Me acuerdo de que, cuando era niño, cierto profesor jesuita del colegio San Luis me contó que un diplomático japonés, habiendo asistido [en Brasil] al carnaval – que en Japón no se conmemoraba – envió a su gobierno la siguiente descripción:
“…durante tres días se vuelven todos locos y practican los mayores absurdos; después, repentinamente, el sentido les vuelve y recobran el juicio”.
En efecto, hay una regla de moral que afirma: “Nada pésimo se hace súbitamente”.
Es contra todas las reglas de la psicología humana suponer que personas muy dignas, muy moralizadas, muy sensatas, consiguen dejar de lado completamente sus ideas durante los tres días de carnaval, y después las reponen intactas, inmaculadas, sólidas, después de los festejos de Momo.
Ideas no son ropas que se ponen o se sacan.
Si alguien procede, durante el carnaval, de modo extremadamente liviano, esto es una prueba de que anteriormente ya había una falla en la coraza moral de su persona.
Por otro lado, si esa falla puede haber ocasionado la renuncia momentánea a ciertas actitudes y a ciertas ideas durante el carnaval, ¡cómo es difícil volver después a la primitiva línea de moral!
No nos engañemos. Se equivocan, y se equivocan miserablemente, los que suponen que el carnaval constituye apenas un paréntesis de locura.
Él es un tumor que estalla y, a través de sus secreciones, se puede evaluar bien todo el tamaño de la infección que, de manera más o menos disfrazada, ya minaba anteriormente al organismo.
Tres días después ese tumor se cicatriza, aparentemente.
Entretanto, lo hace dejando una base siempre más profunda, siempre más dolorosa, siempre más peligrosa, para el tumor del año siguiente.
(*) Traducción por el sitio Familia Uruguaya Cristiana.