Martirologio Romano: San Cirilo de Jersusalén, obispo de Jerusalén y doctor de la Iglesia, que a causa de la fe sufrió muchas injurias por parte de los arrianos y fue expulsado con frecuencia de la sede. Con oraciones y catequesis expuso admirablemente la doctrina ortodoxa, las Escrituras y los sagrados misterios (444).
Doctor del Santo Bautismo
Parecía bien que estos días consagrados a la instrucción de los catecúmenos, la Iglesia tributase sus homenajes al Pontífice cuyo nombre evoca mejor que ningún otro, el celo y prudencia que deben desplegar los pastores para preparación al Santo Bautismo. Durante mucho tiempo el pueblo cristiano se limitó a tributar los honores debidos a tan gran doctor con sólo mencionarle anualmente en el martirologio. Mas a la antigua expresión de reconocimiento por los servicios prestados en tiempos pasados, se junta hoy, con relación a San Cirilo, la necesidad de una institución no menos necesaria que en los primeros años del cristianismo. Es cierto que se confiere ahora el bautismo en la infancia; antes de que el hombre pierda la inocencia, la verdad se ha posesionado de él por medio de la fe infusa. Pero con frecuencia, el niño no encuentra a su alrededor la defensa que le es necesaria por su debilidad; la sociedad moderna ha renegado de Jesucristo y su apostasía, sofoca bajo la hipócrita neutralidad de pretendidas leyes, el germen divino en el bautizado antes de que haya arraigado y fructificado. Ante la sociedad como ante el individuo el bautismo tiene sus derechos y no podemos honrar mejor a San Cirilo que haciéndonos eco, en el día de su fiesta, de estos derechos del primero de los sacramentos respecto de la educación que él exige de los bautizados.
Deberes de los Gobiernos para con los bautizados
Durante quince siglos el pueblo occidental, cuyo edificio social tenía por base la fe romana, mantuvo a sus miembros en la ignorancia de la dificultad en que se encuentra un alma al pasar de las regiones del error a la luz pura. Bautizados como nosotros al pasar los umbrales de la vida y establecidos en la verdad, nuestros padres nos llevaban la ventaja de palpar como el poder civil, de acuerdo con la Iglesia, defendía en ellos este gran tesoro de la plenitud de la verdad, al mismo tiempo que aquella salva guardaba al mundo entero. Es deber del rey o de cualquiera—no importa el título—que vaya al frente de un pueblo, la protección de los particulares; y la gravedad de este deber estriba en la importancia de los intereses que garantiza; pero esta protección ¿no es tanto más gloriosa para el porvenir cuanto que se endereza a los pobres e imposibilitados de la sociedad? Nunca se ha manifestado mejor la majestad de la ley humana que en las cunas donde guarda al recién nacido, y al niño huérfano sin defensa, su vida, su nombre y su patrimonio.
Dignidad de los bautizados
Así pues, el niño que ha salido de la sagrada pila cuenta con prerrogativas que superan a las que les pudieran dar la riqueza y la fortuna de sus antepasados y la fecundidad de su misma naturaleza. La vida divina reside en él; su nombre de cristiano le hace al igual de los ángeles; su herencia consiste en esta plenitud de verdad de la que hablamos poco ha, que no es otra cosa que Dios mismo poseído en la tierra por la fe, en la espera que se descubra a su amor en la felicidad de la visión eterna.
¡Qué grandeza, pues, en estas cunas donde llora la débil infancia!, pero también ¡qué responsabilidad para el mundo! Si para distribuir estos bienes Dios no espera a que aquellos a quienes deben ser conferidos hayan llegado a una edad suficiente para estimarlos; es sin duda por que este apresuramiento manifiesta la impaciencia de su amor, pero es así mismo porque cuenta con ese mundo para a su debido tiempo hacer la revelación de su dignidad a los hijos del cielo, para formarlos en los deberes que son consecuencia de su nombre, para elevarlos como con viene a la dignidad de hijos de Dios. La educación del hijo de un rey responde a su estirpe; aquellos a quienes se concede el honor de instruir les tienen naturalmente en cuenta su título de príncipe y por tanto los mismos conocimientos comunes a todos le son presentados y armonizados en lo posible con su alto destino. Todo, en efecto, concurre para el mismo fin, que no es otro que disponerle a llevar gloriosamente su corona. ¿La educación de un hijo de Dios merécenos consideraciones? ¿Sería lícito olvidar su destino y origen en la atención que se le prodigan?
Derechos de la Iglesia a la educación
Nada más cierto que sólo la Iglesia aquí abajo es capaz de explicar el origen de los hijos de Dios; sólo ella conoce los medios más convenientes de aunar todos los elementos del conocimiento humano con vistas al fin supremo que domina la vida del cristiano. ¿Qué debemos, pues, concluir sino que la Iglesia es por derecho la primera educadora de las naciones? Cuando crea escuelas, es porque todos los grados de las ciencias la interesan igualmente y entonces la misión recibida de ella para enseñar vale más que todos los diplomas y títulos. Por otra parte, cuando tales diplomas no han sido entregados por ella misma, el uso de estos documentos oficiales requiere su primera y principal legitimidad ante los cristianos por el reconocimiento de aquella estando en su pleno derecho al mantenerlos siempre bajo su vigilancia. Porque ella es madre de los bautizados y es derecho de las madres atender a la educación de los hijos cuando no es ella la que de esta educación por si misma.
Deberes de la Iglesia
Al derecho maternal de la Iglesia se añade sus deberes de Esposa del Hijo de Dios y custodia de los Sacramentos. La sangre divina no puede, sin pecado, derramarse inútilmente sobre la tierra; de las siete fuentes por las cuales el Hombre-Dios ha querido que tuviera lugar la fusión de esta sangre en virtud de la palabra de los ministros de la Iglesia, ni una sola se debería abrir si no fuese con la esperanza fundada de un efecto verdaderamente saludable y que responda al fin del Sacramento del que se hace uso. El bautismo sobre todo, que eleva al hombre de las profundidades de su nada a una nobleza sobrenatural, debería estar sometido en su administración a las reglas de una prudencia tanto más exigente cuanto que el título divino que confiere es eterno.
El bautizado que ignora voluntaria o forzosamente sus deberes y sus derechos se asemeja a aquellos hijos de familia que, sin culpa o con ella, serían la afrenta de sus descendientes al desconocer las tradiciones de la raza de donde proceden y arrastran inútilmente por el mundo una vida degenerada. Por tanto, lo mismo ahora que en tiempo de San Cirilo de Jerusalén, la Iglesia no puede admitir ni ha admitido nunca a la fuente sagrada sin exigir del candidato al bautismo la garantía de una instrucción suficiente. Si es adulto debe dar por sí mismo la garantía de sus conocimientos; si todavía no tiene edad, y, sin embargo, la Iglesia los admite en la familia cristiana, es, porque debido al cristianismo de los mismos que los presentan y al estado social que los rodea, abriga para él la esperanza de una educación en conformidad con la vida sobrenatural hecha ya suya por el sacramento.
La Iglesia educadora
Ha sido necesaria la consolidación indiscutible del imperio del Hombre-Dios sobre el mundo, para que la práctica del bautismo de los niños haya llegado a ser general, como lo es hoy, y no debemos extrañarnos si, la Iglesia, a medida que avanzaba la conversión de los pueblos, se haya encontrado envestida ella sola del deber de educar a las nuevas generaciones. Los cursos estériles de gramáticos, filósofos y retóricos a quienes solamente faltaba el único conocimiento necesario, el del fin de la vida, fueran pronto suplidos por las escuelas episcopales y monásticas, donde la ciencia de la salvación, a la vez que tenía el primer lugar, iluminaba a todas las otras con la verdadera luz. Regenerada ya la ciencia por el bautismo dio origen a las universidades que reunieron en fecunda armonía todo el conjunto de conocimientos humanos hasta entonces sin vínculo común y con frecuencia opuestos los unos a los otros. Desconocidas para el mundo antes del cristianismo, único portador de la solución de gran problema del fin de las ciencias, las universidades, cuyo objeto primero fué esta misma unión, permanecen por esta razón bajo el dominio inalienable de la Iglesia.
Vana pretensión de un Estado neutral
En vano el Estado de nuestros días, paganizado de nuevo, pretende negar a la madre de los pueblos y atribuirse a sí mismo el derecho de calificar con este nombre de Universidad sus escuelas superiores. Las naciones descristianizadas se encuentran, lo quieran o no, sin derecho para fundar, sin fuerza para mantener en ellas estas instituciones gloriosas, en el verdadero sentido del nombre que han llevado y realizado en la historia. El Estado sin fe no mantendrá jamas en la ciencia otra unidad que la unidad de Babel. ¿Es que no podemos constatarlo ya con toda evidencia? El monumento de orgullo que quiere levantar frente a Dios y su Iglesia no tendrá otro efecto que renovar la espantosa confusión de que la Iglesia había arrancado a las naciones paganas cuyos errores vuelven a ser su patrimonio. El espoliador y el ladrón podrán revestirse de los títulos de la víctima que ha despojado, más la impotencia en que se encuentra de hacer gala de las cualidades que estos títulos, suponen no tienen otro resultado que evidenciar el robo cometido a su legítimo propietario.
La neutralidad
Pero ¿es que negamos al Estado pagano o neutral, como hoy se dice, el derecho de educar a su manera a esos fieles que él ha creado a su imagen? En modo alguno. La protección que la Iglesia invoca como un derecho y un deber sólo se extiende a los bautizados. Y no lo dudemos; si la Iglesia constatase un día, que la sociedad no ofrece ya ninguna garantía al bautizado, volverá a la disciplina de aquella primera edad, en que la gracia del Sacramento que nos hace cristianos, no era concedida a todos indistintamente como sucede hoy sino tan sólo a los adultos que se mostraban dignos de ella o a los hijos de las familias que ofrecían las garantías necesarias a su responsabilidad de Madre y Esposa.
Las naciones entonces se dividirán en dos bandos: de una parte los hijos de Dios que vivirán de su vida y serán herederos de su trono; de otra los hombres invitados como todos los hijos de Adán a formar parte de esta nobleza sobrenatural, habrán preferido permanecer los esclavos de quien los quería por hijos en este mundo convertido por la Encarnación en su palacio. La educación común y neutral se presentará entonces más irrealizable que nunca; por muy neutral que se la suponga las escuelas de los servidores del palacio no serán apropiadas a los príncipes herederos.
Protección de los Santos Doctores
¿Están ya cerca los tiempos en que los hombres excluidos por su nacimiento del bautismo, deberán conquistar por sí mismos el privilegio de admisión en la familia cristiana? Solamente Dios lo sabe; pero no dejan de existir indicios que nos lo hacen creer. La institución de la fiesta de hoy significa, tal vez, en los designios de la providencia, un vínculo con las exigencias de la nueva situación que se crea a la Iglesia en relación con esto. Apenas hace una semana que presentábamos nuestros homenajes a San Gregorio Magno, el doctor del pueblo cristiano; cinco días antes era el Doctor de las escuelas, Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta era solemnizada por la juventud cristiana estudiantil; ¿por qué hoy, después de quince siglos, este nuevo Doctor, doctor de una porción ya desaparecida, los Catecúmenos, sino porque la Iglesia ha visto los nuevos servicios que Cirilo de Jerusalén está llamado a prestar con los ejemplos ya las enseñanzas contenidas en las Catequesis?1
Las 24 Instrucciones atribuidas a S. Cirilo se encuentran en el tomo XXXIII de la Patrología griega. Están divididas: 1.°, una catequesis preliminar que tiene por objeto preparar a los oyentes a seguir con fruto los ejercicios que preceden a la recepción del bautismo. 2.°, dieciocho pronunciadas durante Cuaresma, que tratan de los artículos del Símbolo bautismal de Jerusalén. 3.º, un grupo de cinco catequesis designadas con el nombre de “catequesis mistagógicas”, que explican las ceremonias observadas en la administración del bautismo, y los Sacramentos de la Confirmación y de la Eucaristía. Fueron pronunciadas ante los neófitos en el curso de semana que siguió a la fiesta de Pascua, para acabar con ellas la formación de los recién bautizados.
Estudios recientes demuestran que, en adelante, será imprudente colocar estos últimos entre las obras de San Cirilo, y que es necesario atribuirlas a su sucesor en el episcopado, Juan de Jerusalén. (Mufteon. t. LV, p. 43, art. de W. J. Swaans, M. O.).
Cuántos cristianos cuyo único gran obstáculo en su retorno a Dios, es una ignorancia desesperante, más profunda todavía que aquella de la que el celo de San Cirilo procuraba sacar a paganos y judíos.
Vida
San Cirilo nació hacia el año 315. Entregado al estudio de la Sagrada Escritura, llegó a ser un valiente defensor de la fe ortodoxa. Ordenado sacerdote en 345, fué encargado de predicar la palabra de Dios y con esta ocasión compuso sus Catequesis, donde sentó sólidamente todos los dogmas contra los enemigos de la fe. Hecho Obispo de Jerusalén, tuvo mucho que sufrir de parte de los arríanos, que le expulsaron en 357. A la muerte del emperador Constancio pudo volver, pero sufrió un nuevo destierro bajo Valente hasta que. por fin, fué restablecido en su silla por Teodosio. Murió en Jerusalén, en 386, después de 35 años de episcopado. León XIII le declaró Doctor de la Iglesia.
Plegaria a San Cirilo de Jerusalén
¡Oh Cirilo, tú fuiste un verdadero hijo de la luz! La sabiduría de Dios había conquistado desde la infancia tu amor; te levantó como faro que brilla junto al puerto y salva, atrayéndole a la orilla, al desgraciado que se encuentra sumergido en la noche del error. En el lugar mismo donde se habían realizado los misterios de la Redención del mundo, y en aquel siglo IV, tan fecundo en doctores, la Iglesia te confió la misión de preparar al bautismo las almas que la victoria reciente de cristianismo conducía a ella desde todas las condiciones sociales. Alimentada con la Escritura y las enseñanzas de la Madre común, la palabra brotaba de tus labios abundante y pura. La historia nos enseña que, impedido por otros cargos de tu sagrado ministerio de poder consagrar tus atenciones exclusivamente a los catecúmenos, debiste improvisar tus catequesis, donde la ciencia de la salvación se desprende con seguridad y llaneza hasta entonces desconocidas y nunca después superadas.
Para ti, Santo Pontífice, la ciencia de la salvación consistía en el conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, contenido en el símbolo de la Iglesia; la preparación al bautismo, a la vida de amor, significaba para ti la adquisición de esta ciencia, la única necesaria, a la vez profunda y directora de todo el hombre, no por la impresión de un vano sentimentalismo, sino bajo el imperio de la palabra de Dios, recibida como tiene derecho a serlo, meditada día y noche y que penetra hasta el fondo del alma para establecer en ella la plenitud de la verdad, la rectitud moral y el desprecio del error.
Súplica al pastor
Confiado en tus oyentes, no temías descubrirles los argumentos y las abominaciones de las sectas enemigas. Hay tiempos y circunstancias cuya apreciación pertenece a los jefes del rebaño, en que deben menospreciar la repugnancia que inspiran tales exposiciones para denunciar el peligro y poner en guardia a sus ovejas contra los escándalos del espíritu o de las costumbres. Con razón, oh Cirilo, tus airadas invectivas perseguían al maniqueísmo hasta el fondo mismo de sus antros impuros. En él adivinabas al agente principal de ese misterio de iniquidad, que prosigue su marcha tenebrosa a través de los siglos hasta que consiga hacer sucumbir al mundo con su ponzoña y su orgullo.
Manes reina en nuestros días en plena libertad; las sociedades secretas creadas por él, han llegado a ser soberanas. Las sombras de las logias continúan, es cierto, ocultando a los profanos sus símbolos sacrílegos tomados de los persas; más la habilidad del príncipe de este mundo ha concentrado ya, en las manos de este fiel aliado suyo, todas las fuerzas sociales. Hoy el poder le pertenece y el primer y único uso que hace de él, es para perseguir a la Iglesia por odio a Cristo. Le niega el derecho de enseñanza, recibido de su Cabeza; a los mismos hijos engendrados por ella, que la pertenecen por el derecho del bautismo, se pretende arrancárselos a viva fuerza e impedir que presida su educación.
Oh Cirilo, a quien ella acude en demanda de socorro en estos tiempos desafortunados, no defraudes su confianza. Conoces las exigencias del Sacramento que engendra a los cristianos. Protege el bautismo en tantas almas inocentes, en quienes se quiere hacerlo desaparecer. Sostén despierta, si fuere necesario, la fe de los padres cristianos; que comprendan que su deber es proteger a sus hijos con su propia sangre, antes que entregar a las bestias el alma de estos hijos, que es más preciosa todavía.
Muchos, y éste es uno de los grandes consuelos de la Iglesia al mismo tiempo que la esperanza de una sociedad atacada por todas partes, han comprendido el deber que se imponía en estas circunstancias. Siguiendo la ley de su con ciencia y amparándose en su derecho de padres de familia, prefirieron sufrir la violencia de la fuerza bruta de nuestros gobiernos, antes que hacer una sola concesión a los caprichos de una legislación del Estado pagano, tan absurda como odiosa. Bendícelos y aumenta su número. Bendice igualmente, sostén e ilumina a los fieles que se entregan a la tarea de instruir y salvar a esos niños, a quienes venden los poderes públicos. ¿Hay misión más urgente en nuestros días que la del catequista? ¿Hay alguna que pueda y deba llegar más al corazón?