San Roque, el santo para la ‘era coronavirus’: cómo se hizo abogado contra las epidemias
A San Roque se le reza cada 16 de agosto, aunque en tiempos de coronavirus, muchos cristianos oran e invocan su nombre cada día
Agosto en 2020 fue cualquier cosa menos un agosto común: cinco meses después de que se declarara el estado de alarma tras la fuerte irrupción del coronavirus, y ya con éste levantado, el país sigue tratando de salir de la crisis provocada por una pandemia mundial que ha dejado miles de muertos en todo el planeta. Una pandemia, en pleno siglo XXI, cuando uno ya se había acostumbrado a escuchar las consecuencias de las graves epidemias de la historia, muy atrás en el pasado. La gripe española es una mancha negra en el historial de nuestro país —aunque no fue el epicentro del problema, fue considerado el supuesto foco principal donde muchos creen que se originó la enfermedad—, pero unos seis siglos atrás había tenido lugar lo que hasta ahora ha sido la pandemia más devastadora de la humanidad.
La epidemia de la peste negra se cree que pudo acabar con la vida de entre 50 y 200 millones de personas; su origen, igual que la del covid-19, fue Asia y se fue expandiendo hacia Europa a través de las rutas comerciales. Hace algo más de un mes, saltaron las alertas en medio mundo, susceptible dadas las circunstancias, por algunos casos confirmados de peste bubónica en Mongolia, infección que dio origen a esta brutal pandemia. Se trata de una forma relativamente común de peste a nivel mundial, cuyo principal vector es la pulga: normalmente el bacilo Y. pestis ingresa en una picadura provocada por este insecto y se traslada a través del sistema linfático hasta el ganglio más próximo, donde se replica; si se extiende, la bubónica puede evolucionar y alcanzar los pulpones, provocando un tipo más severo de enfermedad denominado peste neumónica, mucho más virulenta, aunque con tasas de recuperación altas si se trata en las 24 horas posteriores al inicio de los síntomas.
San Roque y la peste negra
La peste bubónica es endémica en diferentes áreas del mundo (entre ellas, Mongolia), pero los avances de la ciencia han hecho que sea fácilmente tratable esta enfermedad. No lo fue en 1347, cuando se inició esta epidemia, y en la cual tuvo cierta importancia una figura a la que el santoral católico recuerda cada 16 de agosto. De la vida primera de San Roque se conoce relativamente poco: que nació en torno a los siglos XIII y XIV en la antigua región de Languedoc, actual Montpellier, entonces parte del reino de Mallorca. Allí se cree que adquirió nociones y conocimientos médicos.
San Roque había quedado huérfano de muy joven, y ya entonces quiso hacer realidad una cita de Mateo en su evangelio que decía: “Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y de este modo tendrás un tesoro en el cielo. Luego, vente conmigo”. Y así lo hizo: optó por seguir a Jesús en la pobreza e inició su peregrinación a Roma. A su paso por la región de la Toscana, Roque se alojó en una ciudad llamada Acquapendente, a unos 150 kilómetros aún de su destino final, interrumpiendo su peregrinaje para atender en hospitales a enfermos afectados por la peste; en lugar de viajar directamente a Roma, fue haciendo paradas en diferentes ciudades donde sabía que mucha gente estaba sufriendo esta epidemia, aprovechando así los conocimientos médicos adquiridos en su Montpellier natal.
Después de llegar a Roma, comenzó su camino de vuelta y se cuenta que incluso llegó a curar a un cardenal afectado por esta peste en la ciudad de Caesena (actual Cesena, en la Emilia-Romagna), quien acabó presentando a Roque ante el papa. También pasó por Rímini, donde quiso predicar el evangelio y ayudar a todo el que pudiera.
Abogado contra la peste… y protector de perros
De regreso a su ciudad de origen, en la ciudad de Piacenza, en el norte de Italia, acabó contrayendo la enfermedad: su cuerpo se llenó de bubones y de manchas negras y azuladas, características de la enfermedad —’muerte negra’ le llaman en suelo italiano—. Sabiendo lo que suponía en la sociedad paceder esta enfermedad, se escapó a las afueras de la ciudad y se refugió en el bosque, con la intención de no ser carga para nadie y morir solo; allí, se refrescaba y bebía de un aljibe, aunque no tenía nada que comer. Hasta que un día, apareció un perro con un pedazo de pan y se lo dio para alimentarlo.
El perro comenzó a ir un día tras otro; por lo visto, cogía el pan de la cocina de su amo y se iba al bosque a dar de comer a Roque. Así pues, mientras alimentaba al santo alimentaba también la curiosidad de su dueño: ¿a dónde llevaría cada día un pedazo de pan? Éste le siguió en una ocasión, hasta dar con un Roque enfermo en medio del bosque; su sencillez y devoción le hicieron tomar la determinación de llevar a Roque a su propia casa, donde buscaría cuidarlo. Roque acabó curándose de la peste, aunque las historias sobre cómo lo hizo son diversas: unas cuentan que fue el perro quien, lamiéndole las heridas, acabó sanándolo; otros, que lo hizo un ángel que se le apareció. Eso sí, una vez sano de nuevo, retomó su papel de sanador de los infectados y no solo se encargó de muchas personas contagiadas de la peste negra, sino también de muchos animales enfermos.
Los que tocados por la peste invocaren a mi siervo Roque se librarán por su intercesión de esta cruel enfermedad
Cerca de la frontera con Suiza, cuando ya se dirigía hacia su Francia natal, fue acusado de espía por un grupo de soldados en la ciudad italiana de Angera; esto, según algunas de las versiones. Otras apuntan a que fue arrestado en la propia Montpellier, acusado de ser un mendigo. En todas las versiones, no obstante, el final de Roque es el mismo: murió en prisión. Así fue cómo Roque se convirtió en el abogado contra la peste y otras epidemias, con multitud de rezos y oraciones a su figura. Venerado en diferentes puntos de España y patrón de muchos municipios, en el de Calabor (Zamora) reside un vecino, Felipe, que recuerda que hay que invocar al santo en esta pandemia de covid-19. “La oración es la base fundamental de San Roque (…). Hay que pedir para que ayuden a los científicos a sacar un medicamento que elimine la enfermedad. San Roque es para todo”, explicaba a la cadena SER.
Oración a San Roque
Glorioso San Roque, rogad por nosotros que, por nuestros pecados, no nos atrevemos a presentarnos delante de Dios. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Roque santo, rogad por nosotros a Dios, que es Padre de misericordia, ahora que gozáis de su vista en la gloria celestial. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
San Roque glorioso, presentad nuestras humildes súplicas, uniéndolas a las de la Inmaculada Virgen María y a las de todos los Santos Franciscanos, para que seamos oídos y podamos dar a todos las gracias en el nombre de Jesús. Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
La Cruz santa + selle nuestra frente.
La Cruz, santa + selle nuestra boca.
La Cruz santa + selle nuestro corazón.
Por el amor que a la cruz profesó San Roque, con cuya señal libró a los pueblos del mal contagioso, libradnos, Señor.
V. Rogad a Cristo, Roque santo, en todas nuestras flaquezas.
R. Para que seamos dignos de sus promesas,
ORACIÓN.- Oh, Dios, que por medio de vuestro Ángel presentasteis al Bienaventurado San Roque una tablilla escrita, prometiéndole que cualquiera que de corazón le invocare quedaría libre de los estragos de la peste, concedednos la gracia de que celebrando su gloriosa memoria, mediante sus méritos y ruegos, seamos libres de todo contagio tanto de cuerpo como de alma. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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- Misericordiosísimo y benignísimo Señor, que con paternal providencia castigáis nuestras culpas, y por la infección del aire nos quitáis la salud y la vida corporal, para que reconociéndonos y humillándonos en vuestro acatamiento, nos deis la vida espiritual de nuestras almas: yo os suplico humildemente por la intercesión de San Roque, que si es para vuestra mayor gloria, y provecho de nuestras almas, me guardéis a mí y a toda esta familia y patria de cualquiera enfermedad y mal contagioso y pestilente, y nos deis entera salud de alma y cuerpo, para que en vuestro santo templo os alabemos y perpetuamente os sirvamos.
- Y vos, oh bienaventurado Santo, que para ejemplo de paciencia, y mayor confianza en vuestro patrocinio, quiso Dios que fueseis herido de pestilencia, y que en vuestro cuerpo padecieseis lo que otros padecen, y de vuestros males aprendieseis a compadeceros de los ajenos y socorrieseis a los que están en semejante agonía y aflicción, miradnos con piadosos ojos, y libradnos, si nos conviene, de toda mortandad, por medio de vuestras fervorosas oraciones, alcanzadnos gracia del Señor, para que en nuestro cuerpo sano o enfermo viva nuestra alma sana, y por esta vida temporal, breve y caduca lleguemos a la eterna y gloriosa, y con vos gocemos de ella en los siglos de los siglos. Amén.