contó de su vida pasada, se vinieron á conocer, y alabar, y ensalzar infinitamente al Señor, que los había guardado de tantos peligros, y librado á ella de la deshonestidad y violencia del patrón de la nave, y á sus hijos de las fieras, y á él de tanta miseria y calamidad, y que por un camino tan maravilloso se hubiesen tornado á juntar para gloria de su santo nombre. De aquí partió san Eustaquio victorioso con su ejército: entró en Roma, donde ya era muerto el emperador Trajano, é imperaba Adriano, su sucesor: el cual, aunque honró mucho á san Eustaquio, y le agradeció el trabajo que había tomado en aquella guerra, y le hizo muchas mercedes; pero queriendo agradecer á sus falsos dioses la victoria, y viendo que san Eustaquio no quería entrar en los templos para hacerles sacrificio, y que en efecto era cristiano; privándole de la dignidad que tenía, le mandó prender á él y á su mujer é hijos, y echarlos á los leones: los cuales se postraron á sus pies, lamiéndolos mansamente, y haciéndoles reverencia.
Mas el emperador Adriano no se amansó, antes se embraveció más, y mandó hacer un buey grande de metal, y encenderle, y echar á los santos mártires en él, para que así fuesen asados, quemados, y hechos ceniza. Los bienaventurados mártires, armados de la señal de la cruz, de fé, y de constancia, haciendo gracias al Señor por las mercedes que hasta aquel punto les había hecho, humildemente le suplicaron que los recibiese en sacrificio, como había recibido la sangre del primer mártir San Esteban, y de los otros mártires, y que concediese todo lo que para bien de sus almas pidiesen los que se encomendasen en sus oraciones: y oyeron una voz del cielo que les dijo, que Dios había oído su petición, y que tuviesen por cierta la corona. Entraron con grande alegría en el buey de metal, hecho un fuego, y estuvieron allí tres días encerrados: y abriéndole después, hallaron los cuerpos muertos, pero resplandecientes, y tan enteros, y sin lesión, como si estuvieran vivos, porque no les faltaba un pelo de su cabeza; y con este milagro muchos de los gentiles se convirtieron, y otros quedaron atónitos y confusos. Fué el martirio de san Eustaquio á los 20 de septiembre, el primer año del imperio de Adriano, y el de 120 del Señor. Escribió la vida de San Eusiaquio Melafrasto (como dijimos), y hacen mención de él los Martirologios, romano, de Beda, Usuardo, y Adon. Niceforo le llama otro Job. por su gran paciencia, y san Juan Damasceno cita los actos de su vida. Y en Roma hay una ilustre y antigua iglesia de San Eustaquio, donde se suelen hacer limosnas á los pobres; y en un ritual antiguo se halla una oración, en la cual se pide para el que hace la limosna, que sea particionero de la gloria del bienaventurado mártir san Eustaquio; pues es imitador de sus ejemplos.