Fué san Crisanto de la ciudad de Alejandría, hijo de un caballero ilustre del orden senatorio, llamado Polemio, el cual había venido á vivir á Roma con toda su casa y familia, y había sido recibido amigablemente del senado y muy honrado del emperador Numeriano. Procuró Polemio que su hijo Crisanto, que era de delicado y alto ingenio, se ejercitase en los estudios de todas buenas letras. Revolviendo, pues, Crisanto libros para sus estudios; por particular providencia del cielo, halló uno en que estaban escritos los Evangelios. Leyólos del principio al cabo, y conoció las tinieblas en que andaba, y que la verdadera luz era Jesucristo. Para mejor entender aquella doctrina que había descubierto, teniendo noticia que un cristiano llamado Carpóforo, bien enseñado en las divinas letras, por temor de la persecución estaba escondido en una cueva, se fué á él, y le pidió con grande instancia le declarase la ley de Jesucristo, y su Evangelio. Hízolo Carpóforo con gran voluntad: enseñóle, bautizóle y confirmóle en la fé, de tal manera, que de allí á siete días públicamente Crisanto predicaba por Roma que Jesucristo era verdadero Dios. Supo Polemio lo que Crisanto, su hijo, había hecho, y lo que predicaba: y parte por el celo de su falsa religión, y parle por temor que no cayese sobre él la pena establecida por ley contra ¡os cristianos, se ensañó fuertemente contra su hijo, y le puso en una oscura prisión, mandándole dar de comer por tasa. Pero viendo que este castigo y rigor no le sucedía bien, tomó otro camino de blanduras y regalos, y por medio de unas mujeres hermosas, ó criadas suyas, pretendió pervertirle y solicitarle á mal, para que, perdiendo la castidad, perdiese más fácilmente la fé de Jesucristo. Sacaron, pues, de la prisión á Crisanto: vistiéronle muy ricamente: pusiéronle en un aposento muy bien aderezado con colgaduras de sedas y telas: entraron las mujeres á hacer su mal oficio; y el santo, en viéndolas (temiendo su flaqueza), volvió los ojos al cielo, y pidió socorro al Señor. Ėl se lo dio de manera, que dice Metafraste; que luego dió á aquellas mujeres un profundo sueño, y se apoderó de ellas de tal suerte, que sino era sacándolas de aquel aposento, no despertaban: y por este medio el Señor libró á Crisanto de aquel peligro. Pareció al padre que era más á propósito buscar una doncella hermosa, graciosa, sabia y prudente, y casarla con su hijo, y hacerla heredera de su hacienda, para que acabase con Crisanto como mujer legitima, lo que las criadas no habían podido acabar. Halló entre las vírgenes de Minerva una, que se llamaba Daría, en quien concurrían todas las gracias y dotes que en una mujer se pueden desear. Habláronla: y con dificultad se pudo acabar con ella que se casase con Crisanto, y se encargase de sanarle de aquella que ellos llamaban locura. Más las lágrimas del viejo Polemio, y el pensar que hacía servicio á sus dioses, la inclinaron á hacerlo.
Vistióse rica y pomposamente: entró donde el mancebo estaba, con gran desenvoltura: acomete con las palabras blandas, avisadas y amorosas, pretendiendo persuadirle que se apartase de la fé de Cristo y se casase con ella: más el Señor detuvo á Crisanto, y le dio tal gracia del cielo y tan buenas y eficaces razones, hablando con Daría, que ella cayó en el lazo que armaba á Crisanto, y favorecida de Dios, se rindió, y dijo que sería cristiana. Concertaron entre sí los dos de guardar fielmente virginidad, y publicar que eran casados; y con este medio fué libre Crisanto de la prisión y guarda en que su padre le tenía. Daría se bautizó, y los dos vivían como hermano y hermana, en toda honestidad. Y como es propio de! virtuoso desear y procurar que todos lo sean, aconsejaban á las personas con quienes trataban, que recibiesen la fé de Cristo nuestro Salvador, y guardasen virginidad; y en efecto lo persuadieron á muchos, Crisanto á los hombres, y Daría a las mujeres. Súpose esto en Roma; y Celerino, prefecto, los mandó prender, y entregar á Claudio, tribuno, para que examinase la causa y los castigase si fuesen culpados. Mandó Claudio llevar á Crisanto al templo de Júpiter; y por no haberle querido adorar, le azotaron cruelmente, Hiciéronlo los verdugos con tanta crueldad, que por las heridas y golpes que le dieron, se descubrían sus huesos, y se parecían las entrañas. De allí le llevaron á la cárcel y le echaron en un oscuro calabozo, y le cargaron de hierros y cadenas, esparciendo por el suelo cosas sucias y de mal olor: más á vista de los verdugos se tornaron polvo las prisiones, y en lugar del mal olor se sintió un olor y fragancia suavísima. Desollaron un becerro, y pusieron á Crisanto desnudo dentro de él, y tuviéronle todo un día al sol; y ningún daño recibió de esto. Tornáronle á poner en la cárcel con muchas cadenas; mas luego se quebraron y consumieron, y aparecieren tantas luces en aquel calabozo, que quedó muy claro y resplandeciente. Atáronle de nuevo: y queriéndole azotar con varas de hierro, en tomándolas los verdugos en las manos, se tornaban blandas y no podían dar golpe con ellas. Convencióse el tribuno que aquello no se podía hacer por arte mágica y de encantamiento, sino que era la mano y poder de Dios; y alumbrado con su luz, se echó á los pies de san Crisanto, y le rogó que le perdonase el mal que le había hecho, y que suplicase al Dios que él confesaba, y de quien era en tantos y tan atroces tormentos amparado, que le perdonase y le diese su conocimiento. Lo mismo hicieron todos sus soldados, y fueron bautizados Claudio, Jason y Mauro, hijos suyos, é Hilaria, su mujer, con toda su familia, y todos los soldados que estaban á su cargo, y otra mucha gente.
Supo el emperador Numeriano lo que pasaba, y mandólos matar á todos. Claudio fué echado al rio Tiber con una pesa grande al cuello, y ahogado; los demás fueron degollados. Hilaria, mujer de Claudio, algunos días después, estando haciendo oración en la cueva, donde habían sido puestos los cuerpos de todos aquellos santos mártires, fué presa por los gentiles: y queriéndola llevar delante del emperador; ella pidió tiempo para hacer oración, y en ella rogó á Dios, la llevase en compañía de su marido é hijos. Oyóla el Señor, y allí dió su alma á Dios; y así quedó su cuerpo en compañía de los otros santos. A Crisanto mandó el emperador poner en la cárcel, llamada Tuliano, que era oscura y dura: y á Daría llevar al lugar de las mujeres públicas: donde, puesta la santa doncella en aquel afrentoso lugar, lo convirtió con su presencia y oración en un devoto oratorio; porque el Señor envió un león, que habiéndose soltado de la leonera en que estaba, se puso delante de Daría, como quien la quería defender. Entró un mozo lascivo y deshonesto sin saber lo que pasaba, para afrentar y hacer fuerza á la santa virgen: salió á él el león: derribóle en el suelo; y teniéndole allí caído, y con el pavor y sobresalto, más muerto que vivo, miraba á la santa para ver lo que le mandaba que en aquel desventurado mozo hiciese. Mandóle que no le hiciese mal: y tomando ocasión de lo que él hacía, para obedecer á Dios, habló al mozo, y lo convirtió á la fé de Jesucristo: y libre ya de las garras del león (á quien la santa mandó que le dejase), comenzó á dar voces por toda la ciudad, que no había otro Dios, sino Jesucristo, á quien adoraban los cristianos. Fueron por el león, los que tenían cargo de él; mas regido por Dios, se volvió contra ellos; y con esta ocasión ellos también se convirtieron, y fueron pregoneros de la grandeza y majestad del Señor. Mandó Celerino, prefecto, poner fuego al rededor del aposento donde estaba Daría y el león, para que allí fuesen quemados; mas por voluntad del Señor el león, tomando la bendición de la santa, abajó su cerviz y pasó por la llama sin quemarse, y por toda la ciudad, sin hacer mal á nadie, ni recibirle. Después de esto colgaron ó Crisanto en un madero, que se quebró, y las ataduras se rompieron, y las hachas, que estaban encendidas para quemarle los costados, se apagaron. Quisieron atormentar á Daría; mas los nervios de las manos de los verdugos se encogieron con tan grande dolor y sentimiento, que la dejaron. Finalmente, los llevaron fuera de la ciudad en la via Salaria, y allí hicieron una grande hoya, y los pusieron vivos en ella, echando sobre ella tierra y piedras, y juntamente fueron martirizados y sepultados. Obró Dios nuestro Señor grandes milagros por estos santos, y por su intercesión dio salud á muchos enfermos.
Concurrió una vez gran número de cristianos, para celebrar su fiesta, en una cueva; y el emperador Numeriano, estando ellos dentro, la mandó cerrar de manera, que todos murieron, y fueron mártires de Cristo Hallóse entre ellos un sacerdote llamado Diodoro, que les dijo misa, y los animó á llevar aquella muerte con constancia y alegría por el Señor. El martirio de san Crisanto y Daría celebra la santa Iglesia á los 25 de octubre, y fué el año del Señor de 281, imperando Numeriano. Escribiéronle Verino y Armenio, presbíteros de san Esteban, papa; y Melafraste extendió y amplificó su historia; y san Dámaso, papa, hizo ciertos versos muy elegantes en loor de estos santos mártires, y los puso en su sepulcro. Hacen mención de los santos Crisanto y Daría el Martirologio romano, y el de Usuardo; el padre Surio, tomo V; y el cardenal Baronio en sus anotaciones del Martirologio, y en el segundo tomo de sus Anales; y san Gregorio Turonense en el libro De gloria martyrum.