Martirologio Romano: En Cartago, en la actual Túnez, santos, Lucio, Montano, Julián, Victórico, Víctor y Donaciano, mártires, que, por la religión y la fe que habían aprendido de las enseñanzas de san Cipriano, afrontaron el martirio bajo el emperador Valeriano.
Donaciano era catecúmeno y fue bautizado en prisión, murió rápidamente en la cárcel. Flaviano era diácono. No creían que fuera diácono, y a pesar de que ansiaba con toda su alma dar su vida por la fe, por dos veces fue interrogado y enviado de nuevo a la cárcel, mientras sus compañeros morían en el martirio. Por fin, y gracias a su fe en Dios, pudo alcanzar la palma del martirio. Julián, tuvo alguna discusión fuerte con Montano, a causa de una mujer que había sido excomulgada y que Julián había defendido. Entre ellos quedó la frialdad, pero Montano tuvo una visión, que le decía que debía reconciliarse pues el amor era lo único que les podía mantenerlos unidos ante el inminente martirio. Lucio: era de complexión débil. Demostró una gran serenidad ante su proceso. Prímulo: hacía pocos meses que había recibido el bautismo, y fue el primero que fue martirizado. Reno: como muchos de sus compañeros también tuvo una visión en la cárcel, que les animaban a seguir adelante en su confesión de la fe. Víctor. No aparece en las Actas pero sí en los santorales, debe ser un añadido. Victórico: recibió una visión en la que le decían que tendrían la gloria del martirio. En cuanto a Montano las Actas dicen de él: “tan robusto de cuerpo como de espíritu, ya antes del martirio se había hecho famoso por su libertad en decir constante y firmemente lo que la verdad pidiera, sin miramiento alguno a personas”. Parece ser que exhorto a las vírgenes, a conservar su estado, a los herejes, para que vivieran en unidad y, a todos para que el amor fuera su único estado.
Durante los dos años que había durado ya la persecución de Valeriano, muchos cristianos habían alcanzado la corona del martirio, como san Cipriano, en septiembre del año 258. El procónsul Galerio Máximo, que le había condenado, murió poco después, pero el procurador Solón llevó adelante la persecución. En Cartago, el pueblo se levantó contra él, pero la insurreción fue sofocada en sangre. En vez de tratar de descubrir a los verdaderos culpables, Solón se vengó en los cristianos, haciendo prisioneros a ocho discípulos de san Cipriano, casi todos clérigos. Sus Actas son auténticas y redactadas por testimonios oculares. Esta es la historia de su martirio:
Tras de haber sufrido hambre y sed durante muchos meses de prisión, los mártires comparecieron ante el presidente e hicieron una gloriosa confeción. El decreto de Valeriano sólo condenaba a muerte a los obispos, sacerdotes y diáconos. Los compañeros de Flaviano, con más buena voluntad que acierto, dijeron que éste no era diácono y que por tanto no estaba incluido en el decreto del emperador. Así pues, aunque Flaviano afirmó que era diácono, el juez sólo condenó a muerte a sus compañeros. Los mártires se dirigieron gozosamente al sitio de la ejecución y cada uno de ellos hizo una exhortación al pueblo. Lucio, que era un hombre tranquilo y reservado, se había debilitado mucho en la prisión; temiendo que esto le impidiese verter su sangre por Cristo y que muriese entre la muchedumbre que bordeaba el camino, los mártires le pusieron a la cabeza del grupo y le acompañaron en el trayecto. Cuando el verdugo se preparaba ya a descargar el golpe, Montano rogó a Dios que concediese a Flaviano la gracia del martirio, tres días después, a pesar de que el pueblo había obtenido ya la liberación de Flaviano. En señal de que su oración había sido escuchada, Montano desgarró el pañuelo que le cubría los ojos y envió la mitad a Flaviano; igualmente pidió a los cristianos que prepararan la tumba de Flaviano para no separarse de él, ni aun después de la muerte. Por su parte, Flaviano oraba ardientemente para que la corona del martirio no se le retardase mucho.
La sentencia a muerte no llegó tarde a Flaviano y ésta llenó de gozo al mártir, que fue al sitio de la ejecución acompañado por una gran muchedumbre, entre la que se hallaban numerosos sacerdotes. En el sitio de la ejecución, Flaviano oró por la paz de la Iglesia y la unión de los cristianos. Según parece, profetizó a Luciano que sería obispo de Cartago. La profecía se cumplió al poco tiempo. Cuando terminó de hablar, se vendó los ojos con la mitad del pañuelo que Montano le había mandado y, postrado de rodillas en oración, recibió el golpe del verdugo.
FUENTE: Hagiopedia – http://hagiopedia.blogspot.com/2013/05/san-montano-y-companeros-m-259.html